«Battiato fue una suerte de pensador que, disco a disco, inoculó su filosofía —y la de los clásicos— en píldoras monodosis»
Otra despedida al gigante Franco Battiato, esta vez firmada por África Egido, quien recuerda la experimentación que siempre caracterizó al italiano y algunas de sus grandes obras.
Texto: ÁFRICA EGIDO.
Sabíamos que este día llegaría, y no por eso duele menos. Franco Battiato ha fallecido a los 76 años y nos deja, a quienes disfrutábamos de su música, con una turbadora sensación de orfandad. Y no solo porque nos hemos sentido en algún momento —como él — un poco nómadas buscando aquel centro de gravedad que tanto sonó en las radios, sino también por decir adiós a uno de los creadores más interesantes de las últimas décadas y al autor de una extensa recopilación de fotografías musicales de diferentes culturas del mundo.
Battiato logró acuñar un estilo que, sin abandonar nunca la experimentación, trascendió cualquier etiqueta: del rock progresivo al pop con sintetizadores (cuando aún pocos conocían sus posibilidades), empapado todo de folclore y música clásica y contemporánea. Logró así que, por encima de estilos, siempre brillasen sus canciones. Y de su mano, el italiano tuvo el don de hacernos recorrer el mundo en viajes —tan pronto cósmicos como crudamente terrenales— y conocer la danza del Kathakali, el destino de los trenes del desierto de Tozeur o la Rusia de la perspectiva Nevski.
Nacido en Riposto, en la provincia siciliana de Catania, debutó en los años sesenta volcado en el rock progresivo, pero fue en los setenta cuando su nombre adquirió relevancia en Italia con discos como Fetus, Pollution y Sulle corde di Aries. Tras ganar en 1977 el premio Stockhausen por L’Egitto prima delle sabbie, considerado el mejor disco de Música Contemporánea, dio un giro musical con el cambio de década. Discos tan lúcidos como La voce del padrone, Ecos de danzas sufí o Nòmadas encumbraron una carrera que se mantuvo intacta desde entonces y que estuvo siempre impregnada de originalidad y de una enorme fascinación por la tecnología. Precisamente eso ayudó a que abrazasen su obra tanto puristas maravillados con su manejo de los viejos cánones como vanguardistas adictos a la efervescencia de las nuevas tecnologías y seducidos por su imprevisibilidad.
Battiato fue una suerte de pensador que, disco a disco, inoculó su filosofía —y la de los clásicos— en píldoras monodosis. Y qué grato era ingerirlas envueltas en misticismo, en ácidas críticas sociales o en sarcásticos latigazos que, paradójicamente, provocaban alguna que otra sonrisa. Parecía su manera de anticiparnos el derrumbe social que se avecinaba, de advertirnos del crecimiento perverso de las ciudades, de los abusos del poder, de la irracionalidad de las modas y del destierro del ser humano.
Pero el espíritu inquieto y autodidacta del siciliano no le permitió centrarse únicamente en la música. También se atrevió con la pintura —bajo el seudónimo de Suphan Barzani—, la escritura, la creación de documentales e incluso tuvo una breve incursión en la política, que acabó radicalmente cuando llamó «putas» a los diputados italianos por su «inmoralidad política».
El teatro romano de Catania, el lugar donde nació, acogió su último concierto el pasado 17 de septiembre de 2017. Desde entonces, se había mantenido en silencio en su casa en la localidad de Milo, alejado de la vida pública y luchando contra una larga enfermedad. Poco antes, en una entrevista para la revista Jot Down, contó que quería irse en silencio y dijo estar convencido de lo que sucede después de la muerte: «Saltamos de un mundo a otro». Si es así, qué suerte la de ese otro mundo de tenerte ahora, admirado Battiato. Los que seguimos en este, volveremos a recorrerlo con tus canciones. Feliz viaje.