OPERACIÓN RESCATE
“En los noventa solo Loquillo creía en Loquillo. Sin embargo, esos años fueron vitales para su supervivencia artística”
Coincidiendo con su gira cuarenta aniversario, recuperamos “Compañeros de viaje”, el doble álbum en directo que Loquillo grabó con Trogloditas en 1997. Un disco en el que contó con Ramoncín, Gabriel Sopeña, Pepe Risi y Jaime Urrutia, entre otros, y que analiza Javier Escorzo.
Loquillo y Trogloditas
“Compañeros de viaje”
EMI-HISPAVOX, 1997
Texto: JAVIER ESCORZO.
Mucho se habla, y con razón, del personaje que ha sabido construir Loquillo y que ha desplegado con maestría en sus últimas entregas discográficas. Un artista versátil y completo que, en la última década, ha sido capaz de esculpir una obra maestra como “Balmoral”, poner música a la poesía de Luis Alberto de Cuenca en “Su nombre era el de todas las mujeres”, reencontrarse con Sabino Méndez en “La nave de los locos”, zambullirse de lleno en el rockabilly con “Código rocker” y entregar una obra de madurez bien entendida con “Viento del este”. Sin embargo, lo que posiblemente no todo el mundo sepa es que, a esta época de plenitud, le precedió otra de aprendizaje y trabajo sordo que no contó con el aplauso mayoritario del público ni con el apoyo de gran parte de la crítica
Se había dado a conocer en los dorados años ochenta y se había convertido, por derecho propio, en el prototipo de rockero patrio. Junto a Los Trogloditas dio forma a un imparable torbellino que arrasaba escenarios y habitaciones de hotel. Pero tras la fiesta llegó la resaca, y la de los noventa fue, si se permite la exageración, la década en la que solo Loquillo creía en Loquillo. Sin embargo, esos años fueron vitales para su supervivencia artística, imprescindibles para comprender sus pasos posteriores.
En realidad, en los ochenta ya había apuntado, aunque solo fuese tímidamente, hacia otras direcciones en canciones como ‘Mis problemas con las mujeres’ o ‘La mala reputación’, pero fue en 1993, al publicar “Mientras respiremos”, cuando comenzó a transitar una senda más adulta, mirando al country y al folk americano. Llegó todavía más lejos con ‘La vida por delante’, un disco en el que recuperaba la tradición de musicar poemas, llevándolos en este caso hacia el rock. Ambos trabajos le supusieron más de un disgusto: dejó de sonar en las radiofórmulas, la discográfica le presionaba para que volviese a su viejo estilo, su propio público le daba la espalda… El rockero barcelonés quiso sacar toda la rabia que llevaba dentro en “Tiempos asesinos”, un disco que pretendía ser un escupitajo de punk rock y que, a pesar de contener grandes canciones, se vio lastrado por una mala producción que le restó fiereza, cosa de la que el propio músico siempre se lamentó. Y es en ese contexto en el que llegó el directo “Compañeros de viaje”.
Nutrida nómina de invitados
En 1997, Loquillo era poco menos que un apestado para la crítica y un artista acabado para el nuevo gran público. No le sucedía solo a él, sino a la práctica totalidad de sus compañeros de generación. Por ejemplo, a Alaska, que tenía que mandar por correo los incomprendidos primeros discos de Fangoria a los pocos fans que le seguían, o a Jaime Urrutia, que estaba viviendo los estertores de sus Gabinete Caligari (lo plasmó muy bien en la sarcástica ‘Underground’). En esas circunstancias en las que todo el mundo daba la espalda a los dinosaurios de los ochenta, Loquillo, lejos de intentar adaptarse a los nuevos tiempos acercándose a jóvenes artistas de nuevo cuño, quiso reivindicarse a sí mismo y a toda su generación. La nómina de invitados incluía nombres ciertamente legendarios, aunque ninguno de ellos atravesaba entonces su etapa más dorada. Entre ellos, Pepe Risi, de Burning, en la que fue una de sus últimas apariciones públicas, pues murió pocos meses después. También Ramoncín, Jaime Urrutia y Dani Nel.lo, ex saxofonista de Los Rebeldes y, por entonces, iniciando su carrera como Dani Nel.lo y La Banda del Zoco. También le acompañaron su acordeonista de entonces, Mauricio Villavecchia, y Carlos Segarra y Aurelio Morata, miembros fundadores de Los Rebeldes. Además contó uno de sus colaboradores más longevos en el tiempo: Gabriel Sopeña, con quien ya había escrito varias canciones en los discos de los Troglos, y, especialmente, en su primer disco de poetas. Solo hubo una persona que declinó la invitación: Sabino Méndez, y es que todavía tendría que pasar un tiempo para que reviviese su amistad.
Problemas con el local
Hoy nos parece inconcebible, pero hay que insistir en la mala prensa que arrastraban todos estos artistas. Sirva para ello un ejemplo: al principio, el concierto iba a celebrarse en la sala Luz de Gas, que al ver la lista de invitados que subirían al escenario, les dijo que allí no entraban. A última hora tuvieron que buscar otro lugar y, tras recibir alguna negativas, encontraron la sala Bikini, donde finalmente se llevó a cabo, no sin algunas discrepancias que tuvo que zanjar Loquillo dando un puñetazo encima de la mesa. Y eso que las entradas se habían agotado con varias semanas de antelación.
Musicalmente, el disco consigue dar forma al sonido que querían haber plasmado en “Tiempos asesinos”. Aquí las guitarras campan a sus anchas, desbocadas y violentas, especialmente en el primer cedé, que se centra en las canciones más feroces del repertorio, como ‘Morir en primavera’, ‘No surf’, o ‘Canción urgente’. También se incluían temas más reposados, aunque quizás con mayor carga de profundidad (si cabe), como ‘Diez años atrás’, ‘Treinta y tantos’, ‘Compañeros de viaje’ o ‘El parque de Cervantes’. Fue con estas canciones con las que el Loco adquirió una voz más profunda, una mirada más madura; las cantaba con el dolor cierto, conocido y veraz del que ya tiene una edad y ha sufrido pérdidas en la vida. Para terminar de dar carácter al álbum, ahí estaban algunos de sus últimos textos, en los que se mostraba especialmente combativo ante el panorama al que se tenía que enfrentar. Abordaba ‘Maldigo mi destino’, una versión de Los Sírex que le iba como anillo al dedo, o ‘El renegado (sin esperanza de vuelta)’, en la que decía sentirse como un “refugiado de falsas promesas, desertor sin rumbo fijo, hablando como un renegado, náufrago de un mundo hundido. Como extranjero en patria ajena, con billete de ida, sin esperanza de vuelta”.
Sin embargo, es el segundo disco el que muestra mejor los nuevos lenguajes en los que estaba investigando. En la presentación, Loquillo decía que, esa noche, la sala en la que estaban se llamaba Dino’s y era un club privado para sus amigos. Y en Dino’s sonaron canciones de su disco de poetas (‘No volveré a ser joven’, de Jaime Gil de Biedma, ‘La vida que yo veo’, de Bernardo Atxaga, o ‘Central Park’, de Octavio Paz, entre otras), además de canciones más reflexivas (‘El hombre de negro’, ‘Brillar y brillar’, ‘John Milner’…). Y, lo más llamativo, versiones de temas de cada uno de sus invitados: ‘¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este’ junto a Pepe Risi, ‘Al límite’, con Ramoncín, ‘Caray’, de Gabinete, con Jaime Urrutia, una adaptación de ‘Me and Bobby McGee’, original de Kris Kristofferson, popularizada por Janis Joplin y adaptada al castellano por Gabriel Sopeña, y ‘Un hombre puede llorar’, que aparecía en un disco de Loquillo y Trogloditas, pero que había sido compuesta a medias con Carlos Segarra, quien le acompañó en el escenario.
Llama la atención la absoluta ausencia de grandes éxitos del calibre de ‘Cadillac solitario’, ‘El rompeolas’ o ‘El ritmo del garage’, pero no parece casual, porque Loquillo pretendía, precisamente, no reverdecer viejos laureles, sino reivindicar su presente y su futuro, algo en lo que nunca dejó de creer y por lo que siempre luchó hasta la extenuación. Lo explicaba bien la cita del Lawrence de Arabia que ilustraba el libreto: “Existen dos clases de hombres: aquellos que duermen y sueñan de noche y aquellos que sueñas despiertos y de día… Esos son peligrosos, porque no cederán hasta ver sus sueños convertidos en realidad”.
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Anterior entrega de Operación rescate: “Semilla del son” (1991).