FONDO DE CATÁLOGO
«Su objetivo era el de siempre: ampliar el alcance de la música popular en castellano e impulsarla hacia el futuro buscando lazos con el pasado»
Juanjo Ordás escoge uno de los discos más interesantes, mestizos y cálidos de Juan Perro: el más que recomendable Cantares de vela que publicó en 2002, su cuarto trabajo solista después de Raíces al viento, La huella sonora y Mr Hambre.
Juan Perro
Cantares de vela
LA HUELLA SONORA/GASA, 2002
Texto: JUANJO ORDÁS.
Cuando un músico es artista de verdad, no solo trabaja las canciones, sino también el sonido, el formato, el envoltorio. Es algo que se aprecia a mínimo que prestes atención. Cantares de vela (2002) de Juan Perro (o Santiago Auserón) es un ejemplo perfecto de ello. Antes de escucharlo y cerciorarte de que se trataba de un disco nocturno, ya podías saberlo desde su cubierta, por el diseño y el título, y al ojear el libreto.
Era aquella una época en la que Santiago ya tenía encauzada su trayectoria solista tras los excelentes Radio Futura. Raíces al viento (1995), La huella sonora (1997) y Mr. Hambre (2000) le habían consagrado como autor fuera del ámbito grupal y cada trabajo era mejor que el otro. Su objetivo era el de siempre: ampliar el alcance de la música popular en castellano —siendo consciente de que España no era su única patria, y de la influencia anglosajona— e impulsarla hacia el futuro buscando al mismo tiempo lazos con el pasado. Todo esto suena muy sencillo, pero es una tarea harto complicada.
Si bien con Mr. Hambre se centró geográficamente en España (inspirado en el crisol de culturas), con Cantares de vela su mirada se posó más en el género pero sin buscar ninguna pureza ni dejando de lado el sano mestizaje que es su seña de identidad, de hecho hablamos de un señor blanco zambulléndose en el son en ocasiones, como hace en “El cigarrito” o “El son de los muertos”; sumergiéndose también en el rock, como en “Solo el vino” o “Cántaro roto”; cantando por momentos como un crooner, como hace en “No más lágrimas”, su potente primer sencillo; un músico siempre con mucho blues (hablamos de uno de los mejores cantantes del mundo), pero con el jazz como mimbre esencial.
Así que Cantares de vela era en realidad un disco bastardo y nocturno, y si querías explicaciones, te las daba (qué bien hilados estaban todos los palos, qué forma de fusionar), pero lo que buscaba en realidad era que te metieras en la cama con él. ¿Y cómo no hacerlo? ¿Quién te iba arropar mejor? Santiago estaba a un nivel muy alto como escritor, intérprete y ejecutor. La producción del álbum es suya y se trata de un trabajo glorioso, el tratamiento de los sonidos graves es formidable, pero los músicos de los que se rodeó tampoco iban cortos de talento. Ahí estaban sus habituales: el guitarrista John Parsons, el contrabajista Javier Colina y el percusionista Moisés Porro junto al también percusionista Marc Miralta, el guitarrista Jordi Bonell y el pianista Javier Mora. También contó con la ayuda de José Mas, alias Kitflus, en los arreglos de cuerda y metales. Qué gran equipo.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: Larga vida al rock and roll (1981), de Barón Rojo.