«Un discurso atemporal que se nutre del material con el que están hechos los sueños»
La banda estadounidense liderada por Steve Wynn recorre estos días nuestro país presentando en directo su último trabajo, These times. Carlos Pérez de Ziriza acudió al concierto que ofrecieron este miércoles en Valencia.
The Dream Syndicate
Loco Club, Valencia
23 de octubre de 2019
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Fotos: MARÍA CARBONELL.
Dos tipos frente a frente, camino de los sesenta tacos, sacando chispas a sus guitarras como si no hubiera un mañana. La estampa podría ser tan anacrónica que casi hasta resulta subversiva. Sí, es lo mismo de siempre, pero parece mentira cuánto partido se le puede extraer en las manos adecuadas. Algo tan simple, tan sencillo como eso. Y aún tan desarmante. Si esos dos tipos son Steve Wynn y Jason Victor, la escena tumba. Noquea al más pintado. Debe ser el viejo y maldito rock and roll cuando sale del estómago, sin manufacturas procesadas, sin lecturas de segunda mano.
Los directos de The Dream Syndicate, al igual que los dos álbumes de esta tardía segunda etapa, se despliegan como un gran lienzo por el que todos podemos rebozarnos como si fuéramos sinestésicos perdidos: la borrachera de amebas del Paisley Underground, el nervio narrativo de Bob Dylan, la herencia insana del valle de la muerte del 69 —que dirían Sonic Youth— y del reverso oscuro de la contracultura que encarnaron The Velvet Underground, los diálogos guitarrísticos entre Tom Verlaine y Richard Lloyd o los fogonazos del primer garage rock, todo eso (y algo más) se cita en unos directos que no se limitan a vivir de rentas, sino que expanden su gama cromática en una gozosa segunda juventud.
La banda que el Nuevo Rock Americano no pudo encajonar brinda una versatilidad en directo (porque el oficio ya se presuponía) que apabulla. Lo hacen tanto cuando prenden combustible de nueva hornada cosecha del 2017 —la cimbreante y sensual “How did i find myself here?”, la contundente “Out of my head” o esa barbaridad que es “80 west”— como cuando prenden su más reciente mecha pop en “Put some miles on” o “Bullet holes”. La maquinaria rítmica funciona a pleno rendimiento, el teclado de Chris Cacavas enfatiza la belleza caleidoscópica de su temario (al menos cuando no lo abandona para menguar el surtidor de cerveza) y la guitarra de Jason Victor (el Loco Club ha acogido ya varias clases magistrales suyas, acompañando a Wynn o a Matthew Sweet) transporta, definitivamente, el argumentario de los angelinos a otra dimensión, aunque haya —cómo son las cosas— quien aún añore a Karl Precoda.
El brutal engarce entre “The medicine show” y “Armed with an empty gun”, ambas cosecha del 84, marcó el ecuador de su rocosa hora y media larga de concierto, inevitablemente escorado desde entonces a ir arrancando de cuajo hojas del calendario: cayeron “When you smile”, “That’s what you always say”, una atronadora “John Coltrane stereo blues” y el obligado broche con “The days of wine and roses”. A algunos se nos hizo corto. Muy corto. Steve Wynn y los suyos maduran como el mejor de los vinos. Y acabarán por morir con las botas puestas, vaciándose cada noche sobre cualquier escenario sin renunciar a seguir explorando tras casi cuatro décadas —juntos o por separado— un discurso atemporal que se nutre del material con el que están hechos los sueños.