Good souls better angels, de Lucinda Williams

Autor:

COWBOY DE CIUDAD

«Lejos de acomodarse, se revuelve y se desmarca con propuesta así de incómodas y gratificantes»

 

Para prestar atención a la música country y norteamericana, Javier Márquez Sánchez inicia Cowboy de ciudad, una sección en la que traerá novedades, críticas, artículos y reflexiones sobre el género cada miércoles. Debuta con lo nuevo de Lucinda Williams.

 

Lucinda Williams
Good souls better angels
HIGHWAY 20 RECORDS, 2020

 

Una sección de JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.

 

Aviso para evitar sorpresas: este disco es pura Lucinda Williams, pero quizás no es «un disco de Lucinda Williams». Dicho de otro modo, se trata de un gran trabajo, pero no el que recomendaríamos a un neófito para que se hiciese una idea del estilo genuino de la gran dama de la americana music. La mitad de la docena de cortes que componen este álbum presenta un sonido mucho más abrasador de lo que ya de por sí suelen resultar las grabaciones de esta artista, nada mojigata en ese campo y que a sus 67 primaveras sigue conservando la energía arrolladora de una veinteañera rebosante de ilusiones por cumplir. Y eso tal vez se deba a que se trata de un trabajo conceptual con las ideas muy claras: había algo que decir, sin paños calientes, y probablemente no será del gusto de todo el mundo.

Good souls better angels es, esencialmente, un disco oscuro. No en vano los términos dark o darkness aparecen en la mitad de los textos. Sus canciones hablan de rabia, de dolor, de perversiones, de corrupción, de muerte… y por ella pululan depresiones, maltratadores, asesinos, el Diablo y el propio Donald Trump (que, aunque parezcan lo mismo, son diferentes). You can’t rule me, el primer tema, ya arranca a modo de declaración de intenciones: «Sí, hombre, tengo derecho / a hablar de lo que veo / Demasiadas cosas van mal / justo en mis narices».

 

 

Estamos ante una docena de canciones marcadas por una inquietante y rabiosa congoja, que llega a estremecer en el caso de “Big black train”, esencialmente un lamento ante la proximidad de la muerte: «Me llevará a través de la noche más oscura / No quiero estar a bordo / de ese gran tren negro». La canción emplea una estructura repetitiva, a modo de espiritual tipo “We shall overcome” (o quizás de mantra para exorcizar miedos y demonios) similar a la que se usa en el corte de cierre, “Good souls”, uno de los dos temas esperanzadores del álbum junto a “When the way get dark”: «Cuando el camino se vuelva oscuro / no te rindas / agárrate fuerte / no tengas miedo». Estas son, además de “Shadows and doubt” (que musical y textualmente podría haber firmado el Springsteen de Devisl & Dust), las composiciones más templadas de este trabajo, las que dan un respiro al oyente. Con el resto, la cantante se lanza sin piedad ni prisioneros.

 

Arropada por su banda

La mayor parte del álbum está grabado con toda la banda «de carretera» de Williams tocando en directo en el estudio: Stuart Mathis en la guitarra, David Sutton al bajo y Butch Norton en la batería. Y sin duda son las guitarras de Mathis y la propia Williams las protagonistas de este trabajo, a veces en fiero diálogo con su voz firme y cargada de emociones dolientes. Guitarras que en varias de las canciones colaboran a generar ese ambiente oscuro y afilado del disco, que arañan y desgarran en algunos casos, que hieren en la mayoría, y que en pasajes como “Waking up” suenan al Neil Young más «caballo loco». Ese corte, por cierto, en el que asistimos impotentes a una paliza y posterior violación de la narradora, resulta de los momentos más desoladores y asfixiantes de la reciente historia musical

 

 

En definitiva, la concepción musical del conjunto obedece a un blues urbano y deconstruido de nuevo milenio, reflejo deforme del blues más ortodoxo como deforme resulta la imagen del mundo que se escupe en las canciones. Al parecer, Williams y su marido y mánager, Tom Overby, tenían escrito este puñado de canciones cuando decidieron llamar a Ray Kennedy, el productor e ingeniero musical con el que la cantante alumbró, en 1998, aquella obra maestra que fue Car wheels on a Gravel Road. Dos décadas después, Williams y sus músicos se sentaron en corro en el Room and Board Studio de Kennedy, en Nashville, para dotar de vida en unos pocos días al trabajo más rockero de la artista.

Desde el círculo del horror más íntimo y casero hasta toda la basura oficial y consentida del mundo actual, Lucinda Williams parece haber llegado al límite de su capacidad de aguante y plantea este trabajo como catarsis y bofetada a cuanto la tiene asqueada: «Los mentirosos son venerados, los perdedores, felicitados / Tramposos celebrados, ladrones compensados / Buitres saciados, asesinos exonerados / Culpable vindicado, inocente encarcelado», canta en “Big rotator”, mientras que en “Man without a soul” nos retrata a Trump en toda su vileza sin necesidad de llegar a citar su nombre, y le advierte: «¿Cómo crees que termina esta historia? / No se trata de cómo / Es solo cuestión de cuándo / Porque está llegando el momento».

Con un sonido menos reluciente y mucho más fiero que el de su anterior trabajo, This sweet old world (2017), este cuarto álbum lanzado con su propio sello (Highway 20 Records), demuestra que Lucinda Williams sigue gozando de una salud musical envidiable, y que podemos seguir esperando sorpresas —siempre agradables— de la artista de Luisiana, que lejos de acomodarse, se revuelve y se desmarca con propuesta así de incómodas y gratificantes.

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