«Hay que poner en valor la actitud cívica de Ana y Víctor, su militancia y su cancionero, con himnos que han sido coreados por más de una generación»
Con la excusa del lanzamiento del libro Ana Belén y Víctor Manuel. Los latidos de un país, charlamos con su autor, Luis García Gil.
Texto: EFE EME.
Nuestro compañero Luis García Gil, además de poeta, es uno de los mayores expertos en canción de autor, con obras dedicadas a a Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute, Patxi Andión, Joan Isaa, Javier Ruibal o, saliéndose del ámbito cantautoril, Marisol/Pepa Flores. Su trabajo más reciente es Ana Belén y Víctor Manuel. Los latidos de un país, editado por Efe Eme. Una obra con el que hace justicia a dos de las figuras más emblemáticas de nuestra música, y la primera dedicada en todos estos años a la trayectoria de ambos.
¿Por qué decidiste unir las carreras de Víctor Manuel y Ana Belén en un único volumen?
Resulta muy interesante analizarlos en paralelo y no se había hecho. Víctor publicó unas memorias muy enjundiosas. Y sobre Ana hay un par de libros que hacen más hincapié en lo cinematográfico. Musicalmente, Víctor ha escrito mucho para Ana, y los discos de ambos tienen muy interesantes correspondencias.
¿Qué crees que han significado ambos en la historia musical de nuestro país?
Me atrevo a decir que son parte indispensable de nuestra historia musical. Sus canciones conforman parte de nuestra banda sonora. Además me interesa destacar su compromiso en tiempos difíciles. Hoy que se relativizan tanto los valores de la Transición, como si esta fuera una continuidad enmascarada del régimen anterior, hay que poner más en valor la actitud cívica de Ana y Víctor, su militancia y por supuesto su cancionero, con himnos que han sido coreados por más de una generación.
Has enfocado Los latidos de un país desde el análisis discográfico, es decir, no estamos ante una biografía al uso sino más bien frente a un ensayo musical. ¿Pensaste que ese era el libro que hacía falta sobre ellos, poniendo en valor su obra?
Claro, siempre me gusta explicar a los cantantes y cantautores desde sus canciones. Es más apasionante explicarlos poniendo el foco sobre ese legado musical, tratando de tirar del hilo de lo que esos textos y canciones significaron y significan. Como poeta siempre me ha tentado ese análisis.
Las carreras de los dos superan los cincuenta años, ¿cómo crees que ha sido su evolución a lo largo del tiempo?
Muy interesante. Víctor comienza con un tipo de canción más regionalista, fijada en Asturias, con canciones como “La romería”. Luego irá buscando otras vías de expresión y asomándose a una canción más militante y coyuntural. Soy un corazón tendido al sol plantea un giro expresivo y sonoro a finales de los años setenta. Es un disco clave que anticipa el Víctor de los ochenta, con influencias más dispares. La carrera de Ana Belén comienza con discos muy interesantes, por ejemplo el que dedica a Nicolás Guillén. Su discografía tiene altibajos pero mantiene una coherencia admirable, incluso en su dispersión creativa. Es una gran dama de la canción capaz de hacer suyas canciones como “Lía”, “El hombre del piano” o “Solo le pido a Dios”.
Un periodo tan amplio como el tratado, que abarca, como decimos, cinco décadas, ¿te supuso un reto a la hora de encarar la escritura?
Ha sido complejo y difícil, pero todo tiene sentido cuando llegas al final del trayecto. Te das cuenta de que el camino emprendido ha merecido la pena y que esas cinco décadas resumen dos temperamentos y personalidades musicales fundamentales.
Uno de los aspectos que salen a la luz en Los latidos de un país es que, frente a la teoría del apagón para los cantautores en la década de los ochenta, Ana y Víctor vivieron momentos de enorme éxito en ese tiempo, quizá uno de los picos más altos de sus trayectorias. ¿No hay que hacer mucho caso, por tanto, a los lugares comunes?
Para nada. También hay que huir de las etiquetas restrictivas. La canción de autor o los cantautores no merecen análisis reduccionistas. Yo hablo siempre de canción con mayúsculas, por encima de conceptos equívocos. Víctor y Ana triunfan en los años ochenta como lo hacen Serrat y Aute. Y lo hacen con propuestas diferentes que no merecen meterse en un mismo cesto. La canción de autor evoluciona, bebe de fuentes diversas, se mezcla y huye del lugar común. Los cantautores no son islas. Se empapan de la atmósfera de cambio y sin duda rompen tópicos y prejuicios.
«Los cantautores no son islas. Se empapan de la atmósfera de cambio y sin duda rompen tópicos y prejuicios»
Ana Belén no es cantautora, aunque siempre ha estado englobada en el movimiento. Realmente, ¿cómo la calificarías tú?
Es curioso hay mucha gente que cree que es cantautora. Quizá tiene ese perfil, pero lo que destaca de ella es su capacidad para otorgarle personalidad a todo lo que canta. A eso hay que añadir esa personalidad icónica a la que Javier Álvarez alude en el libro. El repertorio que Ana ha ido escogiendo, la cercanía de Víctor en sus trabajos, todo eso ha contribuido a que su cancionero siempre transite zonas sensibles, poéticas, pero también ha sabido navegar otras aguas y hacerlo igual de bien. El jazz, el bolero, el pop, los ritmos brasileiros, los ecos italianizantes. En fin, Ana ha tocado muchísimos palos.
¿Qué crees que es lo más destacable del Víctor Manuel compositor e intérprete?
Su personalidad. Víctor tiene una manera especial de cantar. Algo bronca, que ha ido suavizando con los años. Luego está su sensibilidad como autor, esa manera de tocar temas candentes, de pintar el amor, de acercarse a la realidad. Sus mejores canciones están en la memoria de todos los amantes de nuestra música popular. Son obras maestras de tres o cuatro minutos. Me interesa además el Víctor narrativo, el contador de historias, el que mira la historia ajena como si fuera propia. Ahí está el retrato-relato de “La madre” como paradigma.
¿Y de Ana Belén como intérprete?
Lo que decía antes: su versatilidad. Ella conecta con el jazz desde sus inicios. Luego sabe aproximarse a otros muchos géneros. Tiene además esa capacidad interpretativa que enlaza con su formación teatral. Confiere a cada canción no solo el fraseo idóneo sino también el sello expresivo cuando la interpreta, esa verdad escénica de quien sabe manejar el oficio con suma elegancia.
Has escrito libros sobre Serrat, Aute y Sabina más Serrat: ¿cubres con Víctor Manuel a los cuatro grandes de la canción de autor?
En cierto modo sí. A Sabina me hubiera gustado prestarle mayor atención, pero Joaquín Carbonell y Julio Valdeón ya han dejado obras redondas sobre él. Creo que escribir sobre Víctor, Aute y Serrat me ha permitido sintetizar a través de ellos lo mejor de nuestra canción de autor. Y la bibliografía sobre cada uno de ellos era mejorable. Era posible sumar y enriquecer las visiones existentes. También me gusta acercarme a cantautores menos emblemáticos pero que ayudan a completar ese fresco sonoro en el que algunos nos sentimos reconocidos.
Aunque no solo, te has ido especializando en canción de autor, un género que no está demasiado bien visto en determinados sectores de la crítica musical: ¿sale a cuenta?
Eso espero. Creo que la canción de autor se debería introducir de algún modo en los colegios. Por lo menos algunos nombres. Y hay que dignificarla por lo que representa y ha representado. En esa labor estoy. No comprendo que en algunas revistas Aute no cuente pero sí cuente Nacho Vegas. No sé por qué uno tiene prurito para cierta crítica y el otro no dispone de ese prestigio de cierta corriente crítica. También Víctor tiene un cancionero arriesgado en los años setenta, y discos como Verde deberían ser más reivindicados. No sé a qué se deben ciertos prejuicios y ciertas tendencias.
¿Crees que la aparición de una generación de jóvenes cantautores que están llegando al público más joven servirá para dignificar el género?
Hay de todo en el género, en todos los géneros. Hay cantautores que ayudan y otros que espantan. No todo es bueno. Pero es bueno que gente como Rozalén o Marwan triunfen citando referentes de la canción de autor. O el caso de Dani Martín, que gracias a su madre tiene a Serrat o a Aute como referencias. Este tipo de artistas pop hacen una pedagogía en positivo que es muy importante y que ayuda a que los más jóvenes se acerquen a quienes conforman nuestro legado musical, un legado del que debiéramos sentirnos orgullosos si no fuéramos un país particular, tendente a derribar a quienes debieran ser referentes.
«Ana y Víctor representan esa apertura en el pensamiento musical y en la manera de abrazar las más diversas corrientes»
¿Te parece que en España se ha dado históricamente una cierta confusión entre «canción protesta» y «canción de autor», que no son exactamente lo mismo?
Absolutamente. La canción de resistencia antifranquista creó esa confusión. La canción como poesía cargada de futuro. De hecho, Víctor reniega de esa etapa suya más politizada, reniega desde el punto de vista creativo. Son canciones de urgencia que nos asoman a un contexto pero no son especialmente afortunadas. De ahí surge cierta confusión. Porque canción de autor es otra cosa. Exige una búsqueda creativa diferente, un lirismo, una estética, una forma de mirar la canción, de dibujarla al margen de lo descaradamente comercial. Me siento muy próximo al concepto de canción distinta que propuso Umberto Eco.
A la vez, la canción de autor es un género bastante amplio, en el que cabe el pop, el rock, sonoridades latinas, no es ese cliché absurdo del señor barbado atizándole a una guitarra de palo, ¿estás de acuerdo?
Totalmente de acuerdo. Debemos quitarnos prejuicios que al final nos dan una visión deformada de la realidad. Ciertos críticos contribuyen a esa ignorancia. No cito nombres pero están ahí. Ensalzan el reguetón pero desprecian a los cantautores. El cantautor no es un señor barbado con guitarra de palo. Esa imagen ha acompañado cierta estética pero los cantautores más interesantes suelen ser los que huyen de ese tópico y buscan que música y letra sean igual de importantes. No que la música sea un simple apoyo al texto. Tan cantautor puede ser Antonio Vega como Javier Ruibal. Y nada tienen que ver, pero ambos creo que parten —o partieron en el caso de Vega— de un compromiso creativo indudable, de una honestidad en lo que hacen que no puede pasarse por alto y que no merece análisis simplistas.
Sobre la pregunta anterior, regresando a los protagonistas del libro, ambos, precisamente, han mostrado en sus discos ese amplio abanico sonoro.
Cierto. Ana y Víctor representan esa apertura en el pensamiento musical y en la manera de abrazar las más diversas corrientes. Cuando escuchas canciones como “La puerta de Alcalá” los conectas con Suburbano, como también Víctor puede desembocar en Miguel Ríos con “El blues del autobús”. Y el pop y el rock se entrecruzan. Por eso aparecen en su caminar Billy Joel o León Gieco o Cole Porter o Chico Buarque o Lucio Dalla. Una hermosa mezcla musical.
Tanto Ana Belén como Víctor Manuel han publicado discos en las últimas semanas: ¿qué te han parecido?
A Víctor le ha sentado bien el respiro creativo. Ha grabado uno de sus mejores discos. Creo que es importante que ciertos cantautores sepan entregar estas obras de madurez porque vienen a ser como un compendio de todas sus virtudes. En el caso de Ana podríamos decir lo mismo. Había ganas de volver a escucharla. Y ha elegido con paciencia un material a su altura.
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Ana Belén y Víctor Manuel. Los latidos de un país está a la venta en librerías o en La Tienda de Efe Eme (pincha aquí).