Lapido
Cartografía
PENTATONIA RECORDS
Ya está aquí el quinto álbum en solitario de Lapido. Se titula certeramente Cartografía. Resulta fácil hacer la ecuación que compendia el disco. Si el dolor todo lo que toca lo convierte en magisterio, Lapido todo lo que compone con el dolor existencial como protagonista lo convierte en oro. El absurdo sigue siendo el anfitrión de sus canciones, aunque la perplejidad, las dudas, el sinsentido ejercen una vez más de elementos rectores de esas temáticas que lo han elevado a la condición de retratista de las zozobras humanas.
El poeta eléctrico se presenta con las cartas boca arriba: canciones cadenciosas y sosegadas, hermosísimas melodías, textos de alto octanaje poético y filosófico, guitarras pulcramente morigeradas pero ideales para anudar electricidad y literatura. Mientras se paladea el álbum uno no puede por menos de imaginarse a Lapido mimando los sonidos de su guitarra como un filatélico su colección de sellos.
Lapido posee el prestigio de la fiabilidad. Sabemos que en cada nueva entrega no fallará y lo ha vuelto a ratificar. El rock necesita a gente como él. Tipos que aúnan cerebro y distorsión, electricidad e inteligencia, rock y cultura. Son especies en extinción. Hay que protegerlos.
JOSEMI VALLE.
Doctor Divago
Las canciones del año que viene
MOLUSCO DISCOS
Muchos son quienes se preguntan, incluso puede que con cierto desdén, qué hacen aún aquí. Son casi veinte años de carrera los que llevan, sin un considerable reconocimiento estatal, más allá de círculos de conversos, y pese a todo, ahí siguen. Sin tirar la toalla cuando otros, en circunstancias similares, lo habrían hecho hace ya al menos un par de lustros. Cansados de deambular de sello en sello y mendigar una distribución en condiciones. Los valencianos Doctor Divago ni lo dejan ni agachan la cabeza, simplemente porque en su modo de entender la música no cabe la idea de dejar de componer, dejar de tocar en directo ni dejar de crecer musicalmente, independientemente de los réditos que comporte. No son estilísticamente innovadores, no son “cool”, no son epatantes. Sólo hacen buenas –a veces, grandes– canciones. Y son capaces de mostrar que su gradual evolución como banda aún no ha tocado techo. Con eso, que es más de lo que esgrimen al menos una docena de bandas nacionales (de esas que ocupan páginas y páginas en medios especializados y suplementos culturales de diarios de postín), debería bastar. Pero ya lo dijeron Pribata Idaho hace años: “Spain is pain”.
Doctor Divago, aparte de redondear impecables melodías, escriben desde hace un tiempo canciones de mandíbulas apretadas y puños cerrados, canciones de regusto acíbar alrededor de personajes que pululan por los bajos fondos de la vida, que supuran desencanto, rabia y desazón. Pero sin el menor asomo de acritud ni conmiseración. Sin estériles ajustes de cuentas. Sólo porque la vida, aún mata. En esa línea, ya muy bien perfilada en discos como Revuelta elemental (2006), han ahondado ahora de nuevo con temas como “Los dioses y los hombres” (con ese ritmo cercano al “Brand new Cadillac” de The Clash), “Frunciendo el ceño”, “Ezequiel” (ambas directas al tuétano) o la combativa “Cuándo perdimos el rumbo”. Composiciones directas, surgidas del estómago, que parecen más diseñadas que nunca para el directo.
Pero nada sería lo mismo si su proverbial inclinación por los estribillos diáfanos, en la misma tradición de rock en castellano que uniría a Los Brincos, Burning, Los Enemigos, Los Hermanos Dalton, 091 y tantos otros nombres que asoman en cada una de las reseñas que se escriben sobre ellos, no se hubiera visto de nuevo espoleada con “Mirar por dentro”, “Horas y horas”, “El día de autos”, o “Murciélagos”, esta última con ese deje a los Kinks. O si no se hubieran explayado en desarrollos psicodélicos como el que remata “Las canciones del año que viene” o en atmósferas tan de “western” crepuscular como la que corona la inquietante “Madrugadas”. Y, sobre todo, nada hubiera sido lo mismo sin “La habitación de Charo”, una enorme melodía que seguramente opte a despuntar como lo mejor que han grabado nunca. Ni lo dejan, ni falta que hace.
CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Airbag
Alto disco
WILD PUNK
Dicen los cronistas que el cuarto disco de Airbag tiende hacia el pop, que han ablandado sus propósitos. Sin decepción lo dicen, pero con cierta nostalgia. Y sin embargo fallan en su percepción, porque el trío de Estepona sigue afilando sus guitarras para moldear melodías que continúan siendo enérgicas y básicas pero que ahora derrochan encanto y sutileza. Canciones que no sólo se pueden berrear sino que también se tararean con una sonrisa.
Y es que no sólo siguen manteniendo su estirpe ramoniana –buen ejemplo de ese impulso básico y demoledor es “Golpe al sueño de verano”– sino que también han llegado a un grado de maestría que les permite esculpir canciones con relieves sutiles y elegante informalidad. Se trata de hacer una excursión a las fuentes de las que bebían los Ramones. Y así sorprenden con los arreglos de viento de “Ahí viene la decepción”, los coros “high school” en “De un verano a otro” o el empuje “sixties” de “Salva mi domingo”. Si a ello sumamos unas letras tocadas por una inteligencia inhabitual –levemente costumbristas, con puntas de melancolía– y que la voz de Adolfo desgrana las historias con una emoción contenida, no hay duda de que les ha salido a los andaluces su mejor disco. No todos los grupos pueden decir que tienen media docena larga de canciones vibrantes, certeras y llenas de vitalidad como Airbag.
CÉSAR PRIETO.
Guillermo McGill Quartet
Tan cerca
KARONTE
El nacimiento de su hijo Miguel ha llenado de color la última grabación del batería uruguayo que con más músicos de flamenco ha tocado (el anterior, Oración, iba de los represaliados teólogos de la Liberación, y su grabación, encima, coincidió con el 11-M; elementos todos muy tristes). Esta vez, Guillermo McGill ha montado un cuarteto de lo más eléctrico (Martí Serra al saxo, Israel Sandoval a la guitarra eléctrica, Joseph Pérez Cucurella al bajo eléctrico, más el propio McGill a la batería), que vence el miedo y los prejuicios hacia la tradicional fusión con el rock y/o el flamenco, llevadas aquí con mucho tiento y sensibilidad. Más que un cuarteto se trata de un quinteto, porque la guitarra flamenca de Josete Ordóñez entró como invitada y ha acabado tocando en casi todos los temas.
El álbum empieza y acaba con dos homenajes muy bonitos a Josef Zawinul (“A remark you made”) y Shirley Horn (“Por la vida”); este último cantado por Ana Salazar, que también “llena la vida de magia” en “La duna” y no deja una astilla viva en la larga “Tu marina soledad”, cuyo zapateado aquí hace ya desde luego historia. Completa el trío de invitados Javier Colina, cuya única aparición es precisamente en la pieza dedicada a Shirley Horn.
Quien conoce a McGill no le hace falta leer aquí que sus discos no son de puro batería sino de compositor y director musical, y que odia las exhibiciones atléticas. Es, afortunadamente, un espíritu libre que no obedece a cánones ni ortodoxias. Los talibanes no pueden por menos que aceptarlo, ya que su actitud ante la música es, en el fondo, la misma que precisamente hizo ser quien es a ese restringido santoral que veneran, paradójicamente, por su ortodoxia. Un gran disco que hay que tener desde luego cerca, muy cerca.
GERNOT DUDDA.
The Raconteurs
Consolers of the lonely
Xl RECORDINGS
El proyecto paralelo de Jack White (White Stripes) continúa en marcha para presentarnos su segundo largo, un trabajo más cohesionado que su debut, e incluso más dinámico y rabioso. Rock absolutamente setentero y añejo, que bien podría haber sido grabado en los tiempos en que Led Zeppelin dominaban el mundo. Así, en compañía de un socio talentoso como Brendan Benson, White nos ofrece un disco que se disfruta de principio a fin, en el que las guitarras mandan y las canciones respiran cargadas de melodías absolutamente adictivas.
La energía que la banda destila es demoledora, incluso en los medios tiempos, de una crudeza ciertamente orgánica, dejándo claro que una buena batería jamás podrá ser sustituida por ningún artilugio tecnológico. Espontaneidad y alegría, se aprecia que los músicos disfrutan tocando juntos, jugando con sus instrumentos sobre la estructura de las canciones, planeando subidas y bajadas de tempos, que toman agradablemente por sorpresa al oyente, impidiendo que el aburrimiento aparezca en ningún momento.
Es importante que la actualidad musical cuente con músicos jóvenes que recuerdan y disfrutan de las raíces del rock, sin dejarse arrastrar por imposicones de mercado y pautas de marketing. ¿Son el grupo que devolverá la música de alma cruda a los estadios? No. Pero sí son los tipos adecuados para grabar muy buenas obras que ayuden a las jóvenes generaciones a entender que el rock and roll es algo que jamás podrá comprenderse desde los despachos o desde la MTV.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.
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REEDICIONES
Cooley-Munson
In debt
Alan Munson
Good morning world
First light
GUERSSEN RECORDS
No se dejen impresionar por los jetos de los individuos que aparecen en la portada de este disco. Parecen vendedores de biblias de la América más profunda, lo sé. Pero Bill Cooley y Alan Munson eran dos jóvenes californianos integrantes de un dúo que en 1972 decidieron grabar un disco en el que se fusionaran la psicodelia, el folk y el pop. El resultado fue In debt, un vinilo del que hicieron un tirada privada de tan solo 500 copias. Su objetivo era firmar un contrato con una compañía importante, grabar de nuevo y perfeccionar la producción de las canciones y conseguir una mejor distribución comercial. Al tratarse de una carta de presentación In debt tiene una producción sencilla, sin grandes envoltorios. Este “amateurismo” sonoro no incide negativamente en el resultado final del disco. Cooley y Munson consiguen una atmósfera muy personal y crear su propia versión del folk-rock psicodélico.
Este disco nunca había sido reeditado en ningún formato por lo que durante años ha sido objetivo prioritario de los más contumaces coleccionistas del género. Guerssen Records lo ha recuperado en formato vinilo y CD así como otras dos grabaciones de Alan Munson. La primera de ellas es Good morning world, un LP de 1975 que en su día se editó… ¡sólo en casete! El disco incluye nueve canciones en las que Munson sigue por la senda del folk-rock y opta por letras de fácil comprensión (dejando de lado los requiebros lingüísticos de la psicodelia) interpretadas principalmente con guitarras acústicas de seis y doce cuerdas aunque hay notables partes electrificadas.
La tercera apuesta del sello leridano por la obra de Alan Munson es First light. Este disco, que fue grabado entre 1978 y 1979, el músico californiano da un paso más y suma el country y el rock a sus influencias más psicodélicas, que se mantienen en un primer plano. En definitiva, estos tres LPs de Alan Munson permiten descubrir un compositor sensible, con ideas musicales muy claras pero abierto a nuevos caminos que, vete a saber por qué razones, no ha conseguido nunca una mínima repercusión.
ÀLEX ORÓ.