Dry (1992): el primer desafío de PJ Harvey

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TREINTA ANIVERSARIO

«Once canciones que son puñetazos, directas, crudas, sin adornos y con unas letras que, aún siendo superadas en discos posteriores, ya apuntaban muchas de las virtudes con las que PJ lleva deleitándonos estas tres últimas décadas»

 

El disco con el que, a pesar de las dudas y los miedos, debutó la compositora y cantante inglesa, allá por 1992, ya asentó muchas de las bases sonoras y conceptuales que han ido definiendo su obra con el paso de los años. Hasta él regresa Fernando Ballesteros, en un viaje que demuestra la personalidad de PJ Harvey desde el principio de los tiempos.

 

PJ Harvey
Dry
Island Records, 1992

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

PJ Harvey nunca ha sido una de esas personas que opta por el camino más fácil. Artista multidisciplinar y arriesgada, artista total, siempre ha dejado fluir sus creaciones sin mirar a la galería. La reacción inmediata, el reconocimiento más o menos masivo, no es su preocupación y eso es lo que la convierte en una creadora única. Pero claro, tenemos en la cabeza ya a la PJ consagrada, la que se puede permitir lujos. Ahora adoptemos otro punto de vista y, para ello, vamos a trasladarnos treinta años atrás en el tiempo. Solo así podremos intentar comprender las inquietudes de una joven que tenía ante sí el reto de grabar su primer elepé. Por aquel entonces, ella ya llevaba un tiempo persiguiendo su sueño y, una vez que lo acariciaba ya con la punta de los dedos, lo que rondaba por su mente era que aquella bien podría ser la única posibilidad que iba a tener en su carrera.

Una artista joven tiene dos opciones ante esa una situación como esta. Puede elegir la vía fácil y complacer al mayor número de personas, para así asegurarse que habría más posibilidades en el futuro, pero también puede pensar: «Estoy ante la que puede ser mi única oportunidad de comunicarme con el mundo, así que voy adelante con todo, sin ninguna concesión». Cómo habrán imaginado ya, Polly tiró por este segundo camino.

 

El arte de PJ tiene sus propias reglas

Comenzaba 1991 y, tras dejar Automatic Dlamini, PJ tomó la decisión de echar mano de sus ex compañeros Rob Ellis e Ian Oliver para darle forma a PJ Harvey Trío. Se iniciaba así su carrera en solitario. Ella cantaba y tocaba la guitarra, Ellis se ocupaba de la batería y de hacer voces y Oliver del bajo, antes de volver a Automatic y ser reemplazado por Steve Vaughan. Todo era aún embrionario, la inquieta Polly no tenía claro siquiera que su camino fuera la música y se trasladó a Londres para estudiar escultura. Fue en octubre de aquel año, tras llamar Too Pure a su puerta, cuando la música ganó definitivamente la partida.

En poco más de tres meses, a finales de 1991, se grababa Dry, el debut de PJ Harvey. Un disco en el que iba a volcar todas sus inquietudes, lo mucho que tenía que comunicar y, además, lo iba a hacer de una forma no precisamente muy amable; si había que jugársela, si aquella iba a ser su única oportunidad, lo iba a hacer con sus propias reglas.

El resultado era un rock rugoso, personal, al que es muy difícil encontrarle paralelismos. En los surcos de Dry, la inglesa fue capaz de encontrar su propio lenguaje partiendo de unos presupuestos que no se alejaban de los sonidos que dominaban el mundo. No había en el disco, sin embargo, estribillos rompedores, ni canción alguna que pudiera convertirse en un hit. Todo eso le quedaba muy lejos a Harvey, a la que no le preocupaba la gratificación inmediata en forma de éxito comercial. Quería tener una carrera y si no podía ser, si aquella terminaba siendo su única bala, se iba a quedar satisfecha y consciente de que no se había dejado nada en el tintero.

Así se explica una obra tan compleja como esta, once canciones que son puñetazos, directas, crudas, sin adornos y con unas letras que, aún siendo superadas en discos posteriores, ya apuntaban muchas de las virtudes con las que PJ lleva deleitándonos estas tres últimas décadas. Hay en el álbum algo de blues a su manera particular, llevándolo a un terreno en el que convive con el punk y su espíritu furioso que arrolla. Y todo teñido por una forma de hacer que se nutría, según sus propias palabras, más de las enseñanzas de pintores y escultores, que de otros autores de canciones o poetas. Por eso, entre otras cosas, es única. También lo es su voz, versátil, distinta, capaz de transmitir sentimientos diferentes, y hasta contradictorios, en apenas un abrir y cerrar de ojos.

 

Once canciones. Once impactos

Desde la inicial “Oh my lover”, Harvey despliega un discurso personal que, con el paso de los años, sería etiquetado pero que, en aquellos momentos, era el suyo; así de simple. La poesía domina la tristeza de la canción que nos da la bienvenida, antes de que “O Stella” se suelte la melena con rock y sonidos que le emparentan con otros compañeros generacionales.  “Dress” es una de esas maravillas en las que se pueden encontrar buena parte de las virtudes de un álbum. Es conmovedor reflexionar sobre todo lo que podía expresar, con unos versos y unos cuantos acordes, una artista debutante de poco más de veinte años.

“Victory” irrumpe con fuerza y “Happy and bleedin” nos pasea por distintos paisajes, mientras que “Sheela na gig” demuestra, con su contundencia pegadiza, los motivos por los que se ha convertido en un clásico de su discografía.

Tanto desenfreno, semejante demostración de fuerza, encuentra su contrapunto en “Hair”. Pero “Joe” nos devuelve a caminos más rudos y se disfruta igual. A estas alturas del disco, a PJ Harvey le debía parecer que le quedaba mucho por decir y se descuelga con la locura y la riqueza instrumental de “Plants and rags”. “Fountain” vuelve a ser muy 1992, ya saben, sombría y con algunos de los rasgos que pusieron sobre la mesa los chicos y las chicas del grunge. El final lo protagoniza “Water”, que te deja con la sensación de que, a pesar de las abruptas sendas transitadas, el viaje se ha disfrutado y hasta se ha hecho corto.

Dry no llegó a los primeros puestos de las listas. Sus ventas, de hecho, fueron más bien modestas; pero la crítica se deshizo en elogios y su nombre figuró entre los destacados del año, además de convertirse en favorito de gurús como el mismísimo John Peel. Se trataba de una obra que sentó las bases de una carrera sobresaliente. Por ese motivo, por haber sido el principio de algo tan grande, siempre tendré este disco de PJ en el pódium de sus trabajos más importantes. Y eso que, al año siguiente, Harvey ya había editado su segundo trabajo, y era tan inspirado y desafiante como este. Ese carácter indomable y su vena experimental han estado siempre presentes, incluso agudizados con el paso del tiempo. Lo suyo nunca ha sido acomodarse, tampoco cuando comenzaron a llover los premios y el éxito.

Polly nunca ha editado un disco flojo y su currículum lo adornan no menos de cinco elepés soberbios. Estamos ante una artista única y todo lo que nos ha mostrado en estas tres últimas décadas, en su carrera en solitario, en colaboraciones y en cada paso que ha dado, ya estaba por lo menos esbozado en Dry, un disco para la historia que, en este 2022, sigue generando una catarata de emociones cada vez que se escucha.

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