LIBROS
«Ágil e incisiva, la obra de Becerra invita al lector a reflexionar sobre su propia relación con la música»
Javier Becerra
La música no es lo más importante. Contradicciones de un melómano con su pasión
LIBROS.COM, 2021
Texto: JAVIER DE DIEGO ROMERO.
La Coruña, finales de marzo de 2020. Mientras conduce hacia las oficinas de La Voz de Galicia, el periódico para el que trabaja, a Javier Becerra le invade la zozobra: el coronavirus azota el país y teme por sus mayores, por sus hijos, por su futuro y el de su mujer. Cuando está a punto de aparcar, en la radio empieza a sonar “Resistiré”, la canción del Dúo Dinámico que se ha erigido en el himno contra la pandemia. Nunca se la había tomado en serio, pero ahora, escuchándola con atención y sin prejuicios, le parece muy meritoria y, lo más importante, le conmueve hasta lo más hondo; como tantos españoles, encuentra en ella una fuente de aliento. «Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte, / soy como el junco que se dobla / pero siempre sigue en pie»: ¿cómo no había reparado antes en unos versos tan bellos? Pero, ay, en las redes sociales descubrirá que la canción es blanco de los ataques, con frecuencia sarcásticos, de la gente de la música, de los «entendidos», que la tachan de ramplona y lamentan que en su lugar no se entonen, por ejemplo, “Autosuficiencia”, de Parálisis Permanente, o “Victoria”, de The Kinks. A juzgar por la intensidad con la que debaten algunos, diríase que el asunto les afecta más que el espanto diario de las muertes y el aislamiento. Melómanos desconectados de cualquier realidad ajena a su pasión, paladares exquisitos que, desde sus torres de marfil, desdeñan el gusto popular: esta es la patología social que analiza La música no es lo más importante, un libro escrito durante el confinamiento, al calor de los acordes de “Resistiré”.
En el trabajo de Becerra queda de manifiesto hasta qué punto el gusto —musical, en este caso— constituye un elemento de diferenciación social. Algo que, como señala el periodista David Saavedra en el sugerente prólogo del volumen, el sociólogo francés Pierre Bourdieu expuso con brillantez en La distinción, su obra más influyente. Becerra lo confirma en un ensayo autobiográfico que nos traslada, como punto de partida, a 1983. Le hallamos jugando con corchos de botellas y palillos de madera y haciendo construcciones de Tente mientras Maggie Reilly acaricia las palabras del “Moonlight shadow” de Mike Oldfield. Así capturó el pop la imaginación de un niño coruñés que pronto sucumbiría al hechizo de Mecano, como le ocurrió, sostiene el autor, a la gran mayoría de los nacidos en la década de los setenta (entre ellos, el firmante de estas líneas). El trío madrileño quedó muy relegado al llegar una adolescencia en la cual, reconoce, incurriría en los comportamientos que ahora reprueba: por ejemplo, ensalzar la música más minoritaria por el mero hecho de serlo, al tiempo que vituperaba a los que grababan canciones sueltas de Los 40 Principales o a los que únicamente compraban recopilatorios; o mirar con condescendencia a los fans de Oasis porque él había vivido la eclosión de The Stone Roses, a quienes, a sus ojos, los hermanos Gallagher y compañía remedaban sin gracia. También relata cómo abroncaba al DJ del Patachim, el local de referencia del indie en La Coruña en los años noventa y los primeros dos mil, cuando osaba pinchar a Juanes.
Todo empezó a cambiar para Becerra a la altura de 2007, cuando pasó del mundo de los fanzines y las revistas especializadas a la prensa local generalista. En ella debía escribir sobre toda clase de músicos, no solo sobre sus favoritos, y siempre respetuosamente, pensando en el lector y dejando a un lado sus filias y fobias personales. Desde esta perspectiva, cuando en junio de 2016 coincidieron en la misma noche el primer concierto de Marc Anthony en Galicia, en el mayor recinto de La Coruña, y el regreso de Wilco, tras varias actuaciones anteriores, en un auditorio de mediana capacidad, la primacía informativa correspondía, ciertamente, al primer evento; admitirlo le granjearía un buen número de críticas entre sus contactos ligados a la música. Por otro lado, al profundizar en artistas a los que hasta entonces había desechado prejuiciosamente, tan solo porque no encajaban en el perfil de alguien con «criterio», su opinión sobre algunos de ellos varió por completo; es el caso de Juanes, el mismo Juanes que le sacaba de quicio unos años antes.
Pero la mayor transformación fue la provocada por la paternidad. Tener hijos le hizo ver con claridad que la música no era lo más importante, pero también le conduciría a disfrutarla de un modo diferente y muy enriquecedor. Contagiado del candor de sus pequeños, se abandonó a ella con el placer de la emoción inmediata como única guía, sin coartadas intelectuales de ningún tipo. With a child’s heart, como cantaba aquel muchacho celestial que fue Michael Jackson. Es así como, finalmente, le han deslumbrado The Beatles, «uno de los inesperados paraísos que tenía reservados para mí la madurez». A uno le viene a la memoria esta hermosa meditación de Albert Camus: «La labor del hombre no es otra que una lenta travesía para redescubrir a través de los desvíos del arte aquellas dos o tres grandes y sencillas imágenes en cuya presencia su corazón se abrió por primera vez».
Ágil e incisiva, la obra de Becerra invita al lector a reflexionar sobre su propia relación con la música. Puesto en palabras de la periodista Patricia Godes —recogidas en el libro—, ¿buscamos en ella «poder, prestigio, […] pertenencia a la tribu» o «belleza, diversión, sentimientos y placer»? La segunda alternativa es, qué duda cabe, mucho más sana.
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