Obviando los estrenos de los últimos días de 2017, los críticos de cine de EFE EME seleccionan las mejores películas que nos ha dejado el año que se va.
Una selección de Elisa Hernández y Héctor Gómez.
1. Quién te cantará, de Carlos Vermut.
Quién te cantará (2018) es un espeluznante thriller sobre lo performativo de la construcción del sujeto, la continua creación de papeles que interpretar para nosotros mismos y para otros y una brillante representación del terror al vacío que hay detrás de todas y cada una de las máscaras a través de las cuales nos entendemos y entendemos la realidad que nos rodea. Y es que las mejores obras de arte no son aquellas que nos ofrecen deleite estético, siendo éste un placer temporal, pasajero y, en cierta manera, ilusorio. Las mejores obras de arte son aquellas que nos ofrecen la posibilidad de enfrentarnos a la artificiosidad y construcción de todo lo que consideramos natural y real, que nos empujan a ver que no hay nada detrás de aquello que más asentado creemos: nosotros mismos. Por Elisa Hernández.
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2. Call me by your name, de Luca Guadagnino.
El año 2018 ha sido el año de Luca Guadagnino, que lo ha cerrado con ese remake de Suspiria tan personal como irregular después de haberlo abierto con Call me by your name (2017), la adaptación de James Ivory de la novela de André Aciman que nos sirvió para emocionarnos con una historia de (auto)descubrimiento narrada de forma a veces sutil, a veces fogosa, pero siempre subyugante —como la adolescencia, vaya. Y de paso nos mostró un registro de Armie Hammer que no conocíamos, encumbró a un Timothée Chalamet que amenaza con convertirse en un imprescindible de los próximos años y, de paso, sirvió para disparar la cotización del kilo de albaricoques. Por Héctor Gómez.
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3. Caras y lugares, de Agnès Varda y JR.
Improbabilísima buddy comedy, Caras y lugares (2017) presenta un maravilloso viaje emocional, geográfico, visual y artístico por toda Francia en el que la directora de cine Agnès Varda y el grafitero JR tratan de visibilizar lo invisible, imaginar lo inimaginable y comprender lo incomprensible. Los protagonistas dejan su impronta allá donde van, demostrando que lo único necesario para valorar aquello que tenemos de manera continua ante nuestras narices es, precisamente, mirarlo con otros ojos. Idealista, entusiasta y romántica, objeto transmisor de una magia contagiosa, esta es una película para sentir, respirar, tocar, vivir y para observar, sobre todo para observar mucho más allá de la pantalla. Por Elisa Hernández.
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4. Lady Bird, de Greta Gerwig.
La cultura occidental siente una fascinación casi malsana por el paso de la adolescencia a la madurez, y la mayoría de las visiones adultas sobre la juventud tienden al exceso dramático o cómico, cayendo en clichés que representan una experiencia que, al intentar ser de todos, resulta no ser de nadie. Por el contrario, Lady Bird (2017) es tan sencilla y tan compleja como la vida misma, una historia a la par pequeña, específica, y enorme, universal. Del mismo modo que cada instante de nuestra experiencia diaria es efímero y pasajero, pero igualmente constituyente de quién y cómo somos, cada momento de este filme es tan banal e inocuo como pesado y crucial, capaz de ser uno y de contener multitudes. Por Elisa Hernández.
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5. Cold war, de Pawel Pawlikowski.
En un caso parecido al de Cuarón con Roma, Pawel Pawlikowski también construye Cold war (2018) a partir de la historia real de sus propios padres, que vivieron una relación tormentosa con múltiples idas y venidas que se prolongaron durante décadas. Entre medias, el telón de acero como fondo y la tensión entre compromiso político, amor y libertad como herramientas narrativas. Formalmente, Cold War continúa la línea trazada por Ida, con esos extraños encuadres y esa fotografía en un frío blanco y negro, tan contrastada como la relación de amor entre los dos protagonistas, cuyos vaivenes riman con la situación política de su época, y cuyo destino conduce igualmente a un colapso inevitable. Por Héctor Gómez.
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6. Aniquilación, de Alex Garland.
Perjudicada por el formato de su distribución internacional, Aniquilación es un espectáculo sensual y emocional que ofrece la oportunidad de inmersión en un mundo visual e imaginativo sin igual. Como todas las grandes obras de la ciencia-ficción, el filme usa la invención de algo desconocido e incomprensible para tratar de pensar, imaginar y comprender todo aquello que es desconocido e incomprensible de nuestra realidad inmediata. Apelando a terrores primarios como el miedo a lo desconocido incluso en nosotros mismos y a la falta de control sobre nuestras acciones o nuestro propio cuerpo, en Aniquilación nada (ni nadie) es lo que parece ser. Por Elisa Hernández.
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7. Hereditary, de Ari Aster.
Como ya hiciera Alfred Hitchcock en Psicosis, a Ari Aster no le tiembla el pulso a la hora de cargarse a su protagonista antes del ecuador de la película. Y como en aquella, su presencia sigue presente en el resto del metraje, esta vez materializada en el chasquido de lengua más terrorífico de la historia del cine. Hereditary (2018) es uno de esos productos de terror con tantas (y tan indisimuladas) influencias que hacen arquear las cejas a los amantes del género, siempre prestos a señalar con dedo acusador un supuesto plagio en ese plano de ahí o en esa escena de allá. Pero lo que es innegable es que la película ofrece de todo a lo largo del viaje que propone, desde el terror psicológico, los fantasmas y el body horror más crudo. Y sobre todo miedo, mucho miedo. Por Héctor Gómez.
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8. Sorry to bother you, de Boots Riley.
Mezcla sin pudor de géneros (de la comedia negra a la ciencia-ficción), Sorry to bother you (2018) es uno de los filmes más sinvergüenzas y descarados de los últimos años. Alocado, divertido, oscuro y, sobre todo, políticamente coherente, consciente y activo, no se parece a nada que se haya podido ver en el cine reciente y, sin embargo, todos y cada uno de los elementos que lo componen son instantáneamente reconocibles. Recurriendo a la imaginación de lo imposible como única vía posible de salida, Sorry to bother you confirma la incapacidad del realismo para representar las condiciones de existencia del individuo en el capitalismo contemporáneo y nos presenta tanto una nueva estética revolucionaria como una orgullosa llamada a la lucha de clases sin ningún tipo de remordimiento. Por Elisa Hernández.
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9. El hilo invisible, de Paul Thomas Anderson.
En el que se ha anunciado como su último rol en la gran pantalla, Daniel Day-Lewis encuentra en Vicky Krieps una digna e hipnótica rival. Lucha pasional sin piedad entre dos personajes escritos, dirigidos e interpretados de manera brillante, una perpetua batalla campal por cada pequeña victoria de manipulación física y emocional, El hilo invisible (2017) crea una tensión hitchcockiana a partir de la construcción de una retorcida relación entre musa y creador. El filme es, sin embargo, muy consciente de sus referencias a todos los niveles y se muestra dispuesto a sublimarlas a la par que hacerlas volar por los aires para nuestro perverso goce y disfrute. Por Elisa Hernández.
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10. Roma, de Alfonso Cuarón.
Que una de las mejores películas de 2018 no pueda encontrarse (salvo alguna excepción) en una sala de cine es una muestra inequívoca de que la manera de consumir el audiovisual ha cambiado para siempre. Netflix se apunta otro tanto al estrenar la película más personal de Alfonso Cuarón, que vuelve a utilizar sus bellísimos y estilizados movimientos de cámara, pero esta vez para contarnos los recuerdos de su infancia en un barrio de clase media alta de México DF, a través de la perspectiva de la sirvienta que trabajaba para la familia. Aunque a primera vista no sucedan demasiadas cosas ante nosotros, Roma (2018) en realidad está hablando de la importancia de la raza, la clase social y el género en la configuración de una sociedad y, al mismo tiempo, está haciendo un homenaje a la fuerza de todas las mujeres que supieron hacer frente a todas las dificultades y salir adelante incluso en las circunstancias más adversas. Por Héctor Gómez.
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11. Clímax, de Gaspar Noé.
Pocas cosas hay más pesimistas en este mundo que el cine de Gaspar Noé. Un cineasta que, a través de la provocación y la puesta a prueba de la paciencia y los nervios del público, ha venido proponiendo a lo largo de toda su filmografía el fin de cualquier utopía. El amor, la diversión, el sexo o las drogas son para Noé experiencias que inevitablemente acabarán en tragedia. En Clímax (2018) no importa quién ni por qué puso la droga en la sangría. El verdadero objetivo –si es que hay alguno– es conducir al espectador en un viaje sensorial que empieza como una montaña rusa y acaba como el tren de la bruja, con nosotros acurrucados en la butaca con el corazón todavía palpitante y menos ganas de vivir que un par de horas antes. Por Héctor Gómez.
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12. Black Panther, de Ryan Coogler.
Para bien o para mal, durante años hemos disfrutado de las simplicidades morales y de la repetición de clichés que fundamentan el género de superhéroes. Como ocurriera con el Batman de Frank Miller, Black Panther (2018) llega a nuestras pantallas para hacernos ver que no todo tiene por qué ser simple y predecible y que la complejidad ética y política que compone nuestra vida social no ha de desaparecer de un filme de gran presupuesto para permitirle ser un éxito a todos los niveles posibles. Quién nos iba a decir que hacía falta un superhéroe para demostrarnos que, a pesar de siglos de deliberado borrado, existe ahí fuera todo un universo de experiencias, imaginarios y vidas por ser narrado y representado. Por Elisa Hernández.
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13. The rider, de Chloé Zhao.
La belleza poética de los paisajes de la reserva Sioux en la que tiene lugar la acción de The rider (2017) esconde, bajo una visualidad casi sensorial, tanto esplendor como amargura. Capaz de mostrar la experiencia de la frontera que queda cuando todos los westerns épicos han desaparecido, el filme presenta paisajes inabarcables cuya infinitud los hace, en realidad, tan diminutos y opresivos como los siente el protagonista, un cowboy a quien un accidente de rodeo obliga a enfrentarse a la posibilidad de no volver a participar en la actividad que ha sido, hasta el momento, toda su vida. El viaje de autoconocimiento de Brady parecería anclado en la especificidad de su experiencia, pero es comprensible, cercano y conmovedor, tan suyo como The rider consigue hacerlo nuestro. Por Elisa Hernández.
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14. Tres anuncios en las afueras, de Martin McDonagh.
No deja de ser curioso que haya sido un británico como Martin McDonagh quien mejor haya sabido representar este año (aunque la película es de 2017) uno de los tropos más genuinos del western clásico estadounidense, como es el del personaje que busca hacer justicia (o venganza) por su cuenta ante la inacción de las fuerzas de la ley. En esta ocasión el cowboy no lleva Stetson sino bandana, pero el gesto es el mismo: labios apretados y la determinación grabada en la frente. Frances McDormand compone un personaje que va mucho más allá de la madre coraje en un relato a caballo entre el thriller y la comedia negra, y cuyo mayor mérito –uno de tantos– es situar a sus personajes en una escala de grises que dificulta la identificación del espectador con alguno de ellos y que nos hace preguntarnos si es posible la redención en un mundo despiadado y absurdo. Por Héctor Gómez.
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15. La enfermedad del domingo, de Ramón Salazar.
Si quisiéramos buscar un denominador común en algunas de las películas españolas más estimulantes de este año, desde Viaje al cuarto de una madre a Quién te cantará, ese podría ser la relación entre mujeres y sus progenitoras. En el caso del filme de Salazar, la presencia de Bárbara Lennie y Susi Sánchez justifica por sí sola el precio de la entrada. La enfermedad del domingo (2018) es una película que huye de la clasificación fácil y propone una historia cuyos puntos importantes transcurren en los huecos que deja la narración, y que culmina con uno de los finales más emotivos que hemos podido disfrutar últimamente. Por Héctor Gómez.
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