En carne viva, de Lamont U-God Hawkins

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LIBROS

«Como un buen disco de hip hop, la autobiografía de Lamont U-God Hawkins está narrada a un ritmo de vértigo»

 

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Lamont U-God Hawkins
En carne viva. Mi viaje con el Wu Tang Clan
SEXTO PISO, 2018

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Como un buen disco de hip hop, la autobiografía de Lamont U-God Hawkins está narrada a un ritmo de vértigo. No optará al Pulitzer, desde luego: su prosa es propia de alguien que se ha criado en el gueto y ha pasado por mil y una perrerías que ni ustedes ni quien esto les cuenta podrían atravesar (ni superar) ni en varias vidas, pero ese es precisamente su gran valor añadido, su descarnadísmo pulso callejero, sin paños calientes ni moralinas. Nacido de madre soltera y padre violador, criado en la depauperada Staten Island de los años ochenta, curtido en el trapicheo de drogas y con el bagaje de alguna que otra larga temporada entre rejas, Lamont U-God Hawkins es un superviviente que ha llegado vivo hasta aquí para contarlo: desde la absoluta miseria hasta los más de cuarenta millones de álbumes vendidos (en todo el mundo) que ha despachado en los últimos 25 años el Wu-Tang Clan del que él forma parte.

Sin discos como el amenazante Enter the Wu-Tang Clan (36 Chambers), de 1993, posiblemente no se entendería todo el rap comercial posterior, desde The Notorious B.I.G. a Jay-Z, pasando por Nas o Mobb Deep. Pero este no es un libro de interés exclusivo para quien esté familiarizado con su universo de rimas centelleantes y ritmos secos, ni mucho menos. Hawkins, no tan popular –desde luego– como RZA, Method Man, Raekwon, Ghosface Killah y otros compañeros del clan, tiene la virtud de enganchar al lector y hacerle partícipe de su epopeya vital. Un trayecto de la criminalidad a la fama, que se jalona a ritmo de persecuciones policiales, grabaciones precarias, fiestas en las que la mezcla de gangs podía prender la mecha de la violencia a la mínima ocasión, profecías autocumplidas, tiroteos de incierta resolución (uno de ellos malhirió a su propio hijo) y el acceso a un star system con el que ni ellos mismos podían soñar cuando idolatraban a Run DMC, Eric B & Rakim o Public Enemy.

Ni el final es precisamente un cuento de príncipes o princesas (rencillas personales y el propio declive de la industria mermaron algunos de sueños de grandeza, aunque se siguen ganando la vida más que dignamente) ni hay una lección moral que extraer (el narcotráfico es un necesario primer escalón cuando se es más pobre que las ratas, y no precisamente una opción, viene a decir), algo que se agradece –junto a la precisa traducción de Milo J. Krmpotic– porque al fin y al cabo hablamos del relato de un buscavidas que se salvó (que no redimió) gracias a la música. Y lo cierto es que lo cuenta muy bien.

Anterior crítica de libros: Freak scene, de Richard King.

 

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Carlos Pérez de Ziriza.

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