DISCOS
«Deja un regusto agridulce, como de salto hacia adelante que se queda simplemente a medias»
Glen Hansard
This wild willing
ANTI/PIAS, 2019
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
La primera cara de este cuarto álbum en solitario del irlandés le muestra como un músico ansioso por afrontar nuevos desafíos. En la estela de su paisano Damien Rice. Canciones que, como “I’ll be you, I’ll be me”, se revelan insinuantes y mecidas por una pátina electrónica – con ayuda de los dublineses Dunk Murphy y Deasy – hasta desembocar en un imponente estruendo, regido por unas cuerdas majestuosas. Marcan una travesía impredecible, del sigilo al alboroto, con un punto muy cinemático, marca de la casa. En la misma línea progresa el piano de “Don’t settle” o esa “Fool’s game” en la que desfigura su propia voz (a tono con los tratamientos vocales actuales) pero al mismo tiempo se le va un poco la mano con esos coros femeninos casi new age del final, que hinchan innecesariamente su propensión épica.
Luego llegan dos cortes que podrían ser como un interludio de tintes orientales: “Race to the bottom” y, en menor medida, “The closing door”, nos recuerdan al músico que siempre ha mostrado una ventana abierta al Tom Waits menos asilvestrado o incluso a un Howe Gelb, dado que también figura ahí la instrumentación de los Khoshravesh Brothers. Es el Hansard que también mira de reojo a Nick Cave. Al fin y al cabo, estamos ante el mismo hombre que en su gira española se apropiaba del “Levitate me” de los Pixies para hacerla casi irreconocible. Pero tras la tormenta, llega la calma. Calma y más calma aún, con una segunda mitad de disco en la que “Threading water”, “Good life of song” o “Leave a light” nos devuelven al folk singer de siempre, el que recuerda ya en muy poco al de sus primeros trabajos con The Frames y prefiere holgar en sus raíces celtas.
La verdad es que el último tramo del nuevo artefacto del protagonista de Once (John Carney, 2007), ganador del Óscar por aquella “Falling slowly” que facturó con The Swell Season, deja un regusto agridulce, como de salto hacia adelante que se queda simplemente a medias, como de audaz inmersión en un territorio sónico abierto a nuevas posibilidades que ni termina de concretarse ni tampoco deja, en tan tradicional resolución, composiciones especialmente memorables. Ilusiona en primera instancia, pero se desinfla en su desarrollo. Posiblemente haya querido grabar dos álbumes en uno. O no enajenar ni a sus fieles de toda la vida ni a quienes se esperaban otra cosa. El caso es que acaba por desconcertar. Su largo minutaje (se va hasta la hora) solo deviene imprescindible a ratos.
–
Anterior crítica de discos: El rumor de los tiempos, de Fabián.