FONDO DE CATÁLOGO
«Detrás de ese halo de tristeza y decepción, de cosas que se rompen y tiempo que se escurre, hay un canto a la vida y unas ganas tremendas de aferrarse a ella»
Aprovechando la reedición de La ciudad subterránea, el tercer disco de Dorian, Arancha Moreno desgrana aquella colección claroscura en la que se encuentran algunas de las claves del sonido y el sello de la banda.
Dorian
La ciudad subterránea
PIAS, 2007
Texto: ARANCHA MORENO.
No fue el primero —10.000 metrópolis, 2004— ni el segundo —El futuro no es de nadie, 2007—; tampoco contiene el primer hit de la banda —probablemente, el popular “Cualquier otra parte”—, pero La ciudad subterránea (Pias, 2009) es, sin duda, un disco importante para entender de dónde viene Dorian. Un álbum importante en su carrera, recién reeditado por IM Records / Pias (en cedé y, por primera vez, en vinilo), que refleja muy bien los primeros tiempos de la banda, aquellos en los que empezaron a perfilar su personalísimo sello. Un disco crucial para entender el origen de esa música plagada de contrastes térmicos, capaz de acercarnos al frío siberiano y devolvernos un instante después al calor de la chimenea del hogar.
Entre sus primeros referentes andaban bandas como Radio Futura, Nacha Pop o The Cure, pero la influencia de los británicos late con fuerza en este tercer álbum, como reconoció Marc Gili, vocalista y compositor de Dorian, cuando pasó por nuestro Punto de partida. Aseguró que escuchar el Disintegration (1989) de The Cure le cambió la vida, que le deslumbró «el equilibrio perfecto entre las luces y las sombras» de ese disco, «el contrapunto entre aire y asfixia, entre brillo y oscuridad, entre gozosa ensoñación y pesadilla», y que fue, para Dorian, una gran fuente de inspiración en La ciudad subterránea. Y el influjo, sin duda, dejó una buena huella en el ADN del grupo barcelonés, que partiendo de cierta oscuridad empezó aquí a dominar la técnica del claroscuro en sus canciones.
Y es que Dorian siempre se han movido bien en los laboratorios sonoros, en la oscuridad y el revelado sónico. Manejan con soltura los contrastes, el desdoblamiento de sensaciones, personajes y sonidos. En La ciudad subterránea envuelven al oyente en un manto tecnológico, un tanto frío, que rompen convenientemente con un sinte o un piano. Y mientras tanto, la voz, en apariencia fría como una pantalla de ordenador, como incidiendo en ese punto «robótico» que transmite la música, nos guía a través de las tinieblas cantando historias con un trasfondo lleno de vitalidad y ternura. Porque sí, detrás de ese halo de tristeza y decepción, de cosas que se rompen y tiempo que se escurre, hay en Dorian un permanente canto a la vida y unas ganas tremendas de aferrarse a ella.
Partiendo de la electrónica, el synth pop y la new wave, Dorian empezaron a edificar su sonido. Simpatizantes en la forma de lo industrial, la metalurgia y la tecnología, las letras de este disco son, en al mismo tiempo, reflexivas, críticas y rabiosamente tiernas. Detrás del telón oscuro, agnóstico y descreído, late un autor muy pendiente del paso del tiempo, de las heridas y de esos seres perdidos que no acaban de encontrar su hueco. Lo comentaron ellos mismos en una entrevista de Juanjo Ordás: «Marc se mueve extraordinariamente bien creando personajes con ciertos conflictos internos, gente que no acaba de encajar en los patrones que marca la sociedad, personajes lúcidos y también canallas». Y este disco es un reflejo de ello.
«Qué pronto se van los años / y que largo es el camino / si hay una salida / seguro que no es por aquí», arranca el disco con “Simulacro de emergencia”. Una relación rota que todavía duele, pero de la que es preferible pasar página: «Si volvemos a vernos / que sea breve / y que sea el final». Así se inicia un disco en el que aparecen algunas de sus canciones más queridas, como “Verte amanecer”, “Paraísos artificiales” o “La tormenta de arena”, estas últimas auténticos hits de un repertorio en el que no falta la crítica (como en “Estudios de mercado”) ni espejos en los que mirarse, como ese guiño a Nick Cave con el que titulan una de sus canciones, “Las malas semillas”, donde también cuelga algún verso en honor a Las flores del mal de Charles Baudelaire. Ellos van dejando pistas; cada oyente decide hasta dónde escarba, pero tienen muchos lugares donde agarrarse.
Producido por Álex Ferrer, este disco les llevó un largo periodo de trabajo, pero acabó dando sus frutos. En su momento, La ciudad subterránea fue un buen disparo para Dorian al otro lado del charco: el álbum se editó en México (de hecho, fue el primero que publicaron allí) y supuso el comienzo de su relación con Latinoamérica, donde han vuelto a tocar hace apenas unos meses. Ahora, como de costumbre, es el tiempo el que está poniendo en su lugar un disco con algunos hits en el que se apuntalaban un puñado de sonidos, aspiraciones y siluetas sobre las que se han edificado algunas de sus mejores canciones posteriores. Y siguen en ello.
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Anterior Fondo de catálogo: The Outlaws (1975), de The Outlaws.