FONDO DE CATÁLOGO
«Se desconoce quiénes son, pero los que los quieren, los quieren mucho»
Un tesoro oculto del que poco se sabe, pero que entusiasma a los que lo escuchan. Así presente César Prieto la única obra que dejaron los fugaces Family, la banda de Javier Aramburu e Iñaki Gametxogoikoetxea.
Family
Un soplo en el corazón
ELEFANT RECORDS, 1993
Texto: CÉSAR PRIETO.
Si tuviera que decidir cuál es el mejor elepé español de artistas que solo publicaron uno y después decidieron no seguir, lo tendría difícil. No por la abundancia, que no la hay, por lo menos de artefactos con enjundia, sino por la calidad de los pocos que existen. Deben ser discos que demuestren que ahí había una proyección posible, que creen un mundo propio, que prometan maravillas y que después se conviertan en silencio. Discos en los que sus compositores o líderes, tras editar un excepcional compendio de canciones, digan «no quiero seguir».
Yo solo veo tres, dándose codazos para la primera posición: Tara en su directo en la J&J, Los Modelos con el disco que recogía sus dos maquetas —aquí hay trampa, fue póstumo— y Family con Un soplo en el corazón. Cada uno al principio de una década.
Un soplo en el corazón es un disco en el que adoración e ignorancia conviven en armonía. Javier Aramburu e Iñaki Gametxogoikoetxea son idolatrados por un 0,01 por ciento de la población que en este país es receptor activo de música y son ignorados por el resto. No son despreciados, tampoco ninguneados. No. Se desconoce quiénes son. Directamente. Pero los que los quieren, los quieren mucho.
Proyectos previos
Pero hablar del disco de Family es hablar de la maqueta, de mundos anteriores. Emergió el disco, se fueron ellos, en apenas medio año, pero antes había existido un abono y un riego. La Insidia y El Joven Lagarto, grupos de Aramburu, llevaban diez años siendo antecedentes en San Sebastián de lo que iba a cristalizar diez años después, a principio de los noventa.
Sobre todo estos últimos, con una maqueta que movían en todos sus conciertos, que contenía gran parte de las canciones de Family y que llegó al productor del disco de casualidad. Había escuchado a Aventuras de Kirlian de refilón en la tele, pidió a una amiga que trabajaba en televisión el contacto con el grupo y la semana siguiente se presentó en su casa Teresa Iturrioz —tocaban en Madrid, en el Siroco— con Aramburu. Rodrigo Silva-Ramos se hace amigo, se exalta y, mientras produce el primer disco de Le Mans, le va dando vueltas a la maqueta de El Joven Lagarto. Mete bombo, mete bajo; pero a Aramburu le parece demasiado tecno, aunque acepta hablar con Silva-Ramos de su producción. Mientras tanto, el productor se instala en una sala pequeña de los estudios Vulcano, propiedad de Fangoria. Todos los factores confluyen para que Family entre a grabar ahí.
Grabación y referencias
Aunque había recursos técnicos en Vulcano, en la grabación no notaban la fuerza de la maqueta. Y, de golpe, Aramburu y productor son iluminados por una epifanía. Van a la Roland, cogen las programaciones y las pasan directamente a la mesa: las canciones tendrían la elegancia y calidez que buscaban, pero estarían grabadas al nivel de un disco.
Un disco cuyo espíritu es el de algo ya olvidado. Los sintetizadores Roland que sostienen las melodías y los riffs se tenían que buscar en tiendas de segunda mano, el espíritu de Décima Víctima que alienta en su estética ya está completamente fuera de lugar. Pero para ellos es valor activo, con ese bajo de Iñaki que introduce las texturas y que muchos asimilan a New Order, y los más críticos a OBK.
Las influencias parecen muy obvias. Duncan Dhu parece estar en la melodía de “El bello verano”, con su optimismo feroz y su esencia de trompetas. Alguna guitarra recuerda a la de Johnny Marr, y Carlos Berlanga influye y mucho en el tratamiento neutro que dan a la interpretación. De hecho, “Carlos baila” es seguramente un homenaje al componente de Dinarama. Y todo ello envuelto de unos fondos electrónicos, plásticos, de colores. La elección de un sonido vintage ayuda a que todo sea más sugerente. Y, sobre todo, la voz, que ha pasado del desgarro en sus primeros grupos a una emocionante impersonalidad. Cuanto más fría, más impactante, más desesperanzada. La emoción viene, si acaso, por los cambios de tono.
Canciones y temas
Trabajadas desde su grupo anterior, las letras poseen también hálitos de sugerencia que se agrupan en pequeñas constelaciones. El propio Aramburu lo explicó en Rock de Lux al señalar que pretendían «que el tema del amor hiciera de hilo conductor. Y también un sentido de la evasión». Un amor que recorre todo el espectro, desde el deslumbramiento y la cristalización hasta la ruptura y el recuerdo. Para cada momento, hay su canción.
Así, destacan varios núcleos temáticos que ofrecen una cierta unidad. Uno de ellos es la voluntad de dejar lastre tóxico. “Yo te perdí una tarde de abril” exige escapar de una ciudad que en “La noche inventada” aún se percibe como propia, pero en la que se ha de “inventar otra vida”. El culmen de este motivo es “Viaje a los sueños polares”, el On the road indie —con un glorioso cambio de acordes final antes de cantar un «donde siempre te querré» liberador—, el viaje al blanco para despertarse buscando un sueño: la sencillez, que empapa también a ese viajero melancólico de la desnuda “El mapa”. Las alusiones espaciales a naves o estrellas, llevan este aspecto a un nivel cósmico y doméstico a la vez.
Núcleo semántico, pues: la blancura como símbolo de pureza, que contrasta con el azul de las imágenes marinas, de la piscina de “Nadadora” —¡ese soberbio bajo de Iñaki casi abre el llanto!— o de la portada, una portada que apenas posee más elemento que esa icónica representación de azules. Y, dispersándose entre medio, platas, naranjas, la piel color membrillo… tonos fríos y de uso desacostumbrado.
Otro puntal son los paisajes. Es un disco enormemente plástico en que casi se pueden oler los bosques, las ciudades… transmitidas con los trazos básicos de un sueño. Todo encaja en un collage en el que las imágenes parecen provenir de orígenes muy variados, pop siempre, vanguardistas incluso, pero encajan perfectamente en el conjunto.
“El bello verano” abre el apartado de la nostalgia, pero matizada por cierta intención autoparódica («tengo algunos poemas que escribimos entonces y ahora te harían reír»), contiene un riff en el sintetizador que crea la melodía principal; y otro en una espléndida progresión del solo de bajo sintetizado. Todos estos juegos en los sucintos —pero impactantes— arreglos se embridan con el dolorido sentir de la letra de una manera que se entiende necesaria, la única posible para suscitar sensaciones.
Apariciones y desapariciones
Mientras se va grabando todo esto, el elepé no tenía título. Todo el mundo daba por hecho que iba a ser homónimo, pero un día Aramburu vio una película plagada de relaciones tempestuosas y de la belleza de lo insano. Acudió al estudio diciendo que el disco se iba a llamar Un soplo en el corazón. Una vez en la calle, la prensa de la época destacó la falta de estéticas donde situar las canciones y el arañazo sentimental que provocaban. Jesús Llorente en Spiral prohíbe lo que estamos haciendo aquí: comentar el disco. Cualquier mano que se acerque puede matar su pureza.
El productor desaparece, tras el disco, de los estudios independientes. Trabajó con Fernando Arbex y con Emilio Aragón, «lo que me daba de comer», y redefinió su futuro creando la primera empresa de móviles española. Javier Aramburu no ofrece entrevistas ni conciertos tras la salida del disco. En Eguin lo expone bien a las claras: «De momento no hago entrevistas. No tengo nada especial que decir. Y lo que pueda contar está en el disco». Hubo un pequeño proyecto que explicó a Luis Calvo, algo conceptual sobre un astronauta. Le tocó incluso una canción que ya tenía compuesta con la guitarra. Fue el fin de la historia, dejó la música y nadie sabe por qué. El productor, que lo conocía bien, apunta que la música no lo llenaba creativamente, que creía que era un arte menor. Se dedicó a la pintura y nos dejó un mensaje que no sabemos escuchar, obsesionados por su silencio: todo lo que tenía que decir está en sus canciones.
—
Anterior entrega de Fondo de catálogo: Les Marquises (1977), de Jacques Brel.