FONDO DE CATÁLOGO
«El disco triunfó como la Coca Cola, vendiendo a mansalva y haciendo que varias de sus canciones fueran la banda sonora de millones de personas durante aquellos doce meses»
Van Halen
1984
WARNER, 1984
Texto: MANEL CELEIRO.
Van Halen, ah, Van Halen. Una de las bandas cumbre del rock de estadios en Estados Unidos, desde finales de los setenta hasta la segunda mitad de la década de los ochenta. Nos referimos, por supuesto, a su tiempo de máximo esplendor, con la formación que todo aficionado tiene grabada a fuego en su memoria. Ya saben, los hermanos Van Halen —Eddie a la guitarra y Alex a la batería— secundados por David Lee Roth como cantante y Michael Anthony al bajo. Tras currarse noches y noches en fiestas privadas, bailes de instituto, garitos y pisar todos los escenarios, ya se habían hecho un nombre en el circuito de salas de Los Ángeles; así que, una vez curtidos y consumado el aprendizaje que toda banda debería tener, solo les hacía falta un golpe de suerte, esa ayuda que te hace saltar de nivel, subir de división, jugar en las grandes ligas. Pasar de colar de refilón tus temas propios, entre la ristra de versiones con que contentar al personal mientras busca plan y bebe cerveza un viernes o un sábado, a tener tu primer disco y lanzarte a por el sueño.
Los inicios
Ese toque de magia pudo venir de la mano de Gene Simmons (Kiss), que los vio tocar en uno de esos clubes nocturnos y quedó prendado. Se ofreció a grabarles (y pagarles) una maqueta, pero no tuvo la labia suficiente para convencer a su compañía de la valía de los muchachos. Sin desánimo, siguieron petando sus conciertos y fue un A&R de Warner, que había salido a tomar unas copas con el productor Ted Templeman, el que se quedó alucinado con el potencial que destilaban sobre las tablas. Según cuenta la leyenda, les fichó para el sello nada más terminar el bolo en el Starwood Club. No es de extrañar: un guitarrista vertiginoso e innovador, un vocalista que derrochaba testosterona, un sentido del espectáculo brutal, de aquellos que se ganan audiencias —sean cien en una pequeña sala o veinte mil en un gran recinto— desde el segundo uno y una sección de ritmo de impresión, tan atronadora como versátil y adaptable a los que se necesite de ella.
Su debut fue todo un éxito con la versión del “You really got me”, de The Kinks, como bandera y Eddie llevando a su máxima expresión la técnica del tapping en la pieza instrumental “Eruption”. Un triunfo comercial que se mantuvo con Van Halen II (1979), el monumental Women and childern first (1980), Fair warning (1981) —un disco incomprendido en el momento de su salida al mercado y al que, afortunadamente, después se ha hecho justicia— y Diver down (1982), que alternaba versiones con temas propios. Ese éxito también había hecho aparecer los tan recurrentes roces entre ellos, sobre todo entre Eddie y David. Diferentes formas de ver el futuro artístico de la banda y los egos que la fama infla hasta el infinito empezaron a hacer su trabajo de picapedreros.
Así estaba el panorama al grabar el que sería su sexto trabajo en estudio con su hombre de confianza, Ted Templeman, encargado de los controles. Los sintetizadores y los teclados, que ya habían estado presentes en discos anteriores y se habían usado en algunas canciones pretéritas, si bien más como fondo sonoro, herramienta de creación de atmósferas y de pulir los arreglos, tomaron las riendas en algunas de las composiciones, lo que no hizo mucha gracia a parte de sus fans, ni tampoco al rubio vocalista como veremos con posterioridad. El asunto es que 1984, titulado como su año de edición tras descartar otras opciones, triunfó como la Coca Cola, vendiendo a mansalva y haciendo que varias de sus canciones fueran la banda sonora de millones de personas, sobre todo en Estados Unidos, durante aquellos doce meses.
El disco
¿Alguien puede resistirse a “Jump”? Ejemplo perfecto de rock pegadizo, con estribillo vacilón y que exuda alegría y ganas de vivir. Ese riff de sintetizador provoca felicidad con solo segundos de escucha. Sin dejarte respirar llega “Panama”, otro pelotazo, aquí la guitarra es marca de la casa, una oda automovilística (bueno, en algunas ocasiones Dave dijo que se inspiró en una stripper) con otro estribillo pujante y eufórico. “Top Jimmy” no baja el nivel, todo va hacia arriba de manera imparable, seis cuerdas decididas y Dave entonando la letra tan chulo como solo él puede hacer.
“Drop dead legs” es puro Van Halen, batería y bajo pisan fuerte, Eddie corre por el mástil y Dave demuestra su capacidad para extraer todos los recursos de sus cuerdas vocales; el rock metalizado de “Girl gone bad” o “House of pain”, el trote boogie de “Hot for teacher”, y su historia de enamoramiento adolescente, son otros puntos álgidos. Mientras, “I’ll wait” anticipaba el camino que transitarían durante los años con Sammy Hagar. Camino que no le hacía el peso a David que, sumado a sus deseos de montárselo por su cuenta, provocó que se largara con viento fresco pocos meses después, finiquitando con su partida la trayectoria inmaculada que llevaban hasta el momento.
Tras la era Hagar vino otro vocalista, Gary Cherone, así como la correspondiente limadura de asperezas y el reencuentro; sin embargo, nada comparable a esta espectacular formación durante esa etapa de máximo apogeo. La historia llegó definitivamente al final con la muerte de Eddie, a causa del cáncer, en otoño del pasado 2020. Un tipo influyente y único que merece espacio aparte.
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Anterior entrega Fondo de Catálogo: How will the wolf survive? (1984), de Los Lobos.