FONDO DE CATÁLOGO
«Por primera vez, además de riffs pegadizos y melodías reconocibles trabajan sobre atmósferas, y eso lo hace diferente»
Eduardo Izquierdo nos lleva hasta Humbug, el único disco de Arctic Monkeys con el que ha logrado conectar, y nos explica por qué rompe con el resto de la discografía de la banda superventas.
Arctic Monkeys
Humbug
DOMINO – WARNER BROS, 2009
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
Cuando Arctic Monkeys debutaron en 2006 con Whatever people say I am, that’s what I’m not, el mundo pareció volverse loco. “I bet you look good on the dance floor», su sencillo de adelanto, había reventado todas las listas colocándose directo en el número uno en Reino Unido, cosa que repitieron con el segundo tema extraído del mismo disco, “When the sun goes down”. El álbum, además, alcanzó el honor de ser el elepé con más ventas obtenidas la primera semana de su aparición de la historia de la música británica. Vendían al grupo de Alex Turner como el último gran salvador del pop rock británico, y los hechos prácticamente se repitieron con la aparición en 2007 de Favourite worst nightmare, su segundo trabajo. Parecía que el mundo estaba destinado a ser conquistado por una banda que no paraba de crecer, mientras servidor oía sus discos con cierta pereza y notoria indiferencia. Algo que cambiaría en 2009, con la llegada de Humbug.
No negaré que hay algo de clasismo o de talibanismo rockero en el tema. Porque la motivación para acercarme con más atención a la banda fue que Josh Homme, líder de Queens of the Stone Age, estuviera implicado en su grabación. Sea por lo que fuere, sigue siendo el único disco de Arctic Monkeys que me interesa, el único que tengo en mi colección y, por tanto, el único al que recurro de uvas a peras. Y el motivo, ahí sí, es que desde el principio me gustó mucho lo que escuché, y aún más que la banda fuera tan valiente como para realizar el giro que aquello suponía en su música y su propuesta habitual, aquella que les había hecho ganar millones de fans. Fueron osados, casi kamikazes y, para mí, lo culminaron grabando su mejor obra hasta la fecha. Porque sí, gracias a Humbug he seguido dándole oportunidades a Arctic Monkeys con cada disco, sin que ninguno me calara como lo hizo aquel.
En un artículo aparecido en El País en agosto de 2009, Brenda Otero escribe esto sobre Humbug: «Tiene algo de disco como los de antes. Es más retro que los otros dos, con influencias del rock de los sesenta y setenta, y Turner cantando como Dios manda, como ya lo hacía en The Last Shadow Puppets, su banda paralela casi un tributo a Scott Walker. También es menos inmediato, más adulto, de guitarras más maduras. Esta colección de canciones probablemente atraerá a un oyente que antes se sentía demasiado adulto para comprar sus discos», a lo que el propio Turner añade que «mucha gente nos ha dicho que el público de este disco será diferente, pero nosotros lo hicimos sin intención».
El álbum se graba en el estudio que Josh Homme tiene en el desierto de Joshua Tree, lugar en el que lleva años registrando sus célebres The Desert Sessions, y, sin duda, el sonido se impregna del ambiente que le rodea, aunque es cierto que algún tema también se registra en Brooklyn. Todo es más experimental, más denso y, por supuesto, más desértico. Por primera vez, además de riffs pegadizos y melodías reconocibles trabajan sobre atmósferas, y eso lo hace diferente. Quizá dificulta su escucha a sus seguidores habituales pero, sin duda, ayuda a evolucionar a la banda. De hecho, no son pocos los seguidores del grupo que lo siguen considerando su peor disco, en una afirmación que no deja de sorprenderme, ahora que vuelve a sonar en mi equipo para escribir este artículo. Homme se alía con el productor habitual de la banda —no es cuestión tampoco de desnaturalizarlos del todo— James Ford, y juntos forman un tándem excelente, quizá por su manera opuesta de entender la música.
Las canciones
Abre el disco “My propeller”, intensa, misteriosa, sugestiva. Un tema con poca vertiente pop que ya espantará a algunos de sus habituales. “Crying lightning” puede recordar algo a sus discos anteriores, pero es la confirmaciónde que aquí las atmósferas también juegan un papel preponderante, con un Alex Turner fraseando mejor que nunca, mostrándose como un cantante muy flexible.
En “Dangerous animal” es probable que ya hayan perdido a la mitad de su público habitual, ganándonos a otra mitad de recién llegados. Es un tema que, ahora sí, bebe claramente del stoner de Homme para hablarnos de la ansiedad y la depresión. Una maravilla sónica. Por su parte, “Secret door” apuesta por la melancolía, mientras “Potion approaching” nos traslada directamente al Era Vulgaris (2007) de Queens of Stone Age, cuando Josh Homme se dejó influir por sus colegas Mark Lanegan o Trent Reznor. La colaboración de Alison Mosshart (The Kills) destaca en “Fire and the thund”, donde se ha de citar, de nuevo, la versatilidad de un vocalista en estado de gracia. “Cornerstone” se convertirá en una de las favoritas de su público más habitual, quizá por ser de los temas más melódicos del álbum, mientras que con “Dance little liar” vuelve el desierto. Dicen que esta es la canción con la que Josh Homme decidió implicarse en el disco, y no nos extraña.
Para encarar el final queda una de las joyas del disco, con Phil Cook — la otra gran mitad de los Monkeys— haciendo un gran trabajo a la guitarra en “Pretty visitors”, confirmando con el cierre de “The jewell’s hands” la oscuridad que envuelve todo el álbum.
No tengo dudas. Humbug es un disco maldito. Sí, es un trabajo grabado por una de esas bandas súper ventas, pero nadie, con la excepción —por una vez— de la prensa especializada pareció entenderlo. Los seguidores del grupo no conectaban con aquella propuesta tan oscura, y lo mismo sucedía, aunque a la inversa, con los fans de Josh Homme, que lo consideraban demasiado ¿luminoso? El caso es que más de una década después de su publicación, servidor sigue disfrutando de él como el primer día en el que la aguja de mi giradiscos cayó sobre sus surcos. Y, al final, eso es lo que importa, ¿o no?
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Anterior Fondo de catálogo: Vitamina D (1996), de Los Hermanos Dalton.