COMBUSTIONES
«El documental sobre Petty, magnífico en su atención y gusto por el detalle, pantagruélico y panorámico, no descuidó las sombras ni ignoró los rincones oscuros»
En su columna semanal, Julio Valdeón recupera la figura del recientemente fallecido Peter Bodganovich y reivindica su legado. Una herencia rica en el séptimo arte, pero con brillantes incursiones en la música.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Si muere un grande, y si tuvo alguna vinculación secundaria aunque intensa, con la música, pues nada, no falla: todo dios la olvidará en sus sesudas crónicas y sus sentidas elegías. Sucedió, un suponer, en la muerte de José Manuel Caballero Bonald, del que los críticos, literatos, periodistas y etc. pasaron cantidad de recordar sus eruditas incursiones flamencas, la gestación de Pauta, aquella seductora disquera, o su trabajo con Luis Eduardo Aute y Vainica Doble, a las que produjo el incandescente Heliotropo. Pues bien, ha vuelto a pasar con Peter Bodganovich. Nadie habla del torrencial Runnin’ down a dream, aquel descomunal proyecto de cuatro horas en el que el viejo cowboy del Nuevo Cine Americano pasó revista a la trayectoria de Tom Petty, con y sin los Heartbreakers.
Que sí, que vale, que el exnovio de la guapísima Cybill Shepherd, a la que descubrió hojeando una revista, firmó obras tan majestuosas como La última película y tan enternecedoras y chispeantes como Luna de papel. Que peleó del lado de Orson Wells, su amigo, al que ayudó en el tortuoso rodaje de Al otro lado del viento. Que como antes de él hicieron los cinéfilos de la nouvelle vague, Bodganovich primero escribió artículos y libros sobre cine y entrevistó a una panoplia de monstruos sagrados, entre otros John Ford, Howard Hawks, Fritz Lang, el propio Wells, y solo después, con los huesos calados de celuloide, se puso detrás de la cámara. Ok, también llama poderosamente la atención su caída en desgracia, hasta cierto punto paralela a la de Michael Cimino, aquella sucesión de películas estrelladas en taquilla y, todavía peor, con su capitán completamente noqueado, incapaz de recuperar el hilo de oro de los años imperiales.
Entiendo que haya que glosar la recuperación de parte de su estrella con su (logrado) papel en aquella serie monumental ambientada en Nueva Jersey y en la que carismáticos mafiosos chándal lo mismo lloraban con la despedida de los patos que hacían tartar con alguno de sus socios. El universo Bogdanovich giró en torno al cine y es justo que así sea. Pero precisamente por eso tampoco concibo el olvido del artefacto donde logró combinar cine y música. El documental sobre Petty, magnífico en su atención y gusto por el detalle, pantagruélico y panorámico, no descuidó las sombras ni ignoró los rincones oscuros. Fue un trabajo de encargo. Bodganovich no sabía mucho de Petty y tuvo que documentarse a fondo. Que solventara el recado con tanto gusto, derrochando inteligencia y ritmo, demuestra por enésima vez que los mejores artistas a veces trabajan mejor sometidos a los condicionantes laborales de la tarea encomendada por un tercero, lejos de la tiranía de las obsesiones y, al mismo tiempo, capaces de inocular su veneno hasta que el encargo mute en una pieza personalísima e íntima.
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