«Me gusta viajar a otros países porque me descoloco, me desajusto, y eso resulta productivo»
Tras enterrar su proyecto De La Puríssima, Julia de Castro presentó su debut solista el año pasado. Ahora que las canciones de La historiadora empiezan a pisar los escenarios, Xavier Valiño habla con ella.
Texto: XAVIER VALIÑO.
Fotos: KITO MUÑOZ.
Tras finiquitar De La Puríssima hace dos años, en una despedida en la que participó hasta su abuela en silla de ruedas rezando las letanías de muertos, Julia de Castro empezó a dar a conocer su nueva aventura en solitario ya con su propio nombre. Su primer álbum apareció en junio de 2020, pero tuvo que abandonar los planes de su presentación en directo, con un concierto frustrado el pasado 8 de septiembre.
Por suerte, y a pesar de estar pasando por lo que entiende como un bloqueo creativo, había más donde invertir su tiempo. Ella, historiadora del arte que ha escrito un libro replicando un tratado sobre la prostitución del siglo XVII, o que ha acompañado como violinista a Loquillo en sus giras, ha seguido trabajando en el Centro Dramático Nacional, ha puesto en marcha el rodaje de una película en la que será codirectora y ha continuado absorbiendo de aquí y de allá, para volver a crear en cuanto pase esta racha.
Fue una amiga quien le sugirió el título de su debut, La historiadora, comentándole que la historia, antes que escrita, se cantó para hacer relato, para perdurar en la memoria. Un relato que lleva esos días a los escenarios.
La historiadora, aunque publicado en 2020, incluye canciones escritas a lo largo de varios años. “29 años” parece transmitir lo que pensabas en 2013, “Santa Frívola” ya la tocabas en conciertos de De la Puríssima y “Caminadora” es incluso más antigua.
Sí, “Caminadora” es una canción de 2012. Tengo unas 40 canciones por ahí guardadas esperando su momento. Por ejemplo, el caso de “Arde Madrid” es sintomático: fue al conocer al guitarrista flamenco Paco Soto, quien estaba de gira por Roma mientras yo vivía allí, que me propuso hacer algo con ese tema que tenía. Nos metimos en el estudio, hicimos dos sesiones y salió.
El disco se puede entender como un cuaderno de bitácora, como un disco nómada, marcado por los lugares en los que has estado en los últimos años. Los lugares marcan, pero ¿es esta también una forma de dejar tu huella en ellos?
Mi forma de viajar es vivencial. Si me voy a un sitio, no estoy una semana ni dos, sino meses. Intento quedarme bastante tiempo para impregnarme de ese espacio y vivir realmente allí, más que transitar o pasar superficialmente. De alguna manera, más que dejar mi impronta, lo que hago es nutrirme. Por ejemplo, mi viaje a Tucson surgió porque Camilo Lara [Instituto Mexicano del Sonido] me comentó que allí estaba la Orkesta Mendoza, para grabar con ellos. También fue Camilo quien me puso en contacto con Jairo Zavala [Depedro], a quien no conocía todavía, diciéndome que íbamos a grabar en un estudio que estaba a cinco minutos de mi propia casa en Becerril de la Sierra [Madrid] y del que no tenía constancia.
Esos viajes, ¿cómo contribuyen a tu forma de entender la música, en general, y la tuya en particular?
Totalmente. De hecho, cuando fui a Arizona con mis canciones estaba en pánico porque iba con un alto nivel de autoexigencia. Por ejemplo, el ritmo de batería de “29 años” lo había hecho yo sola y quería que lo grabase un músico profesional, pero Camilo me convenció de que así estaba bien, que no era necesario hacerlo. Eso cambió completamente mi mentalidad rígida, academicista. Por eso me gusta viajar a otros países, porque me descoloco, me desajusto, y eso resulta productivo.
Como has comentado, tienes bastantes canciones sin grabar. ¿Es algo frustrante o te lo tomas como parte de un proceso con el que ir avanzando?
No tengo ninguna prisa, no me preocupa nada, no me estresa. Tengo una carpeta con bastantes canciones y hace como año y medio que no compongo nada, no me sale. De vez en cuando la reviso y si algún amigo me dice «Esta canción, mmm, no sé», que es la reacción que más me pone, ya sé que esa canción tengo que sacarla.
Tu trabajo con Camilo Lara semeja haber sido un noviazgo musical en el que se implicó y te dejó espacio para ir grabando durante cuatro años. ¿Cómo hubiera sido el disco sin su contribución? ¿Y cuál es tu visión después de haber trabajado con él?
Para mí es muy difícil entender el disco sin Camilo. Su forma de concebir la música tiene mucho sabor mexicano y, por lo que fuera, yo ya iba encaminada hacia allí. «Caminadora», la primera, la compuse en México en 2012. Después, de una manera más consciente, vino la versión de “Hasta que te conocí”, de Juan Gabriel, que fue una imposición mía contra la opinión de todos, como Marco Carrión, el ingeniero, que ha vivido conmigo ya en tres momentos distintos. Sin Camilo, la sonoridad hubiera sido distinta. Si no hubiera sido él, la producción debería haberla hecho otro mexicano. Tenía que ser así. “Caminadora”, por ejemplo, era una cumbia. Por otra parte, puede que “Marinela” hubiese sido distinta: era una zarzuela a la que quisieron darle ese aire tex-mex que a mí no me convencía nada, que fue todo un trauma para mí. Acabé entendiendo que la que no entendía nada en ese caso era yo, y es fantástico darse cuenta de ello. No concibo otro productor para el disco. Camilo concibe la música de una manera muy autobiográfica, entendió muy bien quién era yo, tiene un contacto con los artistas muy sano y mucha psicología emocional. Es muy listo: parece que no está haciendo nada y poco a poco te va involucrando.
¿Llegaste a capturar en el disco todo lo que pretendías, lo que tenías en tu cabeza?
En todas mis facetas, cuando delego en alguien, se trata de una cuestión de fe ciega. Me pasa también en mi trabajo como actriz: no pongo ningún problema aunque considere que se trata de una aberración, ya que me considero simplemente la intérprete de la visión de un artista. Lo mismo sucede con mis canciones: si Camilo lo tenía claro, perfecto.
¿Qué retos planteó el trabajo? Supongo que fue interesante el proceso de irlos superando. ¿Y qué fue lo que más te sorprendió, lo más inesperado?
Más que nada, superar una barrera mental que tenía, demostrándome a mí misma que realmente puedo hacer lo que quiera. Solo tenía que encontrar la gente adecuada y explayarme. Con De La Puríssima tenía la certeza de que sola no podía hacer nada, algo que es un tema muy de género. Lo veo en las mujeres de mi familia y en otras mujeres con las que trato habitualmente: a pesar de que somos muy fuertes, tenemos dudas, una sensación de que no somos suficientes, de exigencia constante.
¿Fue difícil plantearse y lograr un nexo en un disco tan heterogéneo, ecléctico y desprejuiciado? ¿Cuál sería ese elemento que lo une todo?
El nexo entre las canciones serían los viajes y, también, una tendencia a mostrar mi edad en la narrativa. Resulta curioso esa cronología, esa especie de memorabilia que yo llamo cabotaje musical. En cuanto a lo musical, el nexo sería tanto la mezcla de estilos como la mezcla final de Frank «El Médico» Rodríguez, que fue una propuesta de Camilo y a quien yo no conocía.
¿Tuviste miedo en algún momento de que no se entendiera? Me da que esos retos te ponen.
Quizás sí me planteé en un momento dado que podría resultar algo bastante raro. Me pasa con la canción “Mis amigas”, que creía que no le iba a interesar a nadie y que podía horrorizar a la gente. La metí porque a mí me apetecía y a Camilo le gustaba, y he recibido bastantes mensajes de mujeres diciendo que les gusta mucho.
¿Hay algún palo con el que no te atreverías?
“Arde Madrid”, que tiene un aire flamenco, sería un buen ejemplo. Me daba más pereza. Pero sí es cierto que encontré con Paco Soto un lugar en el que funciona, en el que no necesitaba cantar como un cantaor, ni mucho menos, en el que se nota que es mi voz que está llevada a la bulería sin desentonar y sin tener ninguna pretensión.
De la amplitud de registros en el álbum se desprenden unos gustos musicales muy abiertos. ¿Qué se te resiste?
Probablemente sea así, sí. Sin embargo, el otro día me fui de un bar porque me estaba poniendo muy nerviosa la música que sonaba. Era algo de rock, no sé quién, y mira que me gusta mucho el rock. Para mí hay muy buena música en todos los géneros, pero también puede suceder que en un momento dado me pueda molestar algo.
El disco se iba a titular Sonora. ¿Cuál era el significado de ese título entonces?
Es porque está grabado en el desierto de Sonora, la zona fronteriza entre los dos países que me estaban acogiendo, México y EEUU. Es el desierto que los une y los separa. También, a nivel de acepción en el diccionario, sonora es un adjetivo que se podía adecuar perfectamente al disco. Abandoné la idea cuando se publicó el disco de Arizona Baby titulado Sonora. Y ahora me alegro de que no saliera adelante mi intención inicial, porque era algo bastante ilustrativo e innecesariamente subrayado. Al final, como tardo tanto en hacer las cosas, las ideas acaban por encontrar su lugar, y me alegro del cambio del título.
«Mis letras son todas autobiográficas y explícitas. Si alguien siente curiosidad, está todo ahí contado»
La idea del título ahora es que la historia, antes que escrita, se cantó para hacer relato. ¿Qué tiene de adictivo lo de contar historias? Tal vez todas tus facetas artísticas —cantante, violinista, actriz, directora, escritora…— se puedan resumir en esa idea.
El primer regalo que me hizo mi madre fue un diario, y escribo asiduamente desde que tengo uso de razón. Tengo una manera de pensar muy narrativa. Guardo muchísimos cuadernos y puedo ir a cada uno de ellos para ver lo que me sucedía cada momento. Me ayudan a entenderme. Sí, puede que esa memoria se traduzca artísticamente en todo lo que hago.
¿Te cuesta explicar tus canciones en entrevistas o en directo? ¿Hay alguna que no explicarías jamás?
Mis letras son todas autobiográficas y explícitas. Si alguien siente curiosidad, está todo ahí contado. En alguna ocasión a determinada gente no le ha sentado muy bien sentirse apelados por los textos, mientras que otras veces me han echado en cara no aparecer. En el caso de “Mis amigas” aparecen hasta con nombres y apellidos. Mientras grabábamos la canción, los mariachis me preguntaban quiénes eran estas personas y que les diera más datos, sentían mucha curiosidad. No, no tengo problema en explicar las canciones y, además, hablan por sí solas.
Cada canción parece representar un momento de tu vida, documentando lo que te va sucediendo.
Nunca me he sentado a componer una canción. No es que surja una letra y luego me siente a ponerle una música. Es algo que ocurre y que analizo, sin más. Habitualmente me sale la canción con melodía como un tsunami. Suele suceder cuando algo me afecta, me molesta y, sobre todo, cuando me conmueve. Luego sí puede haber un proceso para rematarla que puede resultar más largo.
Virgen, tu disco con De La Puríssima, estaba centrado en los hombres, y ahora es justo todo lo contrario. Hay pocos discos que hablen de feminidad, de carnalidad, de sororidad desde el punto de vista de la mujer. ¿Es este un disco sobre el placer y la necesidad del placer?
Creo que el placer era algo más con De La Puríssima. Ahora hablo más de la mujer, sí, con una mirada hacia lo femenino más observadora y contemplativa. Antes me centraba más en mí y ahora la mirada es más hacia fuera. Ahora es el mundo femenino el que me importa y no el masculino.
Esa parte también parece acompañar a tu imagen como, por ejemplo, en tu reciente aparición en Un país para escucharlo.
Sí, ahora admiro más lo femenino y estoy encontrando la parte masculina en mí, como aceptando ese lado. De hecho, el disco tiene que ver con mi infancia con los coches y esa parte está aflorando más ahora.
¿Qué ha habido de liberador en todo este proceso?
El ejemplo sería “La alemana”, donde cuento el momento en el que encuentro la bisexualidad en Berlín, algo que me cambia completamente. Ahí empiezo a percibir que dentro de esa comodidad aparente de la heterosexualidad no hay más que una intención de sentirse conforme con lo aceptado socialmente, de lo que tú crees que eres. En el instante en que lo descubres y sales de ahí, te permites más. Me siguen gustando muchísimo los hombres, sin duda, pero no necesito reafirmarme tanto en mi feminidad, así que me ha relajado bastante entender que eso forma parte de mí también. En aquel momento, con el ansia de conquista, me sentí como Humphrey Bogart y no entendía nada, como que no me pertenecía, que no era yo. No eran más que prejuicios. Ahí es cuando te das cuenta de cuántas capas de carácter hay que quitarse para entender que probablemente todo este constructo que uno cree que es el real no es así. Hay que dejarse sentir, algo que llega con la madurez.
No siempre es bien recibido el comentario de que el disco de un artista es su álbum de madurez. Sin embargo, en tu caso lo entiendes así y querías que quedase claro.
Sí, reclamo muchísimo esa posición. Los 20, aun siendo una época preciosa de aprendizaje, fue una etapa agotadora, un constante dramatismo. Ahora entiendo algo más las cosas, o por lo menos me lo he trabajado un poco más, y me alegra muchísimo decirlo. Estoy muy contenta de ir cumpliendo años y entenderlo mejor, de relajarme.
Tu evolución musical suele ir al revés de lo que es habitual en el mundo de la música, que es empezar a partir de las influencias y acabar fijándose en la tradición que le rodea a uno. Del cuplé que descubriste en Londres a los 22 años vas ahora hacia la electrónica, que sería lo que te hubiera correspondido entonces por la edad.
Puede ser, entiendo lo que dices. En la obra en la que participaba en Londres hace unos 15 años se bailaba una sardana y se cantaba un cuplé. Sabía lo que era la sardana, pero no el cuplé, y me sentí avergonzada como estudiante de interpretación en la Escuela Real de Arte Dramático cuando me preguntaron por ello y no supe qué decir. Tuve que hacer un grado de Teatro Centroeuropeo en Londres para que me descubrieran el cuplé. Ahí ya reaccioné. Conecté con la música al descubrir a aquellas mujeres tan poderosas del cuplé que sentí muy cerca de mí, y me sentía muy cómoda cantando desde ahí porque había un lado teatral con el que estaba a gusto. Ahora estoy en otro punto.
Siendo tan polifacética e hiperactiva, ¿qué tal has llevado este año de pandemia que, sin ir más lejos, ha parado tus planes de presentar y dar a conocer el disco?
Cuando empecé a escuchar el disco, después de haberlo grabado, sentía que ya no era la persona que estaba retratada ahí, ya no sonaba así en mi cabeza. De ahí que esta misma semana haya aparecido una remezcla de “La alemana” y la versión de “Los niños en el parque” del grupo alemán de los ochenta Liaisons Dangereuses, dos canciones más electrónicas. No me apetece tener músicos acústicos como la típica formación con la que grabé el álbum. En mi cabeza ahora suena todo de otra manera. Por eso he recurrido a Amit Kewalramani, con quien ya había trabajado los temas más electrónicos de De La Puríssima. En su día hicimos dos canciones así, con cuerdas e influenciados por el grupo de post-rock Slint y, más concretamente, su canción “Washer”. Los músicos de De La Puríssima decían que era lo mejor que habíamos hecho, la evolución real del grupo. Me parece el puente perfecto para lo que estoy haciendo ahora. Esas canciones, que las hicimos con el Cuarteto Quiroga, solo las llegamos a tocar en directo y nunca se han publicado. Puede que salgan en algún momento, cuando tenga sentido.
¿Saldremos de esta fortalecidos o volveremos a lo de antes sin haber aprendido nada?
Todas las crisis ponen a la gente en una tesitura de la que no hay vuelta atrás. Situaciones así provocan momentos tanto de estancamiento y de depresión como de clarividencia. Las crisis siempre son positivas, aunque en este caso la desgracia es que haya gente que ha muerto. Por mucho que nos creamos inmortales, con la tecnología y todo esto, los ciclos humanos y la naturaleza son así.
De la Puríssima nació con la idea de ser un proyecto conclusivo, y así acabó en el 2019. ¿Se entendió esa mezcla de cuplé y jazz y la puesta en escena exuberante que representaba?
Sí, la experiencia fue muy gratificante, cumplimos todas las expectativas a pesar de ser algo muy arriesgado y particular. Tuvimos seguidores muy fieles, aunque no alcanzásemos el éxito desorbitado que nos auguraban en un principio. Quizá creamos unas expectativas viciadas de lo que debe ser un proyecto, y estas pueden ser otras distintas, porque De La Puríssima forma ahora parte del temario de asignaturas de musicología sobre cultura popular gracias a que se hizo con mucho rigor por nuestra propia exigencia. Creo que se entendió, aunque puede que no alcanzarse una trascendencia mayor porque no era el momento adecuado, pero es algo irrelevante, la verdad.
Aquel final coincidió con la beca en Roma que hizo posible que escribieras el libro La retorica delle puttane, una réplica al libro escrito en el siglo XVII por el italiano Ferrante Pallavicino, en el que se aborda el tema de la prostitución. ¿Qué descubriste en el proceso y cómo os afectó a ti, que tanto has trabajado con el cuerpo de la mujer, y a tu arte?
Conocer a Susana, una prostituta italiana que ejerce libremente, fue uno de esos momentos de los que me conmueven y que se tradujo en una canción, “Ríndete”. El tema nació de discusiones que suelo tener con mujeres que quiero y que son abolicionistas en este tema. Ante esa incapacidad de que entendieran la postura de una mujer que había conocido, que no era una víctima y que tenía una voluntad comprobada de trabajar en ello, escribí la canción. Hasta entonces lo había vivido muy teóricamente y nunca me había acercado a nadie que ejerciera la prostitución. Ahí surgieron muchas preguntas que creía que tenía claras y que tuve que replantearme. En mis conversaciones con distintas instituciones como Amnistía Internacional o asesores de la legislación europea en Bruselas surgió algo que ellos siempre reclaman a los Gobiernos y que me gustaría recalcar: hay que diferenciar totalmente la esclavitud sexual, que todos condenamos, del trabajo sexual libre. Si no entendemos la diferencia, estamos ante un gran problema.
De la Puríssima buscaba claramente el componente erótico, partiendo de las letras de las canciones y reforzado con una puesta en escena en la que te ibas desnudando. Si ahora las historias son más personales, se podría pensar en algo menos teatral. ¿Cómo serán ahora tus conciertos?
Con De La Puríssima me sentía muy ligada al cuplé porque había una parte de mi vida que había estado muy reprimida, muy contenida. Se trataba de una respuesta muy sana a ello. Tras haber trascendido esa necesidad de erotismo y explicitud, toca otra etapa. Estoy muy expectante con los conciertos de esta nueva etapa y me cuestiono si no voy a decepcionar. Está siendo una evolución bastante orgánica y he ido dando pinceladas para que se vaya entendiendo. El directo no tiene que ver nada con el disco, la sonoridad será muy cañera, pero, por el contrario, mi postura y mi presencia en el escenario será muy relajada.
Entiendo que la provocación ha quedado atrás. Recuerdo que comentaste que cuando saliste desnuda en Interviú, haciendo realidad un sueño tuyo, la revista no se decidió a publicar algunas fotos por demasiado explícitas.
¡Y yo que pensaba que había quedado muy pazguata en las fotos! Resulta que era todo lo contrario. De hecho, nos llamaron de la revista para decirnos que aquellas fotos no podían sacarlas.
¿Es más difícil desnudar el alma que el cuerpo?
Entiendo que hay que ser valiente y que cada uno tiene un trabajo que hacer. En mi caso he visto un poco de todo: gente a la que no le cuesta enseñar su cuerpo y luego les es complicado mostrar sus sentimientos, como una jugada para distraer realmente de cómo son, y gente que no tiene ningún problema en abrirse en canal a nivel emocional y sin embargo tienen mucho pudor a la hora de mostrar su cuerpo.
¿Querer encajar es malo para el arte?
Como historiadora del arte, tengo presente en mi cabeza la vida y la obra de muchos artistas y creo que muchos han sabido leer perfectamente su momento. Por ejemplo, C. Tangana y Niño de Elche: uno ha querido encajar y lo ha entendido totalmente, muestra su ambición sin tapujos, y el otro, aunque sea desde la periferia, también. La razón es que los dos se están haciendo caso a sí mismos, por lo que funcionan a distintos niveles.
Pareces tener mucha fuerza, mucha energía. ¿Escondes alguna debilidad?
Pues lo cierto es que en este momento me siento agotada, bloqueada, sin mucha energía, tengo que ser honesta. No sé si es una consecuencia de la resaca de la covid. También lo estoy viviendo acercándome a disciplinas artísticas diferentes, con gente que está empezando, con filósofos, nutriéndome. Me gustaría que volviéramos a hablar dentro de un año para saber qué ha salido de esto.
¿Hay algún principio que rija todo lo que haces?
No. Me cuesta forzar esa parte de mí, me cuesta inventarme. Si acaso, lo que hago es ir preparándome siempre hasta que sale algo. Tiene que motivarme, algo con lo que conecte muchísimo. Por ejemplo, lo que me movió entonces a hacer el disco Virgen, de De La Puríssima, ahora no lo haría. Creo que busco cosas más sencillas en este momento. Lo último en lo que me sentí completamente volcada fue en la película que preparamos el verano pasado, un musical homenaje a Corridas de alegría, que Gonzalo García Pelayo dirigió en 1982. Estuvimos un mes completamente metidas en ello, buscando el equipo técnico, rodando… No tenía vida ni quería tenerla.
¿Cómo entiendes la libertad: como un derecho o un privilegio?
Son palabras mayores. Puedo hablar desde el contexto socioeconómico en el que me muevo, ya que, si viviese más al sur o más al norte, sería completamente distinto. Ahora siento cierta inquietud dentro de lo digital. Sí, entiendo la libertad de información, la libertad de expresión, la libertad de voto… Me siento libre en estos aspectos. Pero, al mismo tiempo, me siento completamente esclava de las nuevas tecnologías y no sé hasta qué punto nuestra libertad está controlada en ese aspecto. Hay algo que chirría cuando hablas de una cosa y al segundo tienes anuncios en tu móvil relacionados con ello. Lo digital está cambiando la intimidad y la libertad. Habría que reformular el concepto.
Para terminar, ¿alguna anécdota curiosa de este tiempo en el mundo de la música?
Hay una canción en el disco de De La Purísima que se llama “El rockero” que juré que nunca cantaría yo. En directo siempre lo han cantado otras mujeres y en el disco lo interpreta Bimba Bosé. Eso me lleva al momento en que la conocí. Era la época de Ana Botella como alcaldesa de Madrid y estaban cerrando muchos locales. Había uno llamado Le Swing Jazz Club en el que se hacían conciertos a diario y donde nosotros empezamos a tocar. Un día nos llamó el dueño diciendo que lo cerraban. Teníamos un concierto aquella noche. Le dije que lo haríamos igualmente y que lo mejor que podía pasar es que apareciese la policía y lo parase todo. Ese día se llenó. Yo llevaba todo muy preparado y en la última canción cogí un cuchillo y me corté la lengua diciendo “Esta noche Madrid se queda muda”. Fue un corte superficial, pero de la lengua sale siempre mucha sangre. Al acabar, Bimba se acercó a mí y me dijo: «No sé quién eres, pero yo quiero ser tu amiga».