«La frase de Raül que me marcó fue: «Vamos a intentar llegar a la emoción por otros caminos que no habéis transitado»
Con el cuarto disco de La M.O.D.A. recién salido del horno, Carlos H. Vázquez entrevista al cantante y compositor de la banda, David Ruiz, sobre las nuevas canciones y el intenso periodo en el que han sido concebidas.
Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ
Fotos: LAURA SISTERÓ.
¿Cómo ha podido pasar tanto en un año? Esta es la pregunta que se hacía La Maravillosa Orquesta del Alcohol el pasado 23 de noviembre en Twitter para celebrar el aniversario de la actuación de la banda en el WiZink Center de Madrid con lleno absoluto. Echando cuentas, es verdad: parece que ha pasado mucho tiempo, porque nada queda ahora tan lejano como una multitud llenando un concierto.
Entre aquel directo y la publicación de Ninguna ola (La Maravillosa Orquesta del Alcohol, 2020), cuarto disco de larga duración, David Ruiz sacó con Raül Refree nostalgia.en.los.autobuses, un epé que, según parece, tenía bastantes detalles de Ninguna ola. Lo cuenta el propio David desde su casa, a través de Zoom al caer la tarde. Ha vivido, como todos, la pandemia y las consecuencias que tuvo para el desarrollo del disco, en concreto en los últimos días de estudio en Portugal. O encontrarse en una situación en la que no le apetecía acercarse a la guitarra, aunque de la experiencia saliera después “Delfines”. Refree estaba en similar posición, y quizá se deba a eso que su integración en esta producción con La M.O.D.A. haya sido tan redonda. Simplemente porque todo esto se trata de escuchar a las personas.
¿Cómo ha podido pasar tanto tiempo en un año?
Es un trozo de una letra de una de las canciones [“De lo que viví”] que saqué con nostalgia.en.los.autobuses. Refleja un poco cómo nos sentimos. Está todo dicho ahí: parece que fue ayer y al mismo tiempo parece que fue en otra vida, lo de los conciertos.
¿Qué significó para vosotros el concierto del WiZink ante quince mil personas? Fue a lo grande, pero también el último que habéis dado hasta la fecha, antes de todo esto.
Sí. Fue lo más grande, con el mayor número de gente que hemos conseguido montar, pero creo que no es más que un grano de arena en el arenero del grupo en estos diez años. Fue muy especial, pero son especiales todos los conciertos que hacemos, si no sería una putada, porque solo disfrutaríamos un concierto de cada gira. Realmente, quizá, es más de cara al exterior, para que la gente te valore o ponga en valor lo que uno hace, porque a veces la gente de fuera necesita esas cifras o esos datos. Pero para nosotros, en nuestro fuero interno, es un regalo; la oportunidad de vivir eso es algo muy bestia. Lo que sientes ahí no lo puedes sentir en muchos otros sitios, pero es igual que en otros conciertos. Hemos tocado en sitios para cincuenta personas y hemos sentido cosas muy bestias. Cada cosa tiene su punto y, ¡joder!, fue guay poder decir: «Mira lo que hemos conseguido nosotros solos, sin discográfica, sin contactos en no sé dónde, sin hacer la música que se lleva, haciendo lo que a nosotros nos apetece…».
¿Queda esperanza cuando un grupo que no sigue las corrientes tiene un público tan grande?
Sí. Y hay varios grupos. Aparte de Vetusta Morla, que también han llenado muchísimo ellos solos, están Natos y Waor, por ejemplo, o Ayax y Prok, artistas españoles que sin ninguna discográfica están metiendo una burrada de gente en sus conciertos. Las nuevas generaciones e incluso grupos como nosotros, que estamos entre los que nacieron a finales de los noventa o en los noventa, hemos demostrado y hecho un camino independiente sin pasar por los aros de las discográficas o de las grandes empresas de management o de comunicación. Luego, lógicamente, las discográficas siempre están ahí, fichando… ¡Y lo entiendo! No creo que seas ni mejor ni peor por autogestionarte. Si tienes la suerte de poder hacerlo, guay, pero cuando tu sueño es hacer música y que llegue a otros, entiendo sinceramente que un montón de artistas quieran firmar. No lo vemos para nosotros y no lo hemos hecho, pero tampoco queremos sentirnos ni mejores ni peores que los demás.
Cuando presentasteis “Colectivo nostalgia” en 2019 dijisteis que no había idea de hacer un disco. Sin embargo, esta canción es la que cierra Ninguna ola.
Y era verdad, macho. Empezamos en 2018, pero estos temas iban aparte. De hecho, “Colectivo nostalgia” es una canción que surgió de repente y tampoco nos cuadraba del todo; no sabíamos si iba para un disco o si podíamos hacer un epé con “La zona galáctica”, que también salió ahí. Se quedaron un poco sueltas, pero luego nos dimos cuenta de que “Colectivo nostalgia” asentaba ciertas bases ideológicas, artísticamente hablando, sobre este trabajo, sobre los arreglos, la producción más minimalista, la aparición del piano que no había en otros discos apenas… Esa canción tenía que estar en el disco, sin quererlo y sin saberlo supuso el principio de nuestra relación artística con Raül. Fue la primera piedra del disco, aunque sea la última canción del álbum. Para nosotros tiene mucho sentido.
Antes de la publicación de Ninguna ola está nostalgia.en.los.autobuses, que también fue una primera vez con Raül Refree, aunque surgió en otro momento determinado. ¿En ese sentido ha sido todo improvisado?
Sí. Lo que pasó es que, cuando nos quedaban dos días de estudio en Portugal, llegó la pandemia. Estábamos grabando el disco en marzo, lo teníamos todo pensado. Paramos en noviembre para tocar en el WiZink, pero llevábamos currando en el disco desde el verano de 2018. Estuvimos haciendo una preproducción en Galway durante una semana, componiendo antes de los conciertos de Londres y Dublín. Curramos mucho en el local… Y a Raül lo conocimos en el verano del 2018, en un avión de camino a Colombia para tocar en el Rock al Parque. Él iba a tocar con Lee Ranaldo, de Sonic Youth. Hicimos buenas migas, tomamos algo en el bar del hotel al acabar el bolo… y pasó un año en el que seguimos currando a nuestra bola. Probamos a currar con Raül en mayo, porque queríamos hacer el disco, aunque hicimos “Colectivo nostalgia” y “La zona galáctica” y quedamos supersatisfechos. Vino a Burgos y ya quedábamos semanas sueltas. Estábamos un mes y pico o dos currando y él venía una semana. Luego fuimos a Westline Studios con Juan Blas para hacer un simulacro del disco, porque es el primero que grabamos en directo, tocando a la vez y sin metrónomo. También es la primera vez que somos capaces de hacerlo. Este oficio se aprende y cuesta. Siempre hemos estado más en la música por el sentimiento que por la técnica, pero eso no quita que hayamos trabajado, metido muchas horas y pulido este disco muchísimo.
«Tenemos muy claro de dónde venimos y quiénes somos, y ya sea Raül Refree el productor o T-Bone Burnett, no vamos a dejar que nadie nos cambie»
¿Es el álbum al que más tiempo le habéis dedicado?
Sin duda, aunque sea el que menos instrumentación tiene, precisamente porque creo que es muy jodido llegar a la emoción con menos elementos que llegar con tantos, que era un poco la idea de Raül, la ideología del álbum. Nos presentamos en enero de 2020 superfrescos, con un disco cerrado, las letras escritas, miles de demos grabadas… Hay como quince demos de cada canción, porque desde 2018 ha ido evolucionando todo: la época antes de Raül, su llegada y después el choque brutal, porque no le hemos dejado hacer lo que le diera la gana, ni mucho menos; nosotros tenemos clara nuestra esencia, nuestra personalidad y de dónde venimos, y Raül es un tío con una personalidad muy marcada. De este choque han salido estas montañas. No era una cerrazón, porque para eso lo habíamos llamado, pero queríamos hacerlo a nuestra manera. Era muy complicado. Él ha tenido que flipar currando con siete personas, porque trabajar con un solista debe ser mucho más cómodo que con siete, y solistas, que es lo que somos en el fondo. Ha tenido que ser jodido, pero también muy gratificante, porque ha llevado el disco a un punto al que no hubiéramos llegado las partes por separado. Raül se involucró como uno más. Es como si hubiera sido del grupo durante el año que ha trabajado con nosotros, desde el verano de 2019 hasta que lo terminó de mezclar en el verano de 2020.
¿Cómo fue la grabación en Portugal?
Grabamos en Atlántico Blue Studios, en un pueblecito [Paço de Arcos] al lado de Lisboa. Era increíble, teníamos nuestra casita al lado del mar. Era marzo, había veinticinco grados, teníamos nuestro sitio de menús de gente de puta madre al lado del estudio, nuestros platos de verdura, de pescado y de carne por seis euros… Estábamos enamorados de Portugal. ¡La gente era increíble y el estudio espectacular! Y cuando nos quedaban dos días y teníamos ocho canciones grabadas, estalla toda esta vaina [coronavirus]. Pero nosotros allí estábamos como en una nube, y encima en Portugal no había casi casos. Desconectamos y estuvimos en nuestra burbuja hasta que nos bajaron a la realidad. La vida se abre paso y te pone en tu sitio rápido, así que tuvimos que volvernos dos días antes, porque corríamos el riesgo de quedarnos aislados en Portugal, aunque creo que a algunos no nos hubiese importado. Eso, personalmente, iba a ser la hostia, pero económicamente iba a ser una ruina, así que nos volvimos.
¿Qué sucedió al final con esa canción que se iba a grabar?
Ha quedado como cara B, porque al final no la hemos grabado. Hay tres o cuatro descartes y nos hemos encontrado hasta quince o dieciséis temas. Compusimos una nueva, de forma bastante natural y espontánea, “La vuelta”, que es la única canción que no hicimos en Portugal y la única que no hemos trabajado durante estos años. La compusimos en Garate Studios, en Andoain. Como nos quedaba ese tema que no pudimos hacer en Portugal, a finales de junio fuimos Andoain a grabar, pero no nos convencía. Nos pusimos a tocar y teníamos ya una idea como unos acordes y un estribillo, entonces salió “La vuelta”. La grabamos tocando todos a la vez y luego las voces las acabamos en Calamar, que es el estudio de Raül en Barcelona. Se ha grabado en Lisboa al grueso, en Estudio Uno (Madrid) “Colectivo Nostalgia”, y luego lo demás en Barna y Andoain. Pero realmente, ideológicamente y por espíritu, el disco está grabado en Portugal.
¿Cuál es el título de ese tema que no se grabó?
¡Hostia! Déjame mirarlo, porque al principio pones los nombres con los que te familiarizas y luego se le pone el título final. Recuerdo que “Conduciendo y llorando” era “Coruña”, “Regresso À vida” era “Milwaukee”, “93 compases” siempre estuvo, había otra que se llamaba “Canción de la guerra” y ha quedado descartada, aunque la grabaremos en algún momento, seguro… La que se quedó sin grabar se llamaba “Serpientes”.
Pensaba que “Canción de la guerra” era “Banderas sin color”…
En “Canción de la guerra” había alguna alusión a una simbología parecida a la de “Banderas sin color”, pero no; era una canción inspirada en los temas de la Guerra Civil, en Chicho Sánchez Ferlosio y ese tipo de canción protesta, a nuestra manera. Pero nos dimos cuenta de que no tenía nada que ver con nuestro momento vital; era una canción que arrastrábamos de antes, pero no era el momento para sacarla, no tenía sentido.
Es interesante que “La vuelta” haya sido el primer tema de este disco en presentarse…
Ha sido queriendo, porque al final lo hacemos un poco por nosotros. No sé si por joder o por autoboicotearnos a nosotros mismos, pero “La vuelta” era la que más fresca nos sonaba, la que más nos apetecía sacar; la canción que hemos querido hacer más directa. Las letras y la música de los otros temas han llevado años, han sido veinticuatro meses o más dándole vueltas, madurándolo, cambiándolo, probando diferentes perspectivas, diferentes arreglos… Nos hemos quedado a gusto, hemos probado todas las opciones, pero ésta queríamos que fuese un poco más directa, visceral, sin darle tantas vueltas, con una estructura más sencilla, con una letra más repetitiva… También capturaba ese momento. Era la que menos habíamos escuchado, la que más reciente teníamos y la que más nos apetecía, y sabíamos que iba a despistar bastante, que iba a hacer a la gente preocuparse o criticar incluso y rabiar un poco. Y “Conduciendo y llorando” va un poco en la misma línea; nos parece una de las más difíciles de entender del disco y de las más experimentales. Es como una declaración de intenciones.
Hubo quienes pidieron vuestra vuelta al folk después de haber escuchado “Conduciendo y llorando”. Es una canción, creo, que tiene más conexión con nostalgia.en.los.autobuses.
Es que es la misma voz, el mismo letrista, el mismo productor y el mismo grupo. Lo que la gente no sabe es que el 11 de marzo estaba grabado el disco de La M.O.D.A. y nostalgia.en.los.autobuses se crea en abril de 2020. Y que Raül, para acompañar mi voz y la guitarra que le mandé, utilizó los instrumentos del grupo y las pistas de la grabación de Portugal, manipulándolas y aplicando diferentes técnicas de producción en su estudio con los pocos programas que tenía, porque él también estaba confinado. Por eso en “Naturaleza” se escucha lo de «un millón de anuncios», porque se ha sampleado de la canción “Conduciendo y llorando”. Por eso hay bombos en nostalgia.en.los.autobuses que son la voz de Alvar [de Pablo] haciendo un coro, cajas que son una nota de acordeón, banjos de La M.O.D.A. que suenan como un sintetizador… Con nostalgia.en.los.autobuses se trataba de jugar a hacer el disco en el confinamiento, pero Raül utilizó el disco de La M.O.D.A. para acompañar las canciones. Creo que nostalgia.en.los.autobuses se parecería más al disco que Raül hubiese planteado para hacer con La M.O.D.A, porque tuvo más libertad, porque en Ninguna ola teníamos un pacto por nuestra esencia, porque tenemos muy claro de dónde venimos y quiénes somos, y ya sea Raül Refree el productor o T-Bone Burnett, no vamos a dejar que nadie nos cambie lo que somos. No se trata de ser unos cuadriculados, porque para eso no llamamos a ningún productor, sino que contratamos a un ingeniero para que le dé al rec, pero es nuestro mundo, visto también con la visión de Raül. Nostalgia.en.los.autobuses es algo hecho en dos días, compuesto como un entretenimiento, como un juego casi, porque ya que el disco de La M.O.D.A. se había parado, íbamos a hacer música, que es lo que nos sale. Pero me cuesta entender las similitudes más allá del concepto de productor. Sí que mantiene esa línea más minimalista, pero no tienen que ver. La instrumentación de nostalgia.en.los.autobuses suena a electrónica, aunque esté creada con instrumentos analógicos, pero no escuchas un acordeón, un banjo, un saxo barítono, un saxo tenor, un clarinete, una mandolina, una guitarra eléctrica, una guitarra acústica, una de doce cuerdas, un piano… Todo eso está en el disco de La M.O.D.A. y no en nostalgia.en.los.autobuses. Me flipa ver cómo la peña se inventa estas movidas, es lo más guapo. ¿Para qué lo vamos a explicar si es mejor que la gente se lo invente?
¿Qué canciones han evolucionado más?
Yo diría, por ejemplo, “Memorial”, “Semifinales”, “Banderas sin color”, “Barcos hundiéndose”, “93 compases”… Estaban en su esencia. Con Raül adquirieron otra entidad y mejoraron muchísimo su punto de vista, sus arreglos, el minimalismo en la concepción del disco… La frase de Raül que me marcó fue: «Vamos a intentar llegar a la emoción por otros caminos que no habéis transitado. Vosotros ya habéis echado mano de vuestras herramientas; lo que sabéis hacer ya lo habéis hecho en tres discos, cada uno con su punto de vista. Vamos a hacer un cuarto disco que no se parezca a los otros. Vamos a intentar decir las cosas de otra manera, vamos a intentar que, aunque seáis siete, no toquemos los siete a la vez siempre que queramos dar un subidón». La mayoría de la música que yo escucho es así. Esto no es ni mejor ni peor, es simplemente otro punto de vista que ahora nos representa más, porque no queremos repetir los discos que ya hemos hecho, tío.
“Conduciendo y llorando” evolucionó muchísimo desde cómo era nuestra idea al principio a como acabó. Pero me atrevería a decir que todas, porque las ideas al principio eran muy básicas y muy rudimentarias. A raíz de estos dos años las hemos ido acompañando, pero ha sido jodido. No valía cualquier cosa. Hemos intentado sacudirnos también de cosas previsibles o de prejuicios o de etiquetas. El trabajo del bajo en este disco me encanta. No quiero que lo comparemos con otros discos, porque es injusto; cada disco nos ha flipado y en el momento era lo mejor que podíamos y queríamos hacer, pero en este caso escucho los bajos y me parece que tienen un punto de vista que no se había dado en otros. También me ha flipado el acordeón y cómo ha sido capaz José [Ángel Hortigüela] de hacer que acompañe a las canciones un instrumento que tiene tanta personalidad y que arrastra siempre todo. Creo que sonamos más en conjunto que nunca, en el sentido de que todo está más integrado. Antes, si sonaba un banjo o un acordeón te llevaba inexorablemente a un sitio. Ahora me cuesta más comparar al grupo con otras cosas o comparar el sonido. Creo que, sin haber inventado la rueda, hemos hecho un disco que suena bastante a nosotros. No quiero que se vea esto como una flipada, pero sinceramente lo pensamos.
¿El orden del repertorio es algo que está pensado? Parece que se rige por la intensidad y las emociones, como en un concierto.
Sí, totalmente. Has acertado: está muy pensado. Para nosotros es importante que el que quiera pueda escuchar el disco entero. Y es un viaje de alguna manera por el corazón. Explícame cómo lo ves, porque creo que estás muy cerca.
Me di cuenta al llegar a “Semifinales”, un poco después de la mitad del disco. En ese tramo, las canciones son diferentes, tienen otro tempo, son más lentas, como anunciando el final.
Sí. Hemos intentado que sea igual que en los conciertos, que haya ese viaje emocional. Me gusta mucho que hayas visto esto, porque es un viaje emocional que empieza en “93 compases” con un momento de intoxicación, como si la persona estuviera drogada y todo lo demás, por estar con la persona a la que quiere, pareciera que no le importa. Pero en “La vuelta” viene la resaca, ya se le ha pasado el ciego, entonces empieza a darse cuenta de que va bajando del cielo al suelo. Pero es que en “Un bombo, una caja” va al hoyo.
«Yo no veo la carretera como desarraigo, sino como un hogar para los desarraigados, quizá, o para la gente que no encuentra su sitio»
“Un bombo, una caja” tiene que ser tremenda para los directos…
Es de las más enérgicas y también de las más rabiosas. El narrador del disco está abajo, está en el bajón total. En “Conduciendo y llorando” intenta buscar culpables de su situación en el exterior. Creo que con una parte de acierto, pero ya no habla de su hoyo. En “Un bombo, una caja” describe su miseria, pero en “Conduciendo y llorando” abre la ventana y empieza a describir la miseria del personal. Incluso en los estribillos se permite el lujo de admitir que, a pesar de lo malo que le ha pasado, todo ha tenido sentido. Por eso ese amor. Creo que es el disco en el que más amor hay de La M.O.D.A., aunque la gente pueda no verlo al principio o flipe con los adelantos. Debajo de esa capa de “Conduciendo y llorando” está el estribillo más ñoño y más cursi que hemos escrito en la vida. Es lo más pop que hemos hecho, como esos pianos a lo Lana del Rey que tanto nos han flipado y tanto nos han influenciado en este disco.
¿Cómo sigue el discurso narrativo del resto de canciones?
En “Regresso À vida” parece que el tío se ha vuelto a avergonzar de lo ñoño, pero en el fondo esa canción irremediablemente le lleva hacia la luz, aunque quiera mantenerlo en la oscuridad, porque se está más cómodo entre las sombras. Pero se da cuenta de que era verdad lo que cantaba en la canción anterior. “Barcos hundiéndose” vuelve a ser una especie de crítica, porque el narrador quiere decir que, a pesar de todo, no puede cerrar los ojos y mirar hacia otro lado. Es una crítica que tiene un momento un poco más mordaz, un poco más irónico, y ya no es tan devastador como en otros discos o como en “Océano”, que no es tan triste. Y “Banderas sin color” incide un poco en el desarraigo. Para mí habla de Burgos, porque soy de aquí, pero habla de tu ciudad más que de Burgos. No hemos querido describir nuestra ciudad, no nos mola ese ejercicio de descripción, porque creo que los sentimientos perduran y el costumbrismo tiene una fecha de caducidad, para bien o para mal. Por eso no nos mola que este disco solo sea de un momento. Los sentimientos son atemporales, y eso es lo que nosotros describimos: sentimientos. Hay artistas que lo hacen increíble, que describen hechos, historias, paisajes. Nosotros somos un grupo de sentimientos y describimos sentimientos. Y si “Un bombo, una caja” hablaba del desamor desde la rabia, la tristeza y el dolor, “Semifinales” habla de un amor pasado que ya no va a volver, pero desde la paz, desde el haber hecho las paces, desde la madurez del que ha pasado página, del que se perdona a sí mismo más que perdonar a la otra persona. En “Un bombo, una caja” el narrador estaba muy enfadado consigo mismo, a pesar de que busque victimizarse y echarle la culpa al mundo, a la sociedad. Pero en “Semifinales” se ha perdonado a sí mismo y a la otra persona, y te habla desde un punto de vista mucho más tranquilo, de paz, que es desde el que viene “Memorial”, que es una canción de abrazo, de reconforte, de no estar solo. Es un mensaje de autoestima, de estar construyendo algo que ya no es autodestructivo, como era en “93 compases”. Y en la última, “Colectivo nostalgia”, habiendo reconocido y aceptado ese abrazo, porque a veces es muy difícil dejarse abrazar más que abrazar al otro, reconoce su debilidad, que él solo no puede con el mundo, que somos seres que necesitamos a otras personas. Una vez que ha reconocido eso, se encuentra a sí mismo y encuentra su lugar en el mundo. “Colectivo nostalgia” es una especie de venganza contra la tristeza, de celebrar la derrota pase lo que pase. Solo querer saber quién eres y ser tú mismo.
Ya lo dice la letra: «Creo que lo he perdido todo».
Amén. Es una celebración de la derrota, como de no poder perder nada más. «Vale, ya lo he perdido. Voy a seguir, y hay gente a mi alrededor que también está como yo». No se trata de romantizar la ruina, sino de pasar por encima de tus propias frustraciones, de lo duros que somos con nosotros mismos muchas veces. Esta persona lo ha superado y ya le da igual, porque sabe quién es y no va a tirarle abajo nada, porque siente que pertenece a algo más, aunque sea a sí mismo.
Me pregunto cómo habéis podido encontrar el nexo entre las canciones si entre ellas no había relación.
A veces sin ser consciente. Nosotros fuimos acumulando canciones e ideas y trabajándolas de forma separada. Las letras no las empecé a escribir hasta septiembre de 2019. Tenía muchas ideas, muchos cuadernos, frases sueltas, mensajes de móvil, audios… Pero realmente fue en septiembre cuando cogí y dije: «Venga, tenemos la música, tenemos muchas demos, vamos a empezar a trasladar esto». Y ahí me fui dando cuenta de que sí había pistas que me llevaban a esto. Pero de esta explicación no hemos sido conscientes hasta que acabamos el disco y lo escuchamos con este orden, también con la sensación de terminarlo allí, en Portugal, cuando tuvimos que decidir en una última cena si nos volvíamos a España o nos la jugábamos y nos quedábamos. Raül nos decía que su hijo estaba en Barcelona y ahí fue cuando decidimos irnos y no retener a Raül, porque no podíamos quedarnos allí eternamente. A pesar de todo, quedó una sensación de camaradería, de gente que ha estado en la misma trinchera. Me lo podía imaginar como una persona que hace una película durante tres años y llega el último día del rodaje. Ahí me di cuenta de que el disco había salido de un lugar oscuro para llegar a un lugar de paz. Y eso no significa mentirte a ti mismo y que todo sea muy guay, porque el disco es crudo y áspero, pero como la vida también tiene otros momentos de mucha más luz. No ha sido conceptual, pero sí nos hemos dado cuenta de que el cambio en la vida, el cambio en la sociedad o el cambio en las personas sí ha sido un hilo que estaba presente, porque en nuestra vida ha estado más presente que nunca en los últimos años, sin contar con el coronavirus.
En esa última cena, ¿cuántos querían quedarse y cuántos querían irse?
Nos iban llegando noticias desde España. Estábamos un poco en una burbuja, pero íbamos viendo. Yo creo que todos en el fondo sabíamos que teníamos que irnos, porque estábamos raros y nuestras familias y nuestra gente querida se encontraba en España. Pero había algo en nosotros que no quería irse, porque estábamos haciendo lo que más nos gustaba, tocando con nuestros amigos en un estudio increíble y en un pueblito de puta madre. No sé, creo que estábamos fifty-fifty. Recuerdo que iba a venir Guitarricadelafuente [Álvaro Lafuente Calvo] a vernos al estudio un par de días, porque es colega, pero nos llamó un día nuestro mánager y nos dijo que Álvaro no podía venir porque no se podía salir de España. Fuimos cogiendo conciencia de la movida también a través de lo que nos contaban desde fuera. Cuando la cosa se puso fea, en el estudio nos dijeron que se quedaban hasta que nosotros decidiéramos y que después cerrarían. Nos dimos cuenta de que esto ya estaba afectando a más gente y que no quedaba otra que irse. Pero en el fondo nos hubiéramos quedado a gusto allí dos meses o tres.
¿La carretera es desarraigo?
Y arraigo al mismo tiempo, porque te da un nuevo hogar, también una nueva forma de vivir. Es interesante, creo que puede tener dos puntos de vista. No veo la carretera como desarraigo, sino como un hogar para los desarraigados, quizá, o para la gente que no encuentra su sitio. Pero al mismo tiempopuede convertirse también en lo que tú dices, en algo que que te impide tener un hogar, algo que te mantiene siempre alejado de ello, porque siempre estás yendo de un sitio a otro pero nunca estás en ningún lugar.