“Rosalía no se estanca, corre riesgos y da un volantazo creando una nueva jugada maestra”
El segundo álbum de Rosalía, editado el pasado 2 de noviembre, ha irrumpido con una fuerza descomunal entre crítica, público y compañeros de la industria. David Pérez lo analiza.
Rosalía
“El mal querer”
SONY MUSIC, 2018
Texto: DAVID PÉREZ.
Puede que nunca en la historia el lanzamiento de un artista nacional haya despertado tanta expectación dentro y fuera de nuestras fronteras con tan solo dos singles, ‘Malamente’ y ‘Pienso en tu mirá’, más un tercero a escasos días de la salida del álbum, la canción ‘Di mi nombre’. Pero bajo esa sorpresa generalizada y el “ruidismo” oportunista de puristas aburridos y criticones de medio pelo, no había ningún espejismo o campaña publicitaria que catapultara al proyecto, eso vino después, sí, poco después. Primero fue la pasión, sudor y sangre por crear las piezas de un nuevo puzzle estético y narrativo, donde no había cabida para el azar o la suerte, un proyecto valiente y ambicioso, cargado, casi a partes iguales, de tradición y futuro.
Un nuevo trazado que pasa por los grandes cantaores clásicos y llega a la línea visual y sónica que une a artistas como Björk, Arca, Kendrick Lamar o la última Beyoncé. Pero rebobinemos solo un instante para comprender el “milagro” Rosalía. Con trece años se enamora del flamenco y desde entonces decide dedicarse a ello profesionalmente: estudia en el Taller de Músics y a los 16 conoce a su maestro, José Miguel Vizcaya (Chiqui de la Línea), cursa estudios superiores en la Escola Superior de Música de Catalunya (Esmuc) de Barcelona, donde termina por licenciarse en Interpretación del Cante Flamenco. No haría falta decir más, pero a esto suma que ha crecido rodeada de amigos hijos de inmigrantes andaluces en el Baix Llobregat, donde se respira la cultura del Sur en cada esquina. Eligió el flamenco (¿o el flamenco la eligió a ella?) como modo de expresión por puro amor, materializando el idilio en su primer y maravilloso “Los Ángeles” (2017), donde junto a la guitarra (“no flamenca”) áspera y cortante del también productor Raúl Fernández, su voz sedosa y luminosa nos impactó como un rayo, partiéndonos por la mitad desde el primer instante, demostrando con creces su dominio en los cantes clásicos y un duende propio. Además (chuparos esa, voceros “mainstream”), el disco en su totalidad versa sobre el tema menos comercial posible: la muerte. Trabajo que, como no podía ser de otra forma, incluso teniendo en cuenta la complejidad temática mencionada, fue elogiado por público y crítica.
Entendido “el milagro Rosalía”, se disipa el milagro y encontramos “solo” trabajo duro y ARTE por los cuatro costaos. Volvemos al presente, y “El mal querer” echa a andar con el “sencillo” ‘Malamente (Cap. 1: Augurio)’, una adictiva balacera trap-pop-flamenca de la que no hay quien se salve en ningún rincón del mundo. Es claramente caballo ganador, y la Tierra pierde por momentos su orbita y gira embelesada alrededor de su sonido y estética urbana hipervisual, cargada de simbología cañí y un imaginario propio, entrelazando con soltura lunas, estrellas, joyas, cuchillos o neumáticos quemados en el asfalto. Atrás queda la desnudez y austeridad de “Los ángeles”; Rosalía, como todos los grandes, en la búsqueda constante de su propio destino, no se estanca, corre riesgos y da un volantazo creando una nueva jugada maestra. Este ‘Augurio’ marca el inicio de una obra conceptual que recorre las etapas de uno de los motores y frenos de la historia universal: el mal amar, el no saber querer, la parte oscura del enamoramiento, el veneno del amor con espinas, ese que ramifica en posesión, celos y violencia.
“El mal querer”, un viaje de once pasos en los que se exploran las pasiones y laberintos sentimentales tóxicos, se apoya en el núcleo de una novela anónima del siglo VIII, “Flamenca”, que cuenta la tragedia de una mujer joven que se casa con un hombre, que enloquece de celos y termina encerrándola en la celda de un torreón. Tras el mal augurio inicial, públicamente nos ha calado la estratégica picadura venenosa del siguiente adelanto, ‘Pienso en tu mirá (‘Cap. 3: Celos)’, bulerías por soleares revestidas de la magia electrónica de su antecesora, que terminaría por atraer y meter de cabeza en la hermosa complejidad de la obra al gran público, acompañada de la mano también, como ‘Malamente’, de un vídeo rompedor firmado por la productora catalana CANADA. Entre una y otra, en el cedé, nos pasa por encima como un tren ‘Que no salga la luna (‘Cap.2: Boda)’ y ya no hay vuelta atrás, nos corre por la sangre la esencia de “El mal querer”. Un disco de cantes clásicos, con armonías vocales muy presentes en cada pista (voz centrista), al compás de ritmos africanos y la amalgama flamenca más pura.
En este ‘capítulo 2’, con una letra en la que la sombra del eclipse masculino ya empieza a alargarse (“Quiera ella o no quiera, va a estar conmigo hasta que se muera”), no se anda con medias tintas y se arranca por bulerías rodeada de un cuadro flamenco de primer nivel, con Las Negris, Nani y Lin Cortés, Los Mellis y Juan Mateo. Pero aún siendo una de las piezas más claramente flamencas, con léxico caló incluido, encontramos en la producción retales de la música urbana, como el uso del auto-tune, el sonido de choque de metales cuando se mencionan cuchillos o el fragmento hablado, cuando la novia está eligiendo joyas, y sampler de La Paquera de Jerez incluido.
En ese sentido, Ferrán Echegaray ha sido importante, trabajando en la conceptualización de los capítulos, partiendo de sus títulos para la posterior creación de las letras, y Pablo Díaz-Reixa, “El Guincho”, ha sido crucial en la obra, compartiendo la producción durante año y medio con Rosalía y haciéndola crecer en ese ámbito. Desde ese prisma seguimos la búsqueda personal del espíritu flamenco a través de sonidos actuales, quebrando moldes con el uso de samples y loops, ecos y delays, o acercando los jaleos flamencos al mundo del hip hop.
Los capítulos del álbum son tan visuales, tan cinematográficos que, por momentos, me atropellan la mente escenas de numerosas películas, entre las que destaca “Contra la pared” (2004), el potente film de Fatih Akin, en el que más de un pasaje de “El mal querer” hubiera quedado perfecto, serpenteando en la relación autodestructiva de los protagonistas.
‘De aquí no sales ( ‘Cap.4: Disputa)’, puede que sea el episodio más oscuro, violento y trasgresor del álbum, en el que la agresividad del acelerar de las motos, los frenazos, la sirenas y las alarmas, se entremezclan y funden con el compás de las palmas, bajo la melodía descontextualizada del Pregón de Macandé: “Yo que tanto te camelo / y tú me das pié / haciendo que tú de aquí no sales./ Mucho más a mí me duele / de lo que a ti te está doliendo / conmigo no te equivoques.
Con el revés de la mano / yo te lo dejo bien claro / amargas penas te vendo / caramelos también tengo”. De la pureza del cante jondo, al más flamante trap, de la electrónica, a las raíces, de la experimentación más libre, al respeto total por la tradición en la que todo avance se sostiene.
En ‘Reniego (Cap.5: Lamento)’, con sabor a seguirillas, abraza la copla como las más grandes, y nos araña cada vez que “ríe por fuera y llora por dentro”, con Jesús Bola al mando de la orquesta de Bratislava despegándonos del suelo. Cogemos aire en el interludio ‘Preso (Cap.6: Clausura)’, con Rossy de Palma rezumando verdad en la narración del descenso a los infiernos, para volver a encontrar otro de los clímax de “El mal querer” en ‘Bagdad (Cap.7: Liturgia)’, con Joan Albert Amargós capitaneando los arreglos de voces y el Orfeón Catalán rebosando espiritualidad y luz, con Rosalía acariciando el cielo sobre el sampleo del ‘Cry me a river’ de Justin Timberlake.
El empoderamiento de la mujer protagonista, que ya parecía coger fuerzas en la solemnidad sanadora del capítulo anterior, comienza a brillar en la energía cegadora que transmite otra de las canciones más flamencas del disco, ‘Di mi nombre’ – ‘Cap.8: Éxtasis’. Una adaptación de los tangos de la Repompa de Málaga, en el que queda subrayado una vez más el valiente ADN de la propuesta global, donde contrastan los apoteósicos coros finales de pura cepa de Las Negris, con la base electrónica de la canción y el uso del Auto-Tune en el estribillo. La letra la firma Rosalía junto a C. Tangana: “Y átame con tu cabello / a la esquina de tu cama / que aunque el cabello se rompa / haré ver que estoy atada”.
Tras la calma maternal y espiritual de ‘Nana’ – ‘Cap.9: Concepción’, llegamos siguiendo un reguero de sangre “al primer día que te dije que te quiero”, en ‘Maldición’ – ‘Cap.10: Cordura’, una copla que alumbra y empuja entre sintetizadores a no temer el camino para salir de la oscuridad, que termina perdiéndose a lomos de un sampler de Arthur Russell y un lamento final: “Ay, el querer / que en un momento quisiera / estar loca y no querer / porque el querer causa pena / pena que no tiene fin / y el loco vive sin ella”.
El fin llega con el renacer en ‘A ningún hombre (Cap.11: Poder)’, donde la mujer del relato alcanza la plena madurez y poder, tomando las riendas de su destino. Solo Dios puede ya juzgarla: “A ningún hombre consiento / que dicte mi sentencia/ solo Dios puede juzgarme / solo a él debo obediencia. /Hasta que fuiste carcelero / yo era tuya compañero/ hasta que fuiste carcelero…”.
Treinta minutos han sido suficientes para que Rosalía abra una grieta por la que entra nueva luz, movida por un impulso en el que palpita verdad y respeto, acercando a nuevas generaciones (sin que muchos se den cuenta o no quieran verlo) a la tradición, tan necesitada de savia nueva. Sería fácil comparar “El mal querer” con obras cumbres del flamenco que, en su momento, rompieron con lo establecido y fueron incomprendidas, tachadas de todo lo malo y hasta maldecidas… El tiempo les dio la razón a muchos de esos artistas y el tiempo pondrá en su sitio el valor de “El mal querer” de Rosalía. Hasta entonces, estamos antes un disco que roza la excelencia y sin lugar a dudas, está llamado ser uno de los lanzamientos del año. Sin mas y como garantía, “voy a tatuarme en la piel / tu inicial entre las mías / pa’ acordarme para siempre / de lo que me hiciste un día / de lo que me hiciste un día”.