COMBUSTIONES
«Sirve tanto para homenajear al hijo perdido como para evitar que alguien lo invite a participar en un disco de homenaje»
Apenas unos meses después de perder a su hijo, Steve Earle le dedica un sentido homenaje titulado J.T. Una obra potente y cruda con la que se despide de Justin Townes Earle sobre la que escribe la afilada pluma de Julio Valdeón.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto Justin Townes Earle: JOSHUA BLACK WILKINS.
Foto Steve Earle: SHERVIN LAINEZ.
Hace medio año murió en Nashville el cantautor Justin Townes Earle, uno de los nombres importantes del alt-country, la americana o como quiera que ahora llamemos a los cócteles agitados por los herederos de LeadBelly, Hank Williams y Gram Parsons, sin olvidar, en su caso, la influencia de grupos como los Ramones, los New York Dolls o los Beastie Boys. Lo otro, lo que empaqueta y vende gente como Luke Bryan, Florida Georgia Line, Jason Aldean o Blake Shelton es… otra cosa, una papilla liofilizada: una basura más cerca de los talent shows que de los fantasmas que todavía cantan en el Ryman Auditorium. Una carpintería sin vuelo emocional, donde donde los atributos de la música de influencia vaquera agonizan reducidos al mínimo común denominador de la fast-food sonora.
En el caso de Earle, que tenía 38 años la noche de su muerte, escribía con una paleta donde también cabían el blues de alta graduación, el folk de Woody Guthrie, el soul de Muscle Shoals y Memphis y el rock and roll primitivo. Músicas con aromas y sabores añejos, actualizadas mediante unas letras con vistas a los Estados Unidos contemporáneos, tan atemporales como urgentes. Earle falleció después de años peleando contra sus adicciones. A punto estuvo de mandarlo a la tumba una neumonía, provocada por la inhalación de vómitos mientras estaba dormido.
Bautizado en honor del amigo y maestro de su padre, el cantautor tejano Townes Van Zandt, Justin era el primogénito de otro nombre esencial de la mejor música estadounidense de las últimas décadas, Steve Earle . Como reconocimiento y tributo a su hijo, Steve ha grabado ahora diez canciones suyas, más un tema original, donde da cuenta de la última conversación que tuvieron, horas antes de que la combinación de alcohol, cocaína y fentanilo bajase el telón de forma irrevocable. La relación padre/hijo, fuente de infinitas neurosis, se agravó en su caso por el peso de compartir dedicación profesional. Cuenta que Justin, incapaz de reconocer sus propios méritos, sentía que el Earle bueno era el otro. Lo cierto es que el hijo era un vocalista más personal, más sutil, más flexible y evocador que el padre, también mejor guitarrista y, esto ya entra dentro de los gustos personales de cada cual, manejaba unas sonoridades y unos arreglos más ricos e interesantes, por cuanto estaba más cerca de Lightnin’ Hopkins que de los primeros intentos de recuperación de las músicas de raíz, cuando los ecos de la new age lastraban, a mi entender, las mejores posibilidades de la incipiente americana. Dicho sea sin menoscabo del talento colosal que atesora Steve.
Con J.T., titulado por el apodo con el que llamaban a Justin de niño, logra un disco emocionante. Otro más en una carrera modélica. Una obra delicada, potente y cruda, que sirve tanto para homenajear al hijo perdido como para evitar que alguien lo invite a participar en un disco de homenaje junto a tipos a los que, ay, corresponsabiliza de su muerte. Lo ha grabado en un par de meses, durante el confinamiento, junto a su grupo de siempre, los Dukes, en los Electric Lady Studios, en Manhattan. Lo ha comentado en algún lugar: «Para bien o para mal yo amaba a Justin Townes Earle más que a cualquier otra cosa en esta Tierra. Dicho esto, hice este disco, como cualquier otro disco que haya hecho, para mí. Era la única forma que conocía para despedirme». La tarde previa a su sobredosis hablaron por teléfono. «No me hagas enterrarte», le dijo Steve. «No lo haré», respondió Justin. Restan ocho discos y un epé absolutamente obligatorios y una coda, J.T., que brilla a la altura.
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Anterior entrega de Combustiones: Canción triste de Britney Spears.