Esto no es Oregón, de Isaac Pedrouzo

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LIBROS

«Defiende la marca Orense como una manera especial de hacer las cosas, y lo hace con una prosa divertida sin ser cargante»

 

Isaac Pedrouzo
Esto no es Oregón
MONT VENTOUX, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La belleza de una ciudad no estriba tanto en sus virtudes, sino en los ojos que la miran. Orense, esa ciudad donde nunca pasa nada y que solo aparece en la prensa cuando se trata de establecer el récord de las temperaturas estivales, puede parecer un lugar insulso. Craso error. Orense es aquella ciudad en la que nació la generación Nos, un grupo de intelectuales que hicieron llegar la modernidad a Galicia, antes que cualquier a otro territorio español, aquella ciudad en la que se fundaron en el primer franquismo revistas tan combativas contra la estética dominante como Posío, aquella ciudad en la que Los Suaves no solo berrean, sino que dan nombre a una plaza.

Y sobre todo, en nuestros días, es la ciudad que posee un bar tan extraordinario como el Café Pop Torgal. Un reducto de elegancia pop que los mejores nunca olvidan en sus giras. Y si digo los mejores, es que son los mejores: La Habitación Roja, Alondra Bentley, The New Raemon o Tachenko han compartido escenario con cientos de compatriotas y extranjeros. Uno de los socios del Café es Isaac Pedrouzo, que aprovecha cualquier medio del que disponga para dar relevancia a su ciudad.

En este caso, lo hace en las páginas de La Voz de Galicia, de donde se han recogido todas las columnas de Esto no es Oregón —como podría suponerse por la antigua matrícula OR—, más de cien artículos que dan para mucho. Y, como especie de narración coral, la convierte en una gran ciudad y en una ciudad literaria, fantasmagórica y lejana en ocasiones. Así, el pasado se vuelve consistente en kioskos de chucherías y piscinas, adolescencia de bares y borracheras, salas de juegos. Cada artículo es autónomo hasta conformar un pequeño universo, pero todos tienen agujeros negros secretos, como ese queso de su infancia que, ya de mayor, va a conseguir a la plaza de abastos y, cual magdalena de Proust, le trae toda su infancia.

Defiende, en fin —entre la seriedad y el cariño, con un estilo puntillista, de giros inesperados—, la marca Orense como una manera especial de hacer las cosas, y lo hace con una prosa divertida sin ser cargante, peligro que siempre acecha al simpático. Anécdotas como la visita de los Héroes del Silencio al último bar abierto —no musical, entiendan, un bar de jugar al subastado— es hilarante; y esa fiesta mayor de la que no recuerda nada, hasta verse al día siguiente en la televisión —escarnio delante de todo el país— es modélica en su narrado y estructura. De lo que habla Pedrouzo, al fin y al cabo, es de la felicidad, de las relaciones sociales, de las convenciones; y lo habla tiñéndolo todo de un extraño y acogedor lirismo.

Anterior crítica de libros: Flores fuera de estación, de Margarita Leoz.

 

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