COMBUSTIONES
“La guitarra de George confirma que el negociado rock apenas funciona como expendedor de nostalgia y/o coto de caza”
La subasta de la guitarra que tocó George Harrison en el último concierto que dieron los Beatles en The Cavern le sirve a Julio Valdeón como punto de partida para una reflexión en torno al valor de la industria.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
La subasta de la guitarra Maton Mastersound MS-500 de George Harrison, que tocó en el último concierto de los Beatles en The Cavern, provoca una imbatible melancolía. Más que por el precio previsto, 500.000 euros, lógico si tenemos en cuenta la condición totémica del grupo y la calidad de sancta sanctorum del garito en Hamburgo, por la comparación con otras noticias referidas al negocio musiquero. Por ejemplo, la referida a las calamitosas cuentas de Spotify y otras plataformas afines. Sumideros de pérdidas incluso a pesar del miserable porcentaje que reciben los músicos. No más del doce por ciento. Una mierda.
Las herramientas de los pioneros alcanzan precios estratosféricos, condición de sacrosanta reliquia, calidad de objeto hiperlujoso para inversores necesitados de blanquear dinero en metálico, coincidiendo con la definitiva debacle de las profesiones relacionadas con la industria cultural. No hay posibilidad alguna de que surja un grupo con una milésima de la trascendencia de los de Liverpool. Por razones que van del propio agotamiento de la disciplina, la multiplicación de ofertas de ocio y la propia degradación de la música a la categoría de mero entretenimiento al asalto sostenido y brutal de los recursos y la miseria provocada por la capacidad de copiar y distribuir las obras sin otro costo que el que repercute en unos autores y unos intermediarios desangrados hasta el último chupito de sangre.
Ahora que dedicarse al oficio de escribir e interpretar canciones parece, más que nunca, un carísimo pasatiempo solo al alcance de las elites. Ahora que ejercer en una industria con las constantes criogenizadas tiene algo de capricho vocacional con tintes kamikaces, mientras desaparece el cedé y la compra de vinilos alcanza cotas de insufrible esnobismo. Ahora que los mismos que ayer celebraban la destrucción del tejido industrial de las discográficas, editoriales, periódicos, productoras cinematográficas, etcétera, van y defienden el cierre patronal del taxi, ahora, justo ahora, la guitarra de George confirma que el negociado rock apenas ya funciona como expendedor de nostalgia y/o coto de caza para los buscadores de gangas multimillonarias. Pero vete y explícaselo a los bobos solemnes que hasta ayer mismo aplaudían a esos abogados autotitulados como expertos en propiedad intelectual. Bufones unos, peones otros, de las grandes operadoras de internet y las empresas de Silicon Valley. Únicos ganadores de la guerra total desplegada contra los poetas.
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Anterior entrega de Combustiones: Amar Nueva Orleans.