FONDO DE CATÁLOGO
«My Bloody Valentine redefinieron, con un sonido diferente, denso, detallista, ruidoso y etéreo, el término shoegaze»
Fernando Ballesteros recupera el segundo álbum de My Bloody Valentine, una joya de 1991 que situó al grupo irlandés en un lugar que nunca volvieron a conquistar. Esta es su historia.
My Bloody Valentine
Loveless
CREATION, 1991
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
My Bloody Valentine ya se habían hecho un nombre en la escena independiente de las islas cuando, en 1988, editaron Isn’t anything. La historia había comenzado en 1983 en Dublín, y antes de debutar en formato largo habían tanteado el terreno con algún que otro single. Recuerdo verlos por aquellos tiempos en Televisión Española, interpretaban “You made me en el programa Plastic. Puedo asegurar que nunca había visto algo semejante. En mi escueto universo musical no convivían las guitarras a todo trapo y distorsionadas con armonías vocales apenas perceptibles. No profundicé más en aquel momento, la realidad que vivíamos y los medios a nuestro alcance conformaban un panorama muy distinto al de hoy: o te hacías con el disco, o ya no les volvías a escuchar. Pero MBV volvieron a mi vida en 1991. Y lo hicieron a lo grande.
¿Qué había ocurrido en los años anteriores? Por resumirlo de forma muy gráfica: una auténtica y genuina odisea. Los dos años invertidos para la grabación de su segundo elepé fueron una dura prueba, un proceso de brutal autoexigencia y perfeccionismo de Kevin Shields, el líder absoluto de la banda, que puso en jaque, en no pocos momentos, la salud mental de sus protagonistas. No sé que pasaría por la cabeza de nuestro hombre cuando anunció, en 1989, que el disco sería grabado en poco más de cinco días. Diecinueve estudios y un par de decenas de ingenieros de sonido después, estaba claro que no había andado muy atinado con la previsión.
La experiencia nos dice que los grandes discos, aquellos que trascienden, suelen contar con una intrahistoria que multiplica su vitola legendaria, y Loveless no es una excepción. Es más, como todo en estos surcos, este capítulo es casi inabarcable. Las historias, más o menos reales, se superponen en el relato de forma parecida a como lo hacen las capas de guitarras en su sonido. Los obstáculos y bloqueos que tuvo que vencer la banda hasta ver su trabajo en las tiendas nos pueden servir para entender todo lo que rodeó a la gestación de un álbum, capital para comprender por dónde ha ido la música de guitarras más arriesgada en las últimas décadas.
Redefiniendo el shoegaze
Y es que My Bloody Valentine redefinieron, con un sonido diferente, denso, detallista, ruidoso y etéreo, el término shoegaze, una etiqueta que provenía de la querencia que tenían los grupos a mirarse el calzado mientras tocaban (de los padres del género escribió Eduardo Tébar el artículo La reválida del shoegaze). La cantidad de pedales que utilizaban seguramente tuvo algo que ver en una actitud escénica que devino etiqueta. Slowdive, Ride o Lush —porque lo de Jesus and Mary Chain es caso aparte— tienen tan buenas o mejores canciones que Shields y compañía, pero si hablamos de un elepé, apuesten por Loveless, porque esta obra representa como ninguna todo lo que significaba aquella forma de entender e interpretar ese tipo de música.
Y luego está la leyenda, claro. No nos olvidamos de ella. Hay datos que hablan por sí solos. Verán ustedes: la grabación supuso una inversión que, según el capo de Creation, Alan McGee, dejó al sello al borde de la ruina. Alan llegó a hablar de medio millón de libras. Kevin Shields, que no es muy comunicativo el hombre, ha desmentido en varias ocasiones que la inversión fuese tan costosa. Otras versiones hablan de 250.000 libras. y el propio Kevin lo dejaba en 160.000, pero matizaba que no eran gastos de grabación, sino dinero que sirvió para que la banda y el equipo viviera durante aquel tiempo que parecía que nunca iba a acabar. Lo que si está claro es que al sello y a su ilustre propietario no les salió muy a cuenta todo aquello, y se ha encargado de recordarlo en varias ocasiones.
Las canciones
En lo estrictamente musical, Loveless es pura abstracción. Un viaje a ninguna parte. Es muy difícil, y en 1991 aún más, saber hacia dónde se dirigía todo aquello. Ni siquiera su autor parecía tenerlo claro. Y, sin embargo, el camino que nos propone es atractivo, subyugante. De acuerdo, no sé donde me está llevando usted, pero me gusta. Aunque haya que concebir la obra como un todo, las canciones son tan buenas que, en ocasiones, funcionan por separado. Sin embargo, cuando pueden ser apreciadas en toda su dimensión es como conjunto, inscritas en el concepto de álbum.
“Only shallow” es el kilómetro cero de la aventura. El riff, todo energía, te machaca, y la melodía ya te ha envuelto. Acompaña y seduce, mientras, al fondo, la voz de Bilinda nos recuerda que, aunque lo parece, no es un sueño. “Loomer” baja un punto la intensidad y “Touched” es el pasillo que nos lleva a una de las cimas de la obra. “To here knows when” es una de esas canciones que, aparte del concepto sonoro del álbum, tiene un valor inmenso por sí misma. Lo mismo puede decirse de “When you sleep”, lo más parecido a una canción de pop convencional que My Bloody Valentine querían ofrecer en 1991. Aquí, las voces de Bilinda y Kevin firman una alianza que es pura ensoñación. La forma en la que llegaron hasta ella nos sitúa tras la pista de lo que fueron aquellas sesiones interminables de grabación. El caso es que habían registrado infinidad de tomas del tema y estaban en uno de esos momentos —fueron como un millón— en los que Shields no sabía en qué dirección continuar. Fue entonces cuando tuvieron la idea de unir las voces. Ese juego y la melodía sublime conforman una canción inmortal, uno de los grandes clásicos del pop de la década.
Entre samplers, muros de guitarras y melodías que intentan sacar la cabeza por encima de todo el maremágnum, emerge “I only said”, que antecede a “Come in alone” en un recorrido cuya siguiente parada destacada es “Sometimes”. Esa delicadeza, la guitarra acústica que intenta abrirse un hueco entre las capas de eléctricas… todo en la canción suma a favor de algo así como una detonación controlada y emotiva. Unos minutos de paz romántica y triste para perderse en ellos.
“Blow a wish” es hipnótica, pero ¿acaso hay algún momento en este disco al que no le cuadre ese adjetivo? En todo caso, la distorsión y la repetición nos llevan por esos territorios en la recta final del disco, donde nos encontramos otra melodía de lujo, la de “What you want”. En ella manda Kevin, por encima de los coros de Bilinda, justo antes del broche espectacular de “Soon”. El final del viaje también era, en cierto modo, el principio. La canción ya había sido editada en el epé “Glider” y fue el primer single de Loveless. No se me ocurre una mejor forma de terminar. Hemos llegado.
Cuando salió a la venta, el 4 de noviembre de 1991, el disco fue un éxito para la crítica, aunque la casi total unanimidad llegó con el paso del tiempo. Comercialmente, la cosa no funcionó tanto. En Estados Unidos, Seattle, con Nirvana a la cabeza, marcaba el paso; aquello sí que era éxito masivo. Lo de MBV era otra historia y solo se vivió en las islas. En las listas americanas, de hecho, no llegaron a meterse, y en el Reino Unido —no descorchen aún el cava— se tuvieron que conformar con un modesto puesto 24.
Lo que vino después
Si la génesis de Loveless fue complicada, lo de su continuación, demorada más de dos décadas en el tiempo, merecería un capítulo aparte. La grabación eterna de la etapa comprendida entre 1989 y 1991 expandió el ego de Kevin y contrajo de forma inversamente proporcional sus ganas de comunicarse con el mundo. Pocos meses después de la edición de su mítico disco, ese mismo mundo comenzó a tragarse al guitarrista. Creation les puso en la calle, definitivamente, estaban muy lejos de ser rentables. Shields no andaba muy fino y McGee lo pudo confirmar poco tiempo después. Un día le fue a visitar a su casa londinense y se encontró al músico solo y rodeado de jaulas con chinchillas. El reputado Alan, que tenía claro que su futuro seguía pasando por el negocio discográfico y no por la cría de roedores, salió de allí aún más convencido de que nunca más trabajaría con el excéntrico líder de MBV.
En Island Records quizás pecaron de optimistas y pensaron que la cosa iba a ser muy diferente en el futuro, y les pusieron sobre la mesa un contrato de 500.000 libras. ¿Para qué? En la práctica, para nada. El grupo fue dejando de existir poco a poco hasta que en 1997 se hizo oficial su disolución. Con Kevin perdido en su mundo y experimentando en su estudio, el resto de sus miembros tampoco fueron muy prolíficos en los años siguientes. El primer material nuevo que firmó el guitarrista apareció como parte de su trabajo para la banda sonora de Lost in traslation, que junto a sus remezclas para otros grupos y su labor como parte de los Primal Scream de Bobby Gillespie, dan forma a una hoja de servicios bastante exigua para un período tan largo de tiempo.
Y como hay que cerrar todas las historias, si no queremos caer en el síndrome Shields, les diré que el grupo terminó con la espera por la continuación de Loveless en 2013, con la publicación de Mbv: entre medias, un millón de noticias que nunca se confirmaban y una catarata de obsesiones que terminaron confirmando que lo de 1991 iba a ser irrepetible. Confieso que, tras 22 años esperando —no las 24 horas de cada día, no vayan a creer, hice algunas cosas durante ese espacio de tiempo—, la continuación de su disco del 91 me aburrió en varios pasajes, desde la primera escucha. Ellos no son los mismos, nosotros tampoco, y me temo que hay algunas cosas de aquel lejano momento, hace ya treinta años, que han cambiado mucho.
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Anterior Fondo de catálogo: Policlínico miserable (1991), de Siniestro Total.