Texto del libro: KIKE BABAS Y KIKE TURRÓN.
Foto de apertura: XAVIER MERCADÉ.
La pasión por Los Rodríguez, una de las bandas más importantes del rock and roll español, vuelve a reactivarse con la publicación de varios proyectos. Tras editar —hace escasos días— el directo que dieron en Las Ventas en 1993, se publicará el libro Sol y sombra. Biografía oral de Los Rodríguez, firmado por Kike Babas y Kike Turrón y editado por Bao BILBAO Ediciones. La obra se pondrá a la venta online en la web de la editorial el próximo 28 de septiembre, coincidiendo con el trigésimo aniversario de la formación de la banda, y llegará a las librerías el 6 de diciembre, conmemorando el trigésimo aniversario de su primer concierto.
El libro aborda la historia de la banda que formaron Andrés Calamaro, Ariel Rot, Germán Vilella y el desaparecido Julián Infante en los noventa, contada a través de los protagonistas y de otro casi centenar de compañeros de oficio, como Raimundo Amador hasta Coque Malla, Jaime Urrutia, Pablo Carbonell, Josele Santiago, Gran Wyoming, Enrique Bunbury, Carlos Tarque, Fito Cabrales o Iván Ferreiro. También cuentan con múltiples declaraciones de productores, mánagers, periodistas, fotógrafos y otros integrantes de la industria musical.
Como adelanto, EFE EME publica en exclusiva un fragmento del segundo capítulo de Sol y sombra. Biografía oral de Los Rodríguez.
EXTRACTO DEL CAPÍTULO 2. UN NOMBRE RARO: LOS RODRÍGUEZ
JULIÁN, GERMÁN, ARIEL Y ANDRÉS: IDILIO EN «EL RANCHO»
Germán Vilella: Andrés llegaba en una situación precaria y se instaló con Ariel. En esta época yo no tenía casa, dormía en la de mi hermana o en la de Molus, en donde me dejasen. Y si no me dejaban, pues en un banco.
Andrés Calamaro: De primeras me fui a vivir con Ariel. Conocía Madrid de noche y por las estaciones de metro, no sabía cómo imaginarme esos barrios con la luz del día. Al principio teníamos un antiguo alquiler, de renta baja, en la casa que tenía la familia de Ariel en un barrio de lo más inhóspito, por Chamberí, en la calle Martínez Campos. Nuestra rutina empezaba por la noche, en Al’Laboratorio y Ya’sta. Luego el Stella, el Max y el Voltereta. Algunos lugares eran para estar, otros tal vez para pedir prestado algún instrumento. Por ejemplo, el Ambigú. Era prácticamente una rutina de casi todas las noches. Los 90 en Madrid fueron muy interesantes, no solamente por los grupos de rock, sino por el ambiente de clubbing. Los clubes y ciertas discotecas tenían un condimento más rockero, más pícaro, más reventado. Era un buen ambiente de clubbing.
Ariel Rot: En «El Rancho» vivíamos todos, era casi en Castellana, en Martínez Campos. Durante los años que me fui a Buenos Aires mantuve un alquiler de renta baja por un piso espectacular, aunque imagina cómo lo teníamos. Le llamábamos «El Rancho» en broma. Había sido la peluquería de Ruper. Todo el salón era espejado, así que tenía una especie de glamour decadente. Parecía Exile on Main Street, un casoplón hecho polvo. Nos quedamos allí, éramos un montón de vagos viviendo. Al principio, los oficiales éramos Andrés y yo, pero como había muchas habitaciones Julián inmediatamente se consiguió la suya. Nos quedamos allí instalados.
Germán Vilella: «El Rancho» había sido peluquería y supongo que muchas cosas más, algunas inconfesables. Unos pisos más arriba, vivía Ambite de Pistones. Era un piso glamuroso, con espejos y pasillos largos, con habitaciones perdidas y salones grandes. Además de Ariel, su hermana Cecilia había estado viviendo ahí también. Era un piso que venía de cuando sus padres vivían en Madrid. Tenía solera. Ahí nos juntábamos con las guitarras y tocábamos, pero también hablábamos y comentábamos. Ahí surgían canciones, otras en el local de Tablada. Esta es la época enfermiza en lo musical. No teníamos nada mejor que hacer que componer y probar cosas, tocar y tocar. En los ratos libres tratábamos de ligotear un poco y ya nada más. La vida se reducía a esto. Hacíamos eso en el local, en «El Rancho» o en los bares nocturnos. La cosa era tener un instrumento al lado todo el tiempo, estar continuamente haciendo música.
Andrés Calamaro: En «El Rancho» teníamos guitarra y en los ensayos, ya en Tablada, yo tenía el teclado. Es posible que a veces cambiásemos de instrumento con Julián a la batería y un servidor al bajo.
Ambite (bajista de Los Pistones): Conocí primero a Ariel Rot. Vivía debajo de mi casa de General Martínez Campos. Pistones estaban arrancando en esa época y Ariel también era músico, de modo que fue lógico que nos conociésemos. Nuestra relación era musical y vecinal. Aquello era un bloque de pisos, lo típico en Madrid. Él vivía allí antes que yo, en el primer piso. Cuando llegué me instalé en el tercero. Me dijo que llevaba tiempo allí. En aquella época las casas se utilizaban mucho y se compartían. Aquella era una casa grande, de modo que era normal que hubiese alguien siempre allí con Ariel. Julián iba mucho a casa de Ariel, allí le veía. Ellos estaban a punto de dar forma o como lo quieras llamar a Los Rodríguez. Al poco, llegó Andrés a Madrid para agregarse al grupo.
Álex de la Nuez (entonces guitarrista y compositor en Álex y Christina): La casa de Martínez Campos era mítica. Arriba vivía Luis Suárez, un actor. También Ambite, en otro piso. Era la casita que tenían Cecilia y Ariel desde siempre. Antes de la «era Rodríguez» ya la había conocido. Yo había tocado en Zombies y conocía a Pedro Almodóvar, porque era muy amigo de Bernardo. Pedro venía al local, a los conciertos y a nuestras sesiones de fotos. No éramos íntimos, pero hablábamos con cordialidad. La hermana de Ariel, Cecilia, era un personaje Almodóvar. Así que a través de esa relación terminé alguna vez en Martínez Campos. De ahí vino el que a mí me invitaran a tocar en Tequila.
Sergio Makaroff (cantante y compositor): «El Ranchito» era una casa y nosotros éramos gente del rock que solíamos estar de juerga y tomar algunas drogas. A Ariel Rot lo había conocido en Buenos Aires, a través de Alejo, en 1975 o 1976. A Andrés Calamaro también en Buenos Aires, en un concierto de Los Hermanos Makaroff en 1977. A Julián Infante lo había conocido en 1978, en Barajas. El día que llegué a España los Tequila me recibieron en el aeropuerto y me invitaron a Málaga, donde tocaban esa noche. Por lo demás, lo que hacíamos en «El Rancho» era exactamente igual a lo que hacían otras personas en esa época con esa edad y con esos gustos musicales. La única diferencia es que algunos de los presentes obtuvieron bastante repercusión con sus propuestas artísticas. Pero en esa casa no pasaba nada demasiado diferente a lo que sucedía en otras veladas rockeras. Me gustaría poder decirte que «recuerdo a aquellas marquesas, duquesas y condesas de apenas 18 tacos que venían con drogas a follarnos a todos oliendo a Chanel; se lo montaban entre ellas y eran nuestras esclavas sexuales hasta que nos aburríamos de tanta orgía. Entonces iniciábamos una bella amistad que perdura hasta nuestros días. Luego llegaba otra partida de bellas aristócratas adolescentes y así noche y día»… pero sería mentira. Igual follábamos una pizca más que el promedio por ser músicos de rock. ¡Nos habíamos dedicado a esta profesión para eso! Pero nada del otro mundo. Mi opinión es que lo realmente interesante de Los Rodríguez es su música. Grabé, conviví, actué y viajé con ellos, y no había nada demasiado distinto a lo que les sucedía a otros grupos de rock de la época.
SE HACEN JAMS
Pablo Carbonell (cantante de Toreros Muertos): En el Ya’sta, el bar que abrieron Many Moure, nuestro bajista, y Carlos Díaz, nuestro primer mánager, era corriente que hubiera jam sessions. Ariel, Julián Infante y Germán eran habituales de por allá. Germán era el que más participaba de las improvisaciones, incluso fue candidato a batería para la gira del año 1988 con Los Toreros. Al final la hizo Ñete, recién salido de Nacha Pop. Julián era muy gracioso, sabía imitar el acento argentino a la perfección y tenía el humor más judío de todos, sin serlo. A Julián incluso le di un papel en unos reportajes absurdos que realizaba para La noche se mueve, el programa de Wyoming, en Telemadrid. En aquella época no debía haberme quitado el tufillo provinciano, me resultaba increíble codearme con gente de la que había cantado sus canciones en la lejana Huelva y mirado sus fotos como si fueran personas de otra galaxia.
Many Moure (bajista de Toreros Muertos): Estaba, por una parte, la Fabrik, que era la sala Ya’sta, donde se presentaban en directo grupos ya «hechos». Y luego teníamos el Al’Laboratorio, en el que se daba pie a nuevos grupos y yo, como dueño y músico, me divertía tocando con todos los nuevos experimentos que se estaban cosiendo. Era una troup, de ahí luego lo de Ya’sta La Trup. En el Al’Laboratorio me tiré largo tiempo compartiendo tardes con lo que serían los futuros Rodríguez. Con Julián a la batería, aún no había llegado Germán, Calamaro a los teclados y la voz, Ariel a la guitarra y yo al bajo. La anécdota que siempre recuerdo es la de que, ensayando en la parte de abajo del local, a Calamaro le daba siempre por cortar el tema que estuviésemos tocando y se ponía a tocar la de Manal de “Jugo de tomate”, un éxito argentino que a mí como dueño no me hacía especial gracia. Al preguntarle por qué lo hacía, la respuesta fue que dentro de poco esos temas iban a ser grandes éxitos y no estaban aún registrados. Cuánta razón. Después de un tiempo me comentaron que habían alquilado un local de ensayo y si me apuntaba. Expliqué mi negativa diciéndoles que a esas alturas ningún músico iba a ser parte oficial del grupo, ya que ellos estaban ya muy hechos y que, además, yo tenía mi propio grupo (Los Toreros Muertos) y una oficina de management y marketing musical alternativo (La Forma D). Y con eso dimos por concluida nuestra colaboración. Tiempo después tocamos juntos en una plaza de toros. Creo que en Cádiz. Toreros Muertos y Los Rodríguez.
Ángel Altolaguirre (entonces en Ángel y Las Güais y programador de Al’Laboratorio): Había conocido a Ariel y a Julián casi cuando termina Tequila, desde entonces nos seguíamos viendo. Nos encontrábamos en los locales de la noche, compartíamos unos gustos musicales similares. Pero, sobre todo eso, nos gustaba la farra. Salíamos todas las noches. Con Julián, sobre todo, éramos asiduos y lo raro era no salir un día. Julián y yo salíamos muchísimo juntos. Yo vivía por el Dos de Mayo y quedábamos siempre por aquí. Era donde empezaban los mejores garitos y había la mejor música. Éramos la misma gente que nos habíamos visto por la tarde en Tablada y que por la noche salíamos de juerga, a tomarla en el King Creole, en la Vía Láctea y en esa cantidad de garitos de la época. Yo estaba con Ángel y Las Güais, en esta época pegamos un salto cuántico. Posteriormente, trabajé programando la sala Al’Laboratorio, en la que llevaba la contratación de grupos que empezaban. Poníamos técnico, escenario y equipo, pero el público dependía de ellos. El local era de Many, el bajista de Los Toreros Muertos. Cada noche había un sarao importante. En algún momento llega Andrés procedente de Argentina. No sé quién lo trae, pero un buen día se me presenta Andrés en el Al’Laboratorio y me dice que quiere tocar conmigo, porque yo lo hacía cada noche con mi grupo en ese local. Esa noche Andrés sube y coge el bajo, y se pasa todo el concierto haciendo el playback con el bajo, tirándose por el suelo… Nos meamos de la risa. ¡Tocó en playback! Me decía: «Me da lo mismo, quiero tocar con vosotros, sois la hostia, aunque esté sin enchufarme». Y subió y montamos un show súper divertido. A Andrés lo conocí ahí, a los otros desde hacía un porrón de años. Coincidíamos también en los locales de ensayo de Tablada. A Germán lo conocí en Tablada, y nos hicimos desde el primer momento superamigos, como hermanitos.
Pablo Carbonell: De Andrés oí hablar en Colombia por primera vez en el año 1987. Nosotros éramos conocidos allí por “Mi agüita amarilla” y una marca de refrescos colombiana había fabricado un single con esa canción y otra que se llamaba “Mil horas”, que era un éxito total. En un principio no entendí por qué era tan famosa una canción de un tipo al que le dan un plantón de mil horas. Luego me explicaron que la canción estaba dedicada a los reclutas argentinos que estuvieron esperando helados la ayuda militar de su país en las Malvinas. Una noche, en el grupo de Ariel, Julián y Germán se había incorporado Andrés, para mí el de las “Mil horas”. Me lo presentaron y estuvo toda la noche intentando convencerme de tocar con Los Toreros Muertos, a ver si él podía hacer de productor, que tocaba, que componía, que arreglaba, que cantaba… Llegó un momento, me tenía la oreja sangrando, en que le dije: «Si tan capaz eres, ¿por qué no haces un grupo tuyo y me dejas de dar la noche?». La verdad es que sabía que lo que me contaba no era una milonga, y que el bueno de Andrés, recién aterrizado, estaría loco por tocar con quien fuera, incluso con nosotros. Pero claro, ¿cómo iba a meter en mi grupo a un tipo tan versátil? ¡Me habría quedado sin grupo! Además, ya tenía el cupo de argentinos completo en el grupo, Guillermo Piccolini, de músico oficial, y a Dani Melingo, de contratado. A veces incluso venía Willie Crook. Iba a acabar hablando argentino como Julián.
Germán Vilella: Parábamos muchas noches en Al’Lab. La batería aquella era como de mármol y los palos eran casi de escoba. Aún recuerdo las ampollas que me he hecho noches y noches en la batería de ese garito. Está la leyenda esa de que Los Rodríguez iban asaltando todos los escenarios de Madrid, pero, en verdad, era la tendencia en esta época. O sea, era ir a tocar, simple. En el Al’Lab yo tocaba todos los días, pues ahí estaba siempre Rafa Kas, este guitarrista asturiano que había estado con Ilegales, Desperados y varios grupos más. El caso es que Rafa era y es una enciclopedia de la música, y a cualquiera que se subiese le preguntaba: «¿Sabes esta o ésta otra?» El tipo abarcaba un repertorio de miles de canciones.
Ariel Rot: En el Al’Laboratorio era seguro que hubiese jam, y nosotros digamos que invadíamos un poco el escenario. Recuerdo una en la que estaba Claudio Gabis tocando y… terminamos tocando nosotros.
Claudio Gabis (guitarrista, entonces en Noches de Blues): En realidad no fue una «usurpación». Los Rodríguez estaban en plena preparación, ensayando su repertorio y ya prontos a iniciar su carrera. En esos días yo lideraba Noches de Blues y Andrés era uno de los miembros informales de la misma. Una noche nos presentamos en un garito de la calle Fuencarral y Los Rodríguez en pleno asistieron al show. En la mitad, me pidieron subir al escenario y tocaron varios temas. Creo que fue la primera vez que lo hicieron en un lugar público en España. Los escuché y supe inmediatamente que eran una bomba. De alguna manera fue su debut no oficial. Ariel había sido alumno mío en Argentina cuando tenía 12 años. Yo era un músico muy conocido y el único que enseñaba los trucos de la guitarra eléctrica «moderna». Tal como lo reconoce, Ariel conmigo aprendió los rudimentos del rock y del blues, los acompañamientos y la pentatónica entre ellos. A Calamaro lo conocí cuando él tenía ocho años, porque era compañero de mi hija Florencia en el colegio. Venía a menudo a mi casa con su hermano Javier para jugar con ella. Sus padres eran amigos nuestros y él estudiaba piano con otra gran amiga mía, Violeta de Gainza, con quién también estudio Ariel. A Julián lo conocí junto a ellos, ya con Los Rodríguez, y fue alumno mío por unas pocas clases. Tanto en el caso de Ariel como en el de Andrés, pude seguir de lejos la evolución de sus carreras a través de los años, por supuesto. De hecho, los padres de Ariel son los mejores amigos que tenemos con mi esposa. Andrés colaboró conmigo en varios discos que grabé y en shows que realicé en España y en Argentina. Yo también colaboré con él en alguno de sus trabajos.
Foto: JESÚS UMBRÍA.
SE PONEN NOMBRE: LOS RODRÍGUEZ
Germán Vilella: Nos planteamos el nombre de Los Locos. Se habló. Fue una cosa muy breve, realmente ni fue, nos enteramos de que había un grupo en Gijón con ese nombre. Seguramente lo de Los Rodríguez saldría en algún tipo de juerga, pero no sé en qué momento ni cómo, ni siquiera si yo estaba presente. Me da a mí que sería idea de Julián, pero ese episodio me lo perdí.
Andrés Calamaro: Lo de llamarnos Los Rodríguez fue más bien porque me enteré de que tenía una equivalencia social, en el cine… Una especie de leyenda urbana de perdedores.
Ariel Rot: Julián tenía una novia y esta chica nos había prestado un «ampli» y un micrófono. Era muy al principio. Toda ella era muy buena actitud. Íbamos muchas veces a comer a su casa, nos hacía la cena. El primer día que fuimos a tocar, todavía sin Andrés, va ella y se pone delante del micro, como para cantar. Tengo la sospecha de que Julián le había dicho que ¡iba a ser la cantante del grupo! ¡Así nos llevaba a cenar a su casa tantas noches! El caso es que era muy enrollada y otro día en su casa, ya con Andrés, alguien mentó la palabra Rodríguez, quizás Julián. Y Andrés preguntó qué significaba. Llevábamos mucho tiempo buscando nombres, Los Locos, que estaba ocupado, Las Viejas Locas o no sé, y Andrés dijo: «Pongámonos de nombre Los Rodríguez». Y nos encantó. Sin embargo, todo el mundo, todos nuestros amigos, lo odiaron, y nos decían: «Poneros cualquier cosa menos Los Rodríguez».
Carlos Narea: Me junté con Calamaro tras aquel ensayo con Antonio Vega y charlamos. Fue cuando me contó el proyecto, ya tenían claro ese nombre que tanta gracia me hizo al oírlo: Los Rodríguez. Poco después, cuando grabaron la primera maqueta, les indiqué que debían hablar con Paco Martín. No sé si hice bien. Ja, ja, ja.