DISCOS
«Aire oxigenante en las melodías y la interpretación, y un viento acerado en las letras que indica que tienen el radar de la calle bien afinado»
Las Dianas
Lo que te pide el cuerpo
Casa Maracas, 2021
Texto: CÉSAR PRIETO
¡Qué tiempos aquellos en que la virtud que se destacaba de un grupo de chicas era que eran un grupo de chicas! Y se decía poco, porque eran pocos. Con Las Chinas, Las Vulpes, estas con disco, y Pelvis Turmix, sin él, se acababa el asunto. Hoy en día, gracias a Dios, ya no las califican así; en parte porque hay tantos que resultaría ridículo. Y ello lleva, gracias a todos los dioses, a que sea algo normal.
Y no solo eso, pertenecen a todos los ámbitos estéticos y son de todas las edades. Las Dianas son de las más jóvenes, la mayor pasa un tanto de los veinte años, y son de Granada. Digamos que, por la edad, comprenderá el lector que aún son chicas de colegio, y ahí es donde nació el grupo, en un instituto. La historia es de manual, tres de las cinco componentes se apuntan a un taller de música —solo una de ellas sabía tocar un instrumento, ni los tenían— y deciden que quieren hacer un grupo de pop. Su profesor aconseja que, ya que comenzaron haciendo versiones de Los Flechazos, ellas sean Las Dianas.
Desde ese momento actúan en el patio del colegio y editan un epé y un disco de diez canciones en apenas un año. Todo se caracteriza por un aire oxigenante en las melodías y la interpretación, y un viento acerado en las letras que indica que tienen el radar de la calle bien afinado. Tomemos como ejemplo “Todo el mundo miente”. En ella, tras el bajo y la batería que lo inician todo, la canción recoge en orden aleatorio todo eso que decimos y no pensamos hacer ni en pintura: “te queda bien”, “lo voy a dejar” o “no lo haré más”. Y sazonan el plato con un muro de sonido y unos coros pura herencia Tamla Motown.
Basculan también las letras por paisajes de relaciones sociales y sentimentales, siempre muy adolescentes. En “Llorika” cualquier suceso lleva a una catarata de hormonas, al mundo contra mí y a la magnificación de lo rutinario. También queda claro en “Olvídame” que, como el “Odio” de los Pegamoides, habla de persecuciones con aparente voluntad de seducción. El espíritu del pop persiste. Como persiste en “La lista de la compra”, que comienza con el nombre del supermercado más pop y productos como matarratas por si alguien viene a casa, auriculares para no escucharlo y esa «Nocilla, ¡Qué merendilla!», que recuerda intensamente el aroma de Siniestro Total. O en “Hetero”, muy nuevaolera, con un estribillo que se te cuela.
Hay también un sector de espíritu ramoniano. “Beef Mac”, donde se desdoblan en el público que les lanza pullitas malévolas, o “Todos mis amigos tienen COVID”, la canción que hubieran hecho los de Queens si hubieran sufrido un confinamiento.
Todo es básico: melodía y tralla, aunque en “Te quiero (Lejos)” elaboran con más detalle en puentes, estructura y composición. Pero también es necesaria esta energía juvenil y esta efervescencia. No todo en el mundo ha de ser pop, pero en el momento en que desaparezcan estos grupos pimpantes, la música —como ha pasado en otras épocas— se volverá de nuevo aburrida y pesada; y los tontos, mejor cuanto más lejos.
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