DISCOS
«La progresión lógica de una banda que sigue manteniendo sus raíces ancladas en el folk y que traduce en magia sus composiciones»
Bonny Light Horseman
A la sala Keep me on your mind / See you free
JAGJAGUWAR / POPSTOCK!, 2024
Texto: XAVIER VALIÑO.
A lo largo de los años, el trío Bonny Light Horseman ha acumulado muchos kilómetros en el odómetro colectivo de la vida. Anaïs Mitchell es un aclamada artista solista, además de dramaturga y compositora de exitosos musicales de Broadway. Eric D. Johnson es más conocido como el líder de Fruit Bats, colaborador de The Shins y compositor de música para películas. Y Josh Kaufman es un compositor, productor y guitarrista que ha trabajado con The War on Drugs, Taylor Swift, Bob Weir, Hiss Golden Messenger, The Hold Steady… Cada uno de ellos ha vivido ya varias vidas desordenadas y enredadas, y todo ello infunde a su música de una profundidad no exenta de humor.
Ya en sus dos discos anteriores quedaba claro que su conexión hace que cada uno sea mejor, más valiente y vulnerable de lo que serían por separado, especialmente cuando armonizan sus voces. Su tercer disco, doble y con dos títulos, aunque no por ello sean discos diferentes, lo reafirma. Y más incluso teniendo en cuenta que se grabó en un pub irlandés (Levis Corner House) de un pequeño pueblo, Ballydehob, al oeste de Cork, después de que a Mitchell le diera una corazonada basándose únicamente en una conversación que tuvo con su propietario. Los parroquianos participaron también del proceso de grabación, y se les puede escuchar en más de una ocasión, como en el estribillo colectivo de “Old Dutch”.
No se trata de un giro hacia la música irlandesa ni una revolución, sino más bien de la progresión lógica de una banda que sigue manteniendo sus raíces ancladas en el folk y que traduce en magia sus composiciones. Hay historias de amor y pérdida, de esperanza y tristeza, de comunidad y familia, en un trabajo que ellos resumen como «una oda al bendito desorden de nuestra humanidad». Si el singular proceso de grabación les permitió un cierto grado de experimentación, sus melodías aparentemente sencillas y siempre agradables logran con ello aparecer revestidas de una sensación de inmediatez e intimidad mayor que la de sus dos predecesores.
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Anterior crítica de discos: A la sala, de Khruangbin.