DISCOS
«“La noche americana” es de lo más estremecedor que he oído en años»
Chencho Fernández
Baladas de plata
Warner, 2020
Texto: CÉSAR PRIETO.
Cuando, hace más de cinco años, Chencho Fernández lanzo su elepé de debut, sorprendió por su cuidado y buen hacer, por la dosis justa de elegancia y pasión. Un cantante de cuarenta años, que viene de grupos de esos que pasan sin pena ni gloria —aunque participaron en los discos de Colectivo Karma—, y que de golpe estalla en una colección de impagables canciones, no viene a ser normal. Ahora, con Baladas de plata, lo que ha hecho es crear ese álbum que cuando pasen muchos años se va a tomar como ejemplo de que la música española gozaba de una salud intachable en estos nuevos años veinte.
En Baladas de plata los arreglos son impecables, tensan el nervio de la belleza pero no la ocupan, dan cauces, pero no inundan la canción. Hay un par de ellas que se alejan de las coordenadas estéticas que indicamos, pero —aparte de estas— el disco tiene un marcado carácter unitario. Una de ellas es “La fosa de las Marianas”, rollingstoniana y con conciencia social y ecológica. Rock de escuela clásica con un final instrumental abstracto, que es el punto de conexión con el disco anterior. La otra es “Salvador en la plaza del pan”, historia de instrumentación cortante y tenebrosa a lo Corcobado. También entraría dentro de este grupo el single “En boga”, con esa tensión demorada de, por ejemplo, Gabinete Caligari en “Cuatro rosas”, y una letra sobre el paso del tiempo que poco a poco se convierte en un bonito rock and roll a lo highschool.
Pero cuando irrumpe “Te quiero sin querer” todo cambia de golpe. Hay susurros, ambientes sofisticados y orquestales, la voz se vuelve grave y la melodía son destellos en versos cortos. Entre Gainsbourg y Barry White. Todo medido, todo delicado, en una de esas baladas que se bailaban en las lentas cuarenta años atrás. Porque hay mucho en el disco de esas producciones de música ligera de los setenta, por ejemplo “La canción de Nadia”. Emocionantes piano y cuerdas que llenan el pecho con burbujas de belleza, no muy alejadas de las canciones buenas de Roberto Carlos.
También es atrayente “Mi pequeña muerte en ti”, el ejemplo preclaro de habilidad artesana. Qué bien maneja en ella los puentes, las intros, todo lo que rodea a las palabras, hasta volverlo pastoril y plácido. Y de qué manera sabe, en “Como se odian los amantes” sobre todo, hurgar en las telas del corazón, en esas tormentas bajo la placidez melódica, reveladas en una voz que transmite angustia antes del largo fade out final.
Pero si hay una canción que sepa recoger esos trozos de un corazón roto y llevarlos a insólitos niveles de belleza es “La noche americana”. De lo más estremecedor que he oído en años, como un Brian Ferry especialmente sensible. Al tono preciosista se le añade el reposado: el último baile, el último beso. Y después, nada. Un final del amor que comienza con un recitado crooner y poco a poco va abriendo paso a una ranchera crepuscular, as sonido de las campanas que anuncian el alba, a los ruidos de la calle y a una cama fría y ancha en la que solo hay felicidad en el sueño.
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Anterior crítica de discos: 50 year trip: Live at Red Rocks, de John Fogerty.