COWBOY DE CIUDAD
«Es curioso observar que, en ese enfrentamiento permanente entre norte y sur, la música no haya sido un arma arrojadiza sino más bien emocional»
Las polémicas racistas que sacuden Estados Unidos y avivan el fuego entre Norte y Sur llevan a Javier Márquez a desempolvar Divided & united: The songs of the Civil War, un doble álbum lanzado en 2013 donde se aborda la guerra de secesión.
Una sección de JAVIER MÁRQUEZ.
El pasado fin de semana se puso en marcha una iniciativa popular para pedir a los responsables políticos del estado de Mississippi que eliminen el emblema confederado de la bandera estatal. Esto, así leído, puede no significar demasiado para alguien de Orense o de Castellón de la Plana, pero es como si en España se propusiera eliminar el escudo de la rojigualda: un cisma de los que rompen amistades. Por primera vez de manera tan evidente, rotunda y violenta, parte de la población estadounidense decide elevar la voz, 155 años después del final de su guerra civil, para proclamar que lo que para los estados sureños es nostalgia y tradición, para ellos son ofensivas señas de glorificación del racismo y el supremacismo.
Por simplificar mucho —algo que jamás debe hacerse con la historia—, la cuestión de la esclavitud fue una de las claves de aquella guerra fratricida que enfrentó a la joven nación norteamericana a mediados del siglo XIX. La esclavitud se abolió, efectivamente, pero el racismo era harina de otro costal; ambos males afectaban a los ciudadanos de raza negra, pero no se resolvieron de igual modo (dato: en la década de 1920 el Ku Klux Klan llegó a contar con más de cuatro millones de afiliados, rondando el quince por ciento de la población estadounidense). De hecho, la cuestión del racismo y los derechos civiles, pese a los logros alcanzados, sigue «barriéndose bajo la alfombra» demasiado a menudo desde entonces, y de aquellos polvos, estos abusos policiales.
Más de 150 años después de la guerra, Estados Unidos sigue fascinado y atormentado a partes iguales —más al sur de la línea Mason-Dixon que al norte— por los acontecimientos que enfrentaron al país, definiendo al mismo tiempo una visión de esta nación que en muchos aspectos se mantiene hasta la actualidad. Por eso está resultando una sangrante provocación para muchos estados sureños el hecho de que, como consecuencia del movimiento #blacklivesmatter, se estén mancillando estatuas, monumentos, museos y demás símbolos de su glorioso pasado, que para otros ciudadanos supone un legado a repudiar que glorifica el peor talante de su gran nación.
Es curioso observar que en ese enfrentamiento permanente a lo largo de los años entre norte y sur, más o menos beligerante según la época, la música no haya sido un arma arrojadiza sino más bien emocional. Tal vez vez se deba al hecho de que, al contrario de lo que suele ocurrir con los himnos y canciones populares encuadradas en otras guerras civiles —la nuestra, por ejemplo—, la música de ambos bandos durante la guerra de secesión no se nutrió por lo general de arengas cuarteleras que espolearan a las filas a despedazar al enemigo. Por el contrario, eran adaptaciones de himnos religiosos, tonadas folk o piezas de compositores contemporáneos que hablaban más de sentimientos de familia que de nación, de sacrificio más que de deber, de amor más que de honor, de madre más que de patria.
«Canciones que, al estar en su mayor parte desprovistas de carga política directa, pueden ser disfrutadas como crónicas aventureras y costumbristas del folk estadounidense»
No pocos cantantes y grupos, habitualmente adscritos a la música country o góspel, han grabado discos con las tonadas más populares voceadas por ambos bandos, canciones que al estar en su mayor parte desprovistas de carga política directa, pueden ser disfrutadas como otras tantas crónicas aventureras y costumbristas del folk estadounidense. En este sentido hay que destacar los dos magistrales discos grabados por Tennessee Ernie Ford en 1961 para Capitol Records —justo en el centenario del inicio de la contienda—, con su excepcional voz de bajo-barítono y portadas para enmarcar sobre la chimenea: Sings of civil war of the North y Sings of civil war of the South.
Pero ningún esfuerzo hasta la fecha ha sido tan rotundo como el que reunió en 2013 a una treintena de intérpretes de varias generaciones para revisar con ojos del siglo XXI otras tantas tonadas ligadas al episodio más dramático de la historia de su joven nación. El productor y supervisor musical Randall Poster, asesorado por el historiador Sean Wilentz —autor de las notas del trabajo—, fue la persona responsable del ambicioso doble álbum Divided & united: The songs of the Civil War (Alto Records).
Teléfono en mano, Poster consiguió convencer por igual a leyendas del country, el folk y el bluegrass (Dolly Parton, Loretta Lynn, T Bone Burnett, Lee Ann Womak, Steve Earle, Del McCoury, Vince Gill, Cowboy Jack Clement…) como a un puñado de por entonces jóvenes promesas de la Americana Music (Old Crow Medicine Show, Chris Stapleton, Pokey LaFarge, Shovels & Rope, Carolina Chocolate Drops…). Todos juntos dan cuerpo a un trabajo que sorprende y convence por una coherencia musical nada sencilla de conseguir, siendo cada versión diferente y muy personal pero cuajando todas sin chirriar en el conjunto concebido. Cada canción es reinterpretada por un artista buscando formas propias del siglo XIX en algunos casos, y vistiéndolas en otros con arreglos radicalmente contemporáneos. En definitiva, una revisión histórica refrescante y llena de sorpresas.
«Cada canción es reinterpretada por un artista buscando formas propias del siglo XIX en algunos casos, y vistiéndolas en otros con arreglos radicalmente contemporáneos»
El conjunto destaca por unas interpretaciones excepcionales, además de por una sorprendente selección de temas que no busca ser exhaustiva sino representativa de un tiempo y una experiencia concretos. Así, junto a piezas que nos transportan al campo de batalla, como “Take your gun and go, John”, “Two soldiers”, “Marching through Georgia”, “The fall of Charleston” o “The battle of Antietam”, encontramos otras composiciones que difícilmente aparecerán en otras recopilaciones de esta temática, pero que funcionan como verdaderas narraciones cortas para evocar el pulso de una época, caso de “Listen to the mockingbird” o “The mermaid song”.
Otro aspecto singular en este trabajo colectivo es que ese criterio para la selección del repertorio permite poner de relevancia que no todo eran canciones populares cuyo origen se perdía en el tiempo o que nacían al calor de las fogatas de los campamentos. Muchas de ellas eran obra de compositores profesionales de la época que buscaban plasmar en sus partituras el sentir popular de la nación. En este sentido, son varias las piezas que se incluyen de Henry Clay Work, uno de los autores más populares de aquel periodo.
Desde la versión tradicional de “The vacant chair”, a cargo Ralph Stanley (quien nació en 1927, 62 años después del final de la guerra), hasta el giro eléctrico que imprime A.A. Bondy a “Johnny has gone for a soldier”, esta treintena de grabaciones, marcadas en su mayor parte por el alma musical del bluegrass, reivindican y revitalizan una colección memorable de composiciones cargadas de dolor y de historia, algunas de las cuales gozan de sorprendente —y preocupante— vigencia. Un trabajo que no viene mal recuperar en estos días azarosos dada su solvencia tanto como entretenimiento como a título educativo y divulgativo.
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Anterior entrega de Cowboy de ciudad: La mayor canción country de todos los tiempos.