«En la base de Safo ya había canciones que podían ser de Lana del Rey»
Inquieta por naturaleza, Christina Rosenvinge presenta Los versos sáficos, donde se adentra en el mundo de la poetisa griega Safo a golpe de rock. Una entrevista de Arancha Moreno.
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: PABLO ZAMORA.
Lo tenía todo Christina Rosenvinge para estancarse en su propio pasado: proyectos que conectaron con el público, tremendos hits y una imagen muy potente. Pero volver sobre sí misma, sin más reflexión que autoimitarse, nunca ha estado dentro de sus parámetros. Ecléctica como pocas, a su continuo zigzag musical de estilos, idiomas y ámbitos geográficos ha seguido sumando proyectos extramusicales que reflejan sus inquietudes artísticas. Después de publicar Un hombre rubio (Warner, 2018), escribió sus memorias en Debut (Random House, 2019), encarnó a la escritora Isak Dinesen como protagonista de la película Karen (María Pérez Sanz, 2020) y se lanzó al teatro para dar vida a la mismísima Safo, ejerciendo de directora musical del montaje. En este último escenario es donde empezó a gestarse el disco que la trae de vuelta, Los versos sáficos, editado en diciembre de 2023 junto a un libro en el que aparecen los poemas originales y las letras de las canciones. Con él está dispuesta a rodar este 2024 con la fuerza y el empuje que le caracterizan, o más si cabe, porque aunque siempre lo ha sido Christina Rosenvinge se siente más fuerte y libre que nunca. Lo transmite en una cafetería pegada a la Gran Vía madrileña, delante de un humeante Earl Grey, en el corazón de una ciudad donde empezó a latir hace casi sesenta años. Un Madrid desde el que ha viajado, musicalmente hablando, a la Grecia precristiana de la mano de la misteriosa y emblemática poetisa Safo.
¿Qué te llamó la atención de Safo, «la décima musa» según Platón?
Me puse a investigar quién era y me di cuenta de que había mucho más que su poesía. Había tres dimensiones: la persona real, de la que se sabe muy poco, y lo que se sabe es lo que escribieron sobre ella o lo que ella cuenta en los pocos poemas que han sobrevivido; sobre eso se crea el mito de Safo, que tiene un pie en la ficción y otro en la realidad. Es poeta, como ella, pero le inventan un suicidio por amor a un hombre, eso lo hace Ovidio siglos después. A partir de ahí se crea el mito de la poeta maldita. Por otro lado, está la Safo política, la que le da nombre al lesbianismo, a lo sáfico, y que se convierte, a lo largo de los siglos, en una figura de importancia vital para una corriente subterránea de poesía femenina. Había muchísimo que contar ahí. La obra de teatro [Safo, 2022] trata estos tres aspectos, pero el disco va de la primera, de los poemas de Safo. En la obra de teatro me puse a trabajar con Marta Pazos, que hizo la dirección, y María Folguera, que hizo los textos. Yo asumí la dirección musical, y el trabajo que hice, muy bonito, como de orfebrería del verso, fue coger versos enteros y fragmentos que había y convertirlos en canción. En la obra algunas canciones estaban enteras, otras troceadas, y con otras jugamos: “Poema de la pasión” la convertimos en un bolero, y no la cantaba yo, la cantaba la batería, Xerach Peñate; “La manzana”, la cantaba Juliane Heinemann y yo añadía una segunda voz… Pero mi trabajo fue hacer la dirección musical, componer las piezas instrumentales.
¿La idea de Los versos sáficos nació, entonces, entre las tablas?
Yo era consciente de que la obra de teatro era tan apabullante, había tanta información que la gente no se podía quedar con la letra del “Himno de Afrodita”. Total, que ahí mismo decidí que esto lo teníamos que grabar, y sacar el disco después. Había que presentarlo en gira, como hizo Rufus Wainwright con el disco sobre los sonetos de Shakespeare [Take all my loves: 9 Shakespeare sonnets]. Se presentó como una pieza de teatro musical, lo dirigió Robert Wilson. Hicieron esa maravilla de pieza teatral de los poemas de Shakespeare, pero luego él hizo el disco cantando él las canciones y con otros invitados, con otra concepción. Yo quería hacer algo parecido: sacar el disco después y darle entidad de música pop, como si hubiera sido escrito este mismo año.
Y darle una vuelta de tuerca a todo.
Claro, los arreglos son distintos en la mayoría de las canciones. Cambian de tonalidad, adquieren otra envergadura. En la obra de teatro no podías tocar las canciones rock porque pasaban como un rodillo por encima del texto, todo tenía que ser mucho más sutil, era mucho más difícil manejar las dos dinámicas, de voz hablada y meter una canción rock con distorsión, porque el oído de la gente no podía estar en los dos extremos. Me quedó pendiente grabar el disco y presentarlo, y darle toda la importancia a las canciones.
¿También has modificado las letras para este disco?
Sí, hay dos canciones nuevas, “Pajarita” y “Contra la épica”.
Entonces, ¿el resto de canciones mantiene las mismas letras que en la obra de teatro?
Más o menos, sí, en general es lo mismo. Aprovechábamos las pruebas de sonido para experimentar con las canciones y convertirlas en otra cosa.
Siempre has sido muy ecléctica, pero en este caso la transversalidad es impresionante: hablamos de una poetisa griega que nació 600 años antes de Cristo. ¿Es la conversión mental más potente que has tenido que hacer en tu carrera?
Sí, pero ha sido sorprendentemente fácil. He intentado otras veces adaptar poemas de autores y no lo he conseguido, o no me ha gustado el resultado, primero porque tenía que ser mucho más fiel al texto y segundo porque ese tipo de poesía contemporánea tenía más adjetivos, era mucho más complejo encontrar la manera, por una cuestión de métrica, también. Sin embargo, con Safo, al haber una traducción por medio, que es griego eólico adaptado al castellano, he jugado con cuatro o cinco traducciones distintas y ahí sí que venía a cuento hacer una adaptación. No es musicalizar un poema, como hace Serrat con Machado. Serrat musicaliza a Machado porque no le puede tocar, lo tiene que hacer entero, eso hace Serrat en esa maravilla de disco, Cantares. Yo sí podía jugar con lo que había, porque los dos únicos poemas que están enteros son “Poema de la pasión” e “Himno a Afrodita”. Esos son muy fieles al original, aunque he quitado cosas, epítetos, hay pequeñas transformaciones pero la relación es muy evidente. Sin embargo, “Canción de boda” bebe de siete u ocho poemas distintos. En el libro, escrito en vertical, se puede ver de dónde he sacado cada cosa. Quien tenga ganas de hacer arqueología literaria puede coger el original de Safo y ver de qué fragmentos he bebido yo para escribirlo. Un cuarenta por ciento es invención y un sesenta por ciento de Safo. Por ejemplo, el estribillo de “Ligera como el aire” me lo he inventado yo, pero está en el espíritu de Safo.
Cierto, en el libro que publicas como complemento al disco aparecen fragmentos de esos poemas donde se ve cómo los has actualizado, cómo los has traído al presente manteniendo la temática.
No hace tanto me habían ofrecido hacer una pieza musical sobre Concepción Arenal, y me puse a leerla y no vi cómo hacerlo. Era ensayo, y era durísimo. Sin embargo, en la base de Safo ya había canciones que podían ser de Lana del Rey. Lo griego antiguo está muy presente en nuestra cultura, y la poesía lírica ya lleva la canción dentro. Tiene muy pocas metáforas, es poco compleja, habla muy directamente de los sentimientos, y una vez que quitas los epítetos, el «Oh, Afrodita, hija de…», queda un lenguaje totalmente actual: «sufro de amor, atiende a mis ruegos, quiero que esta persona me quiera, ardo en deseos»… Es un lenguaje que entronca con lo que escribimos hoy día. Eso es algo mágico, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado en medio [risas].
«Cuando intento ponerme mediterránea, en realidad me pongo andina»
O sea, que has encontrado una gran identificación con su poesía.
Totalmente. Me gustaría decir que fue horriblemente difícil y que soy muy lista por haberlo hecho, pero era muy fácil encontrar una canción pop en Safo. También lo fue Ovidio, cuando hice “La canción del eco”. Los mitos clásicos tienen algo muy esencial en el relato, que es muy fácil adaptarlo tanto a música como a película o literatura.
¿“La canción del eco”, incluida en La joven Dolores (Warner, 2011), fue tu primer acercamiento musical a la mitología griega?
Si no hubiera habido “Canción del eco” no habría hecho esto. Fue porque alguien vino a verme a CaixaForum cuando hice una presentación del libro [Debut, Random House, 2019] y había toda una parte dedicada a los mitos en la que yo mezclaba el texto con canción, hablando de mitos grecolatinos y bíblicos, y ahí pensaron que yo era la persona para hacer esto.
Los versos sáficos traen de vuelta los temas clásicos de siempre: el amor, la vejez, la muerte… aunque, en su caso, tratada desde la perspectiva de la eternidad.
Es muy divertido oír a Safo hablar de la eternidad, en un fragmento en el que afirma, con mucha solemnidad, «alguien hablará de nosotras cuando hayamos muerto». Ella sabe que lo que están haciendo va a perdurar. Y efectivamente, sus poemas son versionados en la Antigüedad. La poesía de Safo era oral, no escrita: se recitaba, la gente la memorizaba y la repetía, se transmitía de forma oral. Empieza a fijarse muchos siglos después.
¿Llegó a ser canción, la poesía de Safo?
La poesía de Safo nace cantada, de hecho, se le atribuye el invento del plectro, que es la púa de la guitarra, para que sonase más fuerte el instrumento, porque iría mucha gente a verla. Es una forma de amplificar la lira, y las voces se amplificaban por medio del coro.
Era la electricidad de la época.
[Risas] Eso, y no sé si has estado alguna vez en un teatro griego o romano, pero si te colocas en el centro y te pones a recitar, la acústica es tan fabulosa que se oye en la última fila. Es una cosa increíble. Yo lo hice en Pompeya, me puse a cantar y se oía desde el otro lado. El concepto que tenemos ahora del concierto rock estaba inventado en aquel momento.
He notado mucha fluidez en tu interpretación en este disco. ¿Has incorporado recursos nuevos que has aprendido tras hacer teatro y cine en los últimos tiempos?
En este disco he experimentado más con la voz de cabeza, cantando más agudo en ciertos momentos. Ya lo había empezado a hacer en canciones puntuales, pero aquí lo hago en casi todas. También lo requería, porque había un trabajo coral por detrás, melódicamente es un poco más complejo que otros discos que he hecho.
También hay un juego estilístico en muchas piezas. Hay valses (“Hoy duermo sola”), conexiones con la danza contemporánea, con el pop (“Poema de la pasión”), ecos latinoamericanos (“Canción de boda”), guiños electrónicos (“Himno a Afrodita”), canciones experimentales (“Fragmentos”)… ¿Cada tema lo has tratado desde un lugar distinto?
Sí, no era un concepto que tuviese antes de hacerlo, pero salió así. “Canción de boda” me pareció que tenía que sonar tradicional, como esas canciones que rescata Rodrigo Cuevas. Yo pensaba en una raíz mediterránea, pero efectivamente cuando pienso en raíz mediterránea me sale siempre lo latinoamericano, porque al haber estado allí tanto tiempo la rítmica de su música folk se me ha pegado muchísimo. Cuando intento ponerme mediterránea en realidad me pongo andina [risas].
¿Existe un hilo conductor a lo largo del disco, al margen de su propio origen?
Lo que une todo es la temática, porque siempre habla de celebrar el amor, el deseo, la vida. Hay muy poca oscuridad en Safo. Musicalmente le apliqué distintos tratamientos, pero por pura intuición. “Fragmentos” nació así porque una parte importantísima de la obra de Safo es el fragmento, poemas que consisten en una o tres palabras. Los poemas épicos de La Iliada o la Odisea nos llegan completos, pero la obra de Safo, que es igual de importante y de larga, no. Porque no hay interés en transcribirla, porque cuando se instala el cristianismo, al ser poesía que habla del erotismo entre mujeres se considera demasiado provocativa. Sus libros estaban en la Biblioteca de Alejandría que ardió, y a lo largo de los siglos falla la cadena de transmisión. Hubo un Papa que mandó quemar varios pergaminos de Safo, fue censurada en la Antigüedad. En la época precristiana el deseo y la sexualidad están aceptados como parte de la vida, pero en el cristianismo las mujeres no pueden desear ni hablar de sexo, y los hombres tampoco. Cuando se instala el monoteísmo la poesía amorosa se convierte en algo mucho más previsible. Por eso hay una conexión tremenda de esta era con aquella. Habla de sexualidad líquida, de sexo sin procreación, desvincula el sexo del matrimonio. Por eso resulta tan moderna. En el disco hay rock electrónico, pop, hice estribillos a poemas que no lo tenían… jugué con el material que había. “Fragmentos” eran palabras interrumpidas por la motosierra del tiempo, por la censura. Esa canción tenía que contener algo de rabia, pero todas las demás son alegres.
¿Y por qué has incluido las dos inéditas? “Pajarita” la firmas tú, directamente.
La idea de la canción es que la inspiración es un ente exterior a ti, que te visita la musa, el ángel o, en este caso, la pajarita. Personifico la musa en una pajarita caprichosa, que a veces te visita a ti y otras veces a otro. Habla de un bloqueo creativo, algo por lo que he pasado. En unos días en los que quería escribir algo y no salía nada, tenía esta melodía, que es muy tonta, con cuatro acordes, cambia todo el rato la melodía pero no los acordes, y escribí esta canción sobre la falta de inspiración para animarme a mí misma. ¡Y ahora es una de mis favoritas!
«Después de Un hombre rubio, que fue tan potente, es muy difícil encontrar una segunda parte»
¿Y “Contra la épica”, la que cierra?
Esa es un techno, está escrita con Irene Novoa y Xerach Peñate. Yo quería una canción que pudieran cantar las bolleras en el Orgullo, tenía esa intención porque conozco ese mundo, me apasiona, me encanta cómo sobreviven bailando y quería hacer una canción que pudiesen bailar, cosa que, como sabes, no es mi terreno natural. Por eso conté con Irene y Xerach.
De hecho, en este disco estás completamente rodeada de mujeres: Amaia Miranda en la guitarra, Irene Novoa en el bajo, teclados y coros, Xerach Peñate en la batería, Maria Arnal canta contigo “Canción de boda”…
En la obra de teatro buscamos mujeres porque tenían que representar a las musas, y era lo natural, porque Safo era una comunidad de mujeres que rendían culto a Afrodita, queríamos reproducir eso en la actualidad.
Ahora que hablas de inspiración, han pasado seis años desde Un hombre rubio, tu disco anterior. ¿Han aparecido canciones nuevas mientras gestabas este disco?
Sí, tengo otro disco entre manos. Es difícil, me está costando hacerlo porque después de Un hombre rubio, que fue tan potente, es muy difícil encontrar una segunda parte. Tengo varios temas, ya te contaré cuando llegue el momento, pero está en formación.
¿Muy primigenio, entonces?
Hay varios temas, también por eso escribí “Pajarita”, porque últimamente me cuesta más encontrar terrenos un poco inexplorados, no sé, me hago muchas preguntas últimamente, y he empezado y dejado este disco varias veces.
¿Tiene algo que ver con tus cambios de escenario? Porque además del teatro también has hecho cine (Karen, 2020). Has abierto varios escenarios creativos a la vez.
Sí, desde que me dieron el Premio Nacional de Músicas Actuales hice un libro, luego una película, luego una obra de teatro, antes hice la música instrumental de una película mexicana, que oiréis este año, supongo, y una canción para Maricón perdido, que estamos tocando en directo. Muchas cosas que no eran estrictamente disco y gira.
¿Tienes idea de seguir haciendo cine y teatro?
Depende de si surge y me apetece, depende lo que sea. También he estado con el treinta aniversario de Que me parta un rayo [cuya historia cuenta Carlos H. Vázquez en el libro Que me parta un rayo. La mirada eléctrica], que iba a ser una gira de dos o tres conciertos aquí y dos o tres en Latinoamérica, pero se ha convertido en una celebración que no se acaba nunca. En Chile se ha hecho un documental sobre esa gira y sobre el impacto de ese disco allí, y ahora vuelvo a hacer otros cinco bolos en febrero. Es comprensible, cuando salió tuvo muchísima importancia y una vez acabé me negué a tocarlo, durante años me he negado a hacerlo y ahora hay mucha demanda para que lo siga haciendo. En Latinoamérica lo he dejado un poco abierto. En este punto es bonito hacerlo, no significa dejar de hacer lo nuevo, que era lo que me daba miedo.
No querías ser esclava del pasado.
Claro, yo no quería convertirme en una artista de nostalgia, lo tenía muy claro. No lo hice con Álex y Christina, no lo hice con Christina y los Subterráneos y nunca lo he querido hacer, porque creo que te mueres si haces eso. Pero ahora mismo estoy haciendo cosas tan distintas que no creo que eso me vaya a enterrar. Me parece muy respetable, también, la gente que lo hace. A mí me encanta ver a Tracy Chapman interpretando “Fast car”, me parece un tema maravilloso y lo puedo oír todos los días hasta que me muera, pero entiendo que ella dijese, en un momento dado, que no quería hacer ese tema nunca más. Un hit te puede enterrar.
Hay que escucharse a uno mismo también, no solo al público.
Sí, sí.
«Hay un resurgimiento en las carreras femeninas después de la maternidad»
La puesta en escena de Los versos sáficos, ¿precisa un tipo de escenario concreto?
Llevamos una escenografía que lo trae totalmente a lo contemporáneo, que lo hace mucho más rock. Jugamos con el hecho de ser un grupo de mujeres, en la presentación en Madrid había una embarazada de siete meses, era precioso, porque lo vemos tan poco… Debería ser natural, pero es extraordinario verlo. El concierto tiene la intención de celebrar la potencia creadora femenina. No es solo mi concierto, es también el de ellas.
¿Y pide auditorios, salas… o se puede extrapolar a cualquier lugar?
Se puede hacer en cualquier sitio, incluso en festivales. Hay dos temas que son más intimistas, pero es un concierto que se puede hacer en un escenario de rock.
¿Cómo se lleva este disco con el resto de tu repertorio?
Muy bien. Como hay un trabajo previo sobre los mitos, musical y letrísticamente se lleva muy bien con “Canción del eco”, “Mi vida bajo el agua”, que habla sobre las sirenas de Ulises, va sobre supervivencia femenina… Tocamos “Ese chico”, una canción pop sobre un chico gay, que habla de supervivencia, en el fondo; “La flor entre la vía”… Son todos temas que ponen en contexto lo que significa lo sáfico en este momento, que se ha ampliado mucho.
Así que ha sido divertido hasta hacer el repertorio, buscar las conexiones. ¿Qué instrumentación llevas y cómo es el sonido?
En la gira está Amaia Miranda tocando la guitarra, que es extraordinaria, cosa que ha incorporado la guitarra española. Son guitarras eléctricas, batería acústica que juega a los sonidos electrónicos… Vamos con bajo eléctrico pero también con sintetizadores, yo toco guitarra, y piano en un tema, y tenemos coro femenino, cosa que es muy de agradecer.
Christina, ya llevas más de 40 años en esta bonita guerra de hacer canciones. ¿Tienes muchos deseos por cumplir, creativamente hablando?
Sí, porque las carreras femeninas no son como las masculinas. Aunque empecé en una banda a los 16 años, la actividad no ha sido continua. En las carreras femeninas, toda la etapa de la maternidad tienes que bajar el ritmo muchísimo, eso también crea un deseo contenido por continuar. Ahora, que mi hijo pequeño cumplió la mayoría de edad el año pasado, es cuando puedo ir de gira sin limitaciones, como hacen los chicos. He estado 22 años en los que no podía ser libre totalmente.
¿Y eso ha potenciado tus ganas de seguir?
Claro, ocurre en el mundo del arte y en el de la música: las mujeres normalmente hay una época en la que desaparecemos. Yo no desaparecí de las grabaciones, pero no podía ir de gira con la misma libertad que ahora. Hay un resurgimiento en las carreras femeninas después de la maternidad. En una época en la que la mayoría de los hombres están cansados, nosotras estamos superfrescas, porque volvemos a hacer algo que nos gusta.
¿Y cómo te vas a desquitar, ahora que ya tienes todo el tiempo que no tenías antes?
Estoy yendo a Latinoamérica, dos semanas con bolo diario. Antes iba, tocaba y volvía corriendo, pero ahora puedo hacerlo. También puedo hacer algo que me apetece mucho: ir fuera a una residencia, hacer proyectos de forma intensiva, dedicarme a componer 24 horas al día, en vez de estar pensando al mismo tiempo en la cartulina roja, la reunión con el profesor y el dentista [risas].