Cartografía nos desvuelve en su versión más íntima a uno de los autores esenciales del rock español: José Ignacio Lapido. Es su cuarto trabajo solista, una sutil pieza más para seguir el trazo de su carrera única, original, valiente, inteligente, sincera. Un lujo, eso es Lapido.
Texto: FERNANDO NAVARRO.
Hacía un sol de justicia en pleno julio y mi disc man se achicharraba a punto de salir humo reproduciendo una y otra vez Música celestial. Aquello no era una cuestión pasajera ni la canción del verano. Aquello era un brote de vida, con todas sus esperanzas y amarguras, sonando de la voz y guitarra de José Ignacio Lapido. Puede que me pillase en un momento crucial, en mitad de una de esas fronteras existenciales, y me agarrase al primer clavo ardiendo, pero Lapido señalaba, y de qué manera, donde yo quería señalar. Y no fue una coincidencia. Luego, con más fuerza si cabe, vino En otro tiempo, en otro lugar. Una de las más sinceras y mejores obras maestras de nuestra música. Con O91 las canciones ya fueron inolvidables, pero en solitario eran arrebatadoras. En mi imaginario personal, Lapido alcanzaba la máxima categoría artística.
Ahora, Lapido regresa con Cartografía. Y las cosas siguen como siempre. Doce canciones que laten en tu reproductor, donde se reconoce de nuevo al artista y la persona, esta vez en una clave menos visceral, con un sonido más íntimo cercano al folk-rock. Un álbum que se termina metiendo por los surcos de tu alma y vuelve a acompañarte. Y las cosas no van bien en nuestro país si Lapido sigue peleando a contracorriente, deseándoselas con la industria para conseguir sacar adelante cualquier proyecto. Al menos, el forajido cuenta con su música, y nosotros con él. Y, bueno, el sol sigue estando allí, en el horizonte, a medio camino del ayer y el mañana.
Según el diccionario de la RAE, cartografía significa el arte de trazar mapas geográficos. ¿Cuál es el mapa que ha querido trazar Lapido en su último disco?
Básicamente, me gustaría creer que Cartografía es una colección de doce pequeños mapas que escriben las claves para adentrarse en mi propio mundo. No sé si son mapas que llevan al tesoro o a ningún sitio. Normalmente, me gusta pensar los discos que hago como cancioneros, como colección de canciones. Y como título lo consideré lo bastante sugerente.
También es sugerente la portada, donde aparece un corazón lleno de caminos que se cruzan.
Las portadas siempre llevan un concepto implícito. En este caso, la idea fue del diseñador Alfonso Aguilar, la persona que también diseñó el anterior álbum, En otro tiempo, en otro lugar. Creo que ha conseguido resumir de lo que van las canciones en esa imagen del corazón transitado, que es como un plano de una ciudad, un laberinto. Ahí se mezclan sentimientos y la idea de buscar una dirección a la que ir.
¿Y cómo está tu brújula? ¿Sientes que artísticamente tienes un rumbo definido o, por el contrario, vas a la deriva?
Bueno, a la deriva… (Risas). El hecho de embarcarse en esto de editar mi propio disco es síntoma inequívoco de que quizá he perdido el norte (risas), porque más bien es una tarea de locos. Mi rumbo, si es que lo tengo, es hacer lo que me gusta, escribir canciones e interpretarlas con la banda. Con este disco y con los anteriores, voy camino de conseguirlo porque mis aspiraciones se ven satisfechas con el hecho de grabar las canciones. Cualquier cosa que venga después la doy como bienvenida.
Es tu quinto álbum y casi diez años de carrera en solitario. ¿Te esperabas llegar hasta aquí?
Vengo de una carrera de muy largo recorrido. El planteamiento de adónde voy me sobrepasa un poco. Veo esto como una sucesión de pasos, no sé si cortos o largos, pero de pasos en definitiva. No hablo de grandes momentos. Hablo de pasos que te hacen andar poco a poco y te construyen tu propia voz, que creo que es lo más importante: tener una personalidad con lo que estás haciendo. No soy una persona que se marque grandes metas. Voy aceptando las cosas tal como vienen y me dejo llevar por lo que sale. A veces, las canciones mandan más que yo. Ellas mismas me van marcando el camino. Llega un momento que tengo que poner cierto orden. Hago un poco de domador y pongo orden en el caos creativo.
Supongo que, tras ordenar ese caos, además existe el miedo a repetirse, a transitar el mismo camino.
Realmente cuando acabo un disco me quedo vacío. Acaba uno como cuando le sacan una muela. Es un proceso gozoso y agónico. Está la satisfacción de crear algo nuevo, que se compagina con el dolor de intentar sacar algo que mejore lo anterior y que a ti mismo te llene. Como he grabado tantos discos y he compuesto tantas canciones, cada vez ese proceso se hace más agónico. Dices: “Bueno, y ahora qué escribo, qué hago que no haya hecho antes, qué melodía hago…” Tienes más posibilidades de repetirte que cuando haces un primer disco. Y en este álbum he repetido cosas. No es que cuando hiciera En otro tiempo, en otro lugar pensara que ya no podía hacer más, pero cuesta mucho trabajo. En este caso, algunas de las letras no salieron hasta que estuve en el estudio y ha sido bastante problemático, entre comillas.
La agridulce melancolía que te caracteriza sigue estando ahí. Pero creo que existe una intimidad cada vez más conseguida y no sé si buscada con las letras. Por momentos, parece que quieres contar al oído más que cantar.
Ha sido mi horizonte literario. El escepticismo y las dudas gritadas en voz alta se complementan. Uno tiene unas pocas certezas en la vida y un montón de dudas y sobre eso gira la existencia. Si no me quiero engañar a mí mismo, lo que debo hacer es hablar sobre ello. El tono de agridulce melancolía, como tú dices, está ahí, pero hay un sentido del humor soterrado en algunas de las letras. Me gusta verlo como ráfagas humorísticas, como un rayo de esperanza ante el escepticismo.
La idea de Dios siempre gravita por todas tus obras. ¿Es una obsesión o un recurso?
Puede ser las dos cosas, perfectamente. El que utilice tanta metáfora de raíz religiosa viene principalmente por mi educación, pues fui a un colegio de curas, como la mayoría de la gente de mi generación. No me causó ningún trauma ni nada parecido pero te marca. La Biblia es una gran historia, de grandes relatos cortos y en donde las metáforas están ahí para ser utilizadas, son referentes culturales. La idea de Dios siempre está rondando por ahí. A veces, como búsqueda. A veces, como desapego. Es una idea bastante atrayente.
¿Eres creyente?
No, no soy creyente. Soy librepensador.
Tras la escucha de temas como “Nunca se sabe” o “En la escala de grises”, se te nota menos furioso.
Puede ser que el tiempo atempere los ataques de furia (risas). Pero ni antes estaba tan furioso ni ahora estoy tan apaciguado. Quizá lo que se nota es que el tempo de las canciones en este disco es más relajado y pausado. Pero la intensidad de una canción no debe medirse por la velocidad de un tema. Puede manifestarse en una balada que a veces son más intensas que temas de punk rock. Esta vez las canciones han salido más lentas, qué le vamos a hacer.
ROCK DE AUTOEDICIÓN
Y de nuevo eres el productor del álbum. Alguna vez has comentado lo mal que quedaron algunas canciones de 091. ¿Sigues sin fiarte de manos ajenas en el sonido?
No es que no me fíe, por la forma de trabajar que tengo de autoeditarme mis discos debo de mirar muy mucho el tema económico. Obviamente, una de las formas de ceñirse a los presupuestos bajos es ocupándome del mayor número de cosas posibles y una de ellas es la producción. Sé positivamente que hay grandes productores con los que podría trabajar sin problemas. Pero ahora mismo trabajo de esta manera por necesidades logísticas.
Depende del músico con el que hables, algunos te dicen que ponerse al mando de la producción es una formidable experiencia y para otros un calvario. ¿Dónde te ubicas?
Digamos que no es la tarea que más me gusta. No me resulta deplorable, pero es una tarea un poco de tener todos los sentidos puestos en lo que estás haciendo. Resulta más cómodo ser sólo intérprete y dejarte dirigir por alguien con ideas más frescas que tú. Pero como asumo esta tarea desde hace mucho tiempo, no me planteo los interrogantes sobre ella. Lo hago y ya está, y lo intento hacer lo mejor posible.
Para esas ideas frescas en el sonido, tienes algún nombre en mente si la economía te lo permitiese.
Pues no he pensado en nombres en particular. A mí me gusta determinado tipo de producción y no sé si eso estaría al alcance de mis posibilidades. De hecho, alguno de los que me vienen a la cabeza están muertos (risas). Sería bastante difícil. Hay una época en la historia del rock’n’roll que me encanta, la que va del año 68 al 73. Me flipa el sonido de aquellos discos. Pero los productores de aquella época están retirados o a dos metros bajo tierra. Además, tampoco los aparatos son los mismos. No se puede recrear ya ese sonido.
Igual que con las letras, parece que llevas una evolución sonora en la que cada vez buscas un sonido más cercano, menos ostentoso.
En este disco quería que el sonido fuera lo más natural posible. Alejarme cuanto pudiera del artificio. En un estudio hay miles de posibilidades de transformar los sonidos. Pero los instrumentos tienen su propio sonido. Una guitarra acústica suena como suena y una batería igual. No quería envolverlos de celofanes que lo alejaran de esa naturalidad. Creo que se ha conseguido esa idea primigenia. Esa cercanía, a la que haces referencia, se debe básicamente a que los instrumentos suenan naturales y hay muy poca posproducción. El hecho de que el disco esté grabado además por la banda que luego ensaya el directo y me vuelve a acompañar se nota en el resultado.
Hablabas de esa época del 68 al 73 en cuanto al sonido y creo que tu música tiene cada vez un sentimiento folk-rock más marcado. Casi diría que de corte norteamericano. Un buen ejemplo es “Fuera del mundo real”, donde cuentas con la colaboración especial de Quini Almendros tocando el pedal steel.
El folk-rock es uno de los estilos que siempre me ha gustado. Los Byrds, Buffalo Springfield y toda esa gente han sido una gran fuente de inspiración para mí, no sólo ahora, sino desde mucho antes. Quizá es un estilo que con el tiempo he ido aprendiendo. En mis comienzos, allá por el año 81 y 82, quizá tenía una influencia más cercana de todo el rollo del punk-rock y era a lo que intentaba parecerme. Al principio, uno es como una esponja y lo que tiene más cerca es lo que va absorbiendo. Entonces, era todo más acelerado y frenético. Pero a mí me gustan casi todos los estilos de rock.
En Cartografía hay mucho peso de canciones acústicas.
Sí. El hacer temas de estas características le va bien a mi voz. No soy un cantante vocacional. Desde los 14 años que estuve con 091, yo era el guitarrista y en el 99, cuando decidí enfrentarme a mi carrera en solitario, estaba la ardua tarea de ponerme delante del micrófono. Con los años me he dado cuenta que mi voz se ve reforzada con una instrumentación menos estridente, más pausada. Aunque luego me contradigo a mí mismo y la electricidad siempre predomina (risas). Sin embargo, lo que sí que he querido en Cartografía es que se perciba esa cercanía de la que hablábamos antes, y sobre todo que se perciba el silencio. El silencio es una cosa muy importante. He intentado que tenga protagonismo.
¿Y la edad también tiene que ver en ese ritmo más pausado?
Creo que influye todo y puede que la edad lo racionalice de otra manera. Pero tengo 45 años y a mí me sigue gustando el rock’n’roll igual que al principio. En la historia del rock ha habido muchos músicos, sobre todo en España, que conforme han ido pasando los años, han ido abandonando las premisas con las que partieron y han ido introduciéndose en el terreno de música de fácil escucha. Creo que en mi caso no se da. No creo que esa calma invite a pensar que me he alejado de los gustos esenciales con los que partí. Sigo teniendo pasión por el rock.
Bueno, caso distinto y casi sin parangón es el de los Rolling Stones, que ya pueden estar clonados y juntar más de 1.000 años entre todos que siguen en su eterna adolescencia rockera.
Siempre se les acusa de ser dinosaurios, pero yo les veo en una envidiable forma (risas). Los veo perfectos. Casi mejor que nunca. Todavía no he visto la película de Scorsese pero me parece que tienen un sonido inmejorable. Creo que partimos de un error de base, que es tomar el rock’n’roll en el año 2008 como un género de adolescentes. Quizá en un principio, a mediados de los años 50, partió como un género más de música de baile. Pero ha pasado medio siglo de aquello. Al rock hay que analizarlo como se analiza el jazz o el blues. La edad del intérprete no debe influir en la valoración que se haga de su música. A nadie le importa la edad que tenga B. B. King ni las grandes figuras del jazz. En el rock siempre existe esa prioridad de querer ser una música enfocada a un sector muy joven. Creo que en los 50 años que llevamos de rock ha dado tiempo para asumir que es una música que ha envejecido y ha evolucionado y ha tomado infinidad de caminos respetables.
¿Harías el pacto con el diablo para verte con la edad de Jagger y Richards sobre un escenario?
Yo haría un pacto con el diablo por tener la cuenta corriente de cualquiera de ellos (risas).
Claro, a medida que pasa el tiempo, el mito de sexo, drogas y rock funciona mejor cuanto más ceros.
Sí, muchos se han quedado por el camino. Realmente, no es una cosa que me planteo. No me marco grandes metas. Ahora, ha tocado hacer nuevo disco y quién sabe lo que tocará mañana.
MÚSICA QUE NO DA DE COMER
Siempre se te ha puesto la etiqueta de artista maldito o de culto. ¿Qué te parece?
Son etiquetas recurrentes que se me vienen adjudicando desde años por parte de vosotros los periodistas, pero no tengo vocación de maldito. En mis planes no figuraba ser un artista maldito de ninguna manera (risas). Al principio, uno, marcado por la ingenuidad, piensa que va a ser un artista de éxito pero luego llega la realidad y pone a cada uno en su sitio. Llegó un momento, a principio de los años 90, en el que me di cuenta que había algo, un no sé qué, un escalón insalvable que me impedía acceder a ese estadio superior de los artistas más vendedores que tenían acceso al gran público. No sé si fue mi forma de componer, mis letras, el apoyo de la compañía de discos… no lo sé. Pero no es cuestión de culpar a nadie. Lo que soy y donde estoy sólo se lo debo a mis propios aciertos y errores.
¿Y te sientes cómodo en tu actual estatus?
Sí, me siento bien en lo que hago. Considero ya un triunfo el poder grabar mis discos y tocar en directo. Era algo impensable cuando empecé, ni se me pasaba por la imaginación que 30 años después podría haber grabado tantos discos. Es una satisfacción y un orgullo.
Dices en la hoja promocional del disco que lo tuyo no es “venderte demasiado bien”. A lo mejor el problema siempre ha sido una cuestión de marketing.
Puede. La ecuación calidad-éxito no tiene siempre porque resultar. El éxito depende de muchos factores, como las cesiones o la moda, por las que obviamente no paso.
¿Has pensado alguna vez en colgar la guitarra?
No. Por la única razón de que no sabría qué hacer sin ella, no sabría vivir. La guitarra para mí significa un apéndice de mi cuerpo. El día que no la cojo y no toco algo con ella, me siento extraño. Es impensable abandonarla.
¿Pero vives de la música?
He vivido de la música bastantes años pero cuando decidí seguir mi carrera en solitario supe que muchas de las cosas que había conseguido desaparecerían. El nombre de un grupo a la larga se convierte en una marca registrada. No es lo mismo que Mick Jagger, volviendo otra vez a los Rolling Stones, saque un disco en solitario a que lo saquen los Stones. En mi caso, salvando las distancias claro está, pasó parecido. Yo era el compositor de las canciones de 091 y luego para el público era como un desconocido prácticamente. Mi nivel de ingresos bajó y tuve que buscarme otra salida. Colaboro en prensa [Granada Hoy] pero no es mi modo de vida aunque la escritura de guiones para la televisión [Canal Sur] sí que lo es.
¿Notas mucho cambio al afrontar un artículo y una canción?
Son cosas totalmente distintas. Apenas tienen que ver. En las columnas de prensa, me ciño a la actualidad más cercana y la comento desde mi prisma. Las canciones, en cambio, tienen una aspiración más de trascendencia. El artículo tiene la vida de 24 horas. Una canción la grabas para los restos. Yo por lo menos intento hacerla de tal manera que cuando pasen los años no tenga que avergonzarme por ella.
En los círculos más fieles de fans siempre se habla de una futura novela de Lapido.
Me lo he planteado pero no lo he llevado a cabo. Hace tiempo dije que tenía casi terminado un libro de poemas y era verdad. Pero mi eterna autocrítica me obligó a dejarlo aparcado. El tema de la novela también me ronda en la cabeza pero ni me veo preparado ni tengo tiempo.
091, NÚMERO FUERA DE SERVICIO
Los Rolling Stones han salido varias veces en la conversación y siguen como el primer día. Pero al otro lado del negocio, vivimos todo una reunificación de grandes bandas como The Police, The Who, Led Zeppelin… Tú, como ex miembro de 091, una de las mejores formaciones de nuestro país, ¿qué te parecen todas estas reunificaciones?
Creo que cada uno puede hacer lo que le parezca conveniente. Lo que ya no me parece tan bien es que un grupo se reúna sin el cantante. Queen, por ejemplo, sin Freddy Mercury o los Doors sin Morrison. Es aprovechar una marca registrada. Aquí, en Granada, vino una especie de Creedance Clearwater Revival, que tenía problemas legales y cambió algo del nombre pero eran el bajista y batería. Eso me parece un poco abuso de confianza para con los fans. Nadie está a salvo de sentir la necesidad del dinero, pero no lo veo. En mi caso, si me preguntas por O91…
Reconozco que me has quitado la siguiente pregunta.
(Risas) Pues no. No existe esa posibilidad. Quisimos dejar un buen recuerdo a nuestros seguidores, cuando estábamos en un buen estado de forma. No me lo planteo. Yo estoy con mi carrera en solitario y cada uno tiene sus proyectos particulares. Ninguno nos lo planteamos.
¿Guardas con especial cariño alguna etapa con 091?
Para mí todo fue genial. Pasé años estupendos. Aprendí todo lo que sé ahora en 091. Quizá la memoria tiende a dulcificar los malos momentos. Si tenemos que hacer un balance general, creo que los 14 años fueron magníficos. Estoy muy orgulloso de haber estado allí.
INTERNET
El debate de Internet y la música está en la calle. Eres un músico que se autoedita. ¿Cómo ves las cosas con la irrupción brutal de Internet?
Internet es un instrumento muy importante. Puede ser una herramienta muy útil para la difusión de la música, pero también expone la obra a cierta ley de la selva. Estamos ahora mismo enfangados en un debate que quizá nos quita las perspectiva de lo que pasa. La obra sujeta a copyright está sufriendo una serie de situaciones que no son las más deseables.
¿Consideras viable la situación actual?
Viable sí que es porque se está haciendo todos los días. Es un hecho. La gente se baja discografías y filmografías enteras. Lo que yo no sé si es razonable. Es una falacia lo del gratis total. No lo entiendo. Los únicos que salen ganando son las grandes empresas de comunicación y los grandes servidores de Internet. Si no existieran los contenidos que los autores estamos dejando a disposición de la gente, estoy segurísimo que no habría tantas líneas de ADSL ni tendrían los mismos ingresos. Yo creo que son ellos los que se están frotando las manos de la situación ahora mismo.
Pero ni autoridades ni grandes compañías discográficas se han preocupado de difundir la música como una opción artística y cultural. Ha sido un bien de consumo destinado a un público educado en el negocio y no en la cultura. Ahora responden a una dura ley de oferta y demanda.
Existe una gran falta de respeto por la labor de creación. No se valora el esfuerzo creativo de una persona. Mucha gente cree que una canción cae del cielo. Muchos que están a favor del intercambio cultural, que no es tal y es demagógico, no entienden que una canción grabada necesita de un esfuerzo creativo y un esfuerzo industrial con estudios de grabación, técnicos, aparatos carísimos, diseñadores… Es tan obvio pero parece que en la mente de la gente todo puede ser gratuito, y la cosa se puede derrumbar por la base.
Para rematar, por tomar un ejemplo cercano, a pocos parece importarles que nuestra música quede representada por el Chikilicuatre.
El festival de Eurovisión cae por su propio peso. Es una cosa obsoleta y no tiene sentido ni razón de ser. Lo mejor que podían haber hecho los responsables de que España sea admitida es declinar la invitación y no asistir. Es una aberración.
Las sandeces cuecen en todas partes. Pero, al menos, en Estados Unidos y Reino Unido hay una cultura musical generalizada, mucho menos banal y que promulga su respeto por la música popular, que entienden que forma parte de ellos.
Es que Estados Unidos y Reino Unido están a años luz de nosotros.
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