COMBUSTIONES
«Lo que mejor la distingue de sus contemporáneas, y sucesoras, fue lo que aprendió de Bessie Smith y Dinah Washington, de Chet Baker y Mel Tormé»
En julio de 2011 nos llegó, como un jarro de agua fría, la noticia de la muerte de Amy Winehouse. El tiempo sigue poniéndola en su lugar: nadie le hace sombra. Por Julio Valdeón.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Cuesta creerlo. Hace diez años que Amy Winehouse salió a buscar a Billie Holiday. Fue la diva más contradictoria. La macarra o hooligan con más discos en la gramola mental que casi nadie. La niña nerviosa y flaca que quería ser Etta James. Peinada como Ronnie Spector y tan salvaje en su fraseo y presencia como una sacerdotisa de la soleá nacida en Reino Unido. Fue por la vida obsesionada con las girl groups. Atravesó los escenarios con rostro de pantera machacada. Traía en los bolsillos una mierda de gran calidad, mezcla de blues y soul, reggae y jazz. Más allá de las influencias y los guiños, lo que mejor la distingue de sus contemporáneas, y sucesoras, fue lo que aprendió de Bessie Smith y Dinah Washington, de Chet Baker y Mel Tormé. A saber. Que menos es más. Que los mejores cantantes no son quienes tratan a toda costa de exhibir sus virtudes, plusmarquistas coñazo de todas las escalas, sino aquellos, sutiles, inteligentes, que ponen la garganta al servicio de lo que cantan, y no la canción al servicio del ego.
Amy, que nació en 1983 y acabó sus noches dando que hablar a los buitres de los papeles sensacionalistas y los lectores negrófagos, encantados con sus tropiezos en directo y sus borracheras monumentales, fue hija de un taxista, proletariado, con la música en las venas. Varios antepasados, incluidas las abuelas, fueron entusiastas cantantes de jazz. Recuerdo que la abuela materna, Cynthia, recomendó a los padres de la criatura que la inscribieran en colegios de esos que cultivan la vocación artística. Afortunadamente, Amy salió respondona y la expulsaron: nada garantiza más y mejor el fracaso que seguir los consejos de los profesores de canto, tan pedagógicos y reglados como incapaces de ensayar un camino propio, dispuesto para desafiar los libros de texto y los manuales. Sí estudiaría, más adelante, en alguna academia de esas que ayudan a los futuros profesionales.
Pero tuvo el instinto, o la habilidad, la personalidad, la inteligencia, de aprovechar lo bueno, lo práctico, los trucos, sin someterse a los dicterios convencionales, que apenas sirven para triunfar en musicales. La bronca, la cosa chunga, el fraseo amenazador y perezoso, casi el ronroneo de un felino hambriento, sobrevivió a los sucesivos profesores. Como escribí en el número 7 de Cuadernos Efe Eme, ese toque arrastrado, casi tanguero, será una de sus claves, elevándose varios kilómetros por encima de las Adele y demás expertas en manierismos a condón puesto. Dejó dos discos maravillosos, Frank y Back to black, que es ya, directamente, una puñetera obra maestra. Cuando a las querencias jazzies incorpora la sabrosa metralleta jamaicana, los ecos del Brill Building, los ecos de Phil Spector y una despampanante sonoridad contemporánea. Diez años, sí. Entre las aspirantes a ocupar su trono no ha salido nadie ni remotamente a la altura.
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Anterior entrega de Combustiones: Summer of soul: desenterrando el mítico Woodstock negro.