FONDO DE CATÁLOGO
«Roza el sobresaliente, lo que no es sencillo en este tipo de obras colectivas, que tienden a flojear en exceso»
Coincidiendo con el 50 aniversario del asesinato de Federico García Lorca, se publicó el disco colectivo Poetas en Nueva York, con Leonard Cohen, Chico Buarque, Paco de Lucía, Víctor Manuel, Georges Moustaki y Mikis Theodorakis, entre otros. Lo recuerda Juan Puchades.
Varios artistas
Poetas en Nueva York
CBS, 1986
Texto: JUAN PUCHADES.
La portada. La importancia de una portada. Lo primero que llamaba la atención de este elepé, allá por 1986, era la cubierta: una ilustración creada para la ocasión por el gran Eduardo Úrculo, con su clásico viajero de gabardina y sombrero panamá, siempre de espaldas al espectador (solo faltan las habituales maletas), observando Nueva York desde el río Hudson. Vamos, nivel máximo: uno de los principales exponentes del arte pop español, una figura de trascendencia internacional firmaba la carátula de un disco. Una obra de enorme belleza que no requería de mucho más, solo de una tipografía sencilla para rotular el título y los nombres de los participantes. Toda una invitación a hacerse con ese álbum colectivo que tenía mucho de especial.
Poetas en Nueva York fue un proyecto insólito en la industria discográfica española de aquel tiempo, no demasiado imaginativa a la hora de idear discos que se salieran de lo común. Pero al presidente de CBS, Manolo Díaz —sí, el cantautor y compositor de los años sesenta: ¡ah, lo esencial de que las riendas de las disqueras estén en manos de gente que conoce y ama la música!—, se le ocurrió homenajear Poeta en Nueva York, el libro de Federico García Lorca escrito en el cambio de década de los veinte a los treinta (y publicado por vez primera en 1940), coincidiendo con el quincuagésimo aniversario del asesinato del poeta. Una iniciativa ambiciosa de vocación internacional, en la que los poemas serían musicados y trasladados a diferentes lenguas por distintos cantautores: español, catalán, inglés, italiano, hebreo, portugués, griego y alemán (extrañamente, se eludió el francés). Así, este disco que se impregna de lenguas, de acentos, de sonoridades era, a su vez, un homenaje a los compositores de música popular que más cuidan la palabra, los cantautores; los singer-songwriters en inglés, para aquellos que sienten cómo se les contraen los esfínteres con la palabra «cantautor».
Como abrazando todo el contenido, se abre y se cierra con las dos canciones más extensas y, a la vez, las más impresionantes: “Take this waltz” (“Pequeño vals vienés”), musicada e interpretada por un inspiradísimo Leonard Cohen, y “Oda a Walt Whitman”, de Patxi Andión. De la primera, monumental, poco cabe añadir a estas alturas, pues acabaría siendo una de las piezas canónicas de Cohen. Un tema inmenso, de belleza desoladora e imperecedera, que dos años después Cohen incluiría (algo retocado) en su celebrado I’m your man, elevándolo a la gloria internacional. Por su parte, Patxi Andión se marca todo un tour de force al poner en pie los siete minutos de una inconmensurable “Oda a Walt Whitman”, perfecta en lo musical (en composición, producción y arreglos) e interpretada (recitando con su voz rotunda en la primera parte) por un cantautor que nunca fue demasiado bien tratado y cuya obra, ineludible, todavía está por descubrir y reivindicar.
Pero, hay que decirlo, en Poetas en Nueva York no hay temas de circunstancias: todos los participantes se entregaron, seguramente sabedores del material sensible sobre el que trabajaban. El lado nacional dejó a Lluís Llach versionando en catalán y en su singular estilo, aunque bluseando con gusto, “Els negres (Norma i Paradís)” (“Norma y paraíso de los negros”). Obviamente, el flamenco no podía faltar, y son Pepe y Paco de Lucía quienes se encargan de dejar constancia de su maestría en “Asesinato”. El otro artista local es Víctor Manuel, que se encontraba en uno de los momentos más inspirados de su carrera (y eso no es poca cosa, tratándose de quien se trata), levantando la descomunal “Nacimiento de Cristo”. Ese mismo año, Víctor la incluiría en su álbum con Ana Belén (que aquí se suma en la segunda voz) Para la ternura siempre hay tiempo.
La aportación italiana llega con Angelo Branduardi, que siempre delicado e instalado en la belleza del pop de cámara firma una sensible y austera, con su voz dominándolo todo, “Grido a Roma” (“Grito hacia Roma”). Desde Israel, vía Nueva York, un por entonces desconocido aquí (diría que esto es lo primero suyo que se editó en España) David Broza musica e interpreta en hebreo “Tu infancia en Mentón”: una inspirada balada pop que suma color español en la guitarra caliente, pues Broza, no lo olvidemos, se formó, en gran medida, con nuestra canción de autor.
En los primeros años ochenta, Raimundo Fagner fue de los pocos brasileños que intentaron penetrar en el mercado español. Además, grababa en CBS, así que fue el encargado de aportar el portugués junto a, atención, el gran Chico Buarque, con una bellísima y noctívaga, de reflejos jazzísticos, “A aurora” (“La aurora”), firmada por Fagner y con ambos en las voces.
Otro de los platos fuertes, en una suerte de quién da más, es la unión de, créanlo, Georges Moustaki y Mikis Theodorakis en “Son de negros en Cuba”. Dos tótems que habían tenido un fugaz encuentro en un single de 1970. El primero en la voz, el segundo con la música y la producción. Y aunque a Moustaki lo ubicamos en la órbita de la chanson francesa (y con su presencia, en cierto modo, se cubre ese flanco), nacido en Egipto sus orígenes son griegos, y en griego interpreta esta canción tan triste como sublime, con todo el sello de Theodorakis y sus resonancias del Egeo.
El inglés deja una segunda composición. Esta vía Inglaterra, con uno de los cantautores legendarios: Donovan, que canta una sugerente y juguetona “Unsleeping city” (“Ciudad sin sueño”). La pieza menos lograda, aquejada de una pobre producción (a la que el tiempo no le ha sentado muy bien), aunque de bella estructura, es la del histórico cantautor alemán Manfred Maurenbrecher, que pone en pie “Kleines unendliches gedicht” (“Pequeño poema infinito”).
Poetas en Nueva York roza el sobresaliente, lo que no es sencillo en este tipo de obras colectivas, que tienden a flojear en exceso. Y, sorprendentemente, ascendió al primer puesto en las listas de ventas en España. Aprovechando que está en las plataformas digitales, es una buena ocasión para reescucharlo o, simplemente, para aproximarse de nuevas a él: si no lo conocen, déjense llevar, no les defraudará. Ah, y si pueden localizar la vieja edición en vinilo, podrán disfrutar del cuadro de Úrculo a buen tamaño (la carpeta también incluye en el interior un trípitico con los poemas originales y los textos de las canciones en los diferentes idiomas), además de un texto de Ian Gibson en la contraportada.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: Vudú (1998), de Undershakers.