FONDO DE CATÁLOGO
«Eran capaces de acunarnos en la escena más terrible y desgarrarnos como solo destriza el vacío»
Tras descubrir a Querido, la banda que lidera el hijo mayor de Iván Ferreiro, decidimos volver sobre las huellas de Piratas y reescuchar el imbatible Ultrasónica, el penúltimo disco de estudio de la banda viguesa. Por Arancha Moreno.
Piratas
Ultrasónica
WARNER, 2001
Texto: ARANCHA MORENO.
Será que el verano nos revuelve por dentro, que nos encontramos con una parte de nosotros que permanece escondida el resto del año. O tal vez sea por el flashback brutal que sentí el otro día al ver el vídeo que rueda por ahí de Querido, la banda que lidera Andrés Ferreiro, el hijo mayor de Iván Ferreiro. Cuando me mandaron ese extracto de su actuación en El Náutico de San Vicente, hace unas cuantas noches, enmudecí. Los primeros segundos solo se escucha una voz, una forma de cantar tremendamente familiar sobre una letra con cierta herencia del cancionero de Piratas. Pero cuando irrumpe el dueño de la voz, con ese gesto de acercarse delicadamente el puño al rostro, menudo shock. Imagen y audio se alían para sacudir nuestra memoria y el corazón de un puñetazo. Como si resucitásemos al Iván Ferreiro de hace veinte o treinta años, a un Ferreiro que ya no es, como nosotros ya no somos.
En las redes establecen un paralelismo entre Querido y los Piratas de Ultrasónica, ese disco que me acompañó tantísimas mañanas de camino a la facultad en el discman (perdonad el arcaísmo, Generación Z) y cuya caja ahora, maldita sea, está vacía. Menos mal que en aquel lejano 2001 tuvieron la genial idea de sacar también una edición especial, Sesiones perdidas, con el cedé original y otro más con maquetas, algunos directos y temas inéditos que se quedaron en el limbo de aquella grabación. Esa caja, la azul, sí la tengo completa. A ella acudo para viajar en el tiempo hasta uno de los discos más importantes de mi vida. Y el efecto es inmediato.
Desde el convulso “Teching” bombeo a otra velocidad, me quito veinte años de encima y canto, de principio a fin, unos versos que nunca llegué a entender sacudidos por un latido frenético. Sin tregua ni más preámbulo llega “El equilibrio es imposible”, la gran canción, esa en la que pusieron toda su fe cuando le enseñaron las maquetas a la discográfica. Una canción que constata la miopía de su A&R de entonces, que después de escuchar el disco seguía echando de menos un single radiable. ¿No bastaba con traer una de las mejores canciones escritas en castellano en lo que va de siglo? No. Desde el presente resulta tan irrisorio que necesitamos justificar su ceguera y repartir culpas con aquel tiempo, con la crisis de la industria y con el desinterés de los medios por el indie español. Y al fin y al cabo, estar agradecidos porque aquella torpeza alumbró una de las grandes canciones del grupo, “Años 80”, el single prefabricado que crearon para Ultrasónica. Un collage sin más hilo conductor que una pizca de ironía y otra de rabia con el que demostraron que sí, que sabían escribir algo que funcionara, pero que su intención no era esa. Lo que buscaban era expresarse con sus propios códigos, manejar un lenguaje de metáforas y dobles sentidos, acunarnos en la escena más terrible y desgarrarnos como solo destriza el vacío. Eso es lo que hicieron en “El equilibrio es imposible”, entre guitarras limpias, sintetizadores, atmósferas sugerentes e intensidades que vienen y van. Menuda forma de dejarnos a la deriva, de borrar cualquier atisbo de inocencia.
Me lo contó Iván en el libro Iván Ferreiro. 30 canciones para el tiempo y la distancia (Efe Eme, 2017): «“Años 80” fue una venganza y la forma de poder sacar el resto del disco. Funcionó a muerte, pero en el fondo la odiábamos un poco, quizá no la habríamos grabado si no nos hubiesen obligado». Por eso pasaron un tiempo sin tocarla en directo, aunque a nosotros nos arrolle cada vez que la oímos. Nos dejamos caer en esa cascada de imágenes que nació como un simple juego, solventado en un par de horas, con pulla incluida en el estribillo hacia el A&R y el viejo minuto de gloria musical que vivió, cómo no, en los ochenta. ¿Quería un single? Ahí lo tenía. Una pieza adictiva que se convirtió en la más popular del grupo y que, cada vez que muere el verano, vuelve a imponerse con aquel «no te echaré de menos en septiembre».
Conozco cada esquina y doblez de las trece canciones de este disco, que empieza y acaba con una intencionalidad electrónica que desplegarán del todo en el futuro Relax, su disco de despedida. Cuando escucho “Disimular” recuerdo a Iván bajándose la cremallera en el escenario cuando cantaba aquello de «tal vez quisiste pensar que te iba a dar las llaves del portal». Hijos de Radiohead, el repertorio pirata manchaba, turbaba, sonaba inquietante entre tormentas de guitarras, loops, sintetizadores y ruido. Suena “Muertos” y el suicidio, sea metafórico o no, me produce un frío que se me pasa cuando empieza “Jugar con los coches”, «Mi grado de frustración es siempre ambiguo / y las cosas que más me gustan siempre me hacen llorar. / Mi infancia ha sido tan larga que nunca acaba de terminar / y sigo sin encontrar algo que me divierta de verdad / como jugar con los coches / y tirar piedras al cristal de aquel portal que tú conoces». Y aunque en otros momentos de la letra haya conflicto, esos versos siempre me acorralan entre la melancolía y la tristeza. Supongo que porque cuando la escuché por vez primera solo tenía veinte años y su autor ya contaba con treinta y uno.
Ahí están “Filofobia”, con su falsete y su furia. “Caótico neutral”, con las voces de Fon abriendo la puerta hacia la noche. Los fogonazos de ternura en la espiral “Inevitable”, “Colores” acabando casi en ambient, el lamento doloroso que subyace en “Cuando te duermas”. Canciones que grabaron en los estudios Du Manoir, en Francia, y coprodujeron junto a Juan Luis Giménez y Vicente Sabater. El cedé de extras, aquellas sesiones perdidas, contenía algunos registros grabados en el estudio de la banda, llamado como el disco, Ultrasónica. Y por muy caras B que fueran, algunas aspiraban a ser una buena canción, como “Si tú…”, “Espacio denso”, “Antinatural” o “Paciencia”.
Para ilustrar Ultrasónica contaron con Santalla, autor del diseño y de la foto de esa maniquí que bien podría retratar la IA, fría como un témpano. En ese mismo libreto había fotos de la banda posando en un escaparate, tan inertes como aquellos muñecos de plástico que tenían al lado. Y abriendo el libreto del disco, un mensaje: «Nadie espera una canción sin historia ni una historia sin canción. Acudimos al ruido, al estruendo interior para incitar». Eso es lo que hacían Piratas. No mostraban ni explicaban, incitaban. Provocaban, revolvían, alteraban. Y, por supuesto, avanzaban. Ya no eran los chavales de Manual para los fieles. No miraban jamás al punto de partida, como cantaban en la furiosa “El cielo de lo nuestro”. Y si entrabas en su mundo, no salías indemne.
Quizá Ferreiro siga pensando que Relax es el mejor disco de Piratas, pero en aquella colección no pudimos «entrar» todos, y en Ultrasónica sí. Como un Manual para fieles evolucionado, contiene grandes canciones que partían de un rock oscuro y empezaban a tamizar con la electrónica. Era la obra de cinco músicos que aún se entendían, cosa que no es baladí. Ahí, en algún punto entre Manual y Ultrasónica orbita ahora Querido, con un Andrés Ferreiro marcado genética y musicalmente por su padre, heredero de esa peculiar forma suya de pellizcarnos donde duele. Y no me extraña nada, porque Andrés nació a la par que ese disco, y también palpita en él. Cuando me lo confesó Iván, no hace mucho, me puso los pelos de punta: en una ecografía que le hicieron a su mujer durante el embarazo llevó sus trastos para grabar el sonido. Sí, el latido que suena en “Teching” es, literalmente, el de Andrés justo antes de venir al mundo. Cómo no va a ser ultrasónico.
–
Anterior Fondo de catálogo: Tago mago (1981), de Can.