VEINTE ANIVERSARIO
«Donde antes había un color y algún tono derivado, ahora casi asomaba un arcoiris en forma de nuevos sonidos e influencias»
Para celebrar su veinte aniversario, Fernando Ballesteros desempolva el Rated R de los Queens of the Stone Age, cuya historia perfila desde sus primeros pasos con Kyuss, la antesala de la banda.
Queens of the Stone Age
Rated R
INTERSCOPE RECORDS, 2000
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Para comenzar bien esta historia será mejor que nos vayamos hasta la California de finales de los ochenta. Allí daban sus primeros pasos Kyuss, la antesala de los Queens of the Stone Age. El alma de la futura banda, Josh Homme, unía fuerzas con Nick Oliveri, que se incorporó al proyecto en 1991 para la publicación de Wretch. Los Kyuss son algo así como el kilómetro cero del stoner: largos desarrollos instrumentales, riffs pétreos e interminables jams desérticas entre el humo de lo que se fumaba y los aromas setenteros de Black Sabbath, los Zeppelin y otras vacas sagradas.
Aquella banda grabó grandes discos, como Blues for the red sun y, sobre todo, Welcome to sky valley, editado por Elektra y con el Master of Reality Chris Goss a los mandos. Con él definieron un sonido que les reservó un lugar en las enciclopedias, más allá de su poco recorrido comercial. El epílogo And the circus leaves town bajaba algo el nivel, pero completaba una sólida discografía para el recuerdo.
Por aquel entonces, Homme y Alfredo Hernández, a los que se sumaría el incontrolable Nick poco más tarde, ya tenían en mente su nuevo proyecto. Tanto, que lo último de Kyuss fue un epé compartido con tres canciones de cada grupo.
De todo lo que ha salido de Kyuss —y, creánme, no ha sido poco—, el talento de Homme es el que más se ha expandido. Ha participado en múltiples proyectos y, por encima de todo, ha liderado a una banda muy importante para comprender la evolución de la música de guitarras en lo que llevamos de siglo.
Nueva era ecléctica
Con su grupo de juventud ya en la cuneta, Josh, Nick y Alfredo deciden emprender un camino decididamente más ecléctico. Y esa es la gran novedad. Los Queens comienzan a demostrar sus intenciones con su homónimo álbum de debut, una buena tarjeta de presentación. Sin embargo, los logros de su primer disco fueron ampliamente superados en su siguiente largo, Rated R. Definitivamente, allí había mucha más variedad. El menú tenía muchos más sabores que los que el grupo nos había ofrecido hasta ese momento.
Pero no todo era novedoso en el elepé: de hecho, los chicos decidieron seguir confiando en Chris Goss para la coproducción del trabajo. Los llamativos cambios venían de la mano de las canciones, y por la libertad sónica que profesaban: los Queens no estaban tan orientados a un sonido determinado ni a generar poderosos ambientes. Puede que estos objetivos siguieran estando en su libreto, pero ahora mandaban las canciones. Lo concreto se imponía a lo abstracto.
Las canciones
Rated R es, vamos a simplificar también nosotros, hard-rock de postín. Un viaje que comienza con una sección rítmica poderosa que marca el camino de la inicial «Feel good hit of the summer», pieza con la que ya nos ponían sobre aviso: las drogas también iban a tener mucho protagonismo en el discurso grabado en estos surcos.
Pero, como habíamos dicho, los Queens del año 2000 iban a por faena cuando se trataba de firmar temas redondos, y «The lost art of keeping a secret» es un señor single: melodía sinuosa, interpretación sensual… Escucharlo es entender que Homme comenzaba a ser plenamente consciente de que estaba llamado a jugar en ligas comerciales mayores.
Solo había transcurrido un lustro desde el final de Kyuss y, por supuesto, la base stoner no había desaparecido, pero donde antes había un color y algún que otro tono derivado, ahora casi asomaba un arcoiris en forma de nuevos sonidos e influencias. Los músicos le hacían ojitos incluso al pop para acumular capas y méritos al armazón rockero que lo sustentaba todo.
Nick Oliveri reina en la placidez de «Auto pilot», que cuenta con los coros de Mark Lanegan, uno de los ilustres invitados del disco, y «Better living through chemistry», con su psicodelia rítmica, sorprende y no pone las cosas fáciles al oyente. Sobre todo, al recién incorporado.
Partiendo de la premisa de que en este álbum hay casi de todo, «Monsters in the parasol», fruto de las míticas Dessert sessions, representa la obra como ningún otro. Sus tres minutos y medio son una excursión dentro de un gran viaje.
Grabado entre diciembre del 99 y febrero del 2000, ya sin Alfredo Hernández en la alineación, Nick se convertía en el socio principal de Josh en este trabajo. Con el revoltoso punk, dio a luz una obra que, en lo visual, también juega, divertida, con el oyente. El título, hace referencia al término Restricted, advirtiendo de que allí dentro, había material sólo apto para adultos. En el libreto, siguen juguetones y avisan sobre lo que nos espera: sexo, violencia, drogas, comportamientos no muy normales, en fin, ya habíamos dicho que Nick jugó un papel importante en todo esto. ¿Qué podíamos esperar?
Y precisamente, la fiera que lleva dentro Oliveri —y que saca a la vista de todos con mucha frecuencia— se explaya a su gusto en «Quick and to the pointless»: breve, al grano, loca, un puñetazo punk a la cara del oyente. También en «Tension head», en la que el bajista se vuelve a hacer cargo de las tareas vocales. Los arrebatos punk son algo más que una anécdota en Rated R y no desentonan en un conjunto en el que destacan otros matices mucho más sosegados. En esos terrenos relajados, en los que la melancolía se convierte en protagonista, brilla «In the fade», todo un derroche de sentimientos y emoción a flor de piel con la voz de Mark Lanegan, socio de tantas aventuras de Josh, ocupándose de cautivarnos.
En la recta final del disco, la belleza de «Lightning song» y la enorme «I think I lost my headache», que reúne en un título casi todas las virtudes que adornan a Rated R, dejan claro que el nivel no ha bajado con el paso de los minutos y que los Queens se dejaban para la despedida de su obra —hasta ese momento— más ambiciosa algunos de los mejores momentos de la grabación.
QOTSA habían dado forma a su disco más importante, aquel en el que dieron el salto a nuevos terrenos. Y salieron del trance más que airosos. En 2002 y con la presencia de Dave Grohl en sus filas, Songs for the deaf confirmó prácticamente todo lo que se apuntaba en su predecesor. Los de Josh Homme fueron aún más allá en el nuevo camino que habían abierto; estábamos ante algo que apuntaba ser muy grande. Y los augurios se cumplieron. Desde entonces, sus discos han sido muy bien recibidos, su nombre ha aparecido cada vez más grande en los carteles y la crítica no les ha abandonado, aunque somos muchos los que pensamos que lo mejor que han hecho fueron aquellos dos álbumes en los que ampliaron su campo creativo.
El camino de Josh Homme
Capítulo aparte merece la figura de Josh Homme. De acuerdo, su papel principal en este gran circo es el de líder indiscutible de los Queens, pero su hoja de servicios durante estas tres últimas décadas le convierte en uno de nombres más importantes del rock. Estuvo en los comienzos del stoner, cuando su grupo vendía 7.000 discos en todo el mundo y aquello de Kyuss parecía el secreto mejor guardado. Le dio a la batería en los Eagles of Death Metal y ha seguido mostrando al mundo las Dessert sessions, jornadas de diversión y trabajo entre amigos grabadas en su propio estudio, el Rancho de la Luna, que ha puesto en la calle a través de su propio sello discográfico.
Algo grave tiene que ocurrir para que Josh pare. Como lo ocurrido en 2010, cuando una bacteria infecciosa le tuvo postrado en la cama unos meses. Sucedió en su momento de máxima hiperactividad. Eran los tiempos en los que trabajaba con el supergrupo Them Crooked Vultures. De todo aquello salió con Like clockwork, una obra que refleja su lado más vulnerable y documenta un periodo especialmente oscuro en su vida.
Desde entonces no ha vuelto a parar. Sigue aprovechando el tiempo para dar salida a todas sus inquietudes, entre ellas la producción, una faceta que ha puesto al servicio de importantes nombres como Arctic Monkeys o Iggy Pop. Su historia sigue; la nuestra, por hoy, termina, y estaría bien que lo hiciera como comenzaba: mirando al pasado, al punto de partida, a Kyuss. Hace unos meses Homme habló de una posible vuelta. Dijo que, a pesar de los problemas legales que se produjeron entre él y sus excompañeros Brant Bjork y John García cuando usaron el nombre de la banda en 2011, todavía deja abierto un posible reencuentro encima de un escenario. Habría que pulir los detallles, muchos, pero suena bien. Por nosotros no hay problema. Adelante con ello.
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