«En manos de las administraciones públicas y en nuestras manos está el cuidar de esta artesanía»
El estado de salud de las salas, el caché de los músicos, Spotify, el papel de las administraciones públicas, los festivales, la educación musical y mucho más. Jagoba Estébanez abre el debate sobre la situación que vive la música, y muchos de los músicos, en nuestro país, de la mano de Jaime Anglada, Esther Zecco, Alejandro Pelayo (Marlango), Amaro Ferreiro, Fabián D. Cuesta, Ricardo Lezón (McEnroe) y Maren.
Texto: JAGOBA ESTÉBANEZ.
Fotos: ANA MÁÑEZ (foto Alejandro Pelayo), PAULA MARÍN (foto de Amaro Ferreiro), EDU VÁZQUEZ (foto de Esther Zecco), JUAN MARIGORTA (foto de Fabián), VICTORIA MUÑOZ (foto de Jaime Anglada), ANA CASANOVA (foto de Ricardo Lezón).
En estos tiempos tan inauditos apenas hay músicos afortunados de estar tocando con banda y en grandes escenarios, pues este gran trozo del pastel es solo para los más populares. La mayoría lo tiene mucho más difícil, complicación agravada desde hace dos años por la presencia del Covid. Muchos dan bolos en salas para veinticinco personas, teniendo que hacer dos pases, con el miedo presente entre buena parte de los asistentes y ante la incertidumbre del cambio de restricciones cada poco tiempo, sin saber si finalmente podrán ofrecer el concierto que tenían programado y, a consecuencia, con la posibilidad de no obtener ingresos. En varios casos han recibido la noticia de la cancelación pocos días antes o incluso en cuestión de horas.
Por otro lado, el alquiler de una sala más grande para tocar con banda requeriría una asistencia de cientos de personas para empezar a cubrir gastos, tras haber pagado a la SGAE, sueldos de los músicos, desplazamientos… Todo esto sin un caché de por medio, ni una promoción que, por ejemplo, los festivales sí llevan implícita, pero que solo está al alcance de unos pocos. Alquilar una sala para tocar con banda es tirarte al ruedo y cruzar los dedos. Este bloqueo es la realidad que representa a alrededor del 90% de los músicos de nuestro país.
Bajo esta premisa, y buscando conocer la situación de primera mano, charlé con los afectados y los que mejor conocen los tejemanejes del entorno: los propios músicos. Propusimos colaborar a varios artistas de diferentes puntos del país, con mayor o menor experiencia, pero todos con algo en común: la música como vocación y como profesión.
Ingresos durante la pandemia
La primera realidad a la que nos enfrentamos es que ninguno ha tenido ingresos relacionados con la música durante los meses más duros de la pandemia, en los cuales las salas permanecían cerradas; una dura situación que la mayoría aprovechó para componer. «La suerte es que yo no tuve que poner las guitarras en ERTE, no son productos perecederos como en otros muchos casos. Las tenía siempre ahí para mí», comenta Jaime Anglada, que tuvo que salir apresurado desde Madrid hasta su domicilio en Mallorca, viendo la que se avecinaba. «Tuve que tirar de lo ahorrado y, por suerte, encontré gente generosa en el camino que realmente sabía por lo que estábamos pasando los músicos». Misma situación para Esther Zecco, segoviana con quince años de experiencia en el sector y cuatro elepés a sus espaldas: «Menos mal que tengo otro trabajo, soy trabajadora social. Si no hay conciertos no hay ingresos».
«Hace falta una buena educación cultural desde la escuela, desde bien pequeños inculcar arte, música». Alejandro Pelayo.
Hace ya muchos años que la venta de discos dejó de suponer un gran porcentaje en los ingresos de los músicos. Con la llegada de los medios digitales, la principal –por no decir la única– fuente de ingresos de la mayoría son los conciertos. Como no podía ser de otra manera esto sacó a Spotify a relucir, una de las plataformas digitales más queridas entre los usuarios y que más polémica genera entre los músicos.
Spotify
Prácticamente todos los usuarios que acuden a Spotify con suscripción, o de manera gratuita, lo hacen por su contenido musical; por lo que sería lícito afirmar que el mayor atractivo del gigante sueco son las canciones que crean los artistas, quienes (al menos los músicos con los que hablamos para este reportaje) no han recibido ayuda alguna en tiempos de vacas flacas por parte de la multinacional. Mientras tanto, esta ha ido aumentando número de escuchas y usuarios notablemente, llegando a rozar los cuatrocientos millones de usuarios e incrementando sus beneficios en más de un veinte por ciento.
Es decir, la industria musical, la evolución y la demanda del mercado han dejado prácticamente en desuso el formato físico para pasar a medios digitales, donde los músicos forman parte de un sistema retributivo mucho menor, e infinitamente más complejo, con su sistema de pago por transmisión prorrateado, además de añadir más intermediarios en la cadena final, más allá de las discográficas. «Todos los beneficios que generan las escuchas de los usuarios van a un fondo común que cada mes se reparte entre la propia plataforma (un 30% aproximadamente), discográficas, distribuidores y artistas, en función de lo reproducida que ha sido su música. Además, a mayor número de reproducciones en una plataforma, mayor porcentaje de ganancias por escucha. Si eres usuario de Spotify Premium por 9,99 euros al mes y solo escuchas un artista, eso no significa que las ganancias relacionadas con tu suscripción vayan íntegras a ese artista. En cambio, en Tidal (otra plataforma) están más proporcionadas las reproducciones de los usuarios con lo que gana el artista, está más centrado en la relación artista-oyente», nos explica Esther Zecco.
«Si tenemos que subvencionar el grupo más grande del país, ¿qué pasa con los más pequeños? Todo está muy politizado». Amaro Ferreiro.
Además de apenas recibir ingresos de dicha plataforma, la clave está en que, gracias a este sistema de funcionamiento, el artista grande siempre va a recibir, en proporción, mucho más por cada reproducción que el pequeño. Para que nos hagamos una idea: cada artista recibe unos 0,002 euros de media por reproducción, lo que supondría aproximadamente medio millón de escuchas necesarias para ingresar mil euros al mes. Se terminó aquello de comprar un disco y escucharlo poco si no te gustaba –ya habiendo recibido el creador los ingresos de la venta–, ahora los ingresos que le puedes dejar al artista con pocas escuchas es irrisorio, en comparación con la compra de un elepé. Flaco favor para los músicos, que no han recibido ingresos extra por Spotify mientras no podían girar, más allá de la posibilidad que ofrecía la plataforma de que pusieran una foto en su perfil reclamando ayuda por ser artista, esa nueva funcionalidad bautizada como Artists Fundraising Pick. «Con Spotify solo pueden llegar a negociar artistas muy importantes», afirma Fabián. Por último al respecto, Amaro Ferreiro sentencia que «Spotify es una estafa piramidal en la que los músicos son los principales damnificados».
Ayudas de las administraciones públicas
Hay consenso en lo que respecta al descontento con las ayudas de las administraciones públicas durante la pandemia. Jaime Anglada es claro al respecto: «He percibido falta de empatía, la gente que está tomando decisiones ni se preocupa en querer comprender la situación, gente cuyo sueldo no depende de nosotros. Deberían escucharnos, hace falta un altavoz. Pero a los músicos se nos ha expuesto (históricamente se ha hecho) como héroes para ponernos en primera línea de fuego y después no entender nuestras necesidades».
Amaro Ferreiro confiesa que le sorprendió mucho cuando se enteró de que la Xunta de Galicia estaba apoyando y destinando ayudas a varios grupos, que no solo no eran gallegos, sino que además eran algunas de las bandas más grandes e importantes del país: «¿Es necesario que el grupo más grande de España necesite una ayuda de la Xunta de Galicia? Si tenemos que subvencionar el grupo más grande del país, ¿qué pasa con los más pequeños? Todo está muy politizado, en concreto el tema de las bases para pedir las ayudas», añade el menor de los hermanos Ferreiro, además de ser muy conciso con la siguiente historia: «Nunca antes había pedido una ayuda, pero, un día, un tipo que lleva las subvenciones en Galicia en el ámbito de la cultura me paró y me dijo: “Amaro, qué bien que nos hayamos encontrado, porque vamos a sacar unas ayudas que están hechas para gente como tú”. Se trataba de unas ayudas para la producción de un disco en el que te podían llegar a financiar hasta el cincuenta por ciento del coste. Yo hice mi disco tal y como iba a hacer, pero cuando salieron las ayudas me di cuenta de que todo eran complicaciones. No pude acceder a ellas porque necesitaba una empresa para poder solicitarlas, cosa que yo no tenía, claro. Incluso intenté hacerlo bajo el paraguas de la empresa de mi hermano Iván, pero tampoco pude, porque nos dijeron que no se había producido un disco antes con esa empresa o algún rollo así; y estamos hablando de uno de los artistas más importantes del país. Llamé al tipo para ver qué ocurría y entonces me di cuenta de que las ayudas estaban destinadas a empresas concretas a las que yo no podía acceder. Las bases para pedir dichas ayudas seguramente ya están hechas por gente que las va a pedir. Es descorazonador. Al menos espero que quienes realmente las necesitaran las pudieran recibir».
«El estatuto del artista debe regular el pago de este colectivo; no solo en salas, sino también en plataformas digitales, debe haber unos mínimos». Esther Zecco.
Por otro lado, tenemos el asunto de la lengua. Maren, que compone en varios idiomas como euskera, castellano, catalán o inglés, no pudo optar a una ayuda para crear un disco por no ser este íntegro en euskera.
Sin embargo, Ricardo Lezón nos muestra la otra cara de la moneda, habiendo podido acceder a una ayuda promovida a nivel local por el ayuntamiento del municipio de Getxo (Bizkaia), recibiendo tres mil euros destinados a financiar parte de la grabación y fabricación de un disco. Gran iniciativa la de promover y subvencionar creaciones culturales.
Situación postpandemia
Pero no nos engañemos, hablamos de un colectivo que ya sufría antes de la pandemia, aunque ahora la situación se haya agravado. «Deterioro de la clase media», lo califica Alejandro Pelayo, dando ejemplos claros: «Se va quedando lo que llena y más impacto tiene, lo que suena en radios comerciales, si puedes entrar a tocar en un festival… Y lo pequeño, con suerte, termina como músico de bar». Todos coinciden en que, debido a las consecuencias del coronavirus, han tenido que bajar un escalafón y recortar la presencia de músicos encima del escenario debido a los cachés más ajustados. «Con Marlango hemos girado hasta once personas en la furgoneta, pero la crisis de 2009 empezó a afectar al caché y tuvimos que reducir. Ahora tocamos con dos formatos: con banda para festivales, o trío -piano, guitarra y voz- para salas. Pero, debido a las consecuencias de la pandemia, ya casi no hay oferta ni para el trío; así que en ocasiones ya hemos pasado al dúo, aunque muchas veces los que te contratan piden trío queriendo pagar dos -piano y voz-. La economía manda», se sincera Alejandro.
Esther Zecco hace hincapié en la bajada de escalafón: «Con la reducción de aforo se ha hecho un menos uno en todo, el de arriba ha bajado un escalón y debe adecuarse al de abajo. En Galileo ahora tocan los de la Riviera, los de Galileo están tocando en Libertad 8… Ha habido un bajón de público por la propia enfermedad, y ahora hay gente que tiene miedo a acudir a una sala de conciertos en medio de una pandemia, a pesar de lo que se esfuerzan las salas en hacer todo lo posible por seguir las recomendaciones sanitarias».
También Jaime Anglada reconoce haber ganado la mitad de la mitad, al no poder llenar los aforos y no poder moverse de la isla, habiendo podido al menos salir con la guitarra y alimentar su alma: «Por suerte, en Mallorca se empezó a tocar en terrazas y en hoteles -cosa que nunca había hecho- y contaron conmigo. Mucha gente en Palma empezó a acercarse a escuchar mis canciones. No se me cayeron los anillos por tocar en hoteles, me di cuenta que era algo que debía hacer en ese momento». Un artista de su talla, habiendo vendido más de ciento cincuenta mil copias del elepé Dentro de la noche y habiendo cantado con la friolera de ochenta músicos en el escenario dando cuatro conciertos sinfónicos, ahora tocando covers en la terraza de un hotel. «Aprender a estar solo en un escenario como forma de supervivencia. A todos nos gustaría poder ofrecer conciertos con banda, con la riqueza musical que ello supone; además, es una forma de dar trabajo a músicos excelentes que no necesariamente son frontmen», continúa Anglada. Ahora, poco a poco, va volviendo a salir de gira en solitario, y con Carolina Cerezuela en su dúo Anglada Cerezuela, sobre todo en Madrid.
«Debería haber un circuito de directos de verdad y no que se pongan palos en las ruedas como están haciendo. Hace falta unión de músicos pidiendo esto». Fabián.
Amaro Ferreiro corrobora la forzosa reducción de músicos en el escenario: «Con Iván (Ferreiro) hemos bajado de quince a seis, y yo en solitario de cinco a uno. Ahora voy a girar sin músicos, debo aceptar ir yo solo con la guitarra. Lo malo de esta situación es que está empobreciendo nuestra música, yo quería tocar con un grupo guay para seguir lanzando mi carrera y que la gente disfrute de nuestra música, pero no va a poder ser. Además, el siguiente disco tendré que hacerlo en un estudio casero porque ya no podré arriesgar lo que arriesgaba antes. Esto es una rueda que va empobreciendo tu música, quienes tienen los medios seguirán haciendo discos geniales, con buena producción y en un buen estudio; pero quienes no los tienen harán discos más pequeños, acústicos, pidiendo favores a amigos músicos…». Duras declaraciones.
Pero como todo en la vida tiene su lado positivo, algo bueno que nos ha brindado la pandemia es que, debido a las restricciones comarcales, muchas provincias han optado por contratar a músicos locales apostando por la «música de kilómetro cero». Como la gente era lo único que podía ir a ver en directo, muchos de los protagonistas han llegado a sorprenderse con el aforo que conseguían en su tierra; algo que antes no ocurría.
Tipos de conciertos y consecuencias
Antes se mencionaba la problemática de los cachés, centrémonos en esto ahora. Hay dos formas de tocar: con un caché cerrado o alquilando una sala, además de la fórmula híbrida de la que hablábamos antes en la que la sala se queda un pequeño porcentaje por entrada. Obviamente la primera fórmula, a priori, es independiente de la asistencia al concierto; mientras que la segunda tiene mucho riesgo para el músico, pudiendo llegar a ser deficitario el bolo. Es lo que le ocurrió el año pasado a Maren -más ya una sensación con una voz virtuosa, que una cantante emergente- por su dieciocho cumpleaños, tras haber alquilado una sala en Bilbao, su ciudad natal: «Alquilé el teatro Campos Elíseos para dar un concierto y terminé perdiendo dinero». ¿Se imaginan salir de casa a trabajar y volver con menos dinero? «Yo donde gano sobre todo es en acústicos, girando yo sola», reconoce.
Esther Zecco tiene clara su situación y lo que debe hacer: «Yo no toco en salas que deba alquilar, pero porque no me lo puedo permitir. Entiendo perfectamente que la sala deba llevarse una parte de mis entradas, pero nunca un alquiler como tal. Yo voy y hago mi trabajo, que es tocar, además de promocionar los conciertos; así que la sala debe hacer el suyo y cada uno que se lleve el dinero correspondiente por su trabajo. No puede ser que la sala cobre un alquiler y se desentienda. La mejor fórmula para mi situación es la de espacios como Libertad 8, La Fídula, Galileo (ya con mayor aforo) y demás, donde la propia sala se lleva una pequeña cantidad por cada entrada que venda el artista; cosa que me parece muy equilibrada, ya que ellos además de ceder el espacio se preocupan por el sonido, el personal de la sala, las copas… En caso de que no hubiera asistencia, es la sala quien lo asume; es un riesgo cuando contratan a un músico, pero después ellos ya decidirán si te llaman de nuevo o no». Hay quorum no solo en estas afirmaciones, sino también en lo que a las mejores salas se refiere con respecto a lo que venimos hablando: Galileo Galilei, Búho Real y Libertad 8, en Madrid; L’Oncle Jack, en L’Hospitalet (Barcelona); Café Teatro, en Valladolid; El Volander, en Valencia o el Gran Café y la Fundación Cerezales, en León; entre otras muchas.
«A los músicos se nos ha expuesto como héroes, para ponernos en primera línea de fuego, pero no se entienden nuestras necesidades». Jaime Anglada.
Salas que lo hacen lo mejor posible, pero que están sufriendo las consecuencias por igual. «Hay un acoso y derribo a las salas pequeñas. En León es muy complicado montar una sala para que toquen cantautores pequeños. Incluso en algunas (como el Café Teatro, en Valladolid) ya no dejan dar conciertos por ley, por un tema de ruido; y eso que estamos hablando de una persona con una guitarra. Otro tema es que, legalmente, tampoco te dejan ir con tu hijo pequeño a un concierto en una sala, pero sí a otros eventos multitudinarios», cuenta Fabián. «Debería haber un circuito de directos de verdad, promovido por una administración o quien sea, y no que se pongan palos en las ruedas como están haciendo. Hace falta unión de músicos pidiendo esto, porque la situación al ser tan precaria hace que cada uno mire por su único bien y beneficio». Para terminar, toca el tema de los pagos a los artistas en las salas: «Confiemos en que el estatuto del artista sea algo con sentido común, y no directamente obligar a las salas a que den de alta al músico cada vez que toque». En este último punto, Esther Zecco añade: «Otro problema o realidad a la que nos enfrentamos es que no hay un sistema legal a nivel de impuestos, ni un estatuto del artista en el que el artista menor pueda declarar legalmente sus ingresos, porque son muy pequeños. Así que a la mayoría de músicos de bar se les paga en B porque, si se hicieran autónomos, sería desproporcionado lo que deben pagar frente a lo que reciben». Al problema de la venta de discos debemos añadir lo que ocurre con los conciertos y las salas.
Festivales
«Los festivales se han cargado las salas», comenta Ricardo Lezón. «Y con esto, no quiero decir que los festivales sean malos, ya que los hay maravillosos; pero hay muchas diferencias entre unos y otros».
Fabián añade que «muchos músicos van a festivales perdiendo dinero y con condiciones humillantes, mientras que al cabeza de cartel le doblan el caché. Los festivales alimentan una burbuja tremenda que no se corresponde con la realidad, y si no tienes la suerte de haber entrado en esa rueda (alimentada a su vez por la radio pública, por ejemplo) es realmente complicado construir una escena digna. Hablo de determinado tipo de festivales. Los hay maravillosos, aunque suelen ser menos y más pequeñitos. Lo más triste es que, muchas veces, somos los músicos los que también ayudamos a inflar esa burbuja aceptando tocar gratis o por los gastos; es decir, perdiendo dinero, sin probar sonido (esto es algo que no soy capaz de entender, que en un festival de música no se pueda probar sonido), en horarios loquísimos… y todo por un supuesto escaparate que, lamentablemente, muchos medios de comunicación sí que compran: si estás en el cartel existes, si no, no. Por cierto, gracias Efe Eme por no ser así». Aboga por unos festivales con ética: «Los festivales deberían ser dignos en cuanto a condiciones para los músicos, creo que son cosas compatibles. El público debería saber que, mientras ellos disfrutan, muchos músicos en ocasiones están sufriendo. A lo mejor mucha gente se lo pensaría».
Maren –presente en muchos carteles de festivales- se manifiesta en línea de lo que dice Fabián, aclarando que se ha encontrado con ambos extremos: «Tengo cerrado un festival en el que me pagan menos que el caché, donde iré perdiendo dinero. Si fuera sola no estaría mal, pero claro, voy a ir con músicos ya que es un festival. Hay presión y todo se tiene en cuenta, si no vas a un festival del que te llaman porque cobras poco, puede que después no te llamen más». De todos modos, su experiencia en los festivales ha sido variopinta: «En otro me trataron genial, pudimos hacer un ensayo con puertas abiertas, nos pagaron el caché que pedíamos y además tocamos ante unas quince mil personas. Incluso en otro festival, en Ibiza, nos pagaron la estancia con alojamiento incluido, no solo el día que tocábamos, sino todo lo que duraba el festival».
«La cultura es un bien común, pero no hay ningún tipo de ayuda para jóvenes músicos». Maren.
La experiencia de Amaro Ferreiro con los festivales es poco gratificante: «Antes de la pandemia tenía fechas en un par de festivales que apenas me daban para cubrir gastos. Tras la cancelación por la pandemia, dichos festivales mantuvieron el compromiso de que se acordarían de los grupos pequeños, pero no ha sido así. En fin, ellos tienen todo el derecho del mundo a llamar a quien quieran». Además, sobre la moda de los festivales y las subvenciones, comenta: «Hay una moda desorbitada por la que, cada pueblo de España, quiere tener su propio festival acabado en “pop” o “fest”; es por ello que las ayudas han pasado, del sitio donde estuvieran antes a los festivales, que eran una iniciativa privada con un sponsor de cervezas o lo que sea, y que ahora resulta que también necesitan ayudas públicas para sobrevivir. Esas ayudas deberían ir a las salas, si no cuidas las salas se acaba este colectivo. Además, el festival es entretenimiento y ocio, más que cultura. No deberíamos ponerle la etiqueta de cultura. Hemos convertido en estrellas a los festivales, la gente quiere ir a tal festival independientemente de quién toque. Ellos deciden quién es guay y quién no lo es».
Posibles soluciones
Hemos tratado muchos temas, identificando varios obstáculos que afectan directamente a este colectivo que representa a la mayor parte de los músicos del país. Y, como no podía ser de otra manera, hemos discutido sobre posibles soluciones.
Alejandro Pelayo –músico de conservatorio– cree que se debe comenzar desde los pilares básicos: «Yo creo que hace falta una buena educación cultural desde la escuela, educar al público, desde bien pequeños inculcarles arte, música. Hay un club en Buenos Aires, que se llama Niceto, donde entran unas mil quinientas personas y la gente va allí independientemente del género, ya sea punk rock o pop; y todos los días está lleno. Hay una educación y un respeto por la música que aquí veo que falla. Siguiendo en Sudamérica, una vez en Brasil, se subió un señor con una guitarra y el avión se puso a aplaudirle; pero ojo, no era un músico famoso, sino que la gente lo aplaudía y le agradecía que se dedicara a la música y que hiciera canciones, porque les hacía bien. Aquí en España te subes al avión con un instrumento y se empieza a quejar la azafata, el de al lado… es un drama. Creo que falta mucha educación cultural en general, y con la música en particular».
Una anécdota que me contó Maren va en esta misma línea: «Estaba en la Durango Azoka (feria de Durango, Bizkaia) presentando mi elepé y escuché a un niño, que venía desde Iparralde (el País Vasco francés) con una excursión del colegio, decir que se había gastado ciento veinte euros en música. Me estuve fijando y la verdad es que estos compraban más, y mostraban mucho más interés, que los niños locales. Hay que despertar el interés a los niños, el gusto por la música, y no enfocarse únicamente en que todos tengan destreza musical o sean Mozart». Siguiendo desde los cimientos, la joven vasca incide en que «la cultura es un bien común, pero no hay ningún tipo de ayuda para jóvenes músicos. ¿Qué medios me das tú para que yo pueda hacer música? Si no, se terminarán los recursos. Algunas veces tengo que pagar para trabajar y eso no puede ser».
Alejandro y Maren también están de acuerdo en que, en España, no tenemos la cultura de ir a ver grupos que no conocemos. Maren apunta que «hay que ir a ver cosas que no conozcamos, con la cabeza en blanco. Lo guay es tocar en sitios donde no te conocen, que la gente se sorprenda y ya quieran conocerte. Es una manera de acercar la música a la gente». Por su parte, Alejandro me cuenta una anécdota sorprendente que le ocurrió en Alemania, y que podría trasladarse a nuestro país: «Hubo una noche que tocábamos en una sala en Leipzig donde nadie nos conocía. El concierto era en una especie de hangar o nave industrial, a las afueras de la ciudad. Ensayamos por la tarde y estábamos convencidos de que entre lo de noche que era y el frío que hacía –estaba nevando– no vendría nadie a vernos después. Pero la realidad fue otra, nos quedamos completamente sorprendidos cuando vimos que la sala estaba a reventar por gente que no ni nos conocía. Los organizadores nos contaron que había conciertos a diario, excepto los lunes, y que había un tipo de programación donde el público no sabía lo que iba a ver; y, aún así, se juntan unas cuatrocientas o quinientas personas todos los días. Lo mismo nos pasó en Viena, en Colonia… Me sorprendió y me alegró mucho ver la cultura musical que se respiraba allí, pero te puedo decir que esto en España no ocurre».
«Los festivales se han cargado las salas. Y con esto no quiero decir que los festivales sean malos, los hay maravillosos». Ricardo Lezón (McEnroe).
Con el tema de las salas, Fabián incide en «que no haya acoso y derribo a las salas de conciertos», y reclama «un buen circuito de salas apoyado por administraciones públicas». Otro problema ya tratado anteriormente al de las salas y los festivales es el pago a los artistas, donde Esther reitera: «El estatuto del artista, en el que se está trabajando, debe regular el pago de este colectivo; no solo en salas, sino también en plataformas digitales, debe haber unos mínimos». Un estatuto en proceso pero que Alejandro cree muy necesario: «Los cineastas tienen la academia del cine, pero en la música falta sensación de pertenencia, es todo más individualista. Hay que cuidar el oficio y que haya un estatuto que asegure que un músico tenga un mínimo. Primero que sea un gremio (a efectos de estatutos y lugar) y, segundo, una industria donde haya mínimos; como en los Estados Unidos, donde cada uno del equipo tiene un cometido y un salario ya estipulado a nivel legal, seguros, vacaciones, etc.». En lo relativo a los pagos, Jaime Anglada pide que por favor dejen de abrasar la música con el IVA, donde se sigue pagando el veintiuno por ciento. Pero antes de tocar se debe ensayar, por lo que Ricardo Lezón ve necesario crear una serie de salas en diferentes puntos del país para que los músicos puedan ensayar.
En lo que respecta a las ciudades: ¿Por qué no llevar la música a lugares donde apenas hay oferta cultural? Cuando la hay, el público del lugar lo agradece y se vuelca con el evento. El propio cantante de McEnroe reconoce que un concierto que dieron tras el confinamiento, en Buitrago de Lozoya (Madrid), fue todo un éxito; y lo mismo le ocurrió a Esther Zecco en un concierto que dio en un pueblo de Segovia, llamado Corral de Ayllón, donde acudieron a verla unas ciento veinte personas, el triple que su aforo habitual en salas. La mayoría de conciertos son en grandes núcleos como Madrid, Barcelona, Bilbao… «Si no tocas en Madrid parece que no existes», apunta Fabián.
Problemas y soluciones aparte, he tenido el placer de tratar con un humilde y resiliente colectivo que sabe que no es el ombligo del mundo, que reconoce los tiempos difíciles que está viviendo la sociedad y que se siente afortunado de poder dedicarse a lo que más le gusta: la música. Un arte que, como dice Amaro, «siempre se abre paso y encontrará la manera de buscar un lugar para que la gente la escuche». En manos de las administraciones públicas y en nuestras manos está el cuidar de esta artesanía, de esa necesidad tan íntima que tienen los artistas de hacer música que, en ocasiones, se acaba convirtiendo en canción para nuestro deleite y en sus ingresos. Salvemos la música.