«Escuchar a Brel en la voz de Scott Walker es un encuentro de dos genios temperamentales y personalísimos»
Maestro y alumno, Jacques Brel ejerció un fuerte influjo en la obra de Scott Walker, que adaptó múltiples canciones del belga a lo largo de su carrera solista. Luis García Gil sigue sus pasos.
Texto: LUIS GARCÍA GIL.
No creo que pueda analizarse la trayectoria de Scott Walker sin atender a su fascinación por Jacques Brel, que se tradujo en admirables relecturas de algunas de sus grandes canciones. Scott, su primer disco en solitario tras la travesía con The Walker Brothers, incluía adaptaciones de Brel, abriéndose con la exclamativa y desesperada “Mathilde” que interpretó en televisión para el Dusty Springfield’s Show en 1967.
Walker fue un músico atípico, experimental y vanguardista, que navegó contracorriente, atraído desde su juventud por la cultura europea. Leía a Camus —le cita en la contraportada de Scott 4— y a Sartre, pero también destacó por su cinefilia, que le acerca a las películas de Bresson, Godard, Fellini o Bergman, cuya influencia propicia hasta una canción, “The seventh seal”, inspirada en El séptimo sello.
En alguna fuente se cuenta que quien lleva a Walker hasta Brel es el mánager de los Rolling Stones, Andrew «Loog» Oldham, a través de las adaptaciones de sus canciones realizadas por Mort Shuman. Pero antes de Oldham, Brel se cruza con Walker gracias a Playboy. Me explico. El músico californiano fue invitado a la inauguración del club Playboy en Londres. En ese contexto intimó con una chica alemana que le invitó a su casa. Allí, con el Pernod como acompañante, puso a Jacques Brel en el tocadiscos y se lo tradujo. Fue la primera revelación. Luego llegó Andrew Oldham, que le puso una maqueta de Eric Blau grabada a partir de sus canciones traducidas. A partir de entonces su influencia fue muy importante, aunque no la única referencia francesa o francófona de Walker, que también se sintió atraído por la obra de Leo Ferré, aunque no llegó a cantarle.
Primeras aproximaciones
En 1967 Scott Walker realiza la primera de sus vibrantes aproximaciones al repertorio de Jacques Brel. Intercala canciones propias, donde desarrolla un estilo de crooner melancólico con adaptaciones del belga. Además de la ya citada “Mathilde”, Walker borda “The death”, adaptación de “La mort”. La canción se arrulla en una atmósfera envolvente que no pasará desapercibida para David Bowie, que la recrea como Ziggy Stardust.
La reivindicación anglosajona de Brel tenía otros exponentes, como el musical de Mort Shuman Jacques Brel is alive and well and living in Paris, que tenía el riesgo de aligerar la densidad y profundidad breliana. No es lo que produce escuchar a Brel en la voz de Scott Walker. Es un encuentro de dos genios temperamentales y personalísimos. Búsquese, para corroborarlo, la versión que Walker hace de la poderosa, hipnótica y portuaria “Amsterdam”, crescendos incluidos. Como apuntara el cantante irlandés Gavin Friday, en el extraordinario documental Scott Walker 30 century man, dirigido por Stephen Kijak, la virtud del californiano fue alejarse de la estética de cantor desesperado de Brel para recrear sus canciones como un dios griego, sin por ello traicionar el original.
Canciones brelianas
En el siguiente disco, Scott 2, elige tres canciones del belga: la autorreferencial “Chanson de Jackie” (“Jackie”, en su voz), “Les filles et les chiens” (“The girl and the dogs”) y “Au suivant” (“Next”). En esa época el belga había decidido retirarse de la escena, dejando para la posteridad su disco de adiós en el Olympia que se grabó en octubre de 1966.
Scott Walker no solo interpreta a Brel, sino que firma canciones con inequívoco sabor breliano. Es el caso de “The girls from the streets”. Scott 3 y Scott 4 reafirmaban en 1969 el buen momento creativo de Walker.
Scott 3 suponía una tercera entrega de canciones de Brel. En este caso “Fill de…” (“Sons of”), “Tango fúnebre” (“Funeral tango”) y el inmortal y desgarrado “Ne me quitte pas” (“If you go away”). Scott 4, ya sin recreaciones brelianas, es un gran disco, de lo mejor de su etapa en solitario, pese a constituir un fracaso comercial. En este disco mengua lo trágico y Walker se entrega a la batuta de John Franz para revelar su expresividad vocal con esos quiebros de graves que influirán en Bowie o en Bryan Ferry. Pero no era fácil olvidar a Brel.
A partir de ahí, se dispersa creativamente, huye del foco pero mantendrá su aura creativa, pese a esas intermitencias. Escuchar a Brel en la voz de Walker supone adentrarse en un diálogo entre dos figuras poderosas. La misma que llevaría a David Bowie a cantar “Amsterdam”. En 2019, en el adiós de Walker, no pude evitar acordarme de ese diálogo atemporal que estableció con Brel y que terminará generando un disco recopilatorio titulado Scott Walker sings Jacques Brel, que resume ese intenso periodo breliano que va del primer Scott al Scott 3, de 1967 a 1969. En ese recopilatorio está todo el Brel que cantó en estudio Walker. Falta “Seul” (“Alone”), ya que la cantó en un directo televisado, pero no la grabó en ninguno de los discos citados.