«Esto es una plaga casi bíblica, o medieval, algo que no estaba dentro de lo que podíamos imaginar»
Con dos canciones ya publicadas que avanzan su próximo disco (“El blues de la tercera edad” y “La estirpe de Caín”), es un buen momento para charlar con una de las mayores leyendas del rock español, si no la que más: Miguel Ríos.
Texto: JUAN PUCHADES.
Fotos: NANI GUTIÉRREZ.
Como en los primeros años de su carrera, previos al advenimiento del elepé (long play, larga duración, álbum, como queramos llamarlo), Miguel Ríos anda avanzando singles de lo que será su próximo disco. El primero compuesto íntegramente por canciones nuevas desde 60 mp3, de 2004. Hace dieciséis años. Mucho tiempo (aunque ha habido canciones nuevas, aisladas, en otros discos y proyectos). Y para una vez que se anima, va y se cruza una pandemia por medio. Pero a grandes males, grandes remedios: Miguel, que siempre ha gustado de dejar constancia en su cancionero del tiempo que vivía en cada momento, se descolgó hace unas semanas con “La estirpe de Caín”, canción con una letra escrita durante el confinamiento y fijando la realidad desde su prisma, el del humanista comprometido que siempre fue. Antes llegó “El blues de la tercera edad”, sobre la situación de los pensionistas, a los que ha apoyado y el grupo social al que, por edad, pertenece. Aunque su cuerpo, su mente y su enorme sentido del humor reflejen menos años que esos que asegura su carnet de identidad: 76 primaveras y algún otoño.
Como la realidad es la que es, encaramos la entrevista por Skype, y es inevitable comenzar preguntando cómo lleva estos tiempos pandémicos: «Como se puede. Como decían antes, con resignación cristiana. Ya se está haciendo pesado, pero también se ve un poco la esperanza con las vacunas, parece que hay algo de luz al final del túnel. Pero creo que si tuviera 30 o 25 años lo mismo estaba más jodido, porque sería difícil atarme a casa, estaría más inquieto que a esta edad».
Es lo que está sucediendo con algunos jóvenes, que les cuesta reducir los contactos sociales.
Claro, entiendo que haya un bien común superior y que tengamos que ser muy cuidadosos, pero la testosterona es difícil de controlar, y cuando te crees inmortal… Nos ha tocado y, por mi parte, lo estoy viviendo lo mejor que puedo.
¿Pensaste alguna vez que te ibas a ver en una como esta, que todos nos íbamos a ver en esta situación?
No, no. Pensaba en todas las distopías, cuando hice el “Año 2000” [1981] estuve pensando mucho. Esa es una canción que escribí inspirada en un libro de un sociólogo que estaba de moda en los años ochenta, Alvin Toffler. El libro era La tercera ola, proyecciones sobre el año 2000, cómo se configuraría la sociedad y cómo sería, según el mundo imaginativo de este hombre. Pero esto, no. Esto es una plaga casi bíblica, o medieval, algo que no estaba dentro de lo que podíamos imaginar.
Claro, porque tuvimos la llamada gripe española, en los años 1918 y 19, que seguramente la vivieron mis abuelos, los tuyos, tus padres, pero a mí nunca me hablaron de esto, y habíamos olvidado que podía suceder.
En mi casa tampoco se habló nunca de ello, no había memoria colectiva de esa pandemia. Y la verdad es que eso de «cuando veas las barbas de tu vecino cortar pon las tuyas a remojar», debería de habernos servido, por aquello de que los orientales han estado envueltos en esto casi constantemente. Viven en una non stop pandemia, una detrás de otra, y parece que se han atrincherado y se han pertrechado mejor. Nosotros siempre lo miramos con esa superioridad occidental: a nosotros no nos va a pasar eso. Y nos ha pasado, nos ha pasado jodidamente, y nos sigue pasando. Es de esperar que las vacunas surtan efecto, pero vamos a estar mucho tiempo con esto, porque para que se detenga, la vacunación tiene que ser, por desgracia, planetaria.
Sí, los asiáticos, por ejemplo, van con mascarilla con absoluta normalidad desde hace décadas, por la polución, o para prevenir, para no contagiarse y para no contagiar a los demás cuando circulan resfriados o la gripe. Desde luego estaban preparados para esto, y nosotros no.
Y siguen preparados, lo tengo leído. Leo mucho a Javier Sampedro, el científico y periodista de El País, le tengo mucha admiración, es una de mis lecturas diarias y me tiene muy aleccionado respecto al mucho daño que le estamos haciendo al planeta. Eso es lo que digo en la canción [“La estirpe de Caín”], que las costuras del planeta se están abriendo tanto que por ahí se van a colar muchísimas cosas —dolencias, males, plagas—, y si no tenemos en cuenta los llamamientos que se están haciendo, y que se estaban haciendo antes de la pandemia, de construir un mundo un poco menos avaricioso, menos destroyer, menos consumidor, y si no vamos a una educación en la que el interés no sea lo más importante, que el tener físico, el material no sea lo más importante, pues está claro que lo tenemos jodido. Porque está muy cuantificado que no tenemos planeta para tanta boca, para tanto consumo. Necesitamos más planetas, pero no existen. Tendremos que ser nosotros quienes tengamos un poco de consideración y de redimensionar cómo queremos vivir.
Las nuevas canciones
A ti esto te ha pillado pensando en un nuevo álbum, del que has avanzado dos canciones, la primera fue, en junio, “El blues de la tercera edad”, que no sé si la grabaste antes o durante el confinamiento.
Hemos grabado todo durante el confinamiento, pero empezamos a componer y a trabajar antes. La ventaja con Jose Nortes [su productor en los últimos años] es que tiene un estudio. La idea de hacer el disco fue cuando nos entró el mono, justo después de hacer la gira sinfónica [Symphonic Ríos]. Habíamos estado haciendo bolos y nos divertíamos mucho, porque además la convivencia con los músicos clásicos fue cojonuda, fue una orquesta digamos, mercernaria, entrecomillas, pero era acojonante, porque era gente jovencísima. Recuerdo que cuando empecé a grabar, en los años sesenta, “Serenata bajo el sol” y aquellas canciones que grababa en Philips e Hispavox, los violinistas eran señores provectos, los de la Orquesta Nacional, unos señores con su traje, su corbata, su puro… Y estos eran chavales que tenían bandas, cuartetos, habían oído a Led Zeppelin, sabían de qué iba el asunto. Así que fue una relación muy natural y muy cachonda, en el sentido de que nos reíamos mucho, colaboraban, y nosotros con ellos, los respetamos mucho. Y al acabar nos quedamos un poco colgados de la brocha, aquello de «joder, ¿y qué hacemos ahora?». Bueno, la verdad es que Jose Nortes dijo: «¿Por qué no hacemos canciones?». Jose es una persona que le dices: «¿No podríamos tocar esto en do mayor?». Y te responde: «¡Ahora mismo!». O le dices: «¿No podríamos meter aquí un cuarteto?». Y él: «Por supuesto, ahora mismo». Nunca tiene el no por respuesta. La gran suerte que tuve fue conocerlo en el momento en que me quería retirar [risas]. Y en los encargos que me han hecho después, como El gusto es nuestro, que pudiera seguir tocando con él. Es decir, cuando iba a grabar con alguien, me llevaba a Jose, cuando iba a un benéfico, me lo llevaba; cuando me llamaban para una colaboración, lo llamaba. Siempre he llevado a Jose, e hicimos esa especie de dúo que nos permitía seguir estando juntos. En ese tiempo surgió lo de hacer canciones nuevas. La verdad es que lo teníamos fácil, porque, como te digo, además él tiene su propio estudio.
En “El blues de la tercera edad” reflejas, como has hecho tantas veces a lo largo de tu carrera, tu edad vital, la del momento.
Sí, es una canción de las que primero pensé, porque quería que el disco fuera contar la experiencia desde este lado de la vida, ya una edad tardía, que diría el querido [Luis] Landero. “La estirpe de Caín” surgió ya cuando estábamos metidos en faena, es una canción que en principio tenía otra letra. Se llamaba “S.O.S. Planeta Tierra”, era descaradamente ecologista, incluso teníamos un estribillo de broma, no el real, que decía «Greta Thunberg dónde estás», y nos reíamos. Greta Thunberg es la activista ecologista. Y la verdad es que la pandemia se alargaba y yo estaba muy desilusionado con que fuéramos tan cerriles en muchos aspectos, estaba viendo además toda la actuación política alrededor de la pandemia, la utilización partidista, que todo esto ha sido muy desilusionante. En un momento en que, como hablábamos antes, no pensábamos que podía venir esta distopía en tiempo real, era estar viviéndola y ver que eso no conmovía las conciencias de los políticos, hasta el punto de que antepusieran el bien partidista al bien común.
A sus intereses políticos, que es lo que han hecho algunos.
Exactamente, entonces empecé a escribir la canción. Te lo comenté en un correo que nos mandamos, que la escribí con mucho desasosiego, realmente me costó mucho trabajo cuando la hice… Hablando con una hermana mía, mayor que yo, me decía: «Qué desastre estamos viviendo a la vejez, Miguel, fíjate. Lo teníamos todo perfecto y de pronto viene esto y ya no puedo salir de casa. El único entretenimiento que tenía era salir a la calle, darme una vuelta, ver escaparates. Y ahora ya no puedo salir». ¡Qué cosa para la vida cotidiana! ¡Es algo que nos afecta tanto en el día a día! Me puse a escribir la canción, y me daba mucho resquemor, por estar días escribiendo algo tan desagradable como esto.
Te entiendo, recuerda que en esos mails te comenté que en la primera escucha me produjo congoja, porque no es una canción precisamente optimista, y me dijiste que no quisiste que lo fuera.
No, no, no es optimista. Yo tiendo a ser optimista, sino no llevaría casi sesenta años en la música [risas], en esta especie de masoquismo, o de dulce masoquismo. En realidad, sí, tiendo a ser positivista, y todas mis canciones o la mayoría de ellas siempre han tendido a ello, incluso temas como “En la frontera” [1983] tienen siempre el deseo de que sea una canción de denuncia, entrecomillas, de una situación determinada, pero con un fondo de esperanza. Pero con “La estirpe de Caín” el asunto es que me daba coraje que se estuviera utilizando tanto a lo que se llamó las profesiones imprescindibles, que se las estuviera utilizando tanto de boquilla, de una forma cínica, y luego, aquí en Madrid, seguían despidiendo gente de la sanidad pública. Tenían que contratar rastreadores y no llamaron al Séptimo de Caballería para ver dónde estaban los rastreadores. Una cosa…
Esto igual te chirría, pero “La estirpe de Caín” es prácticamente una canción protesta.
Sí, lo es, totalmente. Fíjate, es como una vuelta de tuerca al folk primero de Pete Seeger, ese tipo de rollo.
Vamos, de «primero de folk».
[Risas] Sí, sí, de primero de folk.
Además sin batería, porque estos dos temas no tienen batería. ¿Todo el álbum será sin batería?
Lo bueno que tiene esta formación, los Black Betty [el trío con el que ha preparado estas nuevas canciones], es que te permite recrear eso. Yo quería buscar un sonido que lo pudiera hacer, y la idea era tocar en directo, y tocar en el extremo opuesto al que había sido la última gira [Symphonic Ríos, en 2018], tocar lo más desnudo posible. Lo había experimentado con ellos, en un concierto que retransmitió Radio 3 para Un juguete, una ilusión, ese programa para recoger juguetes en Navidad. Lo hice con ellos tres y me divertí muchísimo, porque es un formato al que no estoy acostumbrado, y creo que se pueden contar con los dedos de una mano las veces que he tocado sin batería. Y tener esa formación… Durante el último año estaba viendo una serie, que la repito con cierta frecuencia, sobre el country, una serie que ponen en Movistar, La historia del country: ocho programas maravillosos de cómo comienza el country, las fusiones… algo acojonante. Y había sonidos ahí que me recordaban, no sé de dónde, un principio de algo. Y me dije que por qué no íbamos por ahí, y con José empezamos a darle vueltas. Además teniendo a Luis Prado [al piano], que es una orquesta en sí mismo mismo, y a Edu [Ortega, toca violín y mandolina], que es un tío que viene de hacer una experiencia con Paganini acojonante, es un virtuoso, y además que toca muchas cosas.
¿Todo lo que has grabado o vas a grabar, será sin batería?
Sí, todo sin batería. Queremos hacerlo así y, si es posible, tocarlo así en directo. En alguna canción, del material que viene, nos hemos permitido alguna licencia, metiendo un cuarteto de cuerda. Pero es este formato con algunas ayudas, alguna canción tiene pedal steel. Pero abundando más en lo tranqui que en la velocidad.
Volviendo a “La estirpe de Caín”, cantas que esto «no es la catástrofe sino su ensayo general»… ¿Lo que viene piensas que va a ser peor?
Mira, esto lo digo antes de que me hagan un Bunbury, porque eso tiene mucha intertextualidad: esta frase, cambiada, es de un artículo de Lluís Bassets en El País, que era algo así como «el ensayo general de la catástrofe está listo». Le di la vuelta: esto no es la catástrofe, sino el ensayo general. Pero sí, creo que esto es un ensayo general de lo que está viniendo, según lo que se puede leer. Ahora mismo, una de las bondades que ha tenido la pandemia —si es que puede tener alguna— es que ha puesto en primera línea a la ciencia. La superstición, digamos, ha pegado un retroceso enorme, el credo ha pasado de estar en los estantes de la Iglesia en la que yo me eduqué, aquello de «creo en padre todo poderoso», a decir «creo en la ciencia todopoderosa, explicadora del cielo y de la tierra». Es un nuevo credo. Y aunque hay muchos interrogantes, también hay muchas certezas, se van desbrozando muchas certezas, y se nos anuncia claramente que si no tomamos nota, nos vamos a la mierda. Probablemente haya algunos factores, eso que llaman los poderes fácticos supranacionales, que tengan un poder inmenso y puedan seguir controlando los hilos de esta marioneta que es el ser humano ahora mismo, pero ya tendrán que estar dándose cuenta de que probablemente se les esté yendo la mano, porque encontrarse este tipo de respuestas a un modelo de vida es un poco peligroso.
“La estirpe de Caín” es de tus mejores letras, y tiene momentos muy inspirados, como cuando cantas lo de que otra vez las liebres corren por el mar. Con muy poco dices mucho. Quizá haya quien no lo pille, pero algunos recordamos la canción infantil, la de “Vamos a contar mentiras”. ¿Fue una letra que salió con fluidez?
La verdad es que la letra salió, como te digo, con dolor, pero cuando decidí que tenía que hacerla y tener el valor de grabarla, aunque fuera impopular o, simplemente, no fuera un hit, salió. Claro, que ahora también tenemos la ventaja de que a esta edad es muy difícil buscar un hit, es como buscar el Santo Grial [risas].
Los hits ya no existen.
Claro, por eso te digo [risas], por eso es el Santo Grial. Pero, claro, siempre tienes aquello de que si hago una canción no quede perdida en el maremágnum de canciones. Ahora mismo escribir canciones es de un gratuito… Por eso a mí esta situación me viene bien, desde la perspectiva de la edad que tengo, porque me iguala a la gente joven, porque tengo las mismas pocas posibilidades que ellos [risas]. Estamos todos igual, ahí, empecinados.
El título, “La estirpe de Caín”, la definición misma, es otro acierto de la canción, porque es cierto que la estirpe de Caín siempre ha estado ahí. Cuando oí la canción la primera vez me pareció todo un hallazgo.
Sí, pero, sabes qué pasa, que las canciones son todo hallazgos, porque no me he puesto a escribir una canción y he dicho: «La estirpe de Caín, y voy a decir esto y lo otro».. No, tengo una melodía a la que puedo ponerle la letra que quiera, siempre que tenga una emocionalidad armónica lógica. Esta es una canción llena de tonos menores, entonces no puede ser una letra muy alegre, y de pronto estás dándole vueltas a la melodía [tararea], y le das vueltas y vueltas, y piensas «quiero hacer una canción que tenga mala leche, que tenga esto, lo otro, que sea tal», y de pronto resulta que te viene la imagen de la estirpe de Caín viendo a unos tíos en la televisión que están diciendo barbaridades en la tribuna del Congreso, diciendo a otros tipos que son un gobierno ilegítimo. Y claro, yo decía: «Esta es la gente que está jugando a quemar el terreno de juego, a enfangar, a joder, esto es Caín». Surgió así. La suerte es que te coincidan las palabras, las sílabas con la línea melódica, además con los acentos de la melodía, porque hay muchos queridos colegas ahora que dirían «estirpé de Cáin», y no les importaría nada si la melodía les hubiera obligado a hacer esa acentuación.
A lo que iba es que no sé si te diste cuenta de que el concepto y la imagen son brutales, muy poderosas: la estirpe de Caín. Lo define todo muy bien. Tú, que siempre te quejabas de que te costaba mucho sacar canciones, esta vez has estado bien inspirado.
Sí, en este disco las letras que pretenden ser cachondas, son muy cachondas; y las que pretenden ser emocionales, son muy emocionales. Estoy muy contento, sí. Fíjate, tenía unas sesiones con una psicóloga a la que he estado yendo durante un tiempo, bueno, de vez en cuando voy. Además, me gusta ir, me gusta pagar para que me escuchen [risas]. No que me paguen por hablar, ¡sino pagar para que me escuchen!
¡A lo que hemos llegado!
A esto he llegado, tío, sí [risas]. Es acojonante, porque iba a verla cuando empezamos a escribir canciones y le decía: «¡me salen unas letras de malas!». Y ella me respondía: «Pues nada, son las letras que escribes ahora, son tus letras». Es una mujer muy posibilista, de flagelarte nada, qué coño, y me decía: «Pero si tienes 75 años, qué más quieres, si estás en forma. ¿Además quieres hacer letras de puta madre? Tú sigue haciendo, y si es mala, pues sacas una letra mala». Y eso fue una especie de barra libre, aquello de «ah, pues vale». Me pasó cuando escribí el libro [Cosas que siempre quise contarte]: la primera semana lo tiraba todo, la segunda semana me parecía que era un poco menos malo, y al mes estaba gustándome.
¿No tuviste «negro» para el libro de memorias?
No, no. De negro me pedí a Ray Charles, pero cobraba caro [risas]. Mira, yo hubiera pagado por ser el negro de Ray Charles. Sabes que el negro de Ray Charles era Billy Preston.
Claro, y de los Beatles, y a veces de los Rolling Stones.
Hay un documental de Billy Preston, me lo puso Luis Prado. Está Billy Preston tocando con Ray Charles, con 17 o 19 años, y le dicen «toca, Billy», y empieza a hacer unas cosas con el órgano… Y Ray Charles se reía de gusto… Algo fantástico.
Hay que decir que lo que no controle Luis Prado, no lo controla nadie.
No, no. ¡Y vaya disco está haciendo! Esto es primicia, escuché un tema anteayer, que estuve en el estudio con Jose, están terminando, mezclando, y escuché un tema en el que Luis ha tocado todo, todo, todo… ¡buah! Es acojonante, con frases sobre terraplanistas y cosas de estas, que nadie escribirá tan bien sobre eso como Luis, nadie.
«Escribir sin un propósito es frustrante, como pajillero. Escribir no es una cosa placentera»
Volviendo a las canciones, los últimos temas nuevos tuyos que conocimos fueron “Bye, bye Ríos” (2010) y “Cosas que siempre quise contarte” (2013). ¿No habías escrito canciones desde entonces?
No, la verdad es que escribir sin un propósito es frustrante, como pajillero. Escribir no es una cosa placentera, es algo que conlleva mucho eso de «vaya mierda me está saliendo». Tiene que haber un fin para que pases por ahí. Una de las razones superiores para escribir es que nadie te da un buen tema, se los quedan todos, los hijos de puta [lo dice sonriendo], y qué vas a hacer. Otra cosa es que es muy difícil que alguien te escriba una canción que tenga que ver contigo; conmigo, concretamente. Porque la gente cuando escribe cosas, afortunadamente, ya son muy personales, desde puntos de vista que son muy intransferibles, aunque sean muy genéricos o muy universales. Pero son intransferibles desde el yo. Vetusta Morla me encantan, pero no podría cantar una canción de ellos. Hice una colaboración con Izal en un directo, y tienen temas que me gustan muchísimo, pero cómo voy a cantar eso, son canciones de un tío de 30 o 40 años, y me costó mucho hacer una, aunque la hice, “El pozo”, un tema buenísimo. Pero yo tampoco podría escribirle ahora canciones a otra gente. Ahora todo es una lucha en contra del aburrimiento, o contra el admitir que teniendo todavía un poquito de cuerda, un poquito de chispa, de suspiro, no lo aprovechas. Una de las líneas que cantábamos en “Bye, bye, Ríos” me perseguirá toda mi vida, es una que me decía mi madre, que la incluimos Luis Prado y yo: «No hacerte viejo en un escenario». Y yo soy muy deudor de los recuerdos de mi familia, sobre todo de mi madre, pero de esos íntimos. Claro, y pienso «¡qué razón tenía mi madre!», porque con la energía que tengo, cuando tenga que salir de nuevo a tocar, me digo: «Joder, ¿cómo lo voy a poder hacer?». Pero cantando estoy bien, de voz me encuentro muy bien. Mira qué cantidad de artilugios tengo.
Miguel me muestra un chisme con tres tubos y una bola en cada uno de ellos. Aspira por una boquilla y hace que suban las bolas: «Esto es para potenciar los pulmones, tengo que hacer que suban las tres bolitas para recibir aire. Mira este otro: es una botella de agua llena en tres cuartos y esto es una paja [un tubo largo que termina en una especie de boquilla], en el buen sentido, para hacer esto». Por «esto», el lector tiene que imaginar a Miguel Ríos haciendo una especie de gárgaras mientras aquello suena como el burbujear durante la inmersión de un submarino. «Esto hace todo el recorrido de las cuerdas vocales, va haciendo el recorrido de toda la cuerda. Y eso me permite cantar un poco más… A ver, el deterioro está, pero está retrasándose, estoy consiguiendo que vaya un poco más lento. Las cuerdas vocales necesitan ese mantenimiento, y tengo una logopeda, una foniatra con la que entreno una vez por semana, ahora lo hacemos por Skype: me da una clase por semana y yo hago todos los días un poco de ejercicio. También estoy tocando la guitarra todos los días, cosa que no hacía desde que era púber, por la tarde estoy con la guitarra. Estoy alrededor de la música más de lo que he estado en mi puta vida».
Te veo cantando de nuevo aquello de «Ahora que he vuelto, pido que me oigan aunque no se acuerden de mí».
[Risas.]
Por cierto, canción del año 66, alucina.
Sí, pero aquello tenía sentido. Fíjate, grababa en Philips, y empecé a tener problemas porque quería cantar material propio y ellos no querían, querían que siguiera haciendo versiones. Pero, además, estaba empezando a ir con otro tipo de gente que no era eminentemente el grupo con el que me movía, eran un poco menos rockeros. Digamos que eran más músicos. Porque había empezado a trabajar en sitios como Imperator, los clubes de tarde, donde tocabas con orquestas, y ahí empecé a conocer a otro tipo de músicos, como Pepe Nieto. Músicos con otra formación, más jazzístas. Y me daba cuenta de que tenía que hacer otra cosa, que tenía que buscar, y caí en un ostracismo de dos años. Pero el ostracismo de entonces no es el de ahora. Yo no había tenido ningún éxito, llamémosle mainstream, sí, había hecho “Popopitos” y la gente del Price me conocía y tal, iba abriendo brecha. Pero a mí no me conocía ni Dios en Cáceres, por ejemplo, o me habían conocido por “Serenata bajo el sol”, que fue una canción que sonó. Y esta canción, “Ahora que he vuelto”, tenía sentido en ese momento, al cambiar de discográfica y tratar de empezar algo nuevo. Es de Adolfo Waitzman, la hicimos así: «¿De qué quieres que hablemos?», me preguntaba, y yo le decía «de que quiero volver». Y él: «Pues “Ahora que he vuelto”». O sea, iba interpretándome. En ese caso él sí fue como mi «negro», pero no me dio crédito a mí, el negro se lo llevó todo [risas].
Eso también es muy de la época.
También. Como pasó con el “Himno a la alegría”, que al «negro» al que le dije algunas de las frases de la letra se lo llevó todo. Pero vale. Con “Ahora que he vuelto” buscábamos un impacto, porque íbamos a tener spots en televisión, porque la compañía con la que lo hice fue la de los hermanos Moro, Sonoplay, compraba espacios en televisión, y querían algo muy llamativo. Es decir, había algo de marketing ahí, un principio de marketing interesante. Me encantaba la frase final, porque era un contracanto muy chulo que hacían las trompetas.
Es un tema que está muy bien, con el que dejabas atrás el primer tramo de tu carrera e iniciabas un nuevo ciclo.
Sí, pero la putada es que los temas son buenos si se hacen conocidos y venden. Y a estos tíos les pasó que tenían campañas de publicidad pero no tenían una red de ventas, algo acojonante.
Incluso la edición de algunos de aquellos singles de Sonoplay estaba muy cuidada, con buenos diseños, portadas dobles. Algo inaudito en aquel tiempo.
Sí, sí, ¡ya te digo! Y el estudio donde grabábamos, que estaba al lado de la casa donde vivo ahora, era el primer estudio independiente que vi en mi vida. Era de Pedro Mengíbar, que hacía jingles, porque vivían de la publicidad. Y abrieron el estudio para la música. Además tenían músicos cojonudos, como el tipo que grabó la batería, Manolo Varela, de Los Botines, que luego estuvo tocando mucho tiempo con Camilo Sesto, un musicazo. Contaban con gente muy buena.
Hoy como ayer
Ahora estás lanzando canciones sueltas, que es el sino de los tiempos. Empezaste tu carrera con los epés de cuatro canciones, luego los singles de dos, más tarde los elepés (más los cartuchos y las casetes), los cedés, el mp3, ahora el streaming y las canciones sueltas, que es casi como volver al principio, a los singles. Menos los discos de pizarra, lo has conocido todo.
Es acojonante ese círculo que has descrito. No lo había pensado, pero sí, ahora para qué quieres sacar el disco, si se va a escuchar solo en Spotify. Ayer estaba viendo cómo acoplar las canciones nuevas, aunque todavía no hemos mezclado todo, incluso podemos sumar algún tema si nos surge alguna idea, fue por echar un rato en la tarde, por entretenerme, estaba viendo cómo acoplaría las canciones para el disco, y al poco me dije: ¡¿pero quién oye ahora un disco entero?!
Yo.
No, no, pero tú eres un enfermo. Gente que no sea enferma, que levante la mano. Si es que no, es que esto es otra cosa. Vendes ochenta mil discos al final del Bye, bye Ríos, y sobre todo ves cómo va disminuyendo tu parroquia. La parroquia disminuye porque al principio pillas no el mainstream, el stream entero, con su amplios márgenes, y la gente va desertando de esa corriente porque hay otros tíos que le llaman la atención, o le interesan otras cosas, o de pronto no le gusta más la música, o porque tiene que pagar una letra. Porque la vida es la vida. Y tú vas perdiendo parroquia. Entonces, al final de tu vida, te quedan ochenta mil tíos; tíos y tías, u ochenta mil compras de gente que te ha estado aguantando durante toda tu vida, que ha estado ahí. Antes tenías esa prueba, digamos de fe, cosas que se han vendido contantes y sonantes, materiales. Pero ahora, todo son suposiciones, es lo que nos diga Spotify. Bueno, siempre ha sido lo que nos han dicho las compañías de discos, sin ninguna prueba.
Sí, ahora, todo lo dominan Spotify y Youtube.
Eso es. Ahora, con la compañía que estoy distribuyendo estos singles, Altafonte, es la única que me dice cuánta pasta he recaudado, y es terrible, porque es una desilusión acojonante [risas]. Les dices «no, por favor, no me digáis, hasta que no lleguen las vacas gordas, no me digáis más».
Y siguiendo con el círculo y el regreso al punto de origen, los álbumes están comenzando a ser de nuevo una recopilación de singles.
El primero que publiqué, Mira hacia ti [1969], todo eran singles que habíamos ido sacando: “Vuelvo a Granada”, “El río”, “No sabes cómo sufrí”, aquellos temas que habíamos lanzado previamente en singles. Es el eterno regreso, no cabe la menor duda, el ritornelo perpetuo.
Me parece que tú te sentiste muy cómodo con el formato elepé, con el álbum. Sobre todo porque viniendo de donde venías, del single para la radio, aquello era como la libertad, ¿no?
No, no creas, porque tenías que hacer unos sacrificios terribles. Siempre ha sido un poco jodido. Porque tenías canciones que debías dejar fuera, porque había que grabar veinte minutos por cara para tener volumen. Pero sí, evidentemente me sentía más cómodo que con un single. Pero me sentí cómodo de verdad en la época del Rocanrol bumerang [1980], porque tenía tal cantidad de material, y tal cantidad de material bueno, tal cantidad de músicos buenos, todo. Pero te das cuenta de que nada es eterno, ni lo bueno ni lo malo, y luego empiezas a descubrir que para La encrucijada [1984] te cuesta más trabajo, tienes que poner más cosas tuyas, tienes que escribir tú más. Luego, bueno, viene el disco de Tom Dowd [El año del cometa, 1986] y es una desgracia absoluta, una sequía increíble, una súplica de temas que no aparecían por ninguna parte. Siempre recordaré a Tom Dowd en su casa en Coconut Grove, en Miami, con un ordenador portátil, el primero que vi en mi vida, ¡en el 86, eh!: «I gonna talk to Quincy», y se ponía a hablar con una secretaria, que le decía que Quincy Jones no estaba, que le llamaba luego. Llamaba para ver si tenía alguna canción por ahí, porque estuvimos moviendo Roma con Santiago. Y las canciones eran las que había.
¿Cuánto tienes grabado ahora para ese próximo disco. Disco o, digamos, colección de canciones?
La verdad es que creo que es más disco que ninguno. Porque en este sí hay, como te decía antes, una intención de unidad, de contar cosas que me pasan a mí, cosas que tienen que ver con mis vivencias, que igual reduce el target del propio disco. Pero, bueno, es lo que hecho siempre. Hemos llegado a los diez temas, y creo vamos a dejarlo ahí. Hay algunas sorpresas, un par de versiones, hemos musicado un poema de Ángel González, maravilloso, y el otro es invención de Nortes y mía.