DISCOS
«Han dado con la perfecta banda sonora para una road movie interestelar»
Tangerine Flavour
Space cowboy
MUSIC HUNTERS RECORDS, 2024
Texto: MARÍA CANET.
El espacio puede ser un escenario idóneo para un western. Los misteriosos cráteres lunares o las tierras rojizas se asemejan a un desierto cósmico que cualquier llanero solitario podría atravesar. Los madrileños Tangerine Flavour lo saben y, con su tercer larga duración, Space cowboy (Music Hunter Records, 2024) han dado con la perfecta banda sonora para una road movie interestelar de casi una hora de duración. Un trabajo ambicioso y atípico en tiempos de inmediatez donde, como buenos vaqueros, Pablo A. Martín (voz, guitarra, teclados, armónica), Fernando Lima (voz, bajo, piano, guitarra), Alejandro Vizcaíno (voz, guitarra, mandolina) y Miguel Fletcher (batería) persiguen la libertad. La música norteamericana es el cohete que, bajo los mandos de Paco Loco (Nacho Vegas, Triángulo De Amor Bizarro, Guadalupe Plata) en la producción y la masterización de Mario G. Alberni, explora distintos planetas sonoros (jazz, rock de tintes setenteros, psicodelia o bossa nova) a lo largo de veinte canciones.
Un lejano murmuro de guitarra y voz se cuela por la radio de la estación espacial. “Flavour international space station” advierte: la nave va a iniciar el despegue; no se preocupen, lo que viene a continuación, «It’s only country music». La primera parada resulta familiar: entre armonías vocales, un melancólico pedal steel y destellos de mandolina bañados en Moonshine, “Madison ave” sitúa al oyente en una de las avenidas principales de la ciudad de la música, Nashville. Un ejercicio de country tradicional que se mantiene en “Nashville, Tennessee”, dueto entre Pablo A. Martín y Roberta Gangui que evoca icónicas parejas del género como Johnny Cash y June Carter o Tammy Wynette y George Jones.
Su nave recorre sin sobresaltos los diferentes senderos del universo norteamericano: el folk luminoso de afinaciones abiertas a lo Tom Petty en “Pretty valley” o la influencia de The Band, una de las más presentes en el elepé, en medios tiempos como “I don’t expect you to come”, con sabor a granero y mística lunar, o “Civil war”, donde Pablo, Fernando y Alejandro se ceden el testigo en la voz cantante. “Five tears of dust”, balada empapada de nostalgia gramparsoniana, y “Don’t say, don’t cry, don’t lie” son la parada obligatoria en el honky tonk con tintes de oscuro bodeville, gracias al protagonismo de los teclados y guitarras escuela Flying Burrito Brothers.
En la frontera de estilos, “Burned-down casino” conforma uno de los cortes más experimentales al arrancar con un arpegio aflamencado y aproximarse, mediante sintetizadores psicodélicos y riffs distorsionados, a la costa oeste, pero también a Nueva Orleans a través del contundente bajo y el clarinete. La cinematográfica “John Doe” recrea un duelo entre Pablo A. Martín y Fernando Lima, voces que se enfrentan mientras el arpegio acústico simula el correr del reloj, y, la percusión, disparos entre vitales coros beatle.
El soul y el funk son otros de los planetas donde recalan en esta odisea espacial. “Flowers”, emotiva balada acústica que Fernando entona bajo la estela de Stevie Wonder a modo de homenaje a sus padres, contrasta con “Let’s talk about it”, puro groove funky con guiños a Michael Jackson o al rap. “Space cowboy”, tema bisagra que aúna sonidos destartalados, puro “pacoloquismo”, con canon vocal, deriva en la santanera “Free”, ejercicio vacilón de guitarras indomables donde aprovechan esa libertad para clamar «¡no quiero cantar en español!». Una vertiente más rockera que vuelve a aflorar en la oscura “Time to get away”, coqueteo con el hard rock de los setenta y sintetizadores psicodélicos, o “Out law city”, que rezuma nocturnidad y tintes progresivos con un solo a lo Jimmy Page.
El jazz aparece cual constelación en el instrumental “Woody’s”, claro homenaje a Woody Allen, a través del clarinete y la batería que enlazan con “Try”, y trasladan al oyente a cualquier club de Nueva York, donde los recuerdos se mezclan con whisky y se intentan tapar con el humo del tabaco. Una intimidad que encuentra la otra cara de la moneda en la festiva “Rainha do sul”, una bossa nova carnavalera, donde vuelven a vacilar al admitir: «sí, quiero cantar en español», antes de cerrar el álbum con “Por la puerta de atrás”, un medio tiempo eléctrico acústico que bebe del poso triste y amargo de ciertas composiciones de Los Rodríguez.
Mitad astronautas, mitad vaqueros, Tangerine Flavour exploran diferentes planetas, pero no se olvidan de su toma a Tierra: la música norteamericana. Aunque el escenario sea el espacio, un buen western siempre requiere morder polvo.
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Anterior crítica de discos: Easy eighth album, de Kaiser Chiefs.