COMBUSTIONES
«Se echan de menos los galopes más surreales, los hallazgos poéticos y esa formidable tensión que afloraba en sus piezas clásicas»
El último trabajo de Neil Young, Colorado, es objeto de la pluma de Julio Valdeón, que reflexiona sobre un disco que considera crudo y reconfortante, pero en el que echa de menos algunas de sus antiguas maneras.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Pasan los años, incluso los dictadores más siniestros van y vienen de la pirámide al cementerio, del mausoleo al olvido, y apenas si quedan en pie dos o tres certezas. La primera y más importante es que, como explicó en su día Bono, no importa donde vivas, tarde o temprano Bob Dylan tocará en tu ciudad. La segunda es que, por mucho que apriete el cambio climático y se aproxime el fin de los tiempos, Keith Richards seguirá aquí para cantarlo. La tercera, igual de inexorable, acabo de leérsela a un cronista británico. Resumida viene a decir que no debes sufrir si no te gusta el nuevo disco de Neil Young: a fin de cuentas el próximo año habrá otro. U otros.
En cuanto a Colorado, el último del canadiense en el momento que escribo estas líneas, cabe distinguirlo entre lo mejorcito que ha publicado en años. No en décadas, claro, aunque ya queda lejos su segunda edad de oro absoluta, la que inaugura con Freedom y prorroga hasta Sleeping with angels. Pero sí desde el último artefacto con Crazy horse. Y parece obvio que la compañía de los viejos camaradas estimula al león dormido. Acaso porque ahora las labores de segundo guitarrista corren a cargo de Nils Lofgren, con el que no grababa desde Toninght’s the night, Colorado suena más rico en matices, menos rocoso y abrasivo que el tremendo Psychedelic pill. Lástima de letras: desde que abrazó el activismo de combate no parece interesado en escribir otra cosa que bienintencionados panfletos sobre la madre naturaleza y la biosfera y los casquetes polares y las semillas transgénicas.
Exagero, claro. Ni todo va por ahí ni la cosa alcanza las cotas de didactismo binario que hemos sufrido en algunas entregas previas. Pero se echan de menos los galopes más surreales, los hallazgos poéticos y, en general, esa formidable tensión que afloraba en tantas de sus piezas clásicas. Incluso consagrado a sus labores de años tomando verde Neil está aquí más fino, más dispuesto a dejarse sorprender y menos preocupado por hacer de cada canción un mitin. La verdad, ya quisiera el noventa por ciento de la competencia, de cualquier edad, entregar un disco tan crudo y cuajado, reconfortante y sabroso. Que además sea obra de un tipo que graba desde hace más de medio siglo, y que ha entregado no menos de una docena de obras maestras, se antoja ya directamente portentoso.
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Anterior entrega de Combustiones: Ghosteen, carta de amor de Nick Cave en la muerte de un hijo.