Celebramos el 50 cumpleaños de Iván Ferreiro a través de una selección de cincuenta canciones que forman parte de su historia solista, con Piratas o con otros artistas, además de algunos guiños a sus bandas favoritas. Por Arancha Moreno.
Selección y texto: ARANCHA MORENO.
«Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia».
Blade Runner (Ridley Scott, 1982).
«¿Iván Ferreiro cumple 50 años? Y luego dicen de Jennifer López…», me contesta alguien al otro lado del teléfono, apagando su sorpresa con la convicción de que la juventud es una actitud y no una cifra. Suelto una carcajada y me imagino a Iván haciendo lo mismo, quizá porque es el artista más desprejuiciado y libre que he conocido jamás. Una vez me dijo que su único miedo es tener miedo, porque eso no le permitiría avanzar. Y con él no funcionan los muros de contención ni las tentaciones de una vida demasiado plácida. Cabalga sin riendas. Su leitmotiv es la energía, una energía que fluye sin freno y se ramifica en todas direcciones hasta llegar al lugar más inesperado. No se impone límites, no se deja esclavizar por los prejuicios y no se permite tener miedo. Y eso lo respiran sus canciones.
Todavía conservo en mi retina aquella imagen de Iván con Los Piratas, rapadísimo y acercándose a la cámara con las malas pulgas de Chicote, lanzándonos a la cara una versión del “My way” que habría intimidado al mismísimo Frank Sinatra, amigo íntimo de la mafia. Aquella mirada enloquecida me acongojó tanto como la de Billy Corgan cantando “Zero” con Smashing Pumpkins. Pasaron un par de años hasta que me topé con el recopilatorio Fin de la primera parte, de Los Piratas, y descubrí que ese cancionero iba a quedarse conmigo para siempre. Y que aquel tipo de Vigo con fingida cara de pocos amigos iba a ser un magnífico compañero de viaje a partir de entonces. Primero, de lejos; tiempo después, de cerca.
Yo partí de aquella estación a finales del siglo pasado; muchos fieles se subieron al tren antes que yo y otros tantos lo han hecho después. El viaje, en cualquier caso, es reversible y puede hacerse en las direcciones que uno quiera, porque alunizar en la carrera de Iván Ferreiro invita, como él canta en “Pájaro azul”, a «recorrerlo todo». Y eso es lo que vamos a hacer a través de esta lista de canciones.
No es el viaje que os propuse en el libro Iván Ferreiro. 30 canciones para el tiempo y la distancia (Efe Eme, 2017); tampoco el que plantea la caja 15 años entre canciones para el tiempo y la distancia (Warner, 2019). Es un tercer trayecto en el que nos detenemos en las estaciones más populares y en algunas menos frecuentadas; en el que a ratos viaja con su antigua banda y la mayoría del tiempo él solo, con su hermano Amaro o con nuevos amigos. Y es un viaje en el que tienen cabida canciones de otros, porque les acompañó, porque las escribió para ellos o porque, de alguna forma, le han traído hasta donde está hoy.
Playlist:
El vuelo
Inaugura el viaje un “Farsante” a modo de cicerone, advirtiendo de cómo de grande puede hacerse el Ferreiro del futuro cuando se empeña en hacer una canción gigante a piano y voz. Él nos acompaña a “Laniakea”, la galaxia desde la que partimos, en concreto desde su hogar, “Casa, ahora vivo aquí”, a bordo de una canción hipnótica, envolvente y eterna titulada “El pensamiento circular”. Ya estamos listos para salir de Casa y es divertido hacerlo subidos al “Carrusel” que canta Raphael, la primera sorpresa y una de las mejores canciones que ha escrito Iván para otro autor. Tras él nos encontramos a Ferreiro junto a León Benavente versionando el “Han caído los dos” de Radio Futura, una de sus Perversiones catastróficas y la demostración de que se puede reverenciar a un grupo a pesar de tener un mal recuerdo del sonido de un directo, aunque algunos no lo entiendan.
Atravesamos caminos, primaveras, gasolineras, noches, vapores y farolas al borde del infinito discurso de “Solaris”, a la que conviene sacar de la penumbra. Es hora de subir al avión y cruzar el cielo subidos a las alas de un “Pájaro azul” rabiosamente cálido, que nos abraza y envuelve con una felicidad serena y una tristeza semiescondida. Y de golpe, al otro lado de la ventanilla, vemos a “Bambi Ramone”, un título que disfrutamos repitiendo una y otra vez, como un mantra festivo con un trasfondo un tanto cruel. Justo ahí, por la rendija, vemos la pupila de Morrisey pidiendo paso con “Please, please, please, let me get what I want”, porque sin los Smiths, Iván y Amaro no serían los mismos músicos. ¿Qué define más a los hermanos Ferreiro: las canciones que hacen o las que escuchan? Me guardo el debate para cuando podamos mantenerlo.
Seguimos en las alturas con la vitamínica “Cómo conocí a vuestra madre” que nos regaló Amaro y ese ¿autorretrato? de Iván en “El dormilón”. Si escudriñamos debajo de los asientos, en la zona más oscura, nos topamos con “Pandelirios” y una desnuda “Memento mori”, que no existiría si no fuese por la trilogía Versos, canciones y trocitos de carne del escritor César Pérez Gellida. Cae la noche tras la ventanilla del avión y “Perdidos” nos eriza la espalda, haciendo que miremos hacia arriba en una noche estrellada, y hacia abajo en una ciudad iluminada solo por la soledad y la mortalidad del diminuto ser humano. En ese punto nos atraviesa la fragilidad de “Una inquietud persigue mi alma”, que viene de la mano de Nico Pastoriza junto a otra futura canción que quizá no existiría sin ella: la indestructible “Tupolev”.
La fuerza que nos inyecta “Tupolev” nos hace coger más altura, como el “Planeador” de Love of Lesbian, una de esas canciones ajenas que Iván ha escuchado hasta rozar lo enfermizo. Estamos tan arriba que nos encontramos, en las alturas, a alguien a quien no esperábamos encontrarnos en este viaje: Sergio Dalma con “Si todo lo que siento se pudiera cantar”, una hermosísima canción que Ferreiro escribió para él, y que algunos estamos deseando escuchar en su propia voz también. Por si funciona una pequeña presión, nos enfadamos a lo “Fahrenheit 451”, la canción que hizo bello el sentimiento del odio.
Foto: Patricia J. Garcinuño.
Aún no hemos aterrizado y ya tenemos un “Jet lag” propio del duermevela, tanto que somos capaces de disfrutar “De mí un pandero” sin extrañarnos de su extravagante título. Y ahí, entre la realidad y el sueño, nos envuelve la “Magia” que escribió para él César Pop, delicada y circense. A estas alturas del recorrido somos más que vulnerables a la belleza y nos desarma el “Me dejó marchar” que interpreta a dúo con Coque Malla, la colaboración que más le ha emocionado cantar en un escenario. Preciosa la forma en la que Malla encauza su energía hacia la contención, explotando de una forma más controlada que de costumbre. Justo ahí, una sacudida nos despierta bruscamente y suena “Fariña”, banda sonora de la serie homónima y la primera canción que Iván escribe, canta y graba en gallego.
Ya estamos despiertos, pero no del todo lúcidos, así que caemos en las contradicciones de “Toda la verdad”. Miramos hacia abajo. En los auriculares, la descarnada “Carnaval y safari”, una inquietante rareza que camina con el sigilo de un jaguar desde su brumoso segundo disco en solitario, Las siete y media. Y una vez se ha abierto la jaula de las fieras, descubrimos una “Tristeza” hecha jirones y un “Piensa en frío” que a ratos nos balancea con suavidad y a ratos nos agita con pocos miramientos. Así nos prepara para la descorazonadora “Extrema pobreza”, que vemos arder en llamas hasta la melancolía de las últimas brasas.
Giramos la vista hacia el interior del avión y vemos a una muchacha leyendo, un señor viendo el televisor y un niño tratando de destripar un camión de juguete. Nunca volveremos a verlos, pero en ese avión son nuestras “Vidas cruzadas”, las mismas que enloquecieron a Iván cuando pasó aquellas semanas con Quique González en Buenos Aires. Escucharlos juntos es puro espectáculo, título precisamente de la siguiente canción, que también lo es. Oímos un carrito con las bebidas y, al girar hacia la cola del avión, escuchamos los acordes finales de la original “Turnedo”, aquí en la versión que grabó con Xoel López en Confesiones de un artista de mierda (Warner, 2011). Su épica nos ayuda a encajar la desbocada “Mi furia paranoica” justo antes de escuchar la canción que le dio título a ese disco. “Canciones para el tiempo y la distancia” era, además un verso escondido entre los despojos de Relax (Warner, 2004), el último trabajo de estudio de Piratas. De las cenizas de aquella canción ignorada nació un ave Ferreiro imbatible, pero minutos antes de eso dejaba pistas de su tristeza y desazón en el grupo en temas como “Inerte” o “Tío vivo”.
El aterrizaje
Empezamos a descender y de nuevo llegan las sacudidas con “El equilibrio es imposible”, porque efectivamente lo es, como nos cantaron y emocionaron Iván y Fon Román en tiempos de Ultrasónica. Allí sellaron su hit impostado, “Años 80”, pero también dos canciones menos mediáticas que nos siguen conmoviendo en nuevas reescuchas: “Jugar con los coches” y “Filofobia”. Una ráfaga entre árabe y celta nos adentra en “Fecha caducada”, del imprescindible Manual para los fieles, mientras volvemos a abrocharnos el cinturón para iniciar el aterrizaje. No falla: “M” sigue poniéndonos los pelos de punta veinte años después. Ahí viene también la olvidada —pero no olvidable— “Te echaré de menos”, cantada con Sole Giménez, o ese grito verbal a corazón abierto llamado “Mi coco”. Y, ¡pum!, ahí está el “My way” que me zarandeó en 1998.
Estamos a punto de tomar tierra. Lo hacemos con su primera gran canción, “Promesas que no valen nada”, que sienta mejor que “El sabor de las cosas”, donde notamos más los baches del asfalto sobre las ruedas del avión. Supongo que es imposible aterrizar sin notar el suelo, como es imposible salir guapo en todas las fotos. Pero ahí estamos, cruzando la pista de aterrizaje con ganas de guateque mientras suena “No mires a los ojos de la gente”, la versión de Golpes Bajos que Ferreiro grabó en Cena recalentada (Warner, 2018). Dicen que los buenos finales nos llevan de vuelta a los principios y esta canción lo hace, porque nos sitúa en el presente discográfico más reciente de Iván, pero también en el pasado más juvenil, cuando apenas era un chaval que soñaba con hacer canciones. Un Iván que, con tres añitos, cantó “El rey” mientras le dormían para operarle de apendicitis. Con aquella canción cerró los ojos, y volvió a abrirlos para cumplir sus sueños y los nuestros. Ojalá lo siga haciendo otros 50 años más. Felicidades, querido amigo. Muchas felicidades.