Ramírez Exposure: «Esta colaboración es una alineación de dos compositores con formas idénticas de entender la música, pero cada uno tiene su propio mundo»
El músico valenciano Víctor Ramírez y el veterano emblema de la escena de culto neoyorquina, Marc Jonson, han sumado fuerzas para levantar un proyecto común del que, desde el pasado 14 de octubre, podemos escuchar la primera entrega, Turning on the century. Vol. 1. Un disco compuesto por ambos, grabado a medio camino entre Valencia y Nueva Jersey, y del que ya andan recogiendo los frutos. Sobre su unión, su amistad y su música compartida hablan con César Campoy en esta charla a tres.
Texto: CÉSAR CAMPOY.
Fotos: R.E. y SON ESTRELLA GALICIA.
Víctor Ramírez es un artista avispado, incansable y curioso. En menos de una década atesora una discografía personalísima, cristalina, armada a base de celestiales criaturas condenadas a glorificar el pop más delicioso y brillante que cualquier oído selecto pueda ser capaz de asimilar. En 2015, con aquel celestial Book of youth (Damian Records), producido por Joaquín Pascual, el valenciano se desmarcaba con un fantástico estreno en solitario, tras haber formado parte de proyectos tan loables como Oh, Libia! (junto a J.T. Prewitt) o los irrepetibles Coleccionistas (en compañía de Remi Carreres y Jorge Tórtel). Con aquella primera referencia, que apuntaba el inminente nacimiento de la marca Ramírez Exposure, el joven compositor e intérprete volvía a dejar atónitos a aquellos que le seguían la pista desde sus inicios musicales. Víctor comenzaba a construir un proyecto basado en su sana obsesión por las melodías perfectas y los estribillos eternos; aquellos que están llamados a perpetuarse merced a líneas melódicas tiernamente optimistas. Por si esto fuera poco, el creador iba tejiendo un universo particular a partir de unos textos repletos de ironía, y una filosofía rebozada de elegantes referentes de la cultura popular, tanto sonora como visual.
Dos años después, en 2017, Ramírez daba un salto de gigante con el excelente Young is the new old (Munster), animado tanto por la compañía de su inseparable perro Colombo, como por el apoyo acérrimo de dos de los más curtidos amanuenses del pop mundial de las últimas décadas: un Ken Stringfellow (The Posies, Big Star, REM), a quien Víctor ya conocía de la época de Oh, Libia!, y un Marc Jonson al que admiraba y veneraba desde que escuchó una de sus perlas sonoras más recomendadas: «Una amiga me descubrió “Suddenly sunshine”. Hice una versión, busqué a Marc en la red y se la envié. Así empezó todo. Creo que para los dos ha sido muy importante involucrarnos artísticamente. A mí, personalmente, me da la vida», afirma un Ramírez que, desde aquel momento, estableció una suerte de relación, condenada a ser eterna, con el creador de aquel inmortal Years (Vanguard, 1972) que le convirtió, en aquel momento, en una de las jóvenes promesas con más proyección de la vibrante y colorida escena neoyorquina.
Marc Jonson: «Me reconocí en Víctor desde el primer encuentro con él y su música. Llegó hasta mí teniendo que cruzar el océano Atlántico. Eso es algo que yo hubiese hecho a su edad»
En una ocasión, el propio Ramírez aseguró, a quien suscribe, que Jonson era lo más parecido al tipo de persona que él podría llegar a ser con 65 años. Tamaña fue la química surgida entre ambos. Ahora, preguntamos al creador de culto norteamericano si se ve reflejado en el valenciano cuando contaba su edad: «Sí, esa es una muy buena pregunta. Me reconocí en Víctor desde el primer encuentro con él y su música. Alguien con destacada pasión, que llegó hasta mí teniendo que cruzar el océano Atlántico para grabar su disco, cuando me pidió que se lo produjera. Eso es algo que yo hubiese hecho a su edad. Pienso en cuando yo estaba dando forma a Years, y busqué a Barry Krost, el manager de Cat Stevens. La música de Víctor es muy real y auténtica. Sus grabaciones, su voz y sus melodías me recuerdan a cosas que me encantan y ese tipo de material es poco común». A partir de entonces, la conexión entre ambos músicos quedó sellada por los siglos de los siglos. Las colaboraciones y concursos de uno en los proyectos del otro, y viceversa, se dispararon. De hecho, desde aquel 2017, ambos han girado juntos, tanto a una, como a otra orilla del Atlántico. Certificaba, de esta manera, Víctor, una proyección internacional innegable, y una querencia por el universo cultural anglosajón que le ha llevado a actuar, en repetidas ocasiones, en escenarios norteamericanos (el prestigioso festival SXSW; el Bob Dylan: Subterranean 75th Birthday Salute, junto al propio Jonson…), y asentar una férrea relación con músicos de fama y solvencia tan reconocida como (además de Ken y Marc), Richard Lloyd (Television), Brian Young (The Posies, The Jesus & Mary Chain, Fountains of Wayne), Todd Herfindal (Alesha Dixon, The Meadows), Ian Moore, Joe Lambert…
Sí, la esencia de Ramírez Exposure emana ambiciosa internacionalización. Es indudable. Pero, ¿cómo se siente uno entre tanta genialidad contrastada? ¿Acaba estableciéndose una especie de relación paternal? ¿De tú a tú?. «Siempre, de tú a tú. A Ken y a Marc los quiero mucho. He aprendido una enorme cantidad de cosas gracias a ellos, y son un maravilloso ejemplo de personas que aguantan el tipo cuando la necedad y la mediocridad vienen a embestir y a hacer daño».
Pop intergeneracional
Ahora, Jonson y Ramírez han rizado el rizo construyendo un proyecto que, evidentemente, se antojaba necesario tras la publicación, en 2021, de Exit times (Lovemonk), el tercer larga duración del segundo. En él, el valenciano asentaba, de nuevo con la connivencia de Stringfellow y Young, esa maestría a la hora de rendir tributo al pop en sus más efectivas y recomendadas facetas: lo sunshine, lo psicodélico, lo folk y, si se tercia, lo power.
Tan solo unos meses después, comentábamos, todas esas aristas se han materializado, este 2022, en Turning on the century. Vol. 1 (Hurrah!), el maravilloso elepé firmado por Marc y Víctor, compuesto por ambos a medias, y convertido en un tributo a lo mejor de los mejores: Phil Spector, Brian Wilson, George Harrison… Grabado a medio camino entre Valencia y Nueva Jersey, la comunión ha sido perfecta en esta fusión definitiva de dos almas, prácticamente, gemelas, como confirma un Ramírez que asegura que a ambos, además de sus obsesiones sonoras, les unen muchas más cosas, como su actitud filosófica ante la vida: «Recuerdo que, cuando grabábamos juntos en Nueva Jersey, aprovechábamos los tiempos muertos para ver películas y comentarlas. Eso es algo que siempre me gusta hacer con todos y cada uno de los productores con los que he trabajado. Con Marc vi una que le gusta mucho y que yo no conocía: The pope of Greenwich Village (Stuart Rosenberg, 1984), con Mickey Rourke. ¡Y también veíamos capítulos de Colombo! Resulta verdaderamente sencillo congeniar con alguien como Marc. Es un entusiasta de la vida que te contagia toda su energía».
Ramírez Exposure: «No es tan raro, hoy en día, eso de no coincidir en estudio, y lo cierto es que lo prefiero a la dinámica democrática de las bandas, donde me parece que se pierde mucho tiempo»
Tras la última gira juntos, los dos intérpretes estuvieron una temporada sin mantener contacto. No obstante, durante la pandemia lo retomaron, recuerda Víctor: «Estuvimos hablando mucho de nuestras circunstancias personales y artísticas, y finalmente llegamos a la conclusión de que era un buen momento para unir fuerzas y hacer un disco conjunto. A medida que íbamos acumulando material, nos dimos cuenta de que no era mala idea eso de dividir la colección en dos volúmenes. Me gustaba mucho esa idea, como el Apple Venus (Idea/Cooking Vinyl, 1999), de XTC. Esta colaboración es una alineación de dos compositores con formas idénticas de entender la música, pero cada uno tiene su propio mundo». El propio Jonson certifica su mayor grado de compromiso, al involucrarse en este disco de manera más evidente a partir de la composición e interpretación de varios temas: «En la música siempre es más productivo trabajar con un productor, un arreglista o un compañero de composición. Siempre he sido fan de los Beach Boys, y de cómo han colaborado eternamente. Mike Love, Brian Wilson buscando a otros compositores… hace que todo fluya de una forma especial y creo que es bueno no limitarse a hacerlo todo uno solo. No podría hacer discos con cualquier persona, pero con Víctor es muy fácil porque entendemos muy bien la música del otro. Es como los Beatles, que eran cuatro y funcionaban de maravilla, o Simon & Garfunkel. Paul escribía las canciones, pero Art tenía un papel muy importante en el estudio. Que funcione es un misterio y es por ello que queremos seguir haciéndolo».
Quien decida sumergirse en Turning on the century. Vol. 1 retornará a tierra firme convertido en mejor persona. La decena de piezas que lo integran se alza como un grato diálogo entre dos creadores que se muestran cómodos a la hora de mostrar el lado más luminoso de su ser. Solo así se entiende que, a números tan sensiblemente optimistas, firmados por Víctor, como “Tilting at windmills” o la bellísima “Rain, rain, rain”, Jonson responda con monumentos de armonías perfectas como “Zing zong”, “Sour lemonade sour” o la inconmensurable “Appears”. Lo avanzábamos: melodías sanadoras, de cuyo efecto sabe mucho un Ramírez que, ya en aquel Exit times, encontró un alivio espiritual a diversos traspiés terrenales. Porque la música ha devenido, en tiempos tan hostiles, bálsamo imprescindible para espíritus de bien, y el valenciano ha topado con el método perfecto para, a base de ironía y pop soleado, dar con el ungüento ideal: «Creo que las canciones más divertidas y emocionantes suelen ser las que tienen un trasfondo dramático tratado con mucho humor. Tengo comprobado que lo mejor es reírse hasta de la más esperpéntica injusticia o desgracia».
Marc Jonson: «Las mejores canciones son las que no intentas alimentar demasiado con la idea que tienes en mente, o aplicarle cierta fórmula que consideras que es popular»
En busca de la canción perfecta
Repleto de evidentes homenajes a gigantes como los Beach Boys, Jonson ha querido evidenciar, en su sentida “Tape recorder”, su admiración por otra de las figuras capitales de la historia de la música: el mítico Dion DiMucci, con el cual llegó a establecer, incluso, una curiosa relación: «En 1972, justo antes de que Years saliese con Vanguard, tuve la oportunidad de abrir para Dion en el Kenny’s Castaways, de Nueva York. Tras aquel concierto, me dijo que le gustaba mucho mi música. Volví a coincidir con él en 1989. Fui a escucharlo al Southampton College cuando hacía una serie de conferencias. Se centró en su vida y habló de la gira del Winter Dance Party, que se cobró la vida de Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper. Dion [actuaba junto a The Belmonts] se salvó por un azar del destino, porque estuvo a punto de coger el avión en el que los otros artistas se estrellaron y murieron. A la mañana siguiente quedamos para almorzar y me contó que iba a salir de gira con Dave Edmunds, que resulta que había grabado mi canción “King of love”, así que se dio una bella coincidencia. En 2009, volví a pasar un rato con él en Boca Ratón. Salimos a almorzar, y mi mente daba vueltas (literalmente) cada vez que escuchaba esas increíbles historias. Es un gran artista que siempre me inspira, y creo que sus últimas grabaciones son tan buenas como siempre. Es un hipster universal de su época, y un superviviente cuya música representa fielmente esa actitud del Bronx, de tipos duros que otros como Fabian Forte no sabían transmitir igual. Cuando me da por escribir es inevitable incluir sus ideas en mis canciones. Las referencias a Dion en “Tape recorder” hablan mucho de lo que su música representa y de lo satisfactoria que resulta. Es el tipo de cantante que siempre se tomaron muy en serio gente como Dylan o Paul Simon. Siempre hablaban de él como de alguien verdaderamente importante. También lo es para mí», sentencia un Marc acostumbrado a crear éxitos, sobre todo, para otros intérpretes. Temas cuyo grado de perfección hace que nos preguntemos dónde reside el secreto a la hora de tratar de cincelar la canción ideal, eterna: «Cuando coges una guitarra o te sientas al piano, la inspiración llega sin avisar. Las mejores canciones son las que no intentas alimentar demasiado con la idea que tienes en mente, o aplicarle cierta fórmula que consideras que es popular. Solo deja que salga. Es como cuando te ríes mucho cuando algo te parece divertidísimo. Te golpea. No se puede ni explicar. Y ocurre que, cuando lo intentas explicar, ya no tiene gracia, y para mí eso es lo que realmente son las canciones eternas. La única manera de explicarlas es expresándolas. Simplemente sabes en el momento que un tema tiene esa magia o la retiene de diferentes formas, ya sea a través de cierta melodía que se repite de una manera particular o de un estribillo que te llega directamente al alma. Lo sabes y punto. No tiene nada que ver con entenderlo ni pensarlo, tiene más que ver con sentirlo».
Marc habla con conocimiento de causa. Lleva más de medio siglo dando a luz criaturas de belleza evidente. Seres sonoros que, no obstante, sus admiradores consideran que abandona, en demasía, en brazos de otros intérpretes, en detrimento de una carrera propia tan interesante como esporádica. Habiendo firmado, entre otros, dos discos tan maravillosos como Years y 12 in a room (ambos publicados con veinte años de diferencia), así como aquel energético Marc Jonson & The Wild Alligators, ¿es el norteamericano consciente de lo huérfanos que se sienten aquellos que aman su música? ¿Por qué no se ha prodigado más en cuanto a trabajos propios? «Muchas estrellas empezaron a lo grande en el período inicial de los setenta y, en mi caso, no fue diferente. Me aseguré un contrato discográfico de los buenos, en Nueva York, tras llevar unas demos. Tuve dos ofertas, una de RCA y otra de Vanguard. La de RCA incluía que yo produjera a otras personas, pero yo no quería sentarme en una oficina y revelar todos mis secretos de grabación, quería seguir mi camino y salir de gira. Busqué a Barry Krost para llevar esto a cabo, pero resulta que, por aquel entonces, él estaba trabajando con Colin Blunstone (The Zombies), que acababa de grabar One year. Mi disco Years estaba listo para salir, y Barry pensó que todo aquello podía resultar un poco confuso. Yo había grabado, pero no tenía ninguna forma de organizar un plan con un mánager ni nada… así que, por mi propio pie, me introduje en el ambiente del Greenwich Village y empecé a tocar en los clubs. La gente comenzó a grabar mis canciones y el tiempo fue pasando. Hice todo lo que pude para conseguir otro buen contrato discográfico, pero no hubo suerte. Tuve algunos representantes, pero se cabreaban cuando se enteraban de las cosas que yo había estado haciendo durante esos años, así que finalmente cogí las demos y me puse a grabar en mi casa. Todo eso se transformó en dos discos estupendos: 12 in a room (Tabula Rasa) y Last night on the Roller Coaster (Radioghost). Y el disco de los Wild Alligators, que captura muy bien la energía de esos días en Nueva York. La inconsistencia en mi carrera por aquel entonces se debe a mi falta de concentración y al hecho de no haber tenido un mánager. El tiempo siguió pasando y finalmente decidí que iba a sacar estos discos con la ayuda de sellos independientes como Munster, Not Lame y otros. Así que soy un artista underground que realmente no ha tenido un momento verdaderamente álgido. Algunos lo tienen y luego desaparecen. Pienso muchas veces en los comienzos de Elvis y lo bueno que era al principio. Luego se fue al ejército y, cuando volvió, tuvo un par de años buenos y entonces empezó a hacer esas películas raras que no reflejaban para nada su verdadero y primitivo talento», se sincera Marc.
«Quien decida sumergirse en Turning on the century. Vol. 1 retornará a tierra firme convertido en mejor persona»
Entre amigos
Pese a la coherencia sonora y el espíritu unificador que supura Turning on the century. Vol. 1, su gestación se ha concretado en la distancia. Sobre todo, entre Marc y Víctor. Quien sí pudo compartir espacio de grabación con el valenciano fue un Stringfellow que, como no podía ser de otra manera, también quiso poner su granito de arena: «Marc grabó sus partes desde Plainfield, a 6.099 km de mi estudio casero. Ken, en cambio, grabó en mi casa aprovechando unos días que paraba por Valencia. No es tan raro, hoy en día, eso de no coincidir en estudio, y lo cierto es que lo prefiero a la dinámica democrática de las bandas, donde me parece que se pierde mucho tiempo y la energía se disipa hasta llegar a un punto en el que ya no se sabe muy bien si la cosa va a funcionar como uno quiere. Creo que por eso rehúyo de tener una banda. Trabajar a distancia resulta genial cuando lo haces con personas que sabes que lo que van a aportar es espectacular. Durante el proceso de grabación, hemos contribuido colectivamente a sorprendernos a medida que íbamos añadiendo partes a lo que cada uno hacía», afirma un Ramírez, como siempre, orgulloso, no solo del contenido, sino también del continente. De hecho, el artista siempre ha otorgado una importancia vital al diseño de las carpetas de sus discos. Suelen mostrar mucho de su cultura musical y visual, y suelen contar cosas sobre su filosofía de vida y su estado de ánimo.
Tras haber colaborado, en este aspecto, con figuras como Angela Dalinger, en este caso, la cosa ha corrido a cargo de Claudia Torán y Paula Costas: «La portada la ha hecho mi novia, Paula. Se inspiró en John Alcorn, un artista que diseñó las portadas de una serie de libros (Astrological revelations about you), publicada por el famoso astrólogo Sydney Omarr. También hay algo de Milton Glaser, en el que ya se inspiraron XTC para la portada de Oranges & lemons (Virgin, 1989). Siempre aprendo un montón de alguien como ella, que es una devoradora empedernida de arte. Claudia ha hecho el estupendo diseño. La combinación de ambas ha sido genial. Me encanta cuando una parte tan importante de un disco está en manos de gente imaginativa y con buen gusto como ellas».
Ahondando en ese espíritu internacional, este larga duración está distribuido, fuera de España, a través de Kool Kat Musik: «Estoy satisfecho con el recibimiento que está teniendo en Reino Unido, Estados Unidos y Francia. Parece que esos tres países son los que mejor conectan con nuestro sonido. ¡Ojalá poder girar por todos ellos muy pronto!», sueña un Víctor que, en compañía de Marc, ya anda dando forma a una esperada gira que volverá a subirles a un escenario a partir de la primavera de 2023. Coincidiendo con ella, verá la luz la segunda entrega de Turning on the century. ¿Por dónde andarán los tiros? Ramírez nos lo aclara: «Será bello y sorprendente como este, eso seguro». Hasta que llegue aquel momento, por su parte, Jonson (experto en rodearse de buenos músicos patrios, teniendo en cuenta que, hace poco más de tres años, también compartió tablas y grabación con las gentes de Compañía de Sueños Ilimitada), apenas tirará de relax, según nos confirma: «Sigo grabando canciones en mi estudio cada día, todo el tiempo. No dejo de almacenar temas geniales. Muy pronto voy a participar en un concierto benéfico para Pat DiNizio, de los Smithereens, un buen amigo mío que tristemente nos dejó en 2017. Y, por supuesto, estoy deseando iniciar la gira con Víctor».