OPERACIÓN RESCATE
“Un disco de sangre independiente que recorre elegante las arterias del romance y de la fábula”
Sara Morales nos lleva al último año del siglo XX para presentarnos el debut de Goldfrapp, un dúo inglés de synth pop que debutaron con el experimental Felt mountain.
Goldfrapp
Felt mountain
MUTE, 2000
Texto: SARA MORALES.
El nuevo milenio acababa de comenzar. El siglo XX se despedía en el año 2000 dando los últimos coletazos antes de la era prometida, que nos abriría las puertas a otras formas de comprender la cultura, de valorarla, de consumirla, de concebirla incluso. Métodos y códigos hasta el momento desconocidos e intransitados que vendrían a arramplar con las formas tradicionales para rebatirlas y transfigurarlas hasta adaptarse a una creatividad naciente dispuesta a casi todo.
Una de las primeras sorpresas que nos dejó la música de aquel año, en este y otros muchos sentidos, fue el debut de Goldfrapp. La cantante Alison Goldfrapp, a la que habíamos descubierto tímidamente en 1995 al poner voz a la canción “Pumpkin” del Maxinquaye de Tricky, uno de los padres del trip hop, iba a comenzar a perfilar su carrera con un primer gran salto. Fan de Kate Bush, Donna Summer e Iggy Pop, y poseedora de un modo de cantar a caballo entre la seducción y el desafío, bastante inusual hasta el momento, llegaba dispuesta a mostrarnos la otra cara del pop electrónico. Junto a ella, Will Gregory. Un antiguo estudiante de música clásica, compositor y productor, que arrastraba un amplio currículum como músico de Tears for Fears, Peter Gabriel, The Cure y Portishead, y una pasión congénita por el cine.
Al poco de fundar el dúo, con todo un universo de ideas en común y el respaldo de Mute Records que apostó a ciegas por ellos concediéndoles plena libertad de creación, se recluyeron durante un tiempo en un bungalow en el condado Wiltshire (Inglaterra) para engendrar el que sería su álbum de debut. Ella escribiría las letras, inspiradas en películas, en su infancia y en la soledad. Él, poco acostumbrado a compartir la composición musical, haría frente a las partituras dibujando pentagramas electrónicos y altamente experimentales. Unos meses más tarde nacería Felt mountain.
Este es un disco de sangre independiente que recorre elegante las arterias del romance y de la fábula, pero también las del enigma y el misterio, como demuestran desde la canción que abre el álbum, «Lovely head», ese bonito fotograma musical que invita a la confusión por medio de voces procesadas, silbidos y arreglos descolocados.
El sonido totalmente innovador del álbum, al bombear un corazón eléctrico de pop barroco que se deja engatusar por algunos detalles sesenteros e incluso por el folk, deja huella en temas como la hipnótica y homónima «Felt mountain». Que a ratos suena frío y glacial, como «Human». También decadente. Y sabe mantener el suspense con la voz de Alison materializándose como un instrumento más, en mitad de unos paisajes orquestales con guiños a Roman Polanski y su Cul-de-Sac (1968), en «Oompa radar», o a John Barry y su trabajo en la banda sonora de James Bond, con «Pilots».
La extraña y susurrante canción de cuna «Paper bag» y la balada «Deer stop», donde los giros vocales se tornan infantiles ante una letra de contenido sexual, terminan de completar un álbum sorprendente con tintes melodramáticos, que cayó bien entre el público. Con él, Goldfrapp no solo consiguieron hacerse oír ganándose un sitio en el interés popular, sino que, además, vendieron medio millón de copias certificando el álbum como Disco de Oro en octubre de 2001. Un puzzle de canciones de evocación transgresora, con el que pusieron sonido al espíritu aperturista que movió el mundo en aquellos inicios de siglo y con el que nos enseñaron a apreciar el ánimo cabaret en mitad del desconcierto.
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Anterior entrega de Operación rescate: Broadway the hard way, de Frank Zappa.