«En manos de Eno, la consola de grabación se convierte en un receptor de casualidades y accidentes, como si el azar estuviese coproduciendo el disco»
La escucha de Another green world, de Brian Eno, fue decisiva para David Bowie mientras preparaba Low. Ambos discos cuentan ya con sendos monográficos de Libros Crudos que Rafa Cervera disecciona aquí.
Texto: RAFA CERVERA.
Brian Eno tiene dos personalidades musicales: la del compositor de canciones y la del creador de música ambiental. La primera versión existió sin la otra durante muy poco tiempo. A partir de su tercer álbum como solista, el músico figurativo convivirá con el músico abstracto, que en paralelo a sus discos de canciones irá desplegando su faceta como pintor de sonidos. Ese punto de inflexión que supone Another green world (1975) es el enfoque del que la ensayista Geeta Dayal se vale para construir el monográfico sobre el citado disco para la colección 33 1/3, cuya versión en castellano edita ahora Libros Crudos. «Es cierto que Eno ve el sonido de un modo similar a cómo lo haría un artista visual», expone Dayal en su texto, porque si Eno ha presumido siempre de algo ha sido de ser un no músico. Y aunque Dayal prefiere comparar sus procesos creativos con los de un director de cine, es cierto que en el momento en el que su música comenzó a distanciarse del rock y el pop, empezó también a acumular paralelismos con las artes plásticas.
Aparecido a principios de 1975, Another green world superpone las posibilidades que ofrecen ambos enos. En esa dicotomía sale ganando el nuevo Eno, ese que en su momento declaró que, a la hora de pensar en dicho álbum, «quería librarme de ese elemento que hasta entonces se consideraba imprescindible: la voz». De los catorce temas que lo configuran, nueve son instrumentales. En común tienen el hecho de que todos ellos fueron creadas de manera instintiva. O como dice la autora en su libro, grabando al vuelo, porque por primera vez, Eno había entrado en un estudio sin maquetas previas, solamente con una vaga idea de lo que quería hacer. Durante las sesiones estrena la baraja Oblique strategies que él mismo concibió junto al pintor Peter Schmidt y que se convertirá en una herramienta esencial en su metodología. En casos de duda o bloqueo creativo, son las cartas, inspiradas en el I Ching, las que, escogidas al azar, señalarán el próximo paso a dar. En una de sus declaraciones en el libro, Fripp señala que dicha estrategia está vinculada a la visión lúdica que Eno —ese «no músico» que detesta actuar en directo— imprime a la creación en el estudio.
«Bowie percibió cuál sería el futuro de la música pop y plasmó sus conclusiones en Low»
Ese espíritu de aventura transformará del estudio de grabación una herramienta viva. En manos de Eno, la consola de grabación se convierte en un receptor de casualidades y accidentes, como si el azar estuviese coproduciendo el disco. Another green world es un collage de estilos en el que conviven miniaturas instrumentales que se desplazan por territorios sonoros comunes, aunque a veces se acerquen más al jazz o a la repetición; estados de ánimo hechos música que van fluctuando a lo largo del disco y que se abren como flores cuando llegan las canciones con voz. Según Dayal, los fundamentalistas no veían nada bien una canción tan pop como “I’ll come running to tie your shoes”, lo cual no viene más que a reafirmar la originalidad y la valentía de Eno. Tan solo unos meses después sacó su primer disco de música ambiental —aunque la etiqueta no aparecería en las portadas de sus álbumes hasta la publicación de Music for airports en 1978— a solas, ya que No pussyfooting, el álbum instrumental que registró con Fripp en 1973, podría ser, en cierto modo, el prólogo de esta faceta.
Si existe en el mundo de la música pop una consecuencia clara y directa de Another green world, esta no es otra que Low, de David Bowie. El álbum cuenta también con un ensayo en 33 1/3, oportunamente editado por Libros Crudos junto al de Eno. Firmado por el periodista Hugo Wilcken, y prologado en su versión castellana por Jaime Gonzalo, es uno de los libros más interesantes y reveladores sobre Bowie, aunque el autor se centre en un único álbum. Wilcken tira con sabiduría de todos los hilos contextuales que rodean a este disco, que también es una de las obras capitales de Bowie. Pese a que algunas de sus composiciones nacieron mientras este trabajaba en lo que inicialmente iba a ser la banda sonora para la película El hombre que cayó a la Tierra (Nicolas Roeg, 1975), Low cobró forma gracias a la intervención de Eno. Bowie había escuchado Discreet music con avidez, pero fue la propuesta de Another green world la que se convertiría en modelo, siempre adaptada a los objetivos de Bowie, para crear este disco. Se puede decir que aquí se invirtieron los términos y las piezas más breves eran las canciones —justamente aquellas que el público podía desear más de Bowie—, mientras que los instrumentales se presentaban como piezas extensas.
Es Eno a quien recurre Bowie, una vez termina la gira de Station to station en la primavera de 1976, para dar forma a una obra con la cual quiere encontrar un nuevo camino artístico a la vez que vital. Esa tabula rasa, que acabará contando con Tony Visconti como productor, y que comenzará a grabarse en Francia y se terminará en Berlín, fue un triple salto mortal. Un álbum en el que un cantante solamente cantaba durante una de sus mitades. Un disco que se alejaba de las convenciones del rock y que se regía por leyes propias. Como dice Wilcken en su texto, “Speed of life” abría el disco indicando cuál iba a ser el camino a seguir. Un tema instrumental que iba surgiendo de la nada en un fade in, «como si la fiesta hubiera comenzado sin el oyente».
En Low, las canciones eran breves, con letras concisas. Sin llegar a ser los haikus que Eno escribiría en Before and after the science (1977), sus letras exploraban estados de ánimo que conectaban al artista con el nuevo entorno urbano en el que se había refugiado. Berlín, ciudad en la que se instaló en 1976 después de haber mantenido una charla con Christopher Isherwood, fue su laboratorio durante los siguientes dos años. No se trataba únicamente de una cuestión personal. Eno había descubierto las fascinantes experiencias del rock alemán, impregnado de un europeísmo del que tanto él como Bowie se nutrieron. Neu! Harmonia, y Cluster son influencias decisivas —como también lo es el grupo de folclore polaco Slask— para un nuevo diseño sonoro que, una vez más, también se inspira en las artes plásticas. Porque es en Berlín donde Bowie descubre a los expresionistas alemanes, en particular a los pintores del colectivo Die Brücke, cuya obra conecta el paisaje con la emoción de la misma manera que Bowie la conecta con la música. Con Kraftwerk y Moroder anunciando el advenimiento de una música europea hecha con máquinas, Bowie percibió cuál sería el futuro de la música pop y plasmó sus conclusiones en Low, una obra maestra que su discográfica detestó desde el primer momento y del que la crítica receló, pero que inspiró de inmediato a bandas como Joy Division, Human League o Siouxsie & The Banshees.