TREINTA ANIVERSARIO
«Todo bañado por una guitarra capaz de mirar al hard setentero, a la psicodelia o al garage, pasando por el folk. Todo cabe y termina encajando con maestría»
En el año en que hemos perdido a Mark Lanegan, Fernando Ballesteros regresa hasta el sexto álbum de estudio que publicó con Streaming Trees. Un trabajo oscuro y melancólico que trascendió los límites del grunge del momento y encumbró, todavía más, hasta el reconocimiento mundial, a esta banda y a su líder. Este fue su penúltimo disco juntos.
Screaming Trees
Sweet oblivion
Epic Records, 1992
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Es muy difícil ponerse a escribir hoy sobre los Screaming Trees y no hacer referencia a Cantar hacia atrás y llorar, la extraordinaria autobiografía de Mark Lanegan, recientemente publicada en castellano por Contra. De manera que, con la recomendación literaria por delante, y una vez saldada la deuda, podemos meternos de lleno con el grupo de Mark y su disco de 1992, el soberbio Sweet oblivion. Por aquel entonces, los Trees ya habían publicado cinco largos y se enfrentaban a su segunda grabación para Epic tras su etapa independiente en SST. Desde aquellos inicios prometedores, no habían dejado de crecer en lo artístico, ofreciendo un poquito, y a veces bastante más, en cada nuevo envite. Así que, pongámonos en situación: año 1992, un grupo que viene de Seattle con una sólida y ascendente carrera a sus espaldas y con un vocalista, que ya había debutado en solitario, que derrochaba talento. Sí, muchos focos iban a estar apuntando sobre ellos, para certificar si podían ser los siguientes en sumarse a la primera división comercial de los grupos que fueron incluidos en esa difusa etiqueta en la que se había convertido la palabra grunge.
Con sus vecinos y compañeros generacionales, Screaming Trees compartían mucho en espíritu y algunos —no muchos— rasgos musicales. Los de Lanegan bebían más de la psicodelia y de nombres sagrados de los sesenta y los setenta. Pero su personalidad era tan acusada que las influencias de los Byrds o de los mismísimos Doors estaban diluidas en una mezcla que terminaba ofreciendo un resultado único. Ellos eran un caso aparte ¡Fuera etiquetas! Simplemente, Screaming Trees.
Oscuridad, belleza y clasicismo
Hay mucha oscuridad en las canciones de Sweet oblivion, mucha melancolía y toneladas de melodías sublimes. Y todo bañado por una guitarra capaz de mirar al hard setentero, a la psicodelia o al garaje, pasando por el folk. Todo cabe y termina encajando con maestría. Y lo hace, sobre todo, por el genio camaleónico de Gary Lee en las seis cuerdas. Estamos ante un tío capaz de convertirse en una máquina de escupir riffs grandiosos y subirle un par de grados de intensidad a cada canción, aunque, para este logro, conviene no desdeñar la labor en el bajo de su hermano Van. A los Conner y a Mark les acompañaba en este disco Barrett Martin , que se había incorporado a la banda para ocupar el lugar de Mark Pickerel. La máquina perfectamente engrasada de los Trees se convertía en majestuosa gracias a la voz de Lanegan. Muchas de las sombrías sensaciones que transmiten sus temas provienen de una garganta poderosa y versátil como pocas.
Todo esto está muy bien, pero, ante todo, están las canciones y los Screaming Trees se metieron en el estudio con Don Fleming, que ejerció la tarea de productor, con un buen cargamento de ellas. Faltaba pulirlas y enseñárselas al mundo, y el resultado fue sobresaliente.
Mark nos da la bienvenida con suavidad en los primeros compases de “Shadow of the season’, que va ganando fuerza y termina golpeando como ellos sabían hacer. “Nearly lost you” es, seguramente, lo más cercano a un hit que hicieron los Screaming Trees y lo era porque se acercaba a lo que en esos momentos lo estaba arrasando todo. Se trataba de una canción de efectos inmediatos, de estribillo rotundo y melodía cautivadora. El clip fue programado con cierta asiduidad en MTV y fue incluida en la banda sonora de Singles. Pero todo esté tirón no fue suficiente. Definitivamente, ellos no estaban llamados a dinamitar las listas de éxitos.
Las guitarras acústicas introducen “Dollar Bill”, una demostración de la sensibilidad con la que se acercaban al medio tiempo, un escenario en el que domina la voz de Mark y su capacidad para pasearnos por distintos estados emocionales. Con las ventanas cerradas y las persianas bajadas, “More or less” no permite apenas que pase la luz, aunque termine siendo coronada por un estribillo de esos que te golpean y se quedan.
“Butterfly” es un pelotazo con potencial para llegar a muchos oídos, que sí, que ya sabemos que no fue el caso pero, con cartas como esta, podría haber ocurrido. “For celebrations past” es muy diferente y se encuentra entre lo menos relevante del álbum, pero es que —y no quiero que suene a tópico— aquí, cada momento juega su papel en una obra que, más allá de incluir grandes canciones, termina conformando un paisaje del primer al último segundo.
El momento más acelerado de este viaje lo protagoniza “The secret kind”, mientras que “Winter song” es otra demostración de un Mark pletórico y “Troubled times” engaña de entrada, pero transforma la calma inicial en una avalancha de fuerza justo antes de la reposada y emotiva “No one knows”. La más lenta del disco y del cierre junto con “Julie paradise”, que juega con los ritmos y las velocidades para ofrecer un colofón de lujo. Y la letra, no diré nada de ella, simplemente hay que escucharla con atención, leerla, disfrutar con ella, sufrir.
Éxito moderado y un futuro incierto.
Con todos estos méritos, el éxito del elepé fue bastante discreto. Despachó trescientas mil copias y cosechó buenas críticas. A los que mandaban en el sello les debió parecer suficiente, al menos para darles otra oportunidad que, eso sí, sería la última. La respuesta tardó cuatro años en llegar. Cuando por fin pudimos escuchar ”Dust” aquello fue un shock. Sus cuatro primeras canciones habían nacido siendo clásicos. Una obra maestra absoluta que quizá había llegado un par de años tarde.
Y como el reconocimiento mayoritario les volvió a dar esquinazo, Epic les puso en la calle. Ellos lo siguieron intentando y buscaron otro hogar para dar a conocer sus nuevas canciones, pero no había manera. Aquel fue el final de la banda. Lanegan siguió con una carrera en solitario que, hasta ese momento y a pesar de todos sus problemas, había logrado compatibilizar con los Trees. Pero de sus obras como solista y de su participación en infinidad de proyectos, que se mueven entre lo interesante y lo sublime, hablamos otro día. Y es que estamos ante una obra gigantesca que merece, no uno, sino muchos capítulos aparte.
El pasado 22 de febrero nos dejaba Mark Lanegan y claro, a muchos, la lectura de su autobiografía, oscura, descarnada, nos ha pillado con la guardia baja. Y a pesar de todo, leerla es un ejercicio que se antoja necesario para comprender, en toda su complejidad, una personalidad como la suya. Hoy, leyéndola, repasando textos cargados de poesía cruda, como los de Sweet oblivion, y reviviendo su atormentada existencia de creador, estamos un poquito más cerca de captar todo lo que nos quería decir. Y duele. Mucho.
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