Pancho Varona: «Estaba tan emocionado con «El pirata cojo», que yo conducía y él iba sentado a mi lado con el papel y el bolígrafo, y decía: “¡Viejo verde en Sodoma!”»
En el heterogéneo cancionero de Joaquín Sabina, “La del pirata cojo” se encuentra en el podio de sus letras más divertidas. La historia de su composición tampoco tiene desperdicio. La reconstruye Carlos H. Vázquez.
Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Hay canciones de Joaquín Sabina que son imprescindibles para (re)conocer su música. Y no son pocas: “Princesa”, “Y nos dieron las diez”, “Por el bulevar de los sueños rotos”, “Y sin embargo”, “Una canción para la Magdalena”… Suelen ser las que nunca faltan en el repertorio, las que siempre han estado ahí desde que se cantaron por primera vez. Y “La del pirata cojo” es una de ellas.
La historia de esta canción empieza en un piso de la calle San Bruno (esquina con calle Toledo), cerca de la Plaza Mayor, a dos pasos de Tirso de Molina, en el corazón de Madrid. En la actualidad hay un bar debajo (Taberna San Bruno), pero entonces no había ninguno. Aunque lo que más urgía en la noche de autos —cuando se hizo “La del pirata cojo”— no era encontrar una barra, sino una farmacia de guardia.
Oficios excitantes
Del primer piso del número 1 de la calle San Bruno salieron también “Peor para el sol”, “Conductores suicidas”, “A la orilla de la chimenea”, “Pastillas para no soñar”… Todas ellas pertenecientes, junto con “La del pirata cojo”, a Física y química (BMG/Ariola, 1992), el noveno elepé de Joaquín Sabina (contando el directo con Viceversa y excluyendo La Mandrágora) y la continuación —en la discografía— de Mentiras piadosas (BMG/Ariola, 1990).
Joaquín visitaba con frecuencia a Pancho Varona en su casa. Hablaban, componían… Lo que surgiera. «Un día, a Joaquín le dio por hacer una lista de profesiones y ciudades que a él le parecían excitantes. Enseguida me dijo: “Panchito, Panchito, dale a la guitarra y haz una música con esto”», explicaba Varona en Lo que nadie sabe, serie de su canal en YouTube. En una caja de ritmos Roland TR-626, Pancho comenzó a inventarse un riff de rock and roll para encajar las ciudades y los oficios que iba escribiendo Joaquín con un bolígrafo sobre el papel:
Al Capone en Chicago,
legionario en Melilla,
pintor en Montparnasse,
mercader en Damasco,
costalero en Sevilla,
negro en Nueva Orleans.
La armonía funcionaba, pero después de un rato empezaba a ser monótona. Por ello, pensó Varona en hacer un cambio, dándole tensión a la canción subiendo un tono y medio:
Tahúr en Montecarlo,
cigarrillo en tu boca,
Taxista en Nueva York,<
el más chulo del barrio,
tiro porque me toca,
suspenso en religión.
En la siguiente estrofa volvía a aumentar la tensión un tono más:
Confesor de la reina,
banderillero en Cádiz,
tabernero en Dublín,
comunista en Las Vegas,
ahogado en el Titanic,
flautista en Hamelín.
Entonces, a Joaquín se le ocurrió el estribillo: «Pero si me dan a elegir, entre todas las vidas yo escojo la del pirata cojo…». Varona, sin embargo, advierte que el estribillo tiene truco: «Mientras la guitarra baja, la voz sube».
La del pirata cojo
con pata de palo,
con parche en el ojo,
con cara de malo,
el viejo truhán, capitán
de un barco que tuviera por bandera
un par de tibias y una calavera.
«Joaquín y yo —prosigue el músico— ya estábamos muy calientes en esta parte de la historia. Teníamos una estrofa prácticamente hecha y un estribillo prácticamente inventado. Estábamos en la segunda parte, escribiendo más profesiones y más ciudades»:
Billarista a tres bandas,
insumiso en el cielo,
dueño de un cabaret.
Botica de madrugada
En el mejor momento de la noche, cuando Joaquín y Varona lo tenían, sonó el teléfono (fijo). Llamaban de casa de Joaquín: era Isabel, la madre de su hija Carmela, que solo rondaba el año de vida. Carmela tenía fiebre y había que bajársela. Así recordaba Pancho Varona en Krinki la conversación telefónica:
—Pancho, Carmela, mi hija, está con fiebre. Dile a Joaquín, por favor, que venga y que, de camino, busque una farmacia de guardia.
—Imposible. Joaquín está con el pirata cojo ahora mismo y no va a ser posible, pero no te preocupes, que yo me encargo.
Joaquín y Pancho bajaron a la calle y se metieron en el coche (Sabina, según Varona, casi ni sabía a dónde iban). «Estaba tan emocionado con el pirata cojo, que yo iba conduciendo y él iba sentado a mi lado con el papel y el bolígrafo, y decía: “¡Viejo verde en Sodoma!”, y yo buscando farmacias de guardia. “¡Sultán en un harén!”, y yo buscando farmacias de guardia». Y la encontró, pero Joaquín no se bajó del vehículo. Varona continuaba explicando en Krinki: «Compré el medicamento, fui a casa de Joaquín, aparcamos el coche, subimos, y Joaquín, todavía con el papel, escribiendo más oficios y ciudades […]. Le dimos el medicamento [a Isabel], volvimos a mi casa y terminamos la canción, que es lo que Joaquín quería. Me acuerdo perfectamente que la niña estaba en la bañera con agua tibia para que le bajara la fiebre. Y él [Joaquín] con la hoja, escribiendo profesiones».
Para hacer “La del pirata cojo”, empezaron «la casa por el tejado». En concreto, el comienzo de la canción, que en realidad fue lo último en añadirse:
No soy un fulano con la lagrima fácil
de esos que se quejan solo por vicio,
si la vida se queja, yo le meto mano
y si no, aún me excita mi oficio.
Y como además sale gratis soñar
y no creo en la reencarnación…
Joaquín creía que a la canción le estaba haciendo falta una introducción (antes de enumerar las ciudades y las profesiones) para que tuviera una explicación, pero a Pancho Varona no le parecía necesario. «Que piensen ellos, porque empiezas a decir profesiones y ciudades y luego, al llegar al estribillo, tú lo explicas», le decía, pero Joaquín no daba su brazo a torcer.
Al final, “La del pirata cojo” tuvo su introducción. La guitarra de Antonio García de Diego cobraba protagonismo en ella y hacía las veces de empalme entre la introducción y la primera tanda de lugares y trabajos. «Cae a huevo. Yo no me quedé muy conforme con la introducción, pero aun así me parece una canción maravillosa, de mis favoritas». Sin ir más lejos, es el propio Pancho Varona quien la ha estado cantando en los conciertos de un tiempo a esta parte. Sabina decía que solo quería una «perversa canción infantil», pero “La del pirata cojo” ha terminado siendo una de las fijas en los directos.
En lo que a la versión de estudio respecta, Óscar Quesada (Radio Futura) fue quien se ocupó de la batería. El bajo, por su parte, fue de José Nodar (Viceversa, Cristina y Los Subterráneos, Ketama, Ana Belén…). Y las guitarras, omnipresentes en toda la canción, se repartieron entre Pancho Varona, Antonio García de Diego y Jaime Asúa (Alarma!!!), quienes también hicieron los coros (García de Diego repetiría con los teclados).
El otro del bombín
En el álbum Física y química está el Sabina de balada (“La canción de las noches perdidas”, “Yo quiero ser una chica Almodóvar”, “A la orilla de la chimenea”, “Peor para el sol”, “Amor se llama el juego”…) y en menor medida el Sabina de rock and roll (“Conductores suicidas”, “Los cuentos que yo cuento”…). Esa división estaba encabezada por dos canciones diferentes: “Y nos dieron las diez” (vals) y “La del pirata cojo” (rock). En BMG/Ariola apostaban por “Y nos dieron las diez” como single, que a su vez estaba hermanada con “Ojos de gata” (Enrique Urquijo), pero el productor artístico del disco, que no era otro que Pancho Varona, quería potenciar al Sabina rockero con “La del pirata cojo” y lanzarla como sencillo.
Varona creía que en la discográfica estaban equivocados, pero igual que le sucedió con la introducción que quería Joaquín, aquí tampoco tuvo la última palabra. La compañía («con buen ojo») se salió con la suya publicando “Y nos dieron las diez”. «Y creo que acertaron, porque vendieron muchísimos discos de “Y nos dieron las diez”, pero yo estaba empeñado en que el Sabina rockero tenía que imponerse al Sabina baladista», reconoce Pancho. Después de todo, Física y química es uno de los elepés de referencia de Joaquín Sabina y está considerado como uno de los mejores trabajos del de Úbeda, con más de un millón de ejemplares vendidos entre España y Latinoamérica.
Joaquín Sabina es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Puede ser rockero, escritor, baladista e incluso del Atlético de Madrid. Es madrileño por derecho y puede ser también un impostor que va dejando migas de pan por el camino para no olvidar cómo volver al sur. «Está muy bien inventarse otras vidas, como dice Joaquín en “La del pirata cojo”. Una de las posibilidades es ser impostor como autor, como cantante y como artista para contarle a una persona lo que le pasó a otra. Es tan difícil hacer una letra, que defiendo apoyarse en lo que sea con tal de conseguirlo. Hay gente que recurre al chantaje, a la mentira, al soborno… a cualquier cosa con tal de conseguir una letra digna», comentaba Pancho Varona en el número ciento catorce de Photo DNG, en 2016.
Con un poco de imaginación
partiré de viaje enseguida
a vivir otras vidas,
a probarme otros nombres,
a colarme en el traje y la piel
de todos los hombres
que nunca seré.
En ciertos momentos, el mismo Sabina se recuerda a alguien y, en otros, se trata de usted: «Todo el mundo ha hecho canciones para ser quien no era. Cualquiera que escriba, lo que hace es inventar una vida que hubiera querido vivir, como pasa en “La del pirata cojo”», contaba en la presentación de “Lo niego todo” (Sony, 2017). Banderillero en Cádiz, taxista en Nueva York, ¿policía? (ni en broma; su padre y su hermano lo eran), cronista de sucesos, boxeador en Detroit, fotógrafo en Playboy, tabernero en Dublín, gitanito en Jerez, costalero en Sevilla, comunista en Las Vegas… y un pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo y con cara de malo. ¿De quién habla entonces Joaquín Sabina? «Hablo de la vida de un idiota con bombín que dice llamarse como yo».