FONDO DE CATÁLOGO
«Un disco extraordinario de uno de nuestros mejores y más olvidados cantautores»
Se cumplen cincuenta años de Once canciones entre paréntesis, uno de los mejores discos de Patxi Andión. Luis García Gil, profundo conocedor de su obra y autor de un libro sobre su obra, lo desentraña y recupera para nuestro Fondo de catálogo.
Patxi Andión
Once canciones entre paréntesis
PHILIPS, 1971
Texto: LUIS GARCÍA GIL.
«En Madrid y agonizando el presente mes me siento al fin en frente de un papel…». Así comenzaba Patxi Andión su canción “Samaritana” que abría uno de sus mejores discos, el titulado Once canciones entre paréntesis, diez atestiguadas en los créditos y una fantasma, la undécima. Cantautor rutilante en aquel 1971 en el que, igual que agonizaba un presente mes, también parecía hacerlo el franquismo.
Patxi traía en el hambre de su canción el París habitado de las bohemias y las revueltas. También añadía a su impronta castellana la querencia vasca que resonaba en su nombre. “Samaritana” desmenuzaba una noche de amor de fugitiva permanencia, de dos soledades cruzándose y andando la noche al revés. Resumía en sus más de cinco minutos las virtudes de un cantautor aparentemente bronco, pero con un lirismo arrebatador. “Samaritana” comenzaba casi como un recitado con fondo de guitarra para luego crecer melódicamente con crescendos afrancesados.
Once canciones entre paréntesis fue un disco ambicioso que mostraba en su interior el nombre y las fotos de todos los responsables musicales del mismo. A nivel instrumental se enriquecía con un despliegue generoso de violines, violas, trompetas o trombones, todo ello bajo la dirección musical contrastada de Rafael Ferro. El primer Patxi, el de Retratos, es más descarnado, directo, intuitivo. El de Once canciones entre paréntesis busca ensayar melodías más enriquecidas.
Un disco fechado y dedicado
Grabado en los estudios Fonogram de Madrid, el disco estaba dedicado a los padres del cantante (Francisco Andión y Consuelo González) y se encomendaba a unos célebres versos de Gabriel Celaya del poema “La poesía es un arma cargada de futuro”: «Porque vivimos a golpes / porque apenas si nos dejan / decir que somos quien somos / nuestros cantares no pueden/ ser sin pecado un adorno». En los sesenta y setenta, Celaya era un poeta muy referenciado por los cantautores españoles, aunque sería Paco Ibáñez el que mejor sabría cantarle.
Patxi fechó cada canción en el disco. La mayoría las compone en Madrid, en su refugio de El Rastro, a cuyos trasiegos con luz de domingo termina por escribirles dos años más tarde “Una, dos y tres”. Este disco funciona como un compendio poemático del cantor y también como crítica social propia de los cantautores que hincan el diente y la guitarra en una sociedad que no les gusta. Ejemplo de ello es la satírica “Los bur-manos hu-gueses”, juego de palabras que da pie a una retahíla antiburguesa que tiene su gracia. A esa canción le sigue la solemnidad dramática de “Clareador”, incursión de Patxi —voz desgarrada incluida— en las penurias del campo con sonido de campanillas incluido. La versatilidad del disco queda refrendada al pasarse de una nana de ámbito rural al giro jazzístico de la osada “…Y es mar”. Patxi retrata su propia alma vasca, atea, agónica, ancestral y amante. Importa además esa glosa perpetua del mar, principio y fin del caminante. Si osada musicalmente es “…Y es mar” lo es temáticamente “Analie”, que narra un aborto clandestino que termina en tragedia. Quizá el recitado inicial, en exceso pomposo, frustra en parte las posibilidades de una canción que el cantor remata magistralmente con una de las más bellas melodías de todo su repertorio: «Se te fue el calor / ebria de dolor, Analie / ya no hay sueños para ti…».
De la elegiaca “Analie” que cerraba la que entonces se consideraba cara A se pasaba a “Compañera”, autorretrato del cantante que abría la cara B. Aquí vuelven a aparecer partes recitadas. La canción fecha su composición en Montevideo. Patxi empezaba a sonar al otro lado del charco. Reflexiona sobre el propio oficio de cantar, sobre las servidumbres del éxito que le inquietan. Lo expresa con garra en la parte final: «No venderé mi guitarra / no la ganará el silencio / ni el interés ni el desprecio/ mi canto no tiene precio…».
Cumbres del disco
Una de las grandes canciones de Once canciones entre paréntesis es “Habría que saberlo”, muy bien resuelta musicalmente. Canción valiente, airosa, clamorosa, que no concede tregua. Que un cantautor diga en el fragor de una dictadura que habría que pensar sin miedo es ya toda una lección ejemplifica lo que Patxi Andión era capaz de ofrecer en sus mejores canciones militantes y fuertemente expresivas. “Habría que saberlo” no está lejos del discurso de “Compañera”, pero mucho mejor enunciado. Canta Patxi casi al final: «Quien pueda convencerme / que no me estoy vendiendo / que aún soy una esperanza / pintada en un pañuelo…».
Otra canción antológica de Patxi es la recitativa “20 aniversario… palabras”, tan breliana en el fondo, como aquella “Chanson des vieux amants” del belga sobre la que Patxi regresaría cuando escriba y grabe “Viejo amor”. “20 aniversario… palabras” se escribe en El Arbujuelo, localidad soriana. Soria fue siempre tierra de querencias castellanas para el cantor que dibuja en esta pieza la rutina desolada de la convivencia amorosa. «Qué helada está la casa», canta Patxi, y es esa la metáfora perfecta de una relación de veinte años. No deja de ser llamativo cómo los cantautores de aquel momento se metían en la piel de amantes envejecidos por el tiempo. Dibujaban temas, situaciones, que no les pertenecían por edad, pero lo hacían con una madurez incuestionable y un gran dominio del lenguaje. Massiel la versionó después, pero su sin la intensidad requerida.
Otro de los momentos más creativos del disco es “Nos pasarán la cuenta”, donde la letra, música e interpretación se dan la mano de manera armoniosa. Nadie saldrá indemne de sus actos. Todo un aviso para navegantes en tiempos de ortodoxias y escalafones. Una canción con mensaje, desafiante y aguda, vestida con una melodía luminosa.
Once canciones entre paréntesis culmina —en apariencia— con la estremecedora “Solo”, un monólogo que nos evoca aquello de Lope de Vega de «a mis soledades voy, de mis soledades vengo». «Con toda la noche despierta en la voz / con una canción. Me voy». Una canción de despedida compuesta en Río de Janeiro. Patxi dice dejar la canción, la esperanza. Con eso dice bastar. Y se lleva al hombre y la ambición. “Solo” es esa agonía existencialista de quien no deja de rondarse por dentro con la madurez de los poetas viejos que parecen cantar sus últimas estrofas.
El disco tendrá una sorpresa más, un bonus track cuasi fantasmagórico con tres versos finales: «Se puede escribir un libro / o una canción / o mentir directamente…». Un juego final con el oyente que rubrica un disco extraordinario de uno de nuestros mejores y más olvidados cantautores.
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