¿Qué fue de Trúpita? Juan Puchades ha querido averiguarlo y, treinta y cinco años después de su desaparición, el creador de “Esta noche me quiero descolgar” y uno de los mas singulares y desconocidos músicos del pop español, cuenta su historia para Efe Eme.
Texto: JUAN PUCHADES.
Tras grabar dos fascinantes elepés en 1984 y 1985, Trúpita abandonó en silencio. Sin más. Detrás de sí dejaba un éxito enorme —la canción “Esta noche me quiero descolgar”—, y el misterio. Pasados los años, aquellos dos elepés, Con acento en la u y Nadie es perfecto, han quedado como objeto de culto para quienes han sabido apreciar lo que sus surcos esconden, para quienes comprenden la creatividad, las canciones y las intenciones de aquel cantautor atípico, moderno y singular, del que poca cosa sabíamos. Ni de dónde venía, ni por qué un día se fue. Pero esos dos álbumes extraordinarios, de apabullante producción ochentera dirigida por Julián Ruiz, permanecen en el recuerdo de algunos como una deliciosa anomalía en la canción de autor de aquel tiempo. Aunque, poco comprendidos, hayan caído en el olvido cuando se trata de repasar la década de los ochenta y hoy ni siquiera se localicen en las plataformas de streaming (Universal Music debería solucionarlo cuanto antes).
Inesperadamente, no hace mucho, descubrí que Trúpita había publicado un tercer trabajo en 2016, A sombra quieta, del que no tenía noticia: se había editado en el mismo silencio con el que había desaparecido treinta y un años antes. Era cosa de comprarlo urgentemente. Al reproducirlo, la magia, tres décadas después, seguía ahí, incólume: esa peculiar manera de componer gran pop y su voz (entre distante y a la vez endiabladamente próxima), aunque ahora bajo una muy cuidada producción contemporánea pero de hechuras atemporales. Sin duda, había que localizar a Trúpita. Lancé un mensaje al espacio, cual botella de náufrago. Pasaron unos días, pero arribó a la orilla y Trúpita lo recogió. Estaba dispuesto a rememorar el pasado. A despejar la incógnita, a desvelar el enigma: «Efectivamente, se sabe poco de mí, es más, incluso yo sé poco», exclama con cierto humor al iniciar el diálogo. «Estuve leyendo un comentario tuyo en Internet, uno que, además, te han copiado en otros sitios. Para mí es una satisfacción que alguien se acuerde de aquellos discos, siempre que he hecho algo ha sido para que gustase y para que se notase, otra cosa es que se pueda o no se pueda conseguir. En cualquier caso, esa vanidad la perdí hace tiempo».
Le explico que a lo largo del tiempo ha sido un enorme misterio, y comenta que «siempre, en general, he sido muy discreto y muy reservado. Por eso se dijeron tantas cosas en su época. Decían de todo, desde que el sida me estaba comiendo a… en fin, todo tipo de historias, cuando en aquel momento, en aquellos años, del 84 al 86, iba funcionando lo que hacía. Desde que me retiré, ya nadie dice nada, y lo cierto es que estoy feliz en mi oscurantismo». Sin embargo, decide echar la vista atrás en una charla que tiene más de conversación informal que de entrevista al uso, que ni busca ni necesita, pues, a estas alturas, no hay nada que promocionar, nada que vender. Se trata de arrojar algo de luz alrededor de uno de los creadores más singulares y extraordinarios de la historia pop español.
Primeros años
Durante años se pensó que Trúpita era un seudónimo, pero no, es su segundo apellido: Francisco (Paco) López Trúpita es el nombre completo de este madrileño nacido el 3 de agosto de 1957. Se inició en la música desde muy niño, empujado por sus padres: «Empecé a tocar el piano con cuatro o cinco años, que es una edad en la que un niño tiene que tener muchas ganas de tocar. Y yo no las tenía, aquello era una puñetera mierda, muy odioso: estudiar solfeo y piano, y estirar la mano y que te duelan los dedos. Creo que quería más jugar a las canicas o a la taba que estar allí sentado con la profesora Carmina. Fue aquello de que los papás te ponen a tocar el piano y acabas hasta los cojones, lo odias y, cuando puedes, te marchas corriendo. A los nueve años dije que no, que esto era como ir a misa en el colegio, que te llevaban pero decías “aunque soy pequeñito, ya no quiero más”. Me aparté de la música y regresé a ella con doce o trece años, y en lugar de con el piano, volví a estudiar solfeo pero comencé con la guitarra. A los doce tomé la música con muchas ganas. Luego empecé a trabajar, directamente, era muy buen guitarrista y comencé profesionalmente con diecisiete años a tocar para otros. La primera artista a la que acompañé fue Jeanette, la de “Soy rebelde”. Eso me hace sentir un poco más viejo todavía».
En 1975 entraría en el musical Hair (que en España también se conoció como Rock clásico de los 60, para eludir la censura, pues Hair arrastraba tras de sí resonancias de jipismo promiscuo y libertario): «Fue una de las primeras obras musicales que se representaron aquí, que por cierto tiene una música de las mejores, para mí. Luego vinieron Jesucrito Superstar y otras, pero aquella me parecía musicalmente muy completa. Lo organizaba una compañía americana y hacían pruebas, y coincidió, o tuve la mala suerte, de que mi profesor de guitarra del Conservatorio se había presentado al casting que hacían para músicos. Nos presentamos los dos y, coño, me cogieron a mí. A partir de ahí este tío, que era joven, me tocaba mucho las pelotas en clase, en los exámenes. Por mi parte era aquello de “jódete, que el que está trabajando soy yo y tú no”, pero esto me hizo, seguramente, no acabar. Estudié cuatro años de guitarra, y no terminé nunca. Tampoco he buscado títulos, siempre lo que he querido ha sido poder hacer algo que me permitiese desarrollar lo que yo quería. Mi oficio ha sido la música, toda la vida».
Para entonces, mediados de los años setenta, ya componía sus propias canciones y se presentó en algunos conciertos solistas en Madrid con el nombre de Paco Trúpita: «Hice recitales en colegios mayores, en el Chaminade y algún otro sitio. Hacía mis canciones y era cantautor, pero no era el cantautor al uso que se acompañaba con su guitarra, siempre iba con músicos, con grupo, había saxo, había flauta, piano… una formación de seis o siete músicos». En paralelo, trabajaba como músico de sesión, como guitarrista y compositor de jingles publicitarios: «Colaboraba en un estudio de grabación donde se hacía música para películas y televisión, de hecho hice alguna cosa para Curro Jiménez, también muchos jingles para televisión. En aquella época pagaban muy bien, tú vendías una canción para un anuncio, un jingle, y te pagaban una cantidad concreta por ese trabajo puntual, que era corto, de uno, dos minutos. Después, además, cobrabas una cantidad si eras músico, porque en ese estudio trabajaba también como músico de sesión, tanto para mí como para otros. Siempre que se iba a grabar un anuncio, me llamaban si necesitaban un guitarrista o un bajista, y cobraba por horas las sesiones de grabación que hacía, y también cobraba lo que me correspondía de autores».
Pero hacia 1977, su vida dio giro inesperado:«A los diecinueve o veinte años, aunque aquí estaba trabajando y me iba bien, me marché a Italia con un contrato de tres meses que se convirtieron en cuatro años. Tocaba con una orquesta, trabajaba en casinos, en night clubs, cuando en la música contrataban orquestas grandes y había un negocio de tocar, en Líbano, en Italia, en otros países. En concreto, Italia, en aquella época, era el único país que permitía a los músicos tener seguridad social, pagar impuestos para después poder adquirir, al jubilarse, una pensión allí. En este grupo éramos doce personas, no solo italianos —hay algunos a los que todavía hoy veo mucho y han grabado en A sombra quieta—, estuvimos en distintos sitios, pasamos temporadas en el casino de Venecia, el Lido. Pero no solo en Italia, estuvimos girando y dando vueltas por muchos sitios, en países como Holanda. La misma orquesta estuvo contratada para acompañar en Saint-Vincent Statera, un festival próximo a Milán, como el de San Remo, que no sé si sigue haciendo, al que acudían muchas figuras. Casi todo lo que hacíamos era acompañar, en ocasiones tocando y en otras hacíamos figuración, con gente como Umberto Tozzi, Gloria Gaynor, Miguel Bosé… iba mucha gente. Con algunos tocábamos en directo, pero no con todos. Aquello me permitió conocer a mucha gente, algunos muy interesantes, otros no tanto, eran como aquí: más la publicidad que la música. Allí estuve dos temporadas de cinco meses cada una. Pero, bueno, al final con veinticuatro o veinticinco años me vine a Madrid porque me di cuenta de que aquella vida, que era fantástica y estupenda con veinte años, podía no serlo tanto con el tiempo. Veía a un compañero que tenía casi cuarenta y que no tenía ya la ilusión que yo todavía mantenía. Regresé por miedo de aquello me pasase a mí, y además me ofrecieron poder hacer lo mío, me habían ofrecido hacer una cosa con una discográfica, porque componía desde hacía mucho tiempo. Me atreví, corté con todo y volví».
De regreso a España
El retorno a Madrid, aunque animado por la discográfica RCA para grabar sus propias canciones, fue más duro de lo esperado: «Me encontré primero con que, después de cuatro años, no tenía las relaciones ni los contactos, y me costó mucho volver a ese circuito que tenía antes, en el que permanentemente me llamaban para sesiones, para tocar, para componer. Me costó mucho. Vivía conmigo una amiga napolitana, y recuerdo aquella época como un poco extraña y costosa de llevar, fue difícil y duro porque venía de vivir muy bien, y además esta chica se lo metía todo por la nariz, por cualquier sitio, con lo cual tuvimos problemas. Fue una época puntual, antes de que empezase a trabajar. Iba a grabar con RCA, pero después hubo una movida interna, uno de los empleados tenía los contratos, o no sé bien, y a mí me metieron en una división nueva que hicieron, o algo así, Discos Victoria, que me tuvo jodido porque no tenía medios. Intentaron salir pero estuvieron mucho tiempo sin dinero, con lo cual estuve muy parado durante un par de años, y jodido porque no editaban discos, ni siquiera lo que tenía firmado con ellos, que era un disco al año y que me podía permitir seguir avanzando».
Con Victoria, únicamente grabó un single en 1982, con las canciones “Locas” y “Señorita”, dos lúdicas piezas de aire funk que en ningún caso presagiaban lo que vendría, pero el pop español en el arranque de la década de los ochenta pedía ligereza. Aunque publicado sin créditos, Paco recuerda que en ese single tocó, «aunque de todo esto hace muchos años», Pepe Ébano en la percusión: «Era el percusionista que hizo “Entre dos aguas” con Paco de Lucía. También estaba Carlos Villa, un guitarrista que trabajaba con Julio Iglesias, con bastante gente… Lo grabé en los estudios de Fono Records, de Polygram, de Philips en su momento. Había un director artístico en Philips que le gustó la maqueta que grabé allí y lo quiso coger, Alfredo Garrido. De hecho, me produce esto de “Locas”, y se lo vende a RCA, creo que fue él». Sin embargo, el contrato acabó en manos de Discos Victoria: «Me vendieron a esta compañía, que me tuvo unos dos años parado. Con esta gente solo saqué ese single. Le guardo aprecio a alguno de los que trabajaban allí, pero me hicieron una putada grande. Daban largas: “Sí, bueno, ahora empezamos. No, espérate. Ya, vamos a poder arrancar ya. No, ahora no, que estamos esperando”. La cuestión era que no se grababa y a mí me estaban jodiendo en un momento que con mi edad ya no era para estar tocándome el bolo, y estar aburrido esperando. Necesitaba trabajar, componer, había dejado algo importante para venir a hacer esto y no estaba saliendo. Con lo cual, al final, lo dejamos. Les tuve que decir que necesitaba la carta de libertad, porque además les había ofrecido dinero otra compañía, aquello era tipo contratos de futbolistas, pero en cutre, y a mí lo que fuera me venía bien con tal de salir de allí, que no acababan de tener capital para poder trabajar. Al final, después de un tiempo, me la dieron gratis, y me pude ir».
Por mediación de nuevo de Alfredo Garrido, firma con Polydor, cuando Gonzalo García Pelayo es el director artístico de la compañía: «A Gonzalo le tengo mucho aprecio, fue uno de los que creyó y apostó por mí, y siempre me ha parecido un tío muy interesante, muy agradable, inteligente y entrañable, siempre me ha gustado escucharle, aunque tampoco lo traté demasiado. Me gustaría volver a saludarlo». Es en Polydor donde se editarán Con acento en la u (1984) y Nadie es perfecto (1985), producidos por Julián Ruiz (productor de Salvador, Orquesta Mondragón, Alaska y los Pegamoides, Azul y Negro, Tino Casal…): «A Julián me lo presentaron en la discográfica. Sé que no te gusta mucho lo que hizo, y de hecho es mucho cante lo que salió allí. Con Julián Ruiz he tenido discusiones fuertes, y le debo una disculpa y un agradecimiento, y se lo daré antes de que tengamos Alzheimer los dos. Pero fíjate, como te digo, discutí con él y en la producción tuvimos algún roce y alguna diferencia, sin embargo, ahora entiendo perfectamente su postura y creo que sin Julián nunca hubiera hecho un número uno, incluso con los mismos temas. Julián tenía una fuerza, una fuerza de medios y una idea de la música completamente distinta a la mía, que hoy valoro mucho más de lo que podía hacerlo entonces, y entonces ya sabía de la capacidad de este hombre. Hoy no me costaría tanto decir “toma, las canciones, trabaja con ellas”. Incluso me iría del estudio, pero en aquel momento yo era un músico muy músico, con lo cual en alguna discusión se llegó a decir: “Mira, esto es mío, son mis canciones, después las defiendo yo, y un redoble de bombo me toca los cojones”. Pero porque mi concepto era diferente. Julián no es músico, pero tiene un gran sentido musical. Tiene mala fama como productor porque, entre otras cosas, en España se nos da muy bien esto de criticar a quien le va muy bien. Y a Julián le fue muy bien. En cualquier caso, Julián ha vendido muchos más discos que yo, ha sido mucho más importante que yo, y nunca podría decir nada malo de él. Además creo que me soportó lo que él no estaba acostumbrado a soportar, porque trabajaba con grupos que no eran músicos, le daban la maqueta y volvían cuando el disco estaba grabado para ver cómo había quedado. Ese no fue mi caso».
Las fricciones entre productor y artista se dieron principalmente durante la grabación de Con acento en la u, por la diferente forma de enfocar el sonido. «Quizá fui muy tocapelotas con Julián —rememora Trúpita—, y ya te digo, hoy reconozco mucho más que entonces el trabajo que hizo. Independientemente de que ese sonido excesivo se pueda o no se pueda dar, pero también correr esos riesgos musicales puede ser interesante. Ahora, como te decía, no me costaría tanto darle las canciones a un productor, y no pasaría nada porque hubiera un redoble de bombo o porque en vez de una quinta sea una cuarta y un bemol. Pero en ese momento… Ese primer disco lo trabajé con Manolo Aguilar, un músico estupendo, muy buen bajista, y con Javier de Juan, batería, y a veces le pasaba una partitura a Manolo y hablábamos cosas del tipo: “Aquí, mejor que vaya sincopado”. Y eso a Julián, al no ser músico, le podía molestar, y él era alguien mucho más importante que yo en la música. En cualquier caso, hoy le tengo incluso agradecimiento». Agradecimiento porque el éxito del álbum, apuntalado por “Esta noche me quiero descolgar”, muy probablemente se debió a la factura sonora que Ruiz le dio, logrando hacer de Trúpita un cantautor pop inusual, totalmente diferente a lo que conocíamos por aquí, pese a que hoy nos pueda parecer un exceso la utilización de los recursos de la época (años ochenta, no lo olvidemos) con las baterías electrónicas y el Fairlight campando a sus anchas creando fondos en sustitución de una orquesta: «Sí, absolutamente. Efectivamente, el Fairlight no tiene nada que ver con lo que quizás necesitase aquello. Quizá yo hubiera hecho una cosa completamente diferente. Habría llevado una orquesta, como en este último disco, que está casi todo tocado, no hay prácticamente nada de máquina, solo algún sintetizador, pero los músicos son músicos. ¿Sobran cosas en aquellos dos primeros discos? Pues no lo sé, a toro pasado seguro que los habría hecho con otra idea musical diferente de la que Julián tenía. Yo tenía unos arreglos determinados y aquello venía más concreto, con lo cual, cada vez que se modificaba algo, teníamos alguna diferencia y al final Julián lo llevaba a su terreno, él intentaba aguantarme y soportar al tocapelotas que tenía delante. Creo que ese es el resumen de aquella mezcla que, por otro lado… es que no puedo quitarle el mérito a Julián y el reconocimiento, porque no sería agradecido, y a estas alturas no tengo ninguna necesidad ni de agradecer ni de atacar a nadie. Lo que digo lo siento de esa manera».
En ambos álbumes hay espacio para arreglos sinuosos, para que las guitarras y el bajo encuentren acomodo y, sin duda, se aprecian las intenciones musicales, ancladas en el pop pero coqueteando con el soul y el funk, pese al exceso electrónico (más evidente en el primer elepé, Con acento en la u). Lo que se confirma cuando Paco desvela sus influencias en aquellos años: «Cosas muy distintas, había hecho jazz, había estudiado flamenco y con esta gente italiana hacíamos de todo. Piensa que tocábamos en sitios muy reputados donde trabajaban artistas muy conocidos, y ese día te daban una partitura por la mañana y por la noche, el que viniera, ya tenía que estar cantando con la orquesta, con el grupo que estábamos allí, y nosotros con los temas preparados. Y gente que me gustase, pues desde Peter Gabriel a Lionel Richie y Stevie Wonder, había muchas cosas que me gustaban. Y por supuesto, me he comido a Serrat». También, aquí y allá, sobrevuelan arreglos muy a la europea, con ecos, por momentos de la manera de entender el pop que tenía Gainsbourg, y se descubren muchas trazas de pop italiano, no muy alejadas de la actitud de Lucio Battisti, por ejemplo: «Estuve mucho tiempo allí. Los italianos me gustan mucho y estuve trabajando mucho, toqué con Tozzi y con otra mucha gente. Y a Battisti, sí, le he escuchado mucho, me parece un tío muy interesante, un genio, con unas letras que no eran suyas pero que eran también muy bonitas. Si buscas referencias, está toda esa mezcla. Alguien decía hace poco que veía mucho a Steve Winwood en este último disco, ojalá me pareciera a lo de Traffic. Pero no creo que nada sea original. La originalidad me parece que está en copiar de todo, pero poco. En hacer ese compendio en donde uno pueda coger un poco de cada cosa y hacerlo suyo, y creo que es lo que he hecho siempre. Empecé haciendo rock, pero nunca sería tan drástico como para decir las cosas que le he oído a Fito, el de los Fitipaldis, que decía que él era rockero, como despreciando a los poperos, porque es un complejo que tiene mucha gente, y lo que hace Fito yo no lo veo rock, lo veo más pop, pero cada uno que se llame como quiera. A veces ese tipo de producción me recuerda a lo que yo hacía cuando tocaba en colegios mayores como Paco Trúpita, aquel sonido de grupo, que en aquella época era un grupo que sonaba bien. Un sonido que no deja de ser armónicamente bonito, pero quizá más elemental como estructura. Reconozco en cualquier caso que Fito es quizá uno de los que más me pueden gustar ahora de lo que he escuchado de música española».
Trúpita ha dejado caer un nombre entre sus referencias: Joan Manuel Serrat. Y no hay que olvidar que en sus orígenes antes de irse a Italia ejercía de cantautor, y siempre se ha considerado tal. Por ello no debe extrañar el exigente nivel literario de sus letras. Porque aunque en el recuerdo haya quedado el número uno radiofónico de “Esta noche me quiero descolgar”, esa es la canción más comercial de Con acento en la ú, con todo el peso que tiene el adjetivo «comercial». La más radiable e intrascendente (junto a la divertida “No tengo miedo a la cirugía”) del primer elepé. Pero en aquellos dos discos se dejaban ver su gusto por el relato y los personajes, por las historias en ocasiones duras (“Muñeca”, sobre el suicidio de una modelo), por el desencanto (“De 7 a 10”, “Intentando ser”, “Mírate”), los traumas de la infancia sedimentados en la edad adulta (“Días de escuela”), cierta angustia vital y ansiedad (“Hoy”, “Ya no sé”, “Insomnio”), el cansancio de la velocidad a la que gira el mundo (“Deme un billete cualquiera”), se describían divertidas nocturnidades (“Esta noche”, a ritmo de reggae), había sinuosa ironía (“Nadie es perfecto” o “La distancia”, que arranca como un bolero pop), el amor se trataba con originalidad (la inconmensurable “Tirana”) e incluso, porque no todo era densidad o angustia, se relataban episodios de adicciones con final feliz (“Beso amargo”). Letras extensas y muy elaboradas, con la mirada de quien ha vivido y gusta de reflexionar, que se ajustaban a melodías espléndidas, con cambios de ritmo y crescendos, puentes sensacionales y arreglos majestuosos que, pese al muro sonoro electrónico del primer álbum, son perfectamente detectables y revelan las intenciones de Trúpita. Todo fue, afortunadamente, más comedido en Nadie es perfecto, un disco sin desperdicio (y sin canciones menores) con mucho sintetizador pero menos sobrecargado de electrónica, y en el que se incorpora el gran Tito Duarte con percusión y saxo reales.
Entre el éxito y el dolor
Pero aquellos dos años de lanzamientos consecutivos, 1984 y 1985, no fueron fáciles para Trúpita en lo personal. De hecho, la edición de Con acento en la u se aplazó porque perdió la visión: «Sí, me quedé absolutamente ciego durante año y medio, o dos años, casi. El primer disco estuvieron dudando si sacarlo porque estaba rodando un videoclip y, bueno, tuve el problema en la vista, no pude hacerlo y aquello se aplazó. Estuvieron esperando siete u ocho meses para el lanzamiento, y llegó un momento que tuvieron que lanzarlo porque el asunto llevaba mucho tiempo parado. “Me quiero descolgar” sonaba por todas partes pero para mí era un momento muy delicado porque, además, alguien muy cercano a mí murió, eso sumando al problema de la vista. Así que no tenía muchas ganas de música, ni de fiesta, ni de nada». El problema de la visión explica que era «tanto estético como funcional, de no ver, aparte de que me provocaba mucho dolor. En fin, fue una época muy dramática. Pero no llevaba las gafas oscuras [en las fotos siempre aparecía retratado con ellas] por eso, las llevaba siempre, seguramente por timidez, porque me escondía. Ahora a veces voy con un parche y a veces llevo gafas oscuras». Por si no hubiera suficiente, el éxito de “Esta noche me quiero descolgar” (de la que se llegó a editar un maxisingle con una versión extendida) y de “7 a 10” lo puso en el escaparate, teniendo que vivir una promoción casi de ídolo juvenil: «Aquello me llegó con veintisiete años, ya había tocado mucho, no como artista directamente, pero sabía cómo funcionaba aquello, y con esa edad hacer un Tocata [programa de TVE] con las niñas gritando “ahhhhhh” porque las había llevado la compañía, o porque querían decir “ahhhhhhhh”, pues no era lo mío. A mí me gustaba tocar y me sentía músico, no me sentía un artista como los Pecos, de tener club de fans».
Un año después, en 1985, el segundo disco, Nadie es perfecto, pasó bastante desapercibido comercialmente, pese a contener un repertorio más sólido que el primero y una producción más comedida. De hecho, mientras que de Acento en la u llegaron a editarse tres singles, del segundo elepé la discográfica únicamente editó como single (también en un maxi) “Insomnio”, que no era precisamente un tema muy animoso para la radio: «La botella vacía y sin poder consolarme, / gravitando en penumbras, desafiando al coraje, / acechando el momento en que el sueño venga, / me adopte y me quiera acunar. / La mirada perdida entre sombras chinescas, / descubriendo la noche, intentando entenderla, / y el reloj de la plaza señala con golpes tan solo las tres. // Otra noche más huyendo de mí mismo, / qué fatalidad, me encuentro en un abismo».
Para entonces, Paco Trúpita ya estaba abandonando la primera línea, había chocado directamente con los engranajes de la industria del disco. Seguramente, sin entender bien su propuesta lo habían promocionado como un artista pop de consumo rápido, mientras que lo suyo era algo de más hondo calado. La elección personal consistía en ser una cosa o la otra: «Sacaron el primer disco, empezó a sonar y a sonar, y “Esta noche me quiero descolgar” fue número uno, no sé si también lo fue de “7 a 10”. En cuanto a las ventas, del primero igual llegaron a vender cincuenta mil copias, que ahora sería platino, ¿no? Pero entonces imagino que a la compañía le costaría dinero tenerme, me parece que para cubrir aquellas producciones necesitaban vender cien o ciento cincuenta mil discos. Pero, en un momento dado, yo no quería seguir, me pedían hacer cosas que no quería hacer. Tenía una novia con una cierta fama en aquel momento, bueno, todavía sale en las revistas, aunque ya no tiene la edad que tenía, y por poner un ejemplo: en la discográfica entendían que era importante que apareciera en las revistas del momento con ella, y yo les decía “soy músico y me toca los cojones que aparezca esta mujer porque no tiene nada que ver con este negocio, porque yo no vendo nada ahí, lo mío es otra cuestión y no quiero que las niñas me griten ni salir en Pronto”. Incluso a la compañía no le gustaba que en la tele apareciese tocando un instrumento, o que tocara en el disco, que toqué en alguna canción, como “Hoy”, aunque Paco Palacios [guitarrista en ambos elepés] tocaba más que yo y mucho más moderno, tengo que reconocer que era mejor guitarrista que yo. Creo que ese primer álbum les costó dinero, entre otras cosas porque mi colaboración fue muy pequeña, me llamaban para hacer galas en Melilla, en Barcelona o en Bilbao, donde se cobraba muy bien, y no tenía ninguna intención. Es más, en las pocas televisiones que hice, que nunca me han gustado, me iba con el cirujano y me inyectaba cortisona en los ojos para que pudiera abrirlos. Diez minutos antes me metía un chute de cortisona dentro del ojo, que no es muy agradable, para abrir los ojos y aguantar los focos. Aquella fue una época muy bonita por un lado, y muy dura por otro. Pero pasó y se hizo». Y, al poco de editarse Nadie es perfecto, llegó la ruptura con la discográfica: «En algún momento de presión de la compañía, les dije “es que paso, no me interesa, no soy músico para esto, y si os está costando dinero, ahí os quedáis, no tengo ningún inconveniente, no hay que cumplir ni acabar con nada”. Me decían que no, que para ellos era más el prestigio y tenerme en su catálogo, seguramente porque sabían que había otras compañías que me querían o me buscaban. Pero el comportamiento por su parte no fue malo».
Desde ese momento, y como venía haciendo en esos años, Trúpita se dedicó a componer para otros (Miguel Ríos, Iñaki Uranga, Juan Bau… en unos casos letras, en otros letra y música): «En aquella época, como te decía, murió alguien muy cercano a mí y me quitó las ganas de hacer cualquier cosa, no solo música, cualquier cosa. Pero tenía unos contratos que me obligaban, y digo algunos porque no era uno, estuve de moda una temporada y había varias discográficas a las que les gustaba y tuve contratos para componer. Compuse para mucha otra gente. En muchas ocasiones, ni siquiera me enteraba de quién cantaba mis canciones. Al final la industria me iba comiendo. Aunque creo que la de aquel momento era mejor que la actual: aquella la entendía, y esta no. No creo que tenga relación la música con ser relaciones públicas, y si no lo eres posiblemente hoy no te comas nada en la música. Es un trabajo diferente al que se hacía en aquella época, era muy duro entrar en una discográfica, había que trabajar mucho, había mucha competencia, pero yo tenía más claros los parámetros. Estuve trabajando mucho tiempo, también regalando obras, regalando trabajos. En un momento determinado, recuerdo que recibí una relación de aquellas de la Sociedad General de Autores que te pasaban, y una canción que había vendido mucho, te hablo de pesetas: de cada millón que yo recibía, había generado diez. Y me dije “coño, ¿cómo puede ser, qué ha pasado con el dinero?”. Un millón o dos millones en aquella época no estaba mal, pero si has hecho diez… Hombre, está bien que haya intermediarios, y entiendo la figura del representante, prefiero que me venda otro por diez mil y se lleve la mitad que venderme yo por cincuenta. Entre otras cosas porque no me gusta venderme, que me examinen, decir lo bueno o lo malo que soy. En aquel momento ocurría esto y llegó un punto en el que dije “no puedo”».
«Un abandono moral», así define su retirada de la música. «Por lo que te digo de lo afectivo y la vista, y porque puedo trabajar como un cabrón, componer como un loco y no dormir en días porque no me cuesta, pero si no lo siento, si tengo una pena en la chepa, no me apetece nada, no puedo componer, no puedo estar haciendo o no me siento con ganas de, por cojones, tener que componer cuarenta canciones al año para que los artistas saquen discos o para sacar uno mío que no voy a defender porque estoy jodido y no me apetece».
El regreso más de treinta años después.
Regresamos al principio de este relato, a 2016: Trúpita publica un nuevo disco, A sombra quieta, aunque se puede decir que nadie se entera de ello. Y ahora, en 2020, surge la pregunta inevitable: ¿qué fue de Paco Trúpita durante tres décadas? El pragmatismo con el que desde sus sesenta y tres años contempla la vida, sirve para resumir ese periodo: «A lo largo de treinta años pasan muchas cosas, me he hecho millonario un par de veces y me he arruinado después [risas]». «En la música —explica—, en algún momento acompañé a alguien, trabajé mucho tiempo con estos amigos italianos y también he ido grabando algo con ellos. Durante una época me di de baja en la SGAE y estuve en la italiana, por problemas con alguna compañía. Estuve componiendo para otra gente e hice alguna producción, cosas completamente dispares, recuerdo a los Hakays, los hijos de Los Chichos, de flamenco, cosas que no tienen nada que ver una con otra. Luego, he tenido muchas cosas, como academias de música, pero eso nunca me ha dado dinero, siempre me ha costado dinero. Tuve una cadena de tiendas con otros socios, uno de ellos músico también, en Madrid, en Alicante, en otras ciudades, era la cadena Roland Planet. Era un concepto revolucionario, una cosa muy bonita, unas tiendas en las que podías probar un instrumento pero te podías sentar en un sofá. Pero no vivía de nada de esto, sino que invertí. Invertir es divertido, hay una gran creatividad en hacer de empresario, y aquello me gustó y me divirtió mucho durante una época. Me lo pasé muy bien, me pilló la crisis, porque tenía también empresas de construcción, compraba terrenos y me pilló una enganchada importante en 2008. De todas maneras, todo esto llegó un punto que… yo me siento músico, me sigo sintiendo músico, y bueno, ahora que ya no tengo lo que en aquel momento tenía, te digo que quizá fui millonario un par de veces, y que no lo necesito, estoy muy a gusto y me dedico a vivir».
A sombra quieta, el delicioso y elegante disco de 2016, Trúpita lo define como «un capricho». Un álbum —para el que no echó mano del cajón, sino que compuso expresamente—, de sonido orgánico en el que, de nuevo, se descubre como el excelente compositor que conocimos en los años ochenta, con gusto por el pop con dosis de soul, jazz y, ahora, ritmos latinos. Para la grabación decidió irse a Milán y recurrir a algunos de sus viejos amigos italianos de juventud. «Los años y el tiempo te van acercando más al suelo que al cielo, y me dije “voy a hacer un recorrido y a saludar a un montón de gente que hace muchos años que no veo”, novias, amigos, lo que fuera, y estuve en distintos sitios. Visité a estos amigos italianos, con los que no he pasado treinta años sin verlos, ni mucho menos, de hecho, ellos se quedan en mi casa cuando vienen a Madrid. Y yo voy cada tanto a Milán, a veces hago escala un par de días cuando voy a algún lado y me quedo en casa de alguno de ellos. Pero los vi y, bueno, fue más fácil hacer el disco con ellos. Además fue muy agradable, estuvimos grabando durante un par de meses. Algunos todavía siguen trabajando, son muy buenos músicos, mejores que yo. Te decía que yo era muy buen guitarrista, no tengo ninguna falsa modestia, pero para ser un buen músico hay que estar muchas horas cada día, sin dejarlo, practicando, y yo me puedo pasar cuatro meses sin coger un instrumento. Es cierto que ahora empiezas a apreciar más los silencios que antes, pero esto es como las señoras, con la edad, en un momento puntual, te gustan delgaditas y luego te gustan más con formas. Pues esto es igual. La cuestión es que me lo pusieron muy cómodo. Alguno estaba trabajando con Eros Ramazzotti, alguno estaba tocando en Nápoles y tenía que coger un avión para venir a grabar porque teníamos que meter lo que nos faltaba. En fin, todo ha sido muy de amistad. Seguramente no habría podido pagarlo si hubiera sido una cuestión formal y de negocios, habría sido mucho más caro. Muchos de ellos son músicos con los que trabajé hace años y ha sido muy divertido hacerlo con ellos».
El disco, en esa especie de retorno al pasado que rodeó la grabación, lo editó 2001 Producciones, el pequeño sello propiedad de Alfredo Garrido. El mismo que en 1982 ya movió sus primeras grabaciones y se interesó por su música. «No sé ni cómo lo ha editado ni cómo se hace actualmente. Le entregué la producción y lo ha editado él, en su compañía discográfica, no sé cuántos habrá hecho, no sé si habrán sido quinientas copias y si las habrá vendido. Desde luego costó mucho más de lo que se pueda sacar, pero es igual, era un antojo y una especie de rememorar aquella época y todo aquello. Tampoco sé si ha tenido una distribución correcta o no». Pero sí, le digo que en Amazon se puede localizar sin dificultad (Paco Trúpita vive bastante ajeno al mundo digital), y también se puede escuchar en las plataformas de streaming.
La última pregunta es inevitable: ¿volverá a grabar? «A sombra quieta lo grabé porque no sabía cuántos años más íbamos a seguir dando guerra, pero creo que voy a seguir una temporada, y es posible que haga algo. Alguno de los músicos italianos me llama y me dice “a ver cuándo grabamos de nuevo”, pero no sé si lo haremos. Ahora mismo no tengo nada previsto. Le estoy muy agradecido a la música, es algo que he hecho siempre sin costarme trabajo, porque cuando uno trabaja en algo que le gusta, nunca trabaja. La música me permitió ganar dinero, vivir muy bien, seguramente me lo he gastado todo, me lo gasté cuando era joven, porque es difícil con veintitantos años no disfrutar de todo lo que eso te puede dar y de la vida que te ofrece, pero me permitió vivir muy bien. Le estoy muy agradecido. Luego, como te decía, tuve negocios, empresas, y en un momento corté con todo, lo vendí todo, regalé muchas de las cosas que tenía, pagué todo lo que debía, que era muchísimo, y ahora estoy contento con cómo vivo». Tan contento en su retiro que, por ahora, no hay planes. Esa es la noticia.