“Tenía una necesidad muy grande por sacar algo que llevaba dentro y que no compartía con nadie. Debía salir”
Hace unas cuantas noches en la Joy Eslava, Jorge Marazu ofreció uno de los conciertos más importantes de su carrera, arropado por amigos como Álvaro Urquijo, Marwan, Carlos Goñi o Mäbu. Carlos H. Vázquez siguió de cerca la tarde preconcierto, hablando con Jorge y tomando buena nota de todo lo que ocurrió aquella noche, y Patricia J. Garcinuño lo captó con su objetivo.
Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ. Fotos: PATRICIA J. GARCINUÑO.
La tarde del viernes se ha ido a beber con la noche y ahora las dos buscan un rayo de luz por la calle Arenal. “¿Cómo está ahí fuera?”, le pregunta Jorge Marazu a David, uno de sus mejores amigos de la infancia, al que llaman “Pollo”. “Hay color”, le contesta este. “¿Color qué?”, vuelve a preguntar Jorge. Su amigo, convincente, responde riéndose: “No color mierda”. Pollo (junto con Liven Céspedes en la producción) se ha encargado de que todo estuviera bien. Es la primera vez de Jorge Marazu en la Joy Eslava. Suena ‘Luz’ para abrir el concierto. Le seguirán diecinueve canciones más.
Su último disco, “Lumínica” (Universal, 2017), ha sido un paso importante en su discografía, donde figuran dos elepés más: “La colección de relojes” (autoeditado, 2012) y “Escandinavia” (Escandinavia Records, 2015). La sala Galileo Galilei, también en Madrid, ha sido un terreno consolidado para Marazu durante los últimos dos o tres años. Pero las canciones se han hecho grandes y necesitan una habitación mayor.
Para la gala en Joy se habían anunciado los siguientes invitados (por orden): Álvaro Urquijo, Mäbu (María Blanco), Marwan y Carlos Goñi. Cada uno de ellos cantaría un tema con Jorge. Respectivamente, ‘Ojos de gata’, ‘Media vuelta’, ‘Escandinavia’ y ‘Faro de Lisboa’, donde Goñi cantaba: “Yo, que recorro los mares y que palmo a palmo el mundo de un confín a otro confín, hoy tomo mi último rumbo desde mi cuerpo hasta el tuyo, desde donde estoy a ti”. Es una canción que le pega al abulense, tanto en lo lírico como en lo musical. Quiso compartirla con su autor, Carlos Goñi, en en una noche tan especial como la de la Joy. Marazu siempre la cantaba con un amigo “que se fue en una estúpida tarde”.
“Casa es mi gente y el lugar donde estoy tranquilo. Puedo ser yo todo el rato sin que nadie me juzgue por lo que parezco”
Los violines, el acordeón, la percusión y tener eso que llaman casa. “Casa es mi gente y el lugar donde estoy tranquilo. Puedo ser yo todo el rato sin que nadie me juzgue por lo que parezco. Eso es casa”, confiesa Jorge Marazu en el camerino de Joy Eslava poco antes de empezar el show. Está algo nervioso y pide un cigarro (pero no fuma). También echa mano del Ventolín. “Es algo psicológico”, se justifica.
El Chila no iba bien por alto
De pequeño no quería ser músico, sino futbolista. Portero, para más señas. Como le iba tan bien, pensaba que hasta jugaría en el Milán. “Estuve medio año en el Atlético de Madrid y jugué con Roberto [Jiménez], el portero del Málaga, y con Braulio [Nóbrega]. Siempre iba a la selección de Castilla y León”. Pero dejaron de llamarlo para llevar a Sergio Asenjo, actual meta del Villarreal y también ex jugador del Atlético de Madrid.
Marazu era muy [Santiago] Cañizares y, como admite, “capaz de lo mejor y de lo peor”. “Él me entrenó en un campamento al que me llevaron mis padres con 12 o 13 años. Siempre recordaré lo que me dijo: ‘Todo el mundo se tiene que enterar de que el portero ha salido al campo’. No hay nada más artístico que eso”, añade Jorge entusiasmado. Cuando jugaba con los cadetes, tenía un apodo: El Chila, por José Luis Chilavert, portero paraguayo y experto en tirar faltas. “En aquella época era el mejor portero del mundo”. Jorge considera que era malísimo con los pies y que iba mal por arriba, “pero era muy gato”, añade. Unos años después, con 16 años, su entusiasmo por el fútbol ya no era el mismo, pero le seguían llamando Chila, le sucede aún hoy. “Tenía una necesidad muy grande por sacar algo que llevaba dentro y que no compartía con nadie. Debía salir. En los últimos años de instituto me di cuenta que a mí lo que me gustaba era escribir y compartir mis cosas”. Estudió en Ávila, en el Colegio Medalla Milagrosa (“La Mila”) y en el Instituto Alonso de Madrigal, donde se dedicaba a cambiar las letras de Fito y Fitipaldis y de Joaquín Sabina para hacer canciones apócrifas. “A partir de ahí aprendí a tocar cuatro acordes”. También fue al conservatorio, pero cuenta que pasó dos años sin hacer nada. Lo suyo era agarrar la guitarra y componer con los cuatro acordes que había aprendido.
Hay una vida mucho mejor, pero más cara
Antes del concierto de la Joy, los músicos (Toni Brunet, Jacob Reguilón, Sebi Merlín, Pablo Sotelo y Javi Pedreira) e invitados repasan las canciones que van a tocar en un rato. Entre los asistentes, también se encuentra Manuel Martos, hijo de Raphael. Buscando un poco de silencio, Marwan prefiere las escaleras que separan el camerino del escenario. Esa zona es más tranquila que la sala donde ahora todo el mundo habla. A Álvaro Urquijo no parece importarle el ruido mientras, con los ojos cerrados, escucha por el móvil ‘Ojos de gata’. “La gente que canta como el amigo —dice, en alusión a Jorge— es la que me llega a la fibra. Me interesé por él por lo bien que canta y por lo bien que se expresa cuando trabaja”.
Álvaro Urquijo: “La gente que canta como el amigo —dice Urquijo, en alusión a Jorge— es la que me llega a la fibra”
Álvaro se encontró con Jorge Marazu mediante el disco que homenajeaba a su hermano Enrique: “Han llovido 15 años” (SantaRosa Records, 2014), un cedé con deuvedé donde Jorge Marazu versionaba ‘Ojos de gata’ con el guitarrista Toni Brunet. “No le conocía y me encantó cómo cantaba y lo que hacía. Después le investigué un poco por redes sociales”, recuerda Álvaro. Por cierto: el mano a mano entre el cantante de Los Secretos y Marazu en Joy Eslava quedó registrado, no solamente en foto, sino además en dibujo; alguien, apoyado en el suelo del escenario, retrató a los dos autores sobre el papel. Jorge recibiría el dibujo después, en el camerino.
Puede que de los últimos ensayos, en un momento más íntimo, surjan canciones y momentos que, a veces, son incluso más especiales que el propio concierto. Hablan Carlos Goñi y Álvaro Urquijo de guitarras. Se une Marwan. “Suena bonita esta guitarra, ¿eh?”, dice Urquijo. Hablan de precios, lugares donde las compraron, calidades, necesidades… Todo sobre guitarras, pero para todo eso hace falta plata. Entonces, alguien añade: “Hay una vida mejor, pero más cara”. Después, el silencio.
“Hablan Carlos Goñi y Álvaro Urquijo de guitarras. Se une Marwan. ‘Suena bonita esta guitarra, ¿eh?’, dice Urquijo”
Como la de muchas guitarras, la madera de cada persona pertenece a los caminos en los que se astilla. La primera guitarra que hubo en casa de Jorge era de su padre, Antonio, que tocaba en una orquesta. Su figura significa todo para Jorge. “Era cantante desde siempre. Empezó bailando en concursos hasta que un día una orquesta le vio cantar y le llamaron. Hasta hace dos o tres años ha estado recorriéndose todos los pueblos”. Aquella guitarra, según trata de recordar Marazu, era una de esas españolas que regalaban con el cursillo de CCC. Pero no fue el instrumento con el que Jorge empezó a componer. Fue con la segunda guitarra, una acústica de 120 euros, con la que empezó a escribir canciones.
“Mi amiga María es pura luz. Es la persona con la que más he cantado últimamente y quería que me acompañara”
Primeras veces
María Blanco (Mäbu) brinda con Marwan. Lo están haciendo bonito. Goñi se ha unido a ellos y toca la guitarra. “Yo tengo una exactamente igual, pero más barata”, dice Álvaro. Distintas generaciones y un mismo paso. Es una estampa preciosa. María aprovecha para hacer una foto de todos. Ella supo por primera vez de Marazu en un encuentro de literatura y música que solía hacerse en la sala Costello, en Madrid, más o menos por el 2012. “Fue curioso, porque no hablamos prácticamente nada y no volvimos a encontrarnos hasta cinco años después, en 2016, cuando empezamos a hacer cosas juntos”, cuenta María para referirse a la fecha del 22 de junio de 2016, en el Café Berlín. “Fue un pasote, pero no fue la vez que mejor lo hemos hecho”.
“Un día sentí que aquellos discos de Enrique Urquijo y Los Problemas eran mis amigos y los que me hacían compañía. Era lo que quería hacer toda mi vida”
Poco después del concierto en Joy, Marazu publicaba en Instagram una foto de María besándolo en la mejilla: “Mi amiga María es pura luz. Es la persona con la que más he cantado últimamente y quería que me acompañara el viernes. Su cara en el escenario es un poema, con esa sonrisa y esa vibra que genera algo tan lumínico”, escribía para agradecerle el momento precioso de ‘Media vuelta’. Los dos vienen del norte (María nació en Bilbao) y se encontraron en Madrid, ciudad de paso.
La primera vez que Marazu cantó en la capital fue el 12 de febrero de 2005, en El Rincón del Arte Nuevo, mientras ardía la Torre Windsor. Tocaba Pablo Ager y le invitó a subirse con él a la pequeña tarima del local. Unas semanas después, Marazu daba su primer concierto (con Andrés Suárez), en el Bandush 101, donde empezó todo. Por allí pasaban otros cantautores como Luis Ramiro o Marwan. “A Jorge lo conozco, te diría, hace diez o doce años, en mi época del Búho Real, cuando tocaba ahí con Luis Ramiro. Un día se me acercó —era un chico jovencito de Ávila— y le saqué a cantar un tema (no recuerdo si nos habíamos intercambiado algún mensajito antes). Yo dejé de tocar en el Búho en 2006, así que aquello tuvo que ser en 2005. Echa cuentas”, indica Marwan.
La actuación del Bandush 101 estaba dentro de una programación en la que se trataba de juntar a un cantautor consagrado con dos cantautores nuevos. En esa ocasión, el autor más conocido era Luis Ramiro y los otros dos “novatos” eran Andrés Suárez y Jorge Marazu, quien habla ahora: “Y empecé a ir a Madrid. También pensaba que esto podía ser una manera de ganarse la vida. No recuerdo el momento exacto en que lo pensé, pero sé que fue escuchando a Enrique [Urquijo] en algún momento de mi intimidad abulense, cuando me encerraba para escribir. Un día sentí que aquellos discos de Enrique Urquijo y Los Problemas eran mis amigos y los que me hacían compañía. Era lo que quería hacer toda mi vida”.
Un cantor amarrado a una cometa
Una vez compuestas, había que defender las propias creaciones. Tarea nada sencilla o agradable: “Lo más duro de aquella primera época era pensar que hubiera gente. A mí no me conocía nadie y no existían redes sociales para compartirlo y llegar a más gente. Siempre andaba pidiéndole favores a los colegas, que es una cosa que nunca me ha gustado; no me gusta que vengan a verme por compromiso, porque yo no hago música para eso”. De aquella etapa recuerda un concierto en La Fontana, un garito de Carabanchel, al que no fue nadie. “Solo estaban mis padres y mi novia. Eso te hace mucho callo, pero se pasa muy mal”.
En realidad, empezó a componer sin ser consciente de que podía tocar con público. Y empezó, además, por una necesidad que no sabía dónde estaba. “De pequeño siempre me había gustado escribir y pasó mucho tiempo hasta que le enseñé la primera canción a mis padres. El primer feeling con alguien lo noté cuando me miraron con entusiasmo y me dijeron: ‘¿Pero eso lo has hecho tú?’. Aquello me condicionó para toda la vida. Siempre he necesitado compartirlo con alguien y recibir el feedback”. A partir de ese momento empezó a meterse en foros, a conocer autores y salas para tocar.
Cantar en directo una canción tan especial, aunque sea una versión, no tiene precio. Y más si es en una ocasión como ésta. ‘Faro de Lisboa’, con Marazu y Goñi, se clava en el corazón. Jorge mira a Carlos. No parece que sea verdad. “Conozco a Jorge desde hace bastante tiempo. A una amiga mía le gustaba muchísimo y me lo puso y empezamos a tener bastante relación. Me parece un tío con muchísimo talento. Estuve cantando con él en el Café Berlín. Coincidimos —musicalmente— en gustos. Le quiero mucho”, expresa el cantante de Revólver, Carlos Goñi.
Porque las cosas cambian
Tras ‘Faro de Lisboa’ llega el turno de ‘Catorce años atrás’. “Esta canción habla de mi pueblo”, recuerda antes de tocarla ante el público de Joy Eslava. Ávila, su tierra, siempre ha estado presente en su cancionero. “Escandinavia”, en varios momentos, habla de su ciudad y de su pueblo, Blascosancho, al norte de provincia castellana. “El verano anterior pasé algo más de un mes allí, terminando las canciones. Hay muchas referencias a aquella estética. Mi pueblo es como mi búnker, el lugar donde me guardo. Y una noche, paseando por allí y mirando el cielo, me dije: ¡que espectáculo! Esto es lo que no vemos en la ciudad”, explicaba Marazu en el diario ABC durante la promoción de “Escandinavia”.
Madrid y Jorge Marazu tienen una relación de amor odio, pero se respetan. Él, cantor, acude a ella cuando la necesita. Y ella, ciudad, lo acoge cuando no quiere dormir sola. Jorge ha estado en Madrid durante dos etapas: un año la primera vez y algo más de medio año la segunda. “Para vivir en Madrid hay que tener una personalidad que se adapte a esta ciudad, pero yo no la tengo. Me encanta y me gusta estar en ella, pero en mi día a día no lo gestiono bien, porque estoy acostumbrado a otro ritmo”. Y tiene la suerte (o la desgracia) de vivir muy cerca. Un amor de lejanías que estira su distancia según las ganas que uno de los dos tenga de verse con la otra parte.
El 20 de diciembre de 2008, Bunbury actuaba “por sorpresa” en Joy Eslava, pero Jorge Marazu no
estaba allí, sino unas calles más atrás, en un kebab de la zona de Sol, al lado de la desaparecida
Barcelona 8, donde esa noche actuaba el valenciano Manolo Tarancón. Jorge no cenó, pero
hablaba de Lynyrd Skynyrd (los acababa de conocer) al calor del calientapollos que tostaba las
barras de carne. Ni siquiera imaginaba que él, más de diez años después, iba a pisar el mismo
escenario que el ex cantante de Héroes del Silencio.
Sueña, no seas idiota, que nadie te corte las alas
Las canciones de Jorge Marazu, como ‘Elia’, llevan un tatuaje con nombre de mujer, igual que cantaba Conchita Piquer: “Es el recuerdo de un pasado que nunca más ha de volver”. Pero todo vuelve. Y aunque Marazu le pida consuelo a Dios para aliviarse en esta cruz, Madrid siempre le hace regresar. “Yo me siento flamenco, que es lo único que no hago”, dice desde el escenario de la Joy. Hay noches inolvidables. Da igual el fondo y el motivo si la excusa es buena: salir de cara sin saber si vas a dormir en tu cama.
Los invitados se acaban, se van yendo, como se acaba la tinta o la cerveza. En el camerino de la Joy se escuchan los ecos de los aplausos de la sala. Cuando hay silencio, el runrún del aire acondicionado lo invade todo. Aquí, ni el ruido puede vivir de las rentas. Otro tema más: ‘Las mismas cosas’. Queda poco para el bis. ‘Líneas de Nazca’ es la última canción del repertorio antes de la propina. Más aplausos. Quedan tres canciones más (‘Miedo’, ’29’ y ‘Simulacro’), pero antes hay que hacer una parada. Todo ha cambiado. Nada volverá a ser como antes.
‘Miedo’, que siempre ha sido cantada a coro por los (y las) fieles de Marazu, ahora era mayor. ’29’, también significativa, anunciaba la recta final. Al terminar ‘Simulacro’ bajan los músicos. Todos. Jorge solo tiene palabras de agradecimiento para ellos: “Esos tíos de ahí se han pegado un curro impresionante con una actitud y un cariño insuperables. Mis canciones nunca sonaron como están sonando. Me siento muy afortunado de tener esta tripulación para volar de esta manera. Sois unos putos animales. Gracias por ponerlo todo tan fácil”. El sueño de Jorge Marazu no ha hecho sino empezar y no dejará que nadie le corte las alas.
Repertorio Joy Eslava (22 de junio de 2018):
Luz
El muro de Berlín
Río
Adiós
Ojos de gata (con Álvaro Urquijo)
La felicidad
Media vuelta (con María Blanco)
Tu fiebre
Escandinavia (con Marwan)
Elia
Cometa
Faro de Lisboa (con Carlos Goñi)
Catorce años atrás
Recuerdo crónico
Luces de diciembre
Las mismas cosas
Líneas de Nazca
BIS
Miedo
29
Simulacro
Simulacro