FONDO DE CATÁLOGO
«Un puñado de canciones que dejaban claro que en este disco había una artista de largo recorrido»
Retrocedemos casi tres décadas para recuperar el segundo disco en solitario de Christina Rosenvinge, Mi pequeño animal, donde, entre canción y canción y con firmeza, se abría paso una de las pioneras de nuestro rock. Por Sergio Almendros.
Christina y Los Subterráneos
Mi pequeño animal
WEA, 1994
Texto: SERGIO ALMENDROS.
Christina Rosenvinge es desde hace décadas una de las principales voces femeninas del rock nacional y desde hace años se encuentra ya instalada en un espacio muy concreto y respetado, después de que su carrera haya pasado por varios capítulos, diferentes fases siempre con aspectos más que interesantes, aunque se haya mostrado, en ciertas ocasiones, especialmente empeñada en reivindicarse, moderadamente impostada o intentando apuntalar su espacio. Es posible que el disco que mejor defina esta idea sea Mi pequeño animal (1994). Olvidándonos en estas líneas de su megajuvenil época ochentera, Christina Rosenvinge logró un importante éxito con su debut al frente de Los Subterráneos, aquel Que me parta un rayo (1991) tan icónico que contenía temas masivamente conocidos como “Tú por mí” o “Voy en un coche” y otros tan buenísimos como “1.000 pedazos” o “Alguien que cuide de mí”. Su siguiente paso se antojaba entonces la mayor reválida de su carrera, y a ella se enfrentó calzándose sus cueros más rockeros y endureciendo su sonido, cambiando acústicas por eléctricas distorsionadas, con moderación.
En esa bendita época en la que el rock había recuperado su protagonismo en la cultura espoleado por el grunge y el brit pop, la baza de introducirse en sonidos más eléctricos parecía la lógica, aunque cabe pensar que en este movimiento también había todo un puñetazo en la mesa, cierto afán de serio reconocimiento y, sobre todo, una determinada pose para lograr hacerse hueco en un espectro tan asentado en los cánones masculinos. Todo músico es consciente de la importancia de la credibilidad, de la autenticidad para cimentar una carrera de éxito y prestigio, y esto en el rock es un requisito más fundamental si cabe, un requisito para el que encima si eres mujer vas a tener que poner mucho más, vas a tener que demostrar tu valía y verdad por lo menos quinientas veces. Sabedora del reto que encaraba, Christina Rosenvinge afiló las guitarras y ensució el sonido, dando como resultado un buen compendio de las intenciones pasadas y también de las que desarrollaría plenamente en el futuro, ya sin la timidez del efecto ensayo.
Así, en Mi pequeño animal había temas que no habrían desentonado un ápice en su compacto debut, como “Días grandes de Teresa”, pero a la vez se incluían canciones que bebían directamente de los sonidos rockeros más contemporáneos, como la apertura de “Mi habitación” o el propio “Mi pequeño animal”, que quedarían de nuevo desarrollados en el posterior Cerrado, pero sin dejar de mirar ligeramente hacia atrás, como en el single “Pálido”, que tan grata y peligrosamente se asemejaba al “Kid” de The Pretenders.
Anticipando la vena más melancólica e indie que acometería años después, aunque aún en castellano, podría encuadrarse “Alicia”, y jugueteando con la experimentación y valentía que inundarían Lo nuestro en 2015 se podría entroncar “Al fin loca, al fin sola”.
Pero, dejando un poco de un lado sonidos e intenciones y centrándonos únicamente en las composiciones, en este disco destacaban especialmente tres canciones: las tan sobresalientes como dramáticas “Flores raras” y “Días de tormenta”, ambas con un desarrollo instrumental muy importante; y, en las antípodas de estas, el sencillo y delicado cierre con el country-vals “Muertos o algo mejor”. Un puñado de canciones que dejaban claro que en este disco había una artista de largo recorrido, canciones para reafirmarse y canciones para cumplir con esa pretendida reivindicación.
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Anterior Fondo de catálogo: Five leaves left (1969), de Nick Drake.